Un primer balance general de la etapa post-Chávez

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Reinaldo Iturriza

Chávez mural bicicletaPrimera parte

Luego de sucesivos traumas políticos, económicos y de distinto signo en años recientes, ¿Qué ha sucedido con el chavismo, puertas adentro? ¿Qué ha sido de la transición al socialismo? ¿Es más fácil imaginarse el fin de la revolución bolivariana que el fin del neoliberalismo?

En el intervalo que va desde marzo de 2018, cuando, junto a otros compañeros, comencé a trabajar la tierra en una pequeña parcela muy cerca del predio que sirve de asiento a la Comuna Socialista El Maizal, y junio de 2020, pocos meses después de iniciada la cuarentena con motivo de la pandemia, escribí lo que hoy pudiera llamar una radiografía cultural del chavismo. Son veintiún textos que publiqué en Saber y poder entre junio y agosto de 2019, pero que en realidad escribí en menos de un mes, a razón de un texto diario, salvo los últimos de la serie.Comuna El Maizal on Twitter: "NUESTRO CORAZÓN CAMPESINO, VIBRANTE DEL GIGANTE CHAVEZ, Y DESDE LA COMUNA EL MAIZAL, LES DESEAMOS UNA FELIZ NAVIDAD. http://t.co/Bv6LuVHmq2" / Twitter

La idea, o quizá más bien la necesidad de escribir un conjunto de textos sobre una temática que a mí mismo, por entonces, me resultaba un tanto indescifrable, me había estado rondando la cabeza durante semanas. La conversé con un par de amigos, intentando delinear los contornos de una eventual serie, identificando aquellos temas que nos acechaban. Sucedió entonces que, por primera vez en mucho tiempo, encontré un lugar para trabajar.

En casa, donde trabajé durante tres años y medio, una vez fui liberado de mis responsabilidades en Cultura, llevaba algunos meses encerrándome en el estudio pasadas las 10 de la noche y hasta que despuntaba el alba. Estaba realmente exhausto. La oportunidad de un nuevo espacio me permitió reordenar el tiempo y algunas ideas. Entre ellas, la que finalmente dio lugar a la radiografía cultural del chavismo, cuyos textos integran este libro, sumados a otros dos, afines en temática: “Con gente como esta”, de julio de 2018, y “Comenzar de nuevo”, de junio de 2020. Uno lo abre, otro lo cierra, y ambos definen el título.

Inmediatamente después de la radiografía cultural del chavismo, me dispuse a saldar una deuda política y teórica de índole muy personal, y me concentré en lo que entiendo como la cuestión económica”, un tema de estudio que había postergado durante mucho tiempo. La idea de que el liderazgo político de la revolución bolivariana simplemente había decidido, en mal día, arriar sus banderas programáticas, renunciando en la práctica, y más allá de cualquier retórica, al socialismo del siglo XXI en tanto horizonte estratégico, para abrazar, sin más, el neoliberalismo, me resultaba no tanto insoportable, como puede serlo para el desengañado, sino sobre todo insuficiente.

Tal prédica me parecía maniquea, engañosa, pero sobre todo salpicada de moralina, como cualquier prédica que pretende explicar el curso de las cosas políticas a partir de esa circunstancia maldita que es la traición. El problema es que el relato oficial, que en teoría ha debido servir como soporte argumentativo de las medidas que se estaban adoptando en materia económica, fundamentalmente a partir de 2016, resultaba tan o más insuficiente que aquella prédica y, lo que es peor, algunas de aquellas medidas eran aplicadas en un clima de mucha opacidad, en ocasiones sin que mediara explicación pública alguna.

Invariablemente, pretendía justificarse la supuesta inevitabilidad de cualquier decisión apelando a la realidad agobiante de la guerra económica, el bloqueo o las sanciones económicas. Predominaba en el ambiente la firme sospecha de que una parte muy importante de la explicación que, en una democracia, merecen las mayorías populares, nos estaba siendo escamoteada deliberadamente, a lo que habría que sumarle el insoportable estado de resignación que induce la idea misma de inevitabilidad, de que no tenemos más alternativas que aceptar el estado de cosas, por más intolerable que este sea.

En tal contexto, en octubre de 2019, comencé a trabajar en una serie que intitulé “Cuarentena”, lo que por cierto no guarda relación alguna con las circunstancias que debimos afrontar seis meses después, a propósito de la pandemia, sino con la idea, en boca de algunos voceros de la clase política antichavista, de que el chavismo debía ser tratado como una “enfermedad contagiosa”, y que por tanto lo que correspondía era el “completo aislamiento del país”, vía bloqueo comercial y político, planteamientos que se hacían tan temprano como en 2017.

El uso y abuso de estas metáforas biologicistas me serviría como pretexto para incursionar en el análisis de los conceptos de biopolítica y gubernamentalidad, de Michel Foucault. Equivocado o no, pertinente o no, ese fue el punto de partida que elegí para comenzar a estudiar la “cuestión económica” y, más específicamente, para intentar comprender a profundidad el fenómeno del neoliberalismo. Este trabajo me permitió elaborar algunas hipótesis y arribar a algunas conclusiones preliminares, sobre las que volveré más adelante.

Derrota y clausura

Antes de continuar es importante hacer una precisión: tanto la radiografía cultural del chavismo, y por tanto este libro, como luego “Cuarentena”, son al menos en parte la resultante de una derrota y de lo que podría llamarse una clausura. La que fue derrotada fue la tentativa imperialista de forzar un “cambio de régimen” en Venezuela, lo que debía suceder poco tiempo después de producirse la autoproclamación de Juan Guaidó como “presidente encargado”, el 23 de enero de 2019, con manifiesto apoyo estadounidense.

Esa misma noche escribí el primero de una brevísima serie de artículos que fueron publicados por Telesur: “Escribo estas primeras líneas cerca de la medianoche del miércoles 23 de enero. La velocidad con la que se suceden los hechos obliga a ordenarlos. En la ruleta de la historia, hay trúhanes apostándole fuerte al caos y la desmemoria”. Con caos me refería principalmente a la violencia: “Afuera, la violencia es un rumor lejano. Ese rumor ha vuelto a instalarse entre nosotros desde el día lunes: al llamado de un pequeño grupo de efectivos de la Guardia Nacional a desconocer al presidente Nicolás Maduro, ocurrido durante la madrugada, le han seguido varios focos de violencia en el oeste de la ciudad, en horas de la noche.

Catia, El Valle, La Vega, La Pastora: todas parroquias populares”. Un par de días después, quedaba muy claro que, “a diferencia de 2014 y 2017, cuando la violencia se expresó fundamentalmente en los territorios controlados por el antichavismo, casi siempre en zonas acomodadas, en esta oportunidad se concentraron en las zonas populares, al menos en una fase inicial”. Con desmemoria me refería al sistemático ocultamiento de las víctimas mortales de la violencia cuando estas eran chavistas, como ocurrió en abril de 2013, cuando el antichavismo pretendió desconocer la victoria electoral de Maduro: “Estos hechos no caben en el relato dominante porque la mayoría de las víctimas mortales eran chavistas, y ninguna antichavista.

Pero ¿qué ha ocurrido en la sociedad venezolana desde entonces? ¿Qué traumas ha sufrido? ¿Qué mutaciones ha experimentado? ¿Qué explica que aquellas terribles circunstancias resulten ajenas al propio chavismo?”. Entonces, recurrí a un término sobre el que volvería varias veces en los días subsiguientes: shock. “Desde entonces la sociedad venezolana está en shock, y esa es una historia de la que muy poco se ha contado. La importancia de contarla tiene que ver en buena medida con el hecho de que hay fuerzas muy poderosas interesadas en que nos quedemos sin memoria. Y contarla pasa también por recuperar nuestro lenguaje”.

Acto seguido, delimitaba explícitamente el auditorio al que deseaba dirigirme: “Esto último vale no solo para quienes luchamos en Venezuela, sino para quienes, en cualquier parte del mundo, luchan por la igualdad y la justicia, y por evitar la catástrofe capitalista. La pérdida de capacidad heurística de nuestros marcos interpretativos es algo que nos afecta a todos por igual, en mayor o menor medida. Y para ser capaces de transformar primero es preciso comprender. Hoy Venezuela nos interpela. Nos plantea un serio desafío.

Evadir el tema por tratarse de un asunto ‘tóxico’ no puede seguir siendo una opción. Tenemos que ser capaces de sobreponernos a la intoxicación discursiva de los poderes fácticos globales. Ya solo poner en duda el relato de la ‘crisis humanitaria’ es un paso importante. Lo que no significa, de ninguna manera, negar los graves problemas. Pero solucionarlos pasa por develar el entramado de relaciones de poder y saber tras aquel discurso. Nuestro punto de partida no puede ser precisamente aquello que es necesario explicar”.

“La pérdida de capacidad heurística de nuestros marcos interpretativos es algo que nos afecta a todos por igual, en mayor o menor medida. Y para ser capaces de transformar primero es preciso comprender. Hoy Venezuela nos interpela”

Persuadido de la imperiosa necesidad de traducir a un público global el inminente peligro que se cernía sobre el país, decidí echar mano de un formidable libro, ampliamente conocido: “La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre” ², de Naomi Klein. Como intenté demostrar en el segundo artículo 3 de la serie para Telesur, las declaraciones, y en general la actuación del Gobierno estadounidense, de los gobiernos latinoamericanos alineados bajo su mando, de los voceros de la Unión Europea, así como de la clase política antichavista, se inspiraban en la doctrina del shock neoliberal.

Para cualquiera que hubiera leído el pormenorizado recuento histórico de Klein, era evidente que lo que se fraguaba contra Venezuela obedecía a la mecánica del capitalismo del desastre, de una forma que rayaba en lo manualesco. Cuando “La doctrina del shock” fue publicada, en 2007, la terapia de shock económico neoliberal aplicada contra la sociedad venezolana en 1989, era un lejano recuerdo.

Mucho había ocurrido desde entonces: la rebelión popular de febrero de aquel mismo año; la insurgencia de los militares bolivarianos en 1992; la fragua del chavismo, durante la segunda mitad de la década de los 90; la victoria electoral de Hugo Chávez, en 1998; la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y la redacción de una nueva Constitución, que sería refrendada popularmente, en 1999; el cruento golpe de Estado de 2002, que por cierto tuvo algo de doctrina del shock, pero que fue derrotado en menos de cuarenta y ocho horas por un contragolpe popular que restituye a Chávez en la Presidencia.

Además,  la resistencia popular contra el lock out empresarial y el paro-sabotaje de Petróleos de Venezuela, entre diciembre de 2002 y enero de 2003; la creación de las primeras Misiones, concebidas para saldar la enorme deuda social contraída durante décadas de gobiernos antipopulares; la victoria del chavismo en el referendo popular de 2004, que determinó la continuidad de Chávez en el poder; la holgada victoria electoral de Chávez en 2006, quien hacía poco se había declarado partidario de construir un “socialismo del siglo XXI.

De vuelta a enero de 2019, lo que también revelaba una relectura del libro de Klein era la manera cómo, a partir de la desaparición física de Chávez, en 2013, quizá el shock emocional, político y cultural fundante de la etapa que recién iniciaba, el país había comenzado a mutar, lenta pero obstinadamente, trocándose en un lugar en buena medida irreconocible para las generaciones a las que nos había correspondido la tarea de reconstrucción nacional durante los primeros años de la revolución bolivariana.

Fueron muchas las descargas de electroshock que debimos soportar desde entonces: caída en picada de los precios del petróleo, violencia política, retirada estatal del mercado, shock de oferta, asedio económico, hiperinflación, shock de demanda, por nombrar solo algunas de ellas. La autoproclamación de Guaido, con la nueva oleada de violencia que le acompañó, debía ser el último shock, el que diera al traste con lo que quedaba en pie de todo lo que habíamos conquistado. Este movimiento fue concebido como el inicio de la escalada definitiva, la cosecha de una siembra destructiva de años, que había logrado infligir innumerables traumas a la población. Aquella tentativa tuvo su momento culminante el 23 de febrero, cuando debió concretarse la intervención militar “humanitaria” a través de la frontera con Colombia. Frustrada esta incursión por el Gobierno nacional, por su Fuerza Armada, por la movilización popular, la tentativa tuvo su final de opereta con el fallido intento de golpe de Estado del 30 de abril, al que dediqué el último de mis artículos para Telesur ⁴. Un mes después, me encontraba redactando los primeros textos de la radiografía cultural del chavismo.

En retrospectiva, estoy en posición de comprender cabalmente por qué me dediqué a realizar esta radiografía. Luego de aquella derrota política y militar del antichavismo, y en apariencia superado el último de sucesivos traumas nacionales, finalmente había lugar para un ejercicio que, aunque a primera vista tenía mucho de introspectivo, consistía realmente en un “examen de lo que somos” (“Radiografía sentimental del chavismo”), en la medida en que buena parte de lo escrito era el resultado de un fluido y permanente intercambio con muchos compañeros y compañeras de militancia. Me animaba la necesidad de realizar un retrato aproximado, una suerte de instantánea de lo que había terminado siendo el chavismo en el que nos reconocemos.

Igualmente me animaba el deseo de conjurar o confirmar una sospecha, que muchas veces habíamos rumiado en privado, y otras tantas la habíamos expuesto públicamente, pero como una amenaza latente: la sospecha de que se había producido una clausura, que una parte del chavismo había desaprendido cómo luchar, que había renunciado a la voluntad de transformar el estado de cosas.

Pronto, en la medida en que escribía, la sospecha devino certeza: la clausura se expresaba en la “lealtad resignada” de cuadros dirigentes, en su burdo pragmatismo, en el abandono del “espíritu de escisión”, en palabras de Gramsci (“Leales pero resignados”); en la debilidad del oficialismo por la “política boba” (“Despolitizados, bobos” y “El no-lugar de la política”); en el ejercicio de la política “que no es capaz de empatizar con la tragedia popular” (“La tragedia humana”); en la “actitud vociferante de los conversos”, a propósito de la cual volví sobre el libro de Naomi Klein (“Conversos”); en el sectarismo de los “pocos, pero irreductibles” de izquierda (“Irreductibles”).

En quienes se aferran a Chávez como “salvador eterno” y que, en su ausencia, han optado por salvarse a sí mismos (“Duelo”); en la “nueva clase de burgueses” (“Burgueses”); en el funcionariado que no da la cara, no explica, no informa, y sobre todo no acompaña a la gente (“Servicios”); en la actitud de quienes, en lugar de defender la fortaleza, están en realidad saqueándola, y en el silencio frente al saqueo, porque “en fortaleza asediada cualquier disidencia es traición” (“Fortaleza asediada”); en la mala fe de los intelectuales que alguna vez militaron en el chavismo, y que luego se apresuraban a declarar el “fracaso” de la revolución bolivariana (“Mala fe”).

En la impotencia de los indignados (“Cómo es posible”); en el muy conveniente “olvido” de que, además de nacional y popular, Chávez era un político de izquierda (“Izquierda”); en quienes ven “traidores y enemigos” en cualquier migrante venezolano (“Marchar, marcharse”); en quienes optan por una “defensa acrítica del Gobierno” (“Gobierno”). Hecho el examen, inevitablemente parcial, de lo que somos, fue relativamente sencillo concluir que, asumiéndonos como parte de una fuerza política atravesada por fuertes tensiones, era mucho lo que habíamos cambiado; que no era en lo absoluto cierto que habíamos sido capaces de superar, indemnes, aquellos traumas; que estos habían dejado una huella profunda en “el alma popular”, y que esta estaba mutando (“Presente y futuro”).

La potencia de la memoria

Irónicamente, el mismo libro al que había recurrido en enero de 2019 para denunciar la ofensiva y las pretensiones de los capitalistas del desastre, nos ofrece hoy un retrato del clima preponderante en 2006, particularmente en Latinoamérica, cuando aquellas mismas fuerzas se encontraban a la defensiva y, en algunos casos, en franca retirada. Por mucho que, dieciséis años Re-flexionando. Silvia Cano Juan: La doctrina del shock y el capitalismo del desastre. Análisis de la obra de Naomi Klein.después, aquella nos parezca una realidad ajena, extraña, irrepetible, la clave está en no ceder a la tentación de la nostalgia. Lo que narra Naomi Klein en el último capítulo de “La doctrina del shock” no debe ser leído como aquello que fuimos capaces de ser, sino fundamentalmente como aquello que, en buena medida, aún define lo que somos, incluso si, por instantes, llega a parecernos inconcebibles.

Por las razones que acabo de exponer, permítaseme hacer un apretado, y sin embargo extenso resumen de lo allí planteado. Klein comienza por recordarnos que en aquel momento lo que predominaba era “una pérdida de fe generalizada en la promesa central del libre mercado”, entendiendo por tal la caricatura que del mercado ha difundido la prédica neoliberal: “que el aumento de riqueza revertirá en todos”.

“En sus treinta y cinco años de historia, el programa de la Escuela de Chicago ha prosperado a través de la estrecha cooperación de poderosos empresarios, cruzados ideológicos y líderes políticos autoritarios. En 2006 muchas figuras clave de cada uno de estos tres campos estaban o bien en la cárcel o bien siendo juzgadas”. Había tenido lugar “un giro radical del mito de la creación neoliberal”. Si bien la “cruzada” neoliberal había conseguido revestirse de “una capa de respetabilidad y legalidad conforme progresó”, esa misma capa “estaba siendo levantada de forma muy pública, revelando debajo un sistema de enormes diferencias de riqueza que a menudo se habían forzado con la ayuda de medios groseramente criminales”.

Los “efectos de los shocks” habían sido cruciales “para crear la ilusión de un consenso ideológico, pero aquellos efectos “estaban empezando a desgastarse”. En buena medida, la eficacia de los shocks radica en su capacidad de persuadirnos de que serán permanentes, pero “la conmoción, por su propia naturaleza, es un estado transitorio”. En aquel entonces, muchos pueblos del mundo habían asumido que “el estado de shock había pasado por fin”, habían recuperado “el equilibrio, el valor y la confianza”, y estaban “dispuestos de nuevo a luchar por la igualdad económica y social”. Finalmente, habían comenzado a sacudirse el “miedo colectivo”. En este punto, Klein pasaba a centrar su atención en lo que estaba aconteciendo en América Latina.

“En buena medida, la eficacia de los shocks radica en su capacidad de persuadirnos de que serán permanentes, pero “la conmoción, por su propia naturaleza, es un estado transitorio”

Refiriéndose a la altísima valoración de la democracia que hacían los pueblos de Uruguay y Venezuela, según los resultados de cierta encuesta, Klein concluía: “En otras palabras, en los dos Estados latinoamericanos donde los resultados electorales supusieron un desafío real al Consenso de Washington, los ciudadanos han renovado su fe en el poder de la democracia de mejorar sus vidas.

En marcado contraste con este entusiasmo, en países donde las políticas económicas no han cambiado a pesar de las promesas hechas durante las campañas, las encuestas muestran de manera consistente una erosión de la fe en la democracia, que se refleja en unos niveles de abstención cada vez más altos, en un profundo cinismo hacia los políticos”. Estas últimas líneas pueden leerse como un eco de lo que ocurre actualmente en Venezuela. Pero sigamos con Klein: “En América Latina, primer laboratorio de la Escuela de Chicago, la reacción contra el neoliberalismo “no está dirigida contra los débiles o vulnerables, sino que apunta directamente contra la ideología que es la base de la exclusión económica”.

Identificaba “un irreprimible entusiasmo por probar ideas que fueron subvertidas en el pasado”. Eso que fue subvertido en el pasado fueron los experimentos de “socialismo democrático, entendiendo como tal no solo los partidos socialistas que alcanzaban el poder a través de elecciones libres, sino también las empresas y tierras dirigidas de forma democrática”, algo que “había funcionado en muchas regiones”.

El socialismo democrático había logrado erigirse como una “tercera vía: no comunismo de Estado [y agregaría: no la descafeinada “tercera vía” de Tony Blair, en Reino Unido], sino mercados que coexisten con la nacionalización de bancos y minas, utilizando el dinero que estos daban para construir barrios residenciales dignos y buenas escuelas. Era una democracia tanto económica como política”. El inconfesable “secreto” del neoliberalismo “es que estas ideas jamás fueron derrotadas en el campo de batalla de las ideas, ni tampoco fueron abandonadas por los ciudadanos en las elecciones.

Fueron expulsadas a base de shocks aplicados en momentos políticos clave […]. Precisamente porque el sueño de igualdad económica es muy popular y, por tanto, muy difícil de derrotar en una lucha justa, es por lo que se adoptó en un principio la doctrina del shock”. Por eso, en Chile, fue aplastado a sangre y fuego el experimento socialista de Salvador Allende, aquel nefasto 11 de septiembre en 1973. “Los latinoamericanos de hoy están retomando el proyecto que fue brutalmente interrumpido hace tantos años. Muchas de las políticas que plantean nos resultan familiares: nacionalización de sectores clave de la economía, reforma agraria, grandes inversiones en educación, alfabetización y sanidad” ⁶.

Sobre los movimientos populares latinoamericanos, Klein destaca que lo “más sorprendente es la aguda conciencia de que es necesario protegerse de los shocks del pasado: los golpes, los terapeutas del shock extranjeros, los torturadores formados en Estados Unidos, así como también del shock de las deudas y de las devaluaciones de los años ochenta y noventa”. Adicionalmente, a su juicio, “están aprendiendo a construir amortiguadores para los shocks en los modelos de organización que proponen.

Son, por ejemplo, mucho menos centralistas que en la década de 1970, lo que hace más difícil desmovilizar todo un movimiento eliminando a unos pocos líderes”. Sobre la Revolución Bolivariana, afirma: “A pesar del sobrecogedor culto a la personalidad que rodea a Chávez y de sus intentos de centralizar el poder a nivel del Estado, las redes progresistas en Venezuela están a la vez muy descentralizadas, con el poder residente en las comunidades mediante miles de consejos de barrio y cooperativas […].

Este enfoque de red es lo que permitió a Chávez sobrevivir al intento de golpe de Estado de 2002: cuando su revolución se vio amenazada, sus seguidores bajaron en masa de los barrios pobres que rodean Caracas para exigir su vuelta al poder, un tipo de movilización popular que no sucedió durante los golpes de los años setenta”. En realidad, si millones de venezolanos y venezolanas nos movilizamos para restituir a Chávez en el poder, es porque lo que estaba en juego era nuestra revolución, y no solo la de Chávez. Pero continuemos. Klein destacaba, correctamente, que Chávez había hecho de estas redes descentralizadas un asunto de “primer orden”, dándoles derecho a optar primero a los contratos del gobierno y ofreciéndoles incentivos económicos para que comercien entre ellas […].

Es la lógica opuesta a la privatización de los servicios del gobierno. En lugar de subastar fragmentos del Estado entre las grandes empresas y perder el control democrático sobre ellas, la gente que usa los recursos recibe también el poder para gestionarlos, creando, al menos en teoría, tanto puestos de trabajo para gestionarlos, como servicios públicos más eficientes”.

Cerraba su repaso de la escena regional con las siguientes palabras: “Es lógico que la revuelta contra el neoliberalismo se encuentre en sus fases más avanzadas en Latinoamérica. Puesto que fueron los primeros en someterse al […] shock de laboratorio económico y político, los latinoamericanos han tenido más tiempo para recuperarse y reorganizarse. Los años de protestas en las calles han dado luz a nuevas agrupaciones políticas, y finalmente han logrado reforzarse, no para tomar el poder, sino para empezar a cambiar las estructuras de poder del Estado”.

En las últimas páginas de su libro, Klein se detiene en la descripción de los mecanismos de la doctrina del shock, y en la manera de neutralizarlos y sobreponerse a sus efectos: “Cualquier estrategia basada en la explotación de la ventana de oportunidades que surge a raíz de un shock traumático descansa en gran medida en el elemento sorpresa. Un estado de shock, por definición, es un momento en el que se produce una pausa entre acontecimientos que se están sucediendo a gran velocidad y la información existente acerca de ellos […]. Sin una historia, somos inmensamente vulnerables frente a aquellos dispuestos a aprovecharse del caos para su propio beneficio; muchos de nosotros fuimos vulnerables después de aquel 11 de septiembre [de 2001, en Estados Unidos].

La doctrina del shock», Naomi Klein | Otras (re)lecturasTan pronto como disponemos de una nueva historia, una nueva forma de entender la realidad, que nos ofrece una perspectiva acerca de esos brutales acontecimientos, recuperamos nuestro sentido de la orientación y el mundo vuelve a ser comprensible”. Es decir, resulta fundamental construir colectivamente un relato riguroso, convincente, coherente, consistente, que nos haga inteligible la realidad. Justo a esto me refería en aquel artículo publicado en Telesur, a propósito de las falencias de nuestros marcos interpretativos.

“Una vez se descubren y se entienden los mecanismos de la doctrina del shock, profunda y colectivamente, es más difícil atacar por sorpresa a las comunidades como un todo, resulta más complicado confundirlas: se vuelven resistentes al shock”. Si bien es cierto que “los terapeutas del shock se esmeran por borrar la memoria”, es igualmente cierto que “es posible crear nuevas narrativas. La memoria, individual y colectiva, es la respuesta más potente frente al shock”.

“Sin una historia, somos inmensamente vulnerables frente a aquellos dispuestos a aprovecharse del caos para su propio beneficio”

El libro termina con algunos notables ejemplos de comunidades afectadas por un evento traumático que, no obstante, no reaccionaron con “regresión”. “A veces, frente a una crisis, crecemos “. Todos estos ejemplos de colaboración popular en la reconstrucción de un territorio afectado por la guerra o el desastre siguen un mismo hilo conductor: la gente afirma que no solo se trata de reconstruir sus casas, sino también de curar sus heridas psíquicas, su trauma personal. Es perfectamente lógico.

La experiencia universal de sufrir un gran shock se resume en el sentimiento de absoluto desamparo. Frente a fuerzas de incalculable potencia, los padres son incapaces de defender o salvar a sus hijos, los cónyuges se pierden el uno al otro, y los hogares, el lugar de protección por antonomasia, se convierten en trampas mortales. La mejor forma de superar esa indefensión consiste en ayudar, en tener derecho a formar parte de un proceso de recuperación colectivo […].

Los esfuerzos de reconstrucción aquí descritos representan la antítesis del complejo ethos del capitalismo del desastre, con su búsqueda perpetua de la tabla rasa y las páginas en blanco sobre las cuales diseñar nuevos modelos de Estado. Como las cooperativas agrícolas e industriales latinoamericanas, son por naturaleza fruto de la improvisación, y emplean las herramientas oxidadas que están a mano, que no estén rotas, que no hayan desaparecido, en suma […].

No se proponen hacer borrón y cuenta nueva, sino más bien hacer acopio de todos los errores, los restos, los escombros y las ruinas y reconstruir todo a partir de ellos”. Estos hombres y mujeres, “arraigados en las comunidades en las que viven […], se consideran meros reparadores, tomando lo que encuentran y arreglándolo, reforzándolo, haciéndolo mejor y más equitativo. Sobre todo, hacen acopio de resiliencia. Para cuando llegué el próximo shock” ⁹. Un espíritu muy similar me animaba cuando escribí “Con gente como esta”, el primer texto de este libro: rendir tributo a esos hombres y mujeres.

El pasado todavía no ha ocurrido

En abril de 2020, apenas dos meses antes de redactar “Comenzar de nuevo”, el texto que cierra este libro, me encontraba inmerso en el trabajo de “Cuarentena”, leyendo a raudales y tomando notas. Fue entonces cuando leí por primera vez un libro que considero fundamental para comprender el signo de nuestros tiempos: “Realismo capitalista”, de Mark Fisher¹⁰. En mi primera y única incursión en YouTube quise dar cuenta parcial de aquel descubrimiento ¹¹.

Es cierto que “Realismo capitalista” fue escrito en Reino Unido, es decir, en un país ubicado en lo que Fernand Braudel definía como una “zona intermedia” alrededor del “pivote central” de la economía-mundo capitalista, lugar que todavía ocupa Estados Unidos, aunque todo parece indicar que más temprano que tarde será desplazado por China. Venezuela, en cambio, está situada en una de las “zonas marginales”, caracterizadas por su condición de “subordinadas y dependientes, más que participantes”, y en las cuales “la vida de los hombres evoca a menudo el purgatorio, cuando no el infierno”.¹²

Tal circunstancia determina, inevitablemente, que algunas de las cuestiones sobre las que reflexiona Fisher nos resulten poco familiares, aun cuando estas terminen afectándonos en mayor o menor grado, como aquellos pasajes en los que explica el profundo impacto que, para el país europeo, supuso la ascensión del posfordismo. Pero más allá de lo geográfico y sus implicaciones económicas, circunstancias de otra naturaleza, relativas al tiempo histórico, hubieran podido hacer del libro de Fisher, en caso de haberlo leído en 2009, cuando fue publicado, un documento inasible, que nos hablaba de una realidad tan distinta a la nuestra que casi hubiéramos podido concluir que vivíamos en mundos paralelos.

De alguna forma así era: aquel final de década, quizá como nunca antes en su historia, la vida de las mayorías populares venezolanas estaba muy lejos de evocar el infierno, aunque fueran muy conscientes de que tampoco vivían en el paraíso, y para seguir con las metáforas de Braudel. En lugar de haber sido cancelado, el futuro aguardaba como una promesa. Frente a nosotros, el horizonte se ensanchaba, pleno de posibilidades. Florentino no solo había sido capaz de derrotar al diablo, sino que lo retaba a nuevos contrapunteos. T

odavía se escuchaba el eco, fuerte y claro, de las palabras de Chávez ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en septiembre de 2006: “Ayer el diablo estuvo aquí, huele a azufre todavía”, refiriéndose al mandatario estadounidense, George W. Bush. Dos años más tarde, y aunque pueda parecer una anécdota intrascendente, Venezuela ostentaba el récord Guinness como el país más feliz del mundo. Las mayorías rebosaban confianza y dignidad: el país sería capaz de dejar atrás su condición subordinada y dependiente.

Todavía en 2013, Venezuela ofrecía un fuerte contraste respecto de lo ocurría en buena parte del planeta. Un brevísimo y sentido texto de Jorge Riechmann, escrito a propósito de la desaparición física de Chávez, testimonia lo que aquí afirmo: “Las estrategias de huida hacia adelante que está practicando la plutocracia que nos gobierna no tienen futuro –y nos privan de futuro. Vaciar de contenido la democracia, destruir los sistemas de protección social, reforzar aún más la dominación del capital sobre el trabajo, explotar los recursos naturales como si fuesen infinitos o ahondar en un modelo energético radicalmente insostenible nos acercan a abismos de sufrimiento humano que las mayorías sociales aún no calibran.

Todo indica que el siglo XXI será terrible”. No obstante, continuaba Riechmann, “en esta dificilísima tesitura, las esperanzas donde podemos hacer pie nacen sobre todo en América Latina. El socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez y sus compañeros, el neozapatismo mejicano, el Buen Vivir (sumak kawsay, suma qamaña) de las comunidades andinas, son sendas practicables hacia otras formas de vida humana donde ‘libertad’ o ‘sostenibilidad’ no sean las palabras hueras en que se han convertido estos términos dentro de los discursos dominantes”.

Concluía: “Visité Venezuela el pasado verano, en una estancia de varias semanas. Por primera vez en mi vida, me encontré en una situación en la cual uno ¡podía estar a favor del gobierno! Resultaba algo tan insólito, una anomalía histórica de tal calibre, que uno no acababa de estar descolocado. ¿Recuerdan ustedes aquello que decía el poeta: ¿Que es una patria, amigo? Es un país con justicia. Bueno, la República Bolivariana de Venezuela no es todavía un país con justicia, pero en los últimos años se había puesto en camino hacia ello. Ojalá pueda seguir caminando ese camino, ahora que falta Hugo Chávez”.¹³

Ciertamente, todavía no era un país con justicia: en la presentación del que sería su programa de gobierno para el período 2013-2019, el mismo Chávez había advertido: “No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista”. Aquel era un “programa de transición al socialismo y de radicalización de la democracia participativa y protagónica”. Puntualizaba: “el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo interno entre nosotros” ¹⁴.

El 20 de octubre de 2012, reunido con su consejo de ministros pocos días después de haber sido reelecto como presidente, Chávez ofrecería el último de sus grandes discursos programáticos, más tarde conocido como “Golpe de timón”. El hilo transversal de su reflexión pública, que se extendió durante más de tres horas, volvió a ser el de la transición al socialismo, con especial énfasis en los innumerables obstáculos que habría que sortear ¹⁵.

En la presentación del que sería su programa de gobierno para el período 2013-2019, el mismo Chávez había advertido: “No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista”

Muchas cosas habían cambiado en 2020. El estado de resignación inducido por la idea de inevitabilidad, de que no tenemos otra alternativa que aprender a lidiar con el estado de cosas, a la que me refería antes, hacía que la definición misma de “realismo capitalista” adquiriera aires de renovada familiaridad: “la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginar una alternativa” ¹⁶. El presente descrito por Fisher nos había alcanzado.

En un texto de 2016, el borrador de la introducción de su libro inconcluso “Comunismo ácido”, y en coincidencia con Naomi Klein, Fisher afirmaba: “Si hubo un acontecimiento fundador del realismo capitalista, se trató de la violenta demolición del gobierno de Salvador Allende en Chile por parte del golpe del General Pinochet, apoyado por los Estados Unidos. Allende estaba experimentando con una forma de socialismo democrático que ofrecía una alternativa real tanto al capitalismo como al estalinismo.

La destrucción militar de la presidencia de Allende, y las encarcelaciones y torturas masivas que vendrían después, son apenas el ejemplo más violento y dramático de los esfuerzos del capitalismo para aparecer como el único modo ‘realista’ de organizar la sociedad. En Chile no solo se terminó con una nueva forma de socialismo; el país, además, se transformó en un laboratorio en el que se ensayaron las medidas que luego se lanzarían en otros centros del neoliberalismo (desregulación financiera, apertura de la economía al capital extranjero, privatización). En países como los Estados Unidos y el Reino Unido, la implementación del realismo capitalista fue mucho más gradual y, además de la represión, incluyó incentivos y tentaciones.

Pero el efecto final fue el mismo: extirpar la idea de un socialismo democrático o un comunismo libertario ¹⁷. Pero esta notable coincidencia no es lo más importante. Lo que encuentro más sugerente en Mark Fisher es su voluntad de redoblar la apuesta de Naomi Klein: no se trataría sólo de recuperar la memoria individual y colectiva, creando nuevas narrativas, sino de asumir que “el pasado todavía no ha ocurrido”, que “constantemente hay que volver a narrar el pasado”, precisamente porque “el objetivo político de los relatos reaccionarios es sofocar los potenciales que aún esperan en él, listos para ser despertados otra vez” ¹⁸.

Sofocar los potenciales que aún esperan en el pasado: está sola idea ya es extraordinariamente potente. ¿Qué otra cosa es el relato antichavista sino una gigantesca y pertinaz empresa por sofocar los potenciales que aún anidan en aquel momento histórico en que el socialismo apenas había comenzado a caminar entre nosotros? Con el propósito de privarnos de futuro, como diría Riechmann, el antichavismo forjó un eficaz relato cuyo punto de partida fue suprimir el pasado, narrándolo a conveniencia.

Súbitamente desapareció de la escena el gran problema estratégico que nos planteábamos entonces: el de la transición al socialismo. Según aquel relato, el socialismo no solo habría continuado su camino, sino que habría terminado por prevalecer, conduciéndonos a una tragedia casi inenarrable, a un insondable abismo de privaciones materiales y espirituales, a una pesadilla de la que no logramos despertar. Luego, en el presente, y como por supuesto es inconcebible plantearse una alternativa distinta del capitalismo, este relato nos satura con postales del apocalipsis y numerosos ejemplos de las que ya quisiera fueran todas profecías autocumplidas.

La eficacia de este relato, que sin lugar a dudas ha prendido en el sentido común, es que, al menos en principio, exime al antichavismo de cualquier responsabilidad: en el presente, en la medida en que se limita a asumir el papel de víctima; de rendir cuentas sobre todo lo que hizo y continúa haciendo para que las potencialidades del pasado (construir un país con justicia) no se realicen; y de plantear una propuesta de cara al futuro.

En tanto que lo único que tiene para ofrecer es más neoliberalismo, el futuro de las mayorías populares se vería constreñido a un tiempo por venir cuya única diferencia respecto del presente estribaría en que, habiendo retomado el control del Estado, el antichavismo podría ejercer a sus anchas el rol de victimario. Más que realmente futuro, pura y simple reducción al absurdo.

Fisher se interroga: “¿Y si el éxito del neoliberalismo no fuera la demostración de la inevitabilidad del capitalismo, sino un testamento de la magnitud de la amenaza planteada por el fantasma de una sociedad que podía ser libre?” ¹⁹. En nuestro caso, tendríamos que comenzar por asumir que el ruinoso estado de cosas en el presente es consecuencia de la conjura del peligro que representaba el espectro de un país con justicia. Para estar en posición de ser portavoces de una política con futuro tendríamos que asumir, igualmente, que el socialismo del siglo XXI, más que una cosa del pasado, es el pasado que todavía no ha ocurrido, y que por tanto corresponde volver a narrarlo.

Volver a narrarlo significa asumir que el actual estado de cosas no guarda relación alguna con el socialismo, ni siquiera con el socialismo del siglo XX, sino que es capitalismo real puro y duro, y que lo que terminó prevaleciendo, a despecho del relato antichavista, fue el realismo capitalista retratado por Fisher; significa, insisto, asumir que el socialismo apenas había comenzado a implantarse entre nosotros, que estábamos en transición hacia, pero en algún punto esa trayectoria se vio interrumpida. Como lo he planteado en otra parte, “en lo absoluto puede considerarse a la revolución bolivariana como un proyecto fracasado, sino como un proyecto inacabado” ²⁰.

Notas

 

  1. Reinaldo Iturriza López. El experimento venezolano. Telesur, 27 de enero de 2019.
  2. Naomi Klein. La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós Ibérica. Barcelona, España. 2007.
  3. Reinaldo Iturriza López. Venezuela y el “capitalismo del desastre”. Telesur, 31 de enero de 2019.
  4. Reinaldo Iturriza López. Venezuela: de furibundos y simulacros. Telesur, 5 de mayo de 2019
  5. Naomi Klein. La doctrina del shock. Op. Cit. Págs. 579-581.
  6. Ibťd. Págs. 591-595.
  7. Ibťd. Págs. 595-602.
  8. Mark Fisher. Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Caja Negra Editora. Buenos Aires, Argentina. 2016.
  9. Reinaldo Iturriza. (22 de abril de 2020). La pandemia y el realismo capitalista. [Archivo de video]. YouTube. https://youtu.be/pR7E4GIRs0A Entonces comentaba: “La primera semana de cuarentena veíamos en casa la película ‘Niños del hombre’, de Alfonso Cuarón, que transcurre en una Londres distópica, en el año 2027. En la película, la propagación de cierto virus, sobre el que no tenemos mayores noticias, ha impedido la concepción de nuevos seres humanos durante los últimos veinte años. Entre otros detalles que saltan a la vista, podemos ver terribles imágenes de inmigrantes encerrados en jaulas, además en pleno espacio público. Pero ¿es realmente una película distópica o, como sucede con las mejores obras de ficción, nos habla menos de un futuro improbable que de una realidad presente que exige cambios radicales? En nuestro tiempo presente, un virus ataca con particular saña no a niños y niñas, sino a las personas de la tercera edad. Y aquellas escenas de inmigrantes enjaulados nos recuerdan a las jaulas en territorio estadounidense, en las que encierran a los migrantes provenientes de Centroamérica, separando, por cierto, a niños y niñas de sus padres y madres. También nos recuerdan a los campos de refugiados en la civilizada Europa. Comentando esta misma película, Mark Fisher definía el concepto de ‘realismo capitalista’. Fisher se refería a ese sentido común, tan arraigado en nuestro tiempo, según el cual el capitalismo es el único sistema político y económico viable, resultandos imposible imaginar una alternativa coherente. El punto es que, si suscribimos este sentido común, solo es posible imaginar el apocalipsis. Y frente al apocalipsis, como es bien sabido, solo cabe el sálvese quien pueda. No es necesario apelar a las obras de ficción para imaginar el apocalipsis como única realidad concebible. Pongamos un solo ejemplo: a finales de enero, es decir, un mes y medio antes de los primeros casos confirmados de COVID-19, la Federación Médica Venezolana hizo público un comunicado en el que declaraba la inminencia de un ‘holocausto de la salud’ y vaticinaba ‘una verdadera masacre epidemiológica que nos pudiera llevar al exterminio’ en Venezuela. Como quiera que la terca realidad describe una situación muy distinta del panorama catastrofista de la Federación Médica Venezolana, es oportuno rescatar algo que advertía recientemente Claudio Katz: es inconveniente apuntalar ‘discursos que potencian el susto, la inacción o la impotencia. Los mensajes formalmente realistas de un próximo colapso son contraproducentes si intensifican el pesimismo. Esa desazón aumenta con los presagios de totalitarismo o inexorable triunfo de la «doctrina del shock», que se propagan previendo mayores sufrimientos de la población y posteriores recomposiciones del statu quo. Esas miradas omiten que la conmoción actual también genera oportunidades para un gran cambio’. Un cambio radical es lo que exige nuestro tiempo presente. No perdamos eso de vista”.
  10. Fernand Braudel. La dinámica del capitalismo. Fondo de Cultura Económica. México. 2014. Págs. 88-89.
  11. Jorge Riechmann. La insólita anomalía de poder estar a favor del gobierno. Público, 6 de marzo de 2013.
  12. Propuesta del Candidato de la Patria, comandante Hugo Chávez, para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019 (Plan de la Patria 2013-2019). Comando de Campaña Carabobo. Caracas, Venezuela. 11 de junio de 2012. Pág. 2.
  13. Hugo Chávez Frías. Intervención durante reunión del Consejo de ministros. Todo Chávez en la Web. Instituto de Altos Estudios del Pensamiento del comandante Hugo Chávez. Caracas, Venezuela. 20 de octubre de 2012.
  14. Mark Fisher. Realismo capitalista. Op. Cit. Pág. 22.
  15. Mark Fisher. Comunismo ácido. Introducción inconclusa, en: K-Punk. Volumen 3. Escritos reunidos e inéditos. Caja Negra Editora. Buenos Aires, Argentina. 2021. Pág. 125.
  16. Ibťd. Pág. 129.

Mural Simon Bolivar

 

Segunda parte

Si el antichavismo de elites se juega la vida en el empeño por espantar el fantasma de un país con justicia, el chavismo con arrestos revolucionarios tendría que hacer justo lo contrario. Tendríamos, por tanto, que hacer un poco de “hauntología”, tal y como la definía Fisher, aún si esto implica aprender a lidiar, inevitablemente, con cierta melancolía:

“En términos de Freud, tanto el duelo como la melancolía tienen que ver con la pérdida. Pero mientras el duelo es la lenta y dolorosa retirada de la libido del objeto perdido, en la melancolía la libido aparece unida a lo que ha desaparecido […]. La hauntología puede ser construida entonces como un duelo fallido. Se trata de negarse a dejar ir al fantasma o –lo que a veces es lo mismo– de la negación del fantasma a abandonarnos”. El espectro de un país con justicia “no nos permitirá acomodarnos en las mediocres satisfacciones que podemos cosechar en un mundo gobernado por el realismo capitalista”.¹

Bienvenido sea entre nosotros el espectro. Uno de los textos de este libro, “Duelo”, puede ser leído como un ejercicio de hauntología. Sólo ahora puedo comprender por qué me resultó tan difícil escribirlo, por qué tuve que comenzar, borrar y recomenzar de nuevo, una y otra vez: estaba dándome de bruces con la melancolía. Tras la desaparición física de Chávez, lo que no debe permanecer entre nosotros es la figura mitificada. No se trata de olvidar a Chávez, el hombre de carne y hueso a fin de cuentas inolvidable, sino al mito que nos hace olvidarnos de nosotros mismos. Chávez como el fantasma que se niega a abandonarnos. Duelo fallido, que no quiere serlo, porque no deseamos acomodarnos a la realidad, sino cambiarla; como invocación de los fantasmas que nos acompañarán a rebelarnos. “Algo similar al duelo, pero no exactamente”, escribía en Radiografía sentimental del chavismo. El último texto, Comenzar de nuevo, es también un ejercicio de hauntología: “Porque hoy no estamos todos los que somos. Una parte pareciera haber desaparecido de nuevo. Hay una parte de nosotros que ha vuelto a ser invisible. Y nos perturba pensar en lo intolerable que puede resultar para una parte de eso que somos, ser invisibles una vez más”. Son líneas cargadas de cierta melancolía, pero de una que “consiste en la negación a ajustarse a lo que las condiciones actuales llaman ‘realidad’, incluso si el costo de esa negación es que te sientas como un paria en tu propio tiempo”². Como ha escrito Daniel Bensaïd: “Cuando la resignación y la melancolía suceden al éxtasis del acontecimiento, cuando el aburrimiento se insinúa en el amor acostumbrado, se impone el imperioso deber de ‘no adaptarse a esos momentos de fatiga’”³. Frente a la realidad fatigosa que nos invita a la resignación, oponer “una melancolía que no ignora el doloroso divorcio entre lo probable y lo posible, pero que se aferra a superarse, a pesar de todo, con y contra todo”; una melancolía que “ante la firme certeza de la incertidumbre, afronta el peso de la duda, sin poder librarse de ella. La esperanza no va entonces sin una dosis asumida de pesimismo”⁴.

¿Invocar los espectros de un país con justicia, de un Chávez desmitificado, del socialismo del siglo XX, asumirnos como hombres y mujeres en duelo fallido, implica abandonarnos a la nostalgia? Según Fisher, “la pregunta debería ser: ¿nostalgia de qué? Es raro tener que aclarar que comparar el presente de un modo desfavorable con el pasado no es algo automáticamente nostálgico o culposo […]. Es la tendencia a sobreestimar falsamente el pasado la que provoca que la nostalgia sea mayor”. En nuestro caso, muy por el contrario, lo que estamos subestimando es el pasado, sobre el que pesa “una mitificación monstruosa”, llevada a cabo por el relato antichavista. “A la inversa, nos vemos inducidos a sobrestimar falsamente el presente; y aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a que le vendan ese mismo pasado una y otra vez, indefinidamente”⁵. Lo que debemos ser capaces de comprender es por qué terminó prevaleciendo esta subestimación del pasado. Si bien aquellos años en que nos habíamos puesto en camino de construir un país con justicia fueron mucho mejores “de lo que el neoliberalismo hoy quiere que recordemos, debemos reconocer que la distopía capitalista […] no es algo que simplemente nos impusieron, sino que fue construida a partir de nuestros propios deseos capturados”⁶. Así, por ejemplo, me atrevería a afirmar que fue capturado nuestro deseo de vivir en un país con una robusta economía de mercado. Tan hondo ha calado el relato antichavista que una afirmación tal hoy podría ser considerada un anatema. Pero, ¿realmente son incompatibles el socialismo del siglo XXI y la economía de mercado? En lo absoluto, siempre y cuando nos desmarquemos del relato neoliberal y volvamos a Fernand Braudel.

En Impensar las ciencias sociales,  Immanuel  Wallerstein  hacía un brillante resumen de  lo  expuesto  por  Braudel  en  su  monumental Civilización material, economía y capitalismo. Vayamos a lo básico: “Braudel comienza haciendo una analogía con una casa de tres pisos: la planta baja, que representa la vida material ‘en el sentido de una economía muy elemental’ […]; el segundo piso que suele llamar ‘vida económica’; y el tercer piso o azotea, al que designa como el ‘capitalismo’ o a veces el ‘capitalismo verdadero’”. Esta “vida económica” comprende lo que Braudel entiende por economía de mercado. El capitalismo, en cambio, y en sentido estricto, sería un “contramercado”.

Pero sigamos con Wallerstein: “Empieza por distinguir la vida económica desde la planta baja. Con la vida económica ‘saldremos de la rutina, de lo cotidiano inconsciente’ de la vida material. A pesar de esto estaba involucrada en ‘regularidades’, pero estas se derivaban de procesos de mercado que ayudaban a organizar y reproducir una división ‘activa y consciente’ del trabajo […]. Por lo tanto el mundo de estos mercados era uno ‘donde cada uno puede saber anticipadamente, instruido por la experiencia común, cómo se desarrollarán los procesos de intercambio’ […]. De modo que una actividad abierta, consciente de sí misma, distinguía la vida económica de la vida material, el dominio del consumo y de la producción para el consumo inmediato […]. La economía de mercado era un mundo de realidades claras, ‘transparentes’, y fue con base en los ‘procesos fáciles de captar’ que ocurrían dentro de ellas como se fundamentó originalmente el lenguaje de la ciencia económica. Encima y debajo del mercado, en cambio, las zonas eran ‘sombrías’ u opacas. La zona inferior, la de la vida material, ‘con frecuencia es difícil de observar por la falta de documentación histórica’. Su opacidad radica en la dificultad que tiene el analista para observarla. La zona de encima, por otra parte, la zona del capitalismo, también era opaca, pero ahora porque los capitalistas así lo deseaban. Era la zona donde ‘grupos de actores privilegiados se introducían en circuitos y cálculos que el común de los mortales ignora’. Practicaban ‘un arte sofisticado, abierto, como mucho, a unos cuantos privilegiados’. Sin esta zona ‘por encima de la claridad de la economía de mercado’, la existencia del capitalismo, es decir, del ‘dominio por excelencia del capitalismo’ era inconcebible […]. La zona de mercado […] era una zona de ‘exiguos beneficios […] que no parece odiosa’. Las actividades ‘apenas se destacan del trabajo ordinario’. Qué diferente era del capitalismo real ‘con sus redes poderosas y sus juegos que parecen diabólicos al común de los mortales” […], la zona de ‘beneficios excepcionales’ […]. El mercado viene a ser una liberación, una apertura, el acceso a otro mundo. Es vivir de puertas hacia afuera’ […]. En un principio, el contra- mercado prosperaba particularmente en el comercio sobre largas distancias. Sin embargo, no era la distancia per se la que explicaba las altas ganancias. ‘La superioridad indiscutible del comercio a distancia, radica en la concentración que permite, y que hace de este un motor sin igual para la reproducción y rápido aumento del capital’ […]. Braudel define la vida económica como aquellas actividades que son en realidad competitivas. El capitalismo se define como la zona de concentración, la zona de un grado relativamente alto de monopolización, es decir, el contramercado […]. La zona de la economía de mercado era una zona de ‘comunicaciones horizontales entre los diferentes mercados […]: cierto automatismo enlaza oferta ordinaria, demanda y precios’ […]. La zona del capitalismo era en esencia distinta. ‘Los monopolios son asunto de fuerza, de astucia, de inteligencia’ […]. Pero más que nada de poder”⁷.

En este punto es preciso hacer una pausa. Una pausa para dejar por sentado, de una vez, que la apuesta estratégica inherente a la idea-fuerza de socialismo del siglo XXI jamás significó algo siquiera parecido a un improbable “retorno” a las formaciones sociales precapitalistas, una suerte de “vuelta” a aquellos tiempos idílicos en que la “vida económica” florecía y la humanidad había logrado conjurar la concentración de capital y, por tanto, la aparición de los primeros monopolios. Tampoco significó estatizar por completo la actividad económica, nacionalizando compulsivamente, ni perseguir hasta eliminar de cuajo la iniciativa privada, ni desconocer el derecho de propiedad, expropiando a diestra y siniestra, ni edificar un régimen totalitario que ejerciera el control de la población mediante la administración de la escasez, como dicta el relato antichavista. Muy por el contrario, aquella fue siempre una apuesta por demás “realista”, pero no en el sentido, por supuesto, del realismo capitalista, y tampoco en cualquier sentido que pueda asociarse a las experiencias de “socialismo real”. Fue “realista” en tanto que, en efecto, ya entonces estaban dadas las condiciones históricas para que la sociedad venezolana se planteara el problema de cómo transformar su realidad, modificando, entre otras cosas, una estructura económica caracterizada por la subordinación y la dependencia. Fue “realista” en el sentido de que nunca implicó hacer tabla rasa, decretando el fin de los monopolios y, más allá, procediendo al exterminio de los agentes capitalistas, sino comenzar a construir algo digno de llamarse economía de mercado, una esfera de la que millones de seres humanos habían sido simplemente expulsados. Fue “realista”, igualmente, en la medida en que significó una apuesta por la recuperación del papel del Estado como reglamentador de la vida económica, lo que pasaba, entre otros asuntos, por ir sentando las bases, de manera progresiva, para que fuera posible la coexistencia entre distintas formas de propiedad, con especial énfasis en la propiedad social. En suma, fue “realista” porque a la fuerza, la astucia y la inteligencia de los monopolios, oponía la fuerza, la astucia y la inteligencia del Estado y del pueblo organizado⁸.

El tema de la fuerza, es decir, del poder, escribía Wallerstein, “nos lleva a la función del Estado. Braudel señala dos puntos a este respecto: uno referente al Estado como reglamentador, otro referente al Estado como garante, y su planteamiento es paradójico. Como reglamentador, el Estado cuida la libertad; como garante, la destruye. Su lógica es la siguiente: el Estado como reglamentador implica el control de precios. La ideología de la libre empresa, una ideología al servicio de los monopolistas, siempre ha atacado las múltiples formas de control de precios por parte de los gobiernos, pero para Braudel el control de precios aseguraba la competencia: ‘El control de precios, argumento esencial para negar la aparición antes del siglo XIX del «verdadero» mercado autorregulador, ha existido en todo tiempo y aún hoy. Pero, en lo que respecta al mundo preindustrial, sería un error pensar que las tarifas de los mercados suprimen el papel de la oferta y de la demanda. En principio, el control severo del mercado está hecho para proteger al consumidor, es decir, a la competencia’ […]. En este caso la función del Estado consistía en contener las fuerzas del contramercado, ya que los mercados privados no surgieron nada más para promover la eficiencia, sino también para ‘eliminar la competencia’. Sin embargo, el Estado también era garante, un garante del monopolio, incluso su creador”, luego de lo cual Wallerstein, siguiendo Braudel, procedía a enumerar algunos ejemplos históricos⁹. Volviendo al tiempo presente, Fischer señalaba: “desde sus comienzos el neoliberalismo dependió en secreto del Estado, incluso si fue ideológicamente capaz de denostarlo”¹⁰. El problema, en suma, no es realmente el Estado, sino el Estado realmente existente: si este desempeña la función de reglamentador o de garante de las fuerzas monopólicas.

“[Chávez] fue ‘realista’ porque a la fuerza, la astucia y la inteligencia de los monopolios, oponía la fuerza, la astucia y la inteligencia del Estado y del pueblo organizado”

En Cuarentena he asomado tres hipótesis de trabajo: la primera de ellas es que se ha producido una neoliberalización de facto de la sociedad venezolana, fenómeno que guarda relación directa con la pérdida de capacidad estatal para reglamentar la economía, proceso que inicia con la caotización de las relaciones económicas y sociales, en particular durante los años 2014 y 2015, y que tuvo un impacto muy profundo en la subjetividad de las clases populares. De dicha hipótesis se derivarían dos conclusiones preliminares: 1) hablar de neoliberalización de facto de la sociedad venezolana quiere decir que es un fenómeno que tiene lugar a pesar de la voluntad del liderazgo político chavista, al margen de la presencia de elementos neoliberales en el Gobierno, lo que ciertamente tendría que haber facilitado tal desenlace; dicho de otra forma, sería la consecuencia de su derrota en el plano económico; 2) en tal contexto, las clases populares no se convierten súbitamente al neoliberalismo, adoptándolo pasivamente como patrón de sociabilidad; no obstante, se ven obligadas a lidiar con la racionalidad predominante, reproduciéndola y adaptándose a ella, pero de manera ambivalente, beligerante, no exenta de crítica¹¹.

La segunda hipótesis es que, de una fase de caotización de las relaciones económicas y sociales, pasamos a otra fase en que lo previamente anómico pasó a estar en el centro de la dinámica social: en medio de un proceso de mutación del régimen de gubernamentalidad, de reorganización de la racionalidad política, lo anómico deviene nueva norma de sociabilidad¹². La tercera hipótesis es que cuando esto último ocurre, es porque se ha impuesto un estado de excepción. En este caso, son los agentes económicos capitalistas, fundamentalmente monopólicos y oligopólicos, quienes se arrogan la auctoritas para suspender la potestas. Son, digamos, el nuevo “soberano”, uno que actúa en estrecha alianza con los intereses del soberano imperial estadounidense, y más que en alianza, casi siempre subordinado a este. Dicho estado de excepción se expresaría como desconocimiento de los mecanismos estatales de reglamentación del mercado, el paso de un Estado reglamentador a uno garante de los intereses de las fuerzas monopólicas y oligopólicas¹³.

Es momento de matizar o corregir esta última hipótesis: no fue simplemente que se nos impuso un  estado  de  excepción.  Es  que  nuestro deseo de una economía de mercado, tal y como la concibe Braudel, e infinitamente más próxima al socialismo del siglo XXI que a cualquier planteo neoliberal, fue capturado por las fuerzas económicas monopólicas y oligopólicas en franca rebelión contra el Estado reglamentador. ¿Es que acaso durante aquellos años de caotización económica no llegamos a desear fervientemente el levantamiento de cualquier control estatal sobre la economía, con la esperanza de que reaparecieran en los anaqueles los productos de primera necesidad? En efecto, no sólo estos productos, sino muchos otros fueron reapareciendo en la medida en que el Estado levantaba los controles, y puede discutirse sobre los errores cometidos durante el tiempo en que el Estado hizo valer lo que consideraba su obligación de reglamentar la economía. Pero es indiscutible que hoy estamos mucho más lejos de una verdadera economía de mercado: millones de personas fueron expulsadas nuevamente a los márgenes de la vida económica, la pobreza aumentó significativamente, lo mismo que la desigualdad. En el presente, la posibilidad cierta de una economía de mercado es uno más de nuestros futuros perdidos. Tendríamos que hacer, también en este caso, un ejercicio de hauntología. “Pero no deberíamos tener que elegir entre, digamos, Internet y la seguridad social”, afirmaba Fisher, de la misma forma que no deberíamos tener que elegir entre accesibilidad y disponibilidad de los productos de primera necesidad. “Un modo de pensar la hauntología es que sus futuros perdidos no nos fuerzan a falsas elecciones de ese tipo. Al contrario, lo que nos acecha es el espectro de un mundo en el que todas las maravillas de las tecnologías de la comunicación puedan ser combinadas con un sentido de la solidaridad mucho más fuerte que cualquier otra cosa que la socialdemocracia hubiera podido producir”¹⁴. En nuestro caso, nos acecha el espectro de un mundo en que existe la economía de mercado, en que los productos de primera necesidad, y no solo ellos, están disponibles y, al mismo tiempo, son accesibles para las clases populares. Debemos ser capaces de volver a narrar el pasado en que la economía de mercado se perfilaba como posible. Despertar los potenciales que aún esperan en el pasado. Si hoy la economía de mercado es un espectro, es porque para el neoliberalismo es una promesa irrealizable, el índice elocuente del abismo que separa la prédica ideológica neoliberal de la realidad de las mayorías. La economía de mercado que nos vende el neoliberalismo es una idea y, peor aún, una realidad, sencillamente indefendible.

El libro completo se puede descargar aquí.

Notas

1) Mark Fisher. Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntologťa y futuros perdidos. Caja Negra Editora. Buenos Aires, Argentina. 2018. Págs. 48-49.

2) Ibťd. Pág. 51

3) Daniel Bensaïd. Resistencias. Ensayos de topologťa general. El viejo topo. Madrid, España. 2006. Págs. 17-18.

4) Daniel Bensaïd. Une  radicalité joyeusement mélancolique. Textes (1992-2006). Textuel. Paris, France. 2010. Págs. 180-181.

5) Mark Fisher. Los fantasmas de mi vida. Op. Cit. Págs. 52-53.

6) Ibťd. Pág. 53.

7) Immanuel Wallerstein. Braudel y el capitalismo, o todo al revés, en: Impensar las ciencias sociales. Siglo XXI Editores. México. 1999. Págs. 227-230.

8) Relataba Chávez: “En una ocasión me decía un Presidente neoliberal que ya se fue del Gobierno de su país [se refería probablemente a Vicente Fox, ex mandatario mexicano] […]: ‘Chávez está negando el mercado’. Eso fue en una Cumbre allá, cuando enterramos el ALCA, en Mar del Plata, en Argentina [IV Cumbre de las Américas, noviembre de 2005]. Y yo le dije: ‘No, Presidente, usted está equivocado, usted está falseando mis argumentos para tratar de debilitarlos’. ¡Ah! Porque estaba ahí aquel que fue jefe del imperio [George W. Bush], que no lo voy a nombrar, ¿ves? Ahí estaba sentado, entonces algunos presidentes querían lucirse delante del jefe, del amo, y bueno, este Presidente decía: ‘No, el presidente Chávez no sé de dónde sacó esa tesis, atacando el mercado’. Y le dije: ‘No, Presidente, ni yo ni nadie puede negar el mercado, el mercado es tan antiguo como la humanidad misma. Lo que nosotros atacamos es el llamado ‘libre mercado’, que no es libre ni es nada, es uno de los mecanismos que creó el capitalismo para expropiar al pueblo”.

En: Hugo Chávez Frías. Intervención durante acto de conmemoración del 52 aniversario del 23 de enero de 1958. Todo Chávez en la Web. Instituto de Altos Estudios del Pensamiento del Comandante Hugo Chávez. Caracas, Venezuela. 23 de enero de 2010.

9) Immanuel Wallerstein. Braudel y el capitalismo, o todo al revés. Op. Cit. Págs. 230-231.

10) Mark Fisher. Realismo capitalista. Op. Cit. Pág. 23.

11) Reinaldo Iturriza López. Cuarentena (IV). Un paréntesis sobre neoliberalismo y rebelión. Saber y poder, 1 de noviembre de 2019.

12) Reinaldo Iturriza López. Cuarentena (VIII). Neoliberalismo y clases populares: la mutación en marcha. Saber y poder, 4 de febrero de 2020.

13) Reinaldo Iturriza López. Cuarentena (IX). Estado de excepción y el lugar de las mayorías populares. Saber y poder. 18 de febrero de 2020.

14) Mark Fisher. Los fantasmas de mi vida. Op. Cit. Pág. 54.

 

* Sociólogo, escritor, investigador del Centro Nacional de Estudios Históricos de Venezuela. Ex ministro de Comunas y Movimientos Sociales (2013-2014) y de Cultura (2014-2016). . Autor de los libros: 27 de febrero de 1989: interpretaciones y estrategias (2006); El chavismo salvaje (2016); Con gente como esta es posible comenzar de nuevo (2022). Libros inéditos: Política de lo común; Chávez lector de Nietzsche. Escritos para atravesar el desierto