Israel y Palestina: sin justicia no habrá paz

(Khaled Omar/Xinhua)
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A partir del 13 de abril (al inicio de la celebración del Ramadán, el mes sagrado musulmán) se inició un nuevo conflicto entre Israel y Palestina.

Comencemos citando la crónica del periodista Patrick Kingsley del New York Times: «Veintisiete días antes de que se disparase el primer cohete desde Gaza, un escuadrón de policías israelíes entró en la mezquita de Al-Aqsa de Jerusalén, apartó a los asistentes palestinos y atravesó el vasto patio de piedra caliza. Luego cortaron los cables de los altavoces que transmiten las oraciones a los fieles desde cuatro minaretes medievales.

Era la noche del 13 de abril, el primer día del mes sagrado musulmán del Ramadán. También era el Día del Recuerdo en Israel, que honra a los que murieron luchando por el país. El presidente israelí iba a pronunciar un discurso en el Muro de los Lamentos, un lugar sagrado para los judíos que se encuentra debajo de la mezquita, y las autoridades israelíes temían que las oraciones lo ahogaran».

Por otra parte y una vez más, el gobierno derechista de Israel amenazó con expulsar a 38 familias palestinas de sus casas ubicadas en el barrio de Sheij Jarrah para instalar colonos judíos en su lugar. Este barrio está cerca de la Ciudad Vieja en Jerusalem Este en la cual se ubican sitios sagrados para tres religiones: cristiana, judía y árabe, y la ya mencionada mezquita.

Esta política sistemática de ocupación de territorios mediante “asentamientos de colonos” ha sido considerada por la ONU, la UE, Amnistía Internacional y Human Rights Watch, como contraria al derecho internacional.

Pero esta vez, la respuesta de las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, brazo armado de Hamás y la Yijad desde Palestina fue sorpresiva; lanzando cientos de cohetes que alcanzaron varias ciudades israelíes, incluyendo Tel Aviv, causando 10 bajas civiles.

El gobierno de Netanyahu respondió con ataques misilíticos selectivos a objetivos civiles en la franja de Gaza: hospitales, clínicas, escuelas y una torre que albergaba a varias agencias de noticias como Associated Press y Al Jazeera entre otras, dejando un saldo de 240 civiles muertos y muchos heridos.

Esta política sistemática de apartheid y ataques genocidas contra el pueblo palestino cuenta con el respaldo gubernamental de los Estados Unidos y su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Sin ir más lejos, en la última reunión convocada para analizar estos hechos de violencia, se opuso a que hubiera una declaración final, “ya que no ayudaría a bajar la escalada del conflicto”.

A pesar de ello, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, aprobó el jueves 27 de mayo la creación de una comisión internacional para investigar las violaciones de los derechos humanos antes y durante este conflicto. La Alta Comisinada de este Consejo, Michelle Bachelet, afirmó que los ataques israelíes a la franja de Gaza pueden ser considerados crímenes de guerra.

Uruguay modificando una postura histórica en esta materia, se colocó a la derecha del gobierno de Bolsonaro (Brasil se abstuvo) y votó en contra de esta moción. Realmente vergonzoso.

El chantaje de las grandes mentiras

Toda persona que formule una crítica a estas reiteradas acciones del gobierno de Israel, es automáticamente tachada por el mismo de “antisemita”. Es un chantaje político que juega con la memoria colectiva del holocausto judío por parte de los nazis y mediante el cual el gobierno israelí se apropia del papel de víctima y traslada a sus críticos el de victimarios.

Todo esto se basa en una gran falacia repetida mil veces: asignarse en tanto judíos la exclusiva condición de semitas. Comencemos por desvelar el significado de semita. El vocablo proviene de Sem, hijo de Noé, según consta en el Génesis (primer libro del Tanaj judío y del Antiguo Testamento de la Biblia cristiana). Contrariamente a lo que mucha gente piensa, la condición de semita no tiene ninguna connotación étnica. Por el contrario está referida a pueblos antiguos que tienen una relación de similitud idiomática.

Los antiguos pueblos semitas (acadios, árabes, arameos, cananeos y etíopes) habitaban la llamada media luna fértil, que comprendía la Mesopotamia, Palestina, Siria. Lo que corresponde a los territorios actuales del Líbano, Israel, Siria, Irak, el sudeste de Turquía y Egipto. Por lo tanto volviendo al tema que nos ocupa, podemos afirmar sin lugar a dudas que los palestinos son tan semitas como los judíos.

Por una postura de izquierda

En este tema tan debatido que nos ocupa, desde una posición de izquierda no se puede tener ambigüedades o dobles raseros.Las posiciones claras, fundamentadas de una forma accesible, hacen a una necesaria política de concientización de masas (tan mentada y tan pocas veces aplicada).

Los bombardeos indiscriminados que afectan a instalaciones no militares y dejan un saldo de muertos y heridos civiles, deben ser señalados y condenados; provengan de donde provengan. No existen las “víctimas civiles buenas y malas”. En este caso hubo víctimas inocentes en ambos países.

Denunciarlo no atempera ni menoscaba en absoluto el apoyo irrestricto al legítimo derecho del pueblo palestino a vivir en paz en su país, y que el mismo sea reconocido por toda la comunidad internacional; de la misma manera que se reconoce al Estado de Israel.

Por el contrario, sería una muestra de apoyo internacionalista no dejar solos a la izquierda y a las organizaciones antisionistas de Israel que – contra viento y marea – levantan estos mismos postulados.

Tampoco es ocioso fijar una firme posición de cuño antimperialista frente a lo que es el sionismo.

Este movimiento que fuera creado por Theodor Herzl en 1897 con el propósito – loable en sí – de la existencia de una patria judía, Israel, fomentó la inmigración de decenas de miles de judíos hacia Palestina (en hebreo Aliá). La primera Aliá se produjo durante 1882-1903; la segunda de 1904-1914; la tercera 1919-1923, la cuarta entre 1924-1928 y la quinta entre 1929 y 1939. Esa inmigración no cesó luego de la creación del Estado de Israel en 1948.

Lo “para nada loable” y sí condenable ha sido la creación por parte de grupos sionistas de organizaciones terroristas (la Haganah en 1920 o la Irgun Z’vai Leumi en 1931) para atacar y expulsar a los palestinos de sus tierras para instalar a futuro en ellas el nuevo estado israelí.

No se puede olvidar que en 1946, la organización terrorista sionista Irgun llevó a cabo un ataque bomba en el hotel King David. Un total de 91 personas, en su mayoría civiles murieron en el ataque (41 árabes, 28 británicos, 17 judíos, dos armenios, un ruso, un egipcio y un griego).

Tampoco la masacre perpetrada por los grupos terroristas Igur y Lehi en Deir Yasin, al oeste de Jerusalem, el 9 de abril de 1948; con un saldo de 254 civiles muertos (entre ellos 25 mujeres embarazadas y un gran número de niños).

Todo “nacionalismo a ultranza” termina en posturas e intervenciones imperialistas en base a supuestas tesis de “país con destino manifiesto”. Lo hicieron los nazis con “la raza aria pura y superior”, y lo hacen los sionistas con “el pueblo elegido de Dios y la tierra prometida” o EEUU como “encarnación superior de la democracia y la libertad”.

El rol que no juega la ONU

Hasta ahora, en este conflicto (como en tantos otros) la ONU ha mirado para el costado, o a lo sumo su Secretario General efectuó algunas declaraciones formales de respaldo a negociaciones para que ambos Estados convivan sin violencia, para cubrir las apariencias. Si realmente desempeñara su papel como garante del derecho y la paz en el mundo, su actitud debería ser otra muy diferente y proactiva. Nunca habrá paz si no existe la igualdad de derechos entre los Estados.

En primer lugar, Palestina declaró su independencia en 1988. Siendo reconocida como Estado por 139 de los 193 miembros de la ONU, aún es un “Estado no miembro”, mientras Israel es miembro pleno.

 

La pretensión del gobierno de Netanyahu planteada hace unos meses de que Jerusalem sea la capital del Estado y que contara con el apoyo de Trump; y por otro lado la de Palestina de que la zona antigua de la ciudad sea la suya, es un escollo que hace prácticamente imposible cualquier acuerdo razonable y duradero.

Por lo tanto, el Secretario General de la ONU,  Antonio Guterres debería tomar el toro por las astas y hacer las consultas pertinentes para buscar una solución jurídica específica para Jerusalem.

Lo deseable sería que para empezar, convocara a las cabezas de todas las iglesias de las tres religiones para las cuales Jerusalem es una ciudad sagrada; para lograr su consenso y apoyo en la búsqueda de un status jurídico especial para la ciudad.

Podría ser algo similar al Tratado de Letrán de 1929 entre la Santa Sede y el entonces Reino de Italia, mediante el cual la Ciudad del Vaticano pasó a tener el doble status de ciudad y a la vez Estado independiente. Jerusalem podría tener un status similar bajo la égida de la UNESCO (la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).

Si una solución de este tipo se pudiera lograr, habría que complementarla con el compromiso de ambos Estados de facilitar la llegada a Jerusalem desde todos los lugares, para que cumpla plenamente su papel de ciudad abierta, sagrada para tres religiones y de interés histórico y cultural para la humanidad.

Por último para evitar conflictos fronterizos entre Israel y Palestina, habría que crear una zona limítrofe desmilitarizada, tal como existe entre Corea del Norte y Corea del Sur, así como garantizar el libre tránsito desde la franja de Gaza al resto del territorio palestino. Todo bajo la supervisión de la ONU.

* Ex-embajador de Uruguay ante el Estado Plurinacional de Bolivia. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE,www.estrategia.la)