Primero de mayo: ¿el retorno de los sindicatos?
IMMANUEL WALLERSTEIN| Organizar sindicatos era una idea bastante radical en una época tan reciente como la primera mitad del siglo 19. Eran ilegales en casi todas partes. Así que cuando las leyes que los prohibían fueron repudiadas en algunos países europeos, en América del Norte y en Australia en la segunda mitad del siglo 19, se pensaron como concesión ante las presiones de los trabajadores (los obreros urbanos, de hecho), en la esperanza y expectativa de que las clases trabajadoras fueran entonces menos radicales en sus demandas.
En casi todos los países, los sindicatos trabajaron cercanamente con los partidos socialista y laborista que comenzaron a existir al mismo tiempo. Los sindicatos se enfrentaban con muchos de los mismos aspectos de estrategia de los partidos socialista y laborista. El más importante de estos puntos era si podían participar en los procesos electorales y de qué forma. Como sabemos, casi todos ellos decidieron participar y buscar el poder al interior de las estructuras del Estado.
Además, los sindicatos, justo como los partidos laborista y socialista, decidieron que el único modo en que podrían hacerse fuertes era emplear a organizadores de tiempo completo, lo que significó la creación de una burocracia que llevara a la organización. Y como es el caso en todas las burocracias, aquellos que tenían tales empleos llegaron a tener intereses materiales y políticos que no necesariamente eran los mismos que los de los obreros que eran sus miembros.
Los sindicatos se orientaron hacia el Estado, en especial porque sus propias organizaciones se definían como nacionales. Fue común que proclamaran un internacionalismo nominal –una solidaridad con los sindicatos de otros países. Pero el internacionalismo siempre quedó en segundo lugar en aras de proteger los intereses de los obreros y los sindicatos en su propio Estado.
Aunque los sindicatos amainaron el tono de sus actividades más radicales, los patrones seguían resistentes a la formación de sindicatos en su empresa. Tuvieron que luchar de forma constante para lograr las legislaciones que les permitieran organizarse y ganar acuerdos favorables en las negociaciones con los patrones. Poco a poco, los sindicatos crecieron y se hicieron fuertes.
Los 25 o 30 años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial fueron excepcionalmente buenos para los sindicatos en todo el mundo. El número y el porcentaje de agremiados crecieron, y los beneficios que podían obtener de sus patrones creció también considerablemente. La increíble expansión de la economía-mundo durante este periodo creó un crecimiento significativo de las ganancias capitalistas. Esto significó que, para muchos patrones, los paros laborales de cualquier tipo fueran más costosos que acceder a las demandas sindicales en pos de mayores beneficios.
Esta muy favorable situación para los sindicatos vino con un precio. Por lo general los sindicatos repudiaron toda la retórica y las actividades radicales que les quedaban, y las remplazaron con varios modos de cooperación con los patrones y los gobiernos. Esto, con frecuencia incluyó el compromiso de no hacer huelga, por la duración de los contratos que habían firmado.
En los estados más ricos los sindicatos estaban, por tanto, poco preparados sicológica y políticamente para la recesión del crecimiento económico y el estancamiento en la acumulación de capital que comenzaron en los años 70. Los patrones de los países más ricos (y a nivel más general, la derecha mundial) dejó de acceder a las demandas de mejores beneficios para los trabajadores. Muy por el contrario, buscaron reducir los beneficios, utilizando la amenaza de despido como el arma principal. Promovieron legislaciones antisindicales.
En términos generales, durante los últimos 40 años esta campaña antisindical ha tenido éxito. Los sindicatos lucharon una batalla difícil que con frecuencia perdieron, en pos de mantener beneficios. Los niveles salariales bajaron. Y la membresía en los sindicatos cayó abruptamente. Los sindicatos con frecuencia reaccionaron volviéndose aún más acomodaticios a las demandas patronales. Eso no pareció ayudar mucho.
Entretanto, en los países a los que gravitaba la producción industrial (que en épocas recientes se les llama países “emergentes”), la inicial represión de los sindicatos condujo a su radicalización, y se unieron en los esfuerzos por derrocar a los regímenes opresivos (como en Corea del Sur, Sudáfrica y Brasil). Los sindicatos se ligaron con partidos políticos de centroizquierda, los cuales eventualmente llegaron al poder en estas naciones. pero una vez que estos partidos se hacían del poder, los sindicatos enmudecían sus posturas más radicales.
La llamada crisis financiera que comenzó en 2007 cambió todo esto. El mundo vio la emergencia de nuevos tipos de movimientos radicales como Occupy, los indignados, Oxi y otros. Y de repente vimos que los sindicatos respondían luchando con nuevo vigor, y que participaban en los levantamientos generales de los estratos de trabajadores, especialmente porque romper los sindicatos era uno de los esfuerzos continuados de las fuerzas políticas de la derecha.
Entonces vino el nuevo dilema. Las culturas de los nuevos movimientos radicales y de los sindicatos eran bastante diferentes. Los nuevos movimientos eran “horizontalistas” –creían en movimientos construidos desde abajo que no tenían una orientación hacia el Estado y que esquivaban la creación de jerarquías organizativas. Los sindicatos eran “verticalistas” y enfatizaban la planeación, la disciplina, las tácticas balanceadas, coordinadas por las estructuras centrales.
Y no obstante, era en interés de los sindicatos y de los nuevos movimientos radicales trabajar juntos, o por lo menos eso pensaban muchos. Pero, ¿qué significaba trabajar juntos? ¿Cuál de las dos culturas prevalecería en cualquier cooperación? Esto se ha vuelto un asunto importante de debate en ambos campos –un debate en el que hay quienes son intransigentes y otros que están buscando combinar esfuerzos.
La fortaleza de las fuerzas horizontalistas es que pueden convocar la energía y el esfuerzo de las personas que de algún modo se mantenían pasivas, fuera por una sensación de impotencia política o una falta de claridad acerca de lo que estaba ocurriendo y lo que podía lograrse. No hay duda de que los movimientos horizontalistas han probado ser muy exitosos hasta ahora en hacer esto. Tienen una mejor visión estratégica de más largo plazo que los sindicatos.
La fuerza de los sindicatos es que pueden movilizar a un grupo relativamente disciplinado de personas y una cantidad de dinero relativamente significativa para lanzarse a las batallas cotidianas que se luchan en comunidades por todo el mundo. Tienen una mejor visión táctica de más corto plazo que los movimientos horizontalistas.
El primero de mayo celebra la lucha histórica. En mayo de 1886, durante un plantón en pos de una jornada de ocho horas en Haymarket Square, en Chicago, alguien aventó una bomba después de la cual fueron asesinados algunos policías y algunos civiles. El Estado acusó a los “anarquistas” y colgó a algunos de ellos. Haymarket se tornó un símbolo del naciente movimiento sindicalista por todo el mundo, el cual proclamó el primero de mayo como un hito (en todas partes menos en Estados Unidos). Los “anarquistas” fueron de hecho acusados falsamente y la historia los ha exonerado. Pero a partir de sus “radicales” demandas por una jornada de ocho horas, se fortalecieron los sindicatos en sus intentos por organizarse.
Habremos de ver si el primero de mayo de 2012 juntó de nuevo a las alas horizontalistas y verticalistas de la lucha contra las desigualdades en el sistema-mundo existentes. Es sólo mediante la combinación de un movimiento sindicalista radicalizado y de movimientos horizontalistas disciplinados tácticamente lo que podría hacerles lograr, a cualquiera de ellos, sus objetivos.