Maduro asumió pese a EEUU, la OEA, la UE y las amenazas de la oposición

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Álvaro Verzi Rangel

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, juró este jueves para un segundo mandato de seis años, desoyendo las amenazas y el desconocimiento de la autodesmantelada oposición interna, el gobierno de  Estados Unidos, varios países de la región y la Unión Europea.

“Juro, a nombre del pueblo de Venezuela (…) Lo juro por mi vida”, dijo Maduro, quien recibió la banda presidencial del jefe del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). No es posible el cuestionamiento  a su legitimidad: renovó su mandato con el más alto porcentaje de votos válidos (67%, que corresponde al 32% del total de electores) y  se juramentó ante el Tribunal Supremo de Justicia, de acuerdo con lo previsto en el artículo 231 de la Constitución.

El mandatario indicó que ya son 20 años los que “tenemos sometidos a una campaña de manipulación, no hay un solo país en donde no haya una campaña persistente, diaria y permanente de mentiras sobre la Revolución Bolivariana”(…)”Pido la comprensión de la comunidad internacional y del pueblo de Venezuela para defender los sagrados intereses de nuestro país, expresó en la sede del Tribunal Supremo de Justicia.

Indicó, asimismo, que se tomarán “nuevas iniciativas de diálogo, de conversación, de acercamiento, porque a nadie le conviene la escalada de intervencionismo que hay en este momento (…) tenemos que empezar a actuar porque estamos defendiendo el futuro de América Latina y el Caribe”, manifestó.

Señaló que hará todos los ajustes necesarios para mejorar la vida de los venezolanos en su segundo mandato: “Yo quiero un nuevo comienzo de la revolución bolivariana. Quiero que corrijamos muchos errores que hemos cometido, he lanzado tres líneas, la primera, la consolidación de la paz, la independencia, la unión de los venezolanos, el diálogo  social, político, el diálogo económico (…)”, agregó.

Del injerencismo y la soberanía

La Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó este jueves una resolución para declarar ilegítimo el segundo mandato del presidente venezolano Nicolás Maduro, que contó con 19 votos a favor, seis en contra, ocho abstenciones . La medida “hace un llamamiento para la realización de nuevas elecciones presidenciales con todas las garantías necesarias para un proceso libre, justo, transparente y legítimo”.

Entre los países que votaron a favor estuvieron Argentina, Estados Unidos, Colombia, Chile, Ecuador, Canadá y Brasil. Paraguay anunció el rompimiento de relaciones.

Ya la UE, Estados Unidos y el Grupo de Lima -de 14 países-, habían desconocido la reelección de Maduro en los comicios del pasado 20 de mayo, adelantados por la oficialista Asamblea Constituyente y boicoteados por parte de la oposición, que los consideró un fraude, pese al holgado triunfo logrado ante tres candidatos opositores.

Poco antes de su juramentación, Washington anunció que aumentará la presión “sobre el régimen corrupto, apoyando a la democrática Asamblea Nacional (Parlamento) y pidiendo democracia y libertad en Venezuela”, escribió el consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca, John Bolton.

Lo que debería ser un trámite político-administrativo se convirtió en un motivo de disputa que trasciende sus fronteras. Desde los medios hegemónicas y gobiernos satélites de EEUU aluden a un supuesto aislamiento del gobierno venezolano que, en última instancia, hará imposible su supervivencia, en una apuesta al cerco de la “comunidad internacional”, un concepto que la realidad muestra que no tiene mayor sentido

Parte de la oposición ya ha anunciado que no reconocerá a Maduro como jefe de Estado, al considerar ilegítimas las elecciones de mayo, a la que se sumaron 46 países, encabezados por EEUU, los integrantes del Grupo de Lima y la Unión Europea. Pero lo que se oculta es que 148 naciones -entre ellas Rusia, China, India, toda Asia (salvo Japón), toda África-, 6.300 millones de los 7.300 millones de personas del mundo, no se han sumado a la presión estadounidense de desconocer al gobierno venezolano.

La construcción de la imagen de una Venezuela sola y repudiada por el mundo, a través de una campaña de desestabilización que casi lleva dos décadas, que caerá ante el descrédito generalizado, no pasa de ser una realidad virtual, muy distante de la realidad-real.

El comunicado emitido por el Grupo de Lima el pasado 4 de enero es ejemplo de la ausencia de una estrategia definida que vaya más allá del no reconocimiento de la presidencia de Maduro y de la amenaza de rompimiento de relaciones con Venezuela. El organismo, creado en 2017 para dar seguimiento a la situación de Venezuela, tuvo que hacer frente a la negativa de México de sumarse al rechazo.

El canciller de Uruguay, Rodolfo Nin Novoa, aseveró que el autodenominado Grupo de Lima no tiene competencias ni autoridad para reconocer o desconocer a los gobiernos.”Me parece que no tienen competencias como para andar calificando y andar pidiéndole a un presidente que asuma o deje de asumir”, reiteró el funcionario.

“Los gangsters del grupo de Lima, títeres de Donald Trump tienen, entre otros propósitos, frustrar los procesos de profundización de la democracia que vivimos, desmoralizando al pueblo mediante las operaciones de guerra psicológica, el bloqueo económico, comercial y financiero”, señala el constituyente Julio Ecalona.

Y, además “paralizar la necesidad, como parte de dicho proceso, de juzgar, detener, encarcelar y expropiar a la quinta columna corrupta y traidora, pues muchos de los miembros de dicha quinta columna son cómplices que terminan, milmillonarios, huyendo a EEUU para culminar la traición, cooperando con los intentos para destruir el proceso venezolano”, añadió.

Tampoco la oposición interna está cohesionada, tras la implosión de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), con grupos aliados en su animadversión al chavismo, pero sin una estrategia únivoca para derrocar a Maduro, más allá de boicots electorales que solo favorecieron a la concentración del poder bolivariano. Su sucesor, el Frente Amplio, apenas tuvo recorrido.

Y la toma de posesión de Maduro era la oportunidad para varios grupos de retomar protagonismo, a través de un interpretación legalista según la cual la Asamblea Nacional (en desacato y dominada por la oposición) tomaba el poder para organizar la transición hacia nuevos comicios ¿sin el chavismo?

La oposición, que perdió la calle tras el terror desatado en 2014 y 2017 con más de 200 muertos, boicoteó las elecciones a la Asamblea Constituyente, que quedó en manos chavistas y la Asamblea Nacional quedó desactivada, por más que los diputados sigan sesionando (a veces en el exterior) para mantener su imagen.

¿La historia vuelve a repetirse o es que los guionistas son los mismos? Desde hace años desde la prensa hegemónica se anuncia la “inminente” caída del gobierno bolivariano, lo que ha mellado seriamente en la credibilidad de la dirigencia opositora, que fanfarronea con un poder tangible que no tienen y exigen la rendición del enemigo. Seis años atrás, el 10 de enero de 2013, la oposición prometió que Hugo Chávez no asumiría la presidencia.

Ahora, ¿que harán los opositores en el exterior?, se pregunta el director de Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel. “Y no pregunto qué harán en el país, porque las oposiciones carecen de fuerza para hacer nada. En cambio los cancilleres del Grupo de Lima resolverán si retiran a los embajadores o si van más allá y rompen relaciones. Tampoco se sabe que hará Washington, determinante porque incidirá en lo que van a hacer los limeños, no darán un paso sin oír la voz del amo”, indicó.

Poco antes de asumir, Maduro rechazó las declaraciones de distintos gobiernos y organizaciones contra su legitimidad : “Han convertido una toma de posesión en una guerra mundial (…) se han desatado las fuerzas extremistas contra Venezuela, lo que hemos visto las últimas semanas no tienen parangón”, dijo, tras otorgar 48 horas para que el Grupo de Lima “rectifique su política intervencionista contra Venezuela”.

Maduro denunció que contra Venezuela se está gestando un golpe de Estado, comandado desde Washington.

Sabotajes

Luego de las elecciones a concejales del 9 de diciembre último, se verificó una completa disminución de la capacidad de acción institucional y política de la oposición, un verdadero debilitamiento orgánico, por lo que la apuesta al diálogo con el gobierno se convierte cada vez más en la vía más segura de acercarse al poder, y de ello están seguros varios dirigentes no radicalizados.

Pero este debilitamiento y una eventual apuesta a la “transición pacífica” y el diálogo, ha servido para que desde el exterior se la presione para que retome la vía violenta, como en 1014 y 2017, con el único fin de que los actos a desestabilizadores sirvan de pretexto para entes externos para intervenir militarmente.

No son descartables acciones relámpagos y simultáneas de grupos comandos integrados por exmilitares y paramilitares que se hacen llamar Resistencia Radical Venezolana, en varias ciudades (en el Distrito Capital, y los estados Miranda, Aragua, Yaracuy y Carabobo), que podrían incluir sabotajes y secuestros de civiles y políticos.

Más que afectar al gobierno, la meta de estas acciones es intimidar a los seguidores chavistas para que no salgan a las calles en defensa de su gobierno, y generar mayor descontento por la situación económico-social del país, que justifiquen acciones de la “comunidad internacional” contra el gobierno de Maduro.

Dentro de estos planes, por redes sociales se habla del secuestro o asesinato de un diputado opositor de Voluntad Popular  para montar la provocación. RRV se ha adjudicado incendios en dos estaciones eléctricas en Aragua y Carabobo, así como la quema de una extensa área boscosa -el 16 de diciembre- en el Parque del Este de Barquisimeto.

Lo que la oposición nunca denunció fueron los intentos golpistas de minúsculos grupos armados contra instalaciones del Estado o las intrigas de militares sediciosos, ni tampoco rechazó con la firmeza necesaria el magnicidio frustrado contra Maduro. Lejos de ello, pusieron en duda el hecho, llamaron a “intervenir Venezuela”, convocaron repetidamente a la agresión abierta contra la propia nación y su población.

Dudas opositoras

Agustín Blanco Muñoz, un historiador vehementemente opositor, señala que es demasiado improbable una invasión militar encabezada por EEUU, de la que hasta ahora no hay evidencias de un evento tipo Manuel Noriega (1989) o Manuel Zelaya (2009).  ¿Para qué invadir una revolución protegida por  gigantes como China y Rusia? ¿Acaso representa un peligro para la primera potencia mundial?, se pregunta.

Otra de las tesis que esgrime la intimidación mediática cartelizada es la del posible levantamiento o estallido social por la situación económica reinante, pero las protestas tienen una finalidad reivindicativa, no política. Hay claridad respecto a la capacidad para la “defensa de la revolución” y por esto,  no hay quienes estén dispuestos a pisar la raya amarilla, agrega Blanco.

También se habla de un golpe militar o cívico-militar, en un país con un gobierno del que hacen parte los militares, dejando atrás el sueño de un viejo golpe-cuartel.

La reclamada renuncia de Maduro forma parte de un bien alimentado imaginario por parte del cartelizado poder de los medios hegemónicos trasnacionales con el fin de facilitar negociaciones para lograr una transición que convocaría a todos los sectores para formar un gran frente gubernamental capaz de enfrentar y resolver la creciente crisis. No hay nada que avale ese sueño… o delirio.

 

La permanencia de Maduro se cimenta, en parte, por la ausencia de  fuerzas políticas organizadas y conscientes que fueran capaces de impedir la juramentación de Maduro por otros seis años. La oposición se relame en su desbarajuste organizativo y de ideas, condicionada por el financiamiento y el guión de Washington y Bogotá. Los gobiernos neoconservadores creen que atacando a Venezuela ganan votos y se suman a la guerra de tuits.

 

**Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)