Con Bignone muere una época

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Horacio Verbitsky | 

El último dictador, Benito Bignone, muerto en Buenos Aires el 7 de marzo, a los 90 años, fue uno de los jerarcas de la dictadura que admitió 8.000 desapariciones, aunque asignó 1.500 al gobierno justicialista. También señaló el apoyo eclesiástico y empresarial con que contaron. Fue condenado diez veces, tres de ellas a prisión perpetua. Una vez fue absuelto y enfrentaba otros nueve procesos, de los que fue apartado por razones de salud.

Personaje destacable por su mediocridad, fue un cuadro paradigmático de su generación militar y anticipó muchos criterios vigentes en la actualidad. Con él termina de morir una época. Sólo sigue con vida el ex jefe de la Fuerza Aérea Omar Graffigna, detenido con prisión preventiva por los crímenes cometidos en su jurisdicción.

Una carrera

En 1955, la denominada Revolución Libertadora designó a Bignone veedor militar en la comisaría 20ª de la Capital. En 1964 redactó la orden de derrocamiento de Arturo Illia “en su parte técnico operacional”. Esos fueron los primeros peldaños de una carrera política que culminaría como dictador en 1982, designado por el Ejército luego de la hecatombe en la guerra con Gran Bretaña.

En 1984 fue procesado por el juez Carlos Oliveri por la desaparición en 1976 de los soldados conscriptos Mario Molfino, Luis García y Luis Steimberg. Los también conscriptos del Colegio Militar que él dirigía, Sergio García, Hugo Carballo y Juan Britos declararon que luego de ser secuestrados y torturados fueron introducidos al despacho de Bignone, quien les pidió disculpas, les explicó que se había tratado de un error, que ya habían encontrado a quienes buscaban y los compensó con una licencia hasta la baja. En el caso de García, el error fue por homonimia. Bignone quedó en libertad en 1987 por las leyes de impunidad del ex presidente Raúl Alfonsín. También fue acusado por convertir el Hospital Alejandro Posadas de Ramos Mejía en un centro clandestino de detención. En un desprendimiento de esa causa, la Corte Suprema de Justicia se pronunció a favor de la aplicación del 2×1.

En 1999 Bignone fue detenido como coautor mediato de los delitos de sustracción, retención y ocultación y sustitución o supresión de estado civil de los bebés alumbrados en cautiverio por las mujeres detenidas-desaparecidas bajo la dictadura.

Condenado a 20 años de prisión en la causa por el Plan Cóndor y a perpetua por la desaparición de los soldados conscriptos, en 2003 recibió en su casa, donde cumplía prisión domiciliaria por el plan sistemático de robo de bebés, a la periodista francesa Marie-Monique Robin, ante quien formuló su propia doctrina penal: 1: “La única forma de evitar que le pongan una bomba es matar antes al tipo que se la va a poner”. 2: “El delincuente tiene que saber que en la comisaría por lo menos una pateadura se va a ligar”.

También dijo que los instructores franceses enseñaron a los militares argentinos el método del secuestro, la tortura y la ejecución clandestina de personas y que el Episcopado argentino aprobó esa práctica. En esa entrevista, contenida en el documental Escuadrones de la Muerte. La Escuela Francesa, Bignone dijo que los derechos humanos tienen valor distinto según la persona de quien se trate.

Según Bignone no hubo diferencia alguna entre la denominada Batalla de Argel y la guerra sucia militar contra la sociedad argentina. “Fue una copia. Inteligencia, cuadriculación del territorio dividido por zonas. La diferencia es que Argelia era una colonia y lo nuestro fue dentro del país. Era una diferencia de fondo pero no de forma en la aplicación de la doctrina. Los [instructores] franceses dictaban conferencias y evacuaban consultas. Para algo estaban acá. No cobraban el sueldo de gusto”, dijo. En una asombrosa extrapolación de épocas, homologó las torturas aplicadas durante la dictadura militar con el maltrato a detenidos por la policía en democracia y dijo que los delincuentes que entran a una comisaría deben recibir por lo menos una pateadura.

La bendición eclesiástica

Respecto de los interrogatorios con torturas, Bignone contó una reunión que mantuvo en 1977 con tres obispos de la Iglesia Católica. Se trató de “un almuerzo para hablar de estos temas”. El 7 de mayo de ese año, el Episcopado firmó una carta pastoral en la que expresó “serias inquietudes” por las desapariciones y secuestros, las detenciones sin proceso y las torturas, que atribuyó en forma bizantina a que “el gobierno no ha logrado aún el uso exclusivo de la fuerza”. Bignone no identificó quiénes fueron sus interlocutores eclesiásticos, pero contó el diálogo que dijo haber sostenido con ellos. El militar les formuló un dilema hipotético:

—Como representante del Estado argentino, sea juez o general, tengo en mi poder al señor Juan Pérez. Es un subversivo que sabe dónde está una señorita que sé que está raptada por la subversión y de la que yo soy responsable, porque tengo la obligación de protegerla. ¿Hasta dónde llega mi potestad como Estado para que aquel señor me diga dónde está esta señorita, de modo que yo la pueda salvar?

—Su pregunta es muy difícil general— dijeron al unísono los tres obispos, según Bignone. Pero luego, “el más viejo, que ya murió, dijo que ensayaría una respuesta:

—Creo que su potestad llega hasta cuando ese hombre hable con dominio de su mente.

Para Bignone ello implica que los obispos “estaban de acuerdo con buscar la manera de que [el detenido o secuestrado] me diga dónde está la persona que necesito salvar”. A su juicio la disyuntiva correspondía a un “caso típico”, que ejemplificó así ante la cámara: “Aldo Moro estaba preso y al mismo tiempo estaba preso el jefe de las Brigadas Rojas. ¿Usted cree que no sabía dónde estaba Moro? ¿Qué era más importante, los derechos humanos de ese sinvergüenza o los derechos humanos de Aldo Moro?”. La democracia italiana respondió a ese dilema de un modo opuesto al de la dictadura argentina. Cuando el jefe de policía, general Carlo Alberto Dalla Chiesa, recibió la sugerencia de torturar a los detenidos para llegar a Moro, respondió: “Italia puede permitirse perder a Aldo Moro, pero no puede permitirse implantar la tortura”. Moro fue asesinado por las Brigadas Rojas en mayo de 1978 pero Italia conservó un gobierno democrático y derrotó a los brigadistas sin cometer las atrocidades que hasta el día de hoy han dejado una huella espantosa en la sociedad argentina.

En abril de 2002 dirigió una carta a la directora de Clarin,  Ernestina Herrera de Noble, para protestar por una nota sobre él. “Desde hace mucho tiempo, yo se quién es Ud. y Ud. sabe quién soy yo. Sin embargo sólo nos conocimos personalmente en la entrevista que tuvimos en la residencia presidencial de Olivos, en que Ud. pidió tratar un tema referido a Papel Prensa. Recuerdo con agrado esa circunstancia. Eran otros tiempos. Como eran otros tiempos cuando siendo yo Secretario General del Ejército era invitado por el Sr. Héctor Magneto y sus colaboradores inmediatos a almuerzos en la redacción del diario a los que concurría yo también con mis colaboradores. Por supuesto esos ágapes eran correspondidos con otros similares en la sede de la Secretaría General del Ejército. Pasábamos momentos muy gratos y se conversaba con absoluta libertad. Los tiempos han cambiado. Ahora yo soy mala palabra para el diario que Ud. dirige. Allá Uds., sabrán porqué lo hacen. Por mi parte hace mucho tiempo que dejé de leer el diario porque realmente me indigna la falsedad e hipocresía”.

No fueron tantos

Bignone admitió la desaparición de personas detenidas pero puso en duda su cantidad, anticipándose a una estrategia de deslegitimación hoy en curso. El entonces presidente Néstor Kirchner “habla de 30.000, pero sólo fueron 8.000, de los cuales 1.500 bajo el gobierno de ellos” [los justicialistas]. En la década de 1990, en su libro El último de facto, redactado por el escritor fantasma militar Héctor Simeoni, Bignone consideró que “hubiera sido un error trágico” publicar una lista de muertos por la dictadura militar, porque “después vendrían los interrogantes: ¿quién lo mató, dónde está el cadáver, por qué lo mataron?””.

Ayer, hoy y mañana

La atrocidad de esos procedimientos y su incompatibilidad con cualquier forma del derecho, civil o militar, aparece en toda su extensión cuando Bignone intenta fundamentarlos en una doctrina contrainsurgente: “Si usted quiere que no le pongan una bomba en su casa, por más guardia que tenga igual se la van a poner. La única forma de evitarlo es matar al tipo que le va a poner la bomba antes de que la ponga”.

—En mi país se habla abiertamente de estos temas, que antes eran tabú. Se discute si había que utilizar la tortura o no y qué técnicas se aplicaron—, dice la periodista francesa.

Bignone responde que leyó las declaraciones del general –Paul Aussaresses, cuyo libro Services Speciaux Algérie 1955/57 sacudió a Francia porque narró en primera persona y con detalle las torturas y ejecuciones clandestinas cometidas por sus Fuerzas Armadas en Argel. “Israel tiene reconocida la tortura. Todas las policías del mundo. ¿O somos tan hipócritas para decir que no? A la policía hay que tenerle respeto y si no, miedo. El delincuente tiene que saber que si entra a la comisaría por lo menos una pateadura se va a ligar. Aquí en nuestro país pasa lo contrario. El policía le tiene miedo al delincuente”, agrega Bignone, en una notable extrapolación cronológica de absoluta vigencia quince años después. Al comparar la experiencia francesa en Argelia con la de la dictadura argentina, Bignone dijo que en ambos casos habían ganado la batalla militar y perdido la política. El ex dictador repite en el documental una frase que hizo célebre en 1980 el general Santiago Omar Riveros, quien fue su jefe en el Comando de Institutos Militares y en la Zona IV de Seguridad y que, luego de varias condenas, está siendo juzgado por los secuestros y torturas a trabajadores de Ford Motors. “Peleamos con la doctrina y con el reglamento en la mano”, dicen ambos. Pero además Bignone explica cuáles fueron esa doctrina y aquellos reglamentos: “La manera de oponerse a la guerra revolucionaria fue encarada a partir del modelo francés que íbamos conociendo por publicaciones y oficiales que realizaban cursos en institutos galos. La influencia francesa fue la que nos dio todo. Nuestra doctrina se volcó en los reglamentos y fue lo que aplicamos después”. Por eso, agrega, “cuando vuelve la democracia el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas dictamina que las órdenes para la lucha eran inobjetables. Allí fue donde en un exabrupto político le quitaron la causa al Consejo Supremo y se lo pasaron a la Cámara Federal aduciendo demora”.

En 1985, el ex dictador Alejandro Agustín Lanusse declaró como testigo en el juicio a las Juntas Militares. Narró una discusión que sostuvo en la guarnición Campo de Mayo con Riveros, “quien pretendió recriminarme o retarme por mis manifestaciones públicas de repudio contra los procedimientos por izquierda, agregando que gracias a ellos yo vivía. Le dije: “Hay oportunidades en que es preferible no vivir, general Riveros. Además usted no tiene jerarquía ni atribuciones como para pretender indicarme a mí cómo debo proceder”. Los ánimos se caldearon entre ambos y el general Bignone, propio de su personalidad e idiosincrasia, pretendió mediar con muy poca felicidad por cierto y dijo: “Mi general, yo hasta el año pasado pensaba como usted, ahora he cambiado de forma de pensar”. “Lo lamento, general Bignone; con la misma franqueza le digo entonces que hasta el año pasado yo tenía un concepto del general Bignone y que ahora no lo mantengo, y además recuerdo que no sé si en la época suya pero sí en la época actual, que por ahí hay procedimientos ordenados en el Colegio Militar en los cuales algunos de los oficiales ejecutores salen encapuchados y eso lo hacen pasando por la guardia donde hay cadetes; y les pregunto a ustedes y les pido que reflexionen, no que me contesten a mí, si eso es una forma de educar a los oficiales del futuro”. A raíz de esos episodios, el 24 de marzo de 2004, Kirchner ordenó descolgar el retrato de Bignone de la galería de ex directores del Colegio Militar.

En un momento de la entrevista Bignone dijo que “el gran error nuestro fue admitir llamarle guerra sucia”, como si el problema fuera semántico. “Ninguna guerra es limpia. Es mucho más sucia la otra que ésta, porque los inocentes que mueren en la guerra subversiva son muchos menos que en la otra donde todos, salvo el que llevó el país a la guerra, son inocentes”, afirma.

Nacido en enero de 1928, ya en el momento de su detención superaba los 70 años que permiten a los jueces concederle el beneficio del arresto domiciliario. Bignone recibió a la periodista francesa Marie-Monique Robin en su departamento del sexto piso de Dorrego 2699, en el barrio militar de Buenos Aires. “Antes de este episodio estuve en Estados Unidos, iba a Punta del Este. Ahora no saldría ni un milímetro, porque le inventan cualquier cosa y se lo llevan a España con el juez Garzón”, dijo. “Puedo salir de la casa con autorización del juez, tengo autorización para ir al Hospital Militar Central, que me queda a tres cuadras. Es mi country. Además tengo autorización para ir dos veces por semana al Círculo Militar a nadar. Y como tengo un hijo discapacitado mental y soy socio fundador de un instituto especializado, tengo autorización para ir a las reuniones de la Comisión Directiva los días viernes. Salgo casi todos los días. Felizmente éste es un edificio muy grande, puedo caminar en la azotea, que tiene más de cien metros. Como son 30 pisos, veo el Río de la Plata. No le digo que esta detención domiciliaria sea agradable, pero es soportable. Vivo con mi familia, vienen mis amigos. Lo que es insoportable es el daño moral” (sic).