El cierre de library.nu: “Leer será tener una copia ilegal en el cerebro”

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MARIANO BLEJMAN| La frase es de Christopher Kelty, profesor de la Universidad de California, en una reflexión sobre el cierre de la increíble librería virtual que había revolucionado el acceso al conocimiento académico. La historia de Library.nu y de su “flamante” cierre del sitio que tenía millones de libros en línea ocurrido el 15 de febrero pasado bien podría ser para una novela, que algún día alguien subirá a algún sitio que no será Library.nu.

Seguramente habrá algún sitio que lo reemplace. Esta vez, la coalición de editoriales ganó la contienda en el marco de la oleada de cierres de sitios de intercambio de archivos que ya bajó Megaupload y apretó a The Pirate Bay, entre otros. Sin embargo, ante la ausencia de un reemplazo considerable en relación con la oferta que había logrado Library.nu, instituciones y organizaciones que bregan por los derechos de los usuarios, profesores e intelectuales se preguntan si el daño sobre el acceso a la cultura no es mayor que el daño al “derecho de autor”. Es decir, Library.nu era un problema y también una gran solución.

Diecisiete compañías editoras se unieron desde Estados Unidos, Inglaterra y Alemania para bajar al sitio que tenía una oferta inabarcable de literatura universal, la cual rondaba los 400 mil ejemplares y algunos dicen que podría llegar al millón. Entre las editoriales, están Harper Collins, Oxford University Press y Macmillan. Algo parecido a lo que ocurrió con los sitios que indexaban archivos en Megaupload pasó con Library.nu, donde se acumulaban enlaces de descarga de libros que en verdad estaban guardados en iFile.it, un servicio de backup de archivos. Como se informó, la Corte alemana recibió diecisiete demandas en las cuales se mencionaban diez libros por cada editor. Las penas esperadas podrían rondar los 250 mil euros y como máximo seis meses de prisión. Aunque por lo general las editoriales se manejan con el famoso takedown notice (algo así como “te avisamos que tenés que bajar el sitio o te vamos a ir a buscar”), esta vez decidieron juntarse ante la imposibilidad de llegar directamente al sitio que ordenaba los índices de libros. Los encargados de la tarea de encontrarlos fueron los alemanes de Lausen Retchsanwalte, especializados en perseguir violaciones a la propiedad intelectual, una ardua tarea en tiempos de Internet.

La conexión entre los dos sitios llegó luego de que encontraran una coincidencia entre Library.nu, aparentemente hosteado en Ucrania con dirección legal en la isla Niue del Pacífico, pero la dirección de registro de ambos sitios estaba en Irlanda. Entonces, los abogados trabajaron con la Irish National Federation Against Copyright Theft para encontrar las conexiones, hasta que lograron observar que el botón de “Donaciones” de Library.nu, que confirmaba la recepción por correo electrónico aunque el recibo de PayPal llegaba con el nombre de los verdaderos dueños de la cuenta: Fidel Núñez e Irina Ivanova, los mismos dueños y directores de Library.nu eran los de iFile.it.

Más allá de la torpeza de los creadores, lo que se pregunta Christopher Kelty, profesor de la Universidad de California y autor del libro Two Bits: the cultural significance of the Free Software, el sitio tenía principalmente libros escolares, monografías, análisis biográficos, manuales técnicos, investigaciones en ingeniería, matemática, biología y ciencia, textos con copyright pero fuera de mercado, mal y bien escaneados, en inglés, francés, español o ruso. Como cuenta Kelty en su artículo “The Disapearing virtual library” publicado en Al Jazeera, esos “bárbaros que pusieron la industria editorial de rodillas no eran otros que estudiantes de cada rincón del planeta” deseosos de aprender.

Eso es lo que miles de jóvenes y adultos con avidez de aprendizaje hicieron con Library.nu, en apenas unos pocos años “crearon un mundo de lectura y apostaron a compartir contenidos”. Los editores piensan –dice Kelty– que se trató de una gran victoria en la “guerra contra la piratería”, que va a mejorar las ganancias de la industria y les ofrecerá mayor control, y los “piratas” piensan que simplemente el contenido se irá hacia otro sitio.

Pero el punto, para Kelty, está en comprender que la demanda global por el aprendizaje y la escolarización no está siendo tenida en cuenta por la industria editorial y “no puede ser tenida en cuenta con estos modelos de negocios y con estos precios”. La gran clase media global deseosa de aprender y compartir conocimiento, repartida por todos los rincones del planeta, “clama por conocimiento” y, esta vez, el argumento en contra de Library.nu todavía es más difícil de defender: no se trata de entretenimiento sonoro o audiovisual, de jóvenes haciendo travesuras y copiando discos para que los bajen sus amigos, sino de un colosal acceso al conocimiento.

Lo que dice Kelty irónicamente es que el centro de la discusión deberá merodear entre la idea de criminalizar el acceso a los libros “ilegales” contrapuesto al asunto de “compartir conocimiento”. La furia por la interrupción al acceso al conocimiento se apoderó de las redes sociales, los blogs, los posts y miles de universidades de todo el mundo que habían encontrado en Library.nu un espacio para terminar con la escasez de acceso al saber, en un mundo en el que la industria editorial sigue pensando que el saber ocupa lugar y hay que pagar por él. O como dice magistralmente Kelty en un tramo de su artículo, “dentro de poco, leer será tener una copia ilegal de un libro en el cerebro”.