Trump x3: El retorno de una realpolitik ortodoxa/ Descifrar los designios del emperador/ El Gun-Club y América Latina

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Trump y el retorno de una realpolitik ortodoxa
Arnaud Blin y François Soulard|
Tras varias semanas de incertidumbre en relación a la política exterior de Donald Trump, los acontecimientos se precipitaron con, en el espacio de pocos días, la intervención militar en Siria y Afganistán unida a un nuevo plan -informal todavía- para la gran estrategia de los Estados Unidos. ¿Qué surge de todo esto? Muchas cosas.

A pesar de varias teorías conspiracionistas que no dejaron de mostrar la arquitectura de desinformación que se va intensificando a escala planetaria, la decisión de intervenir en Siria tras el ataque con gas sarín atribuido, con o sin razón – probablemente con razón, pero poco importa ya que los acontecimientos siguen su curso – a las fuerzas armadas sirias va a definir de alguna manera toda la política de Donald Trump para los próximos años. De hecho, esta intervención señala el estruendoso regreso de los Estados Unidos en el juego de los grandes y marca una ruptura con la política del presidente Obama, la cual ha sido muy lejos de ser menos militarista pero si menos pretenciosa en términos de proyección de potencia. Más allá de la retórica oficial sobre la necesidad de hacer respetar las normas internacionales, esta intervención tiene como único objetivo enviar una señal a la comunidad internacional, y en particular a Rusia y a China, que los Estados Unidos piensan volver a ocupar ahora el primer plano de la escena.

En forma paralela, el repentino acercamiento con China, duramente criticada durante la Resultado de imagen para trump y xi pingcampaña de Trump y el brutal enfriamiento de las relaciones con Putin indican que Trump va a jugar la carta del equilibrio de las potencias aliándose con uno o con otro de los dos otros grandes actores del tablero mundial. En el gobierno de Trump, la marginalización repentina del inquietante Steve Bannon, hasta ahora principal asesor de Trump, en favor de Jared Kushner (durante muchos años cercano al Partido Demócrata) y de Ivanka Trump, respectivamente yerno e hija del presidente, anuncian un estrechamiento del epicentro de toma de decisiones en torno a un núcleo familiar alrededor del cual girará en órbita el resto del gobierno.

Frente a las dificultades que ya encontró Trump en materia de política interior, todo lleva a creer que va a concentrarse en los asuntos exteriores. Por un lado porque la Casa Blanca goza en ese área de un poder mayor que en el espacio interno; por otro lado porque Donald Trump va a encontrar en las negociaciones con sus pares un terreno que le conviene mucho más que el de andar tironeando por pequeñeces con el parlamento estadounidense. A través de su política exterior, donde va a hacer sentir la potencia de los Estados Unidos, Trump intentará ganarse un apoyo del público estadounidense que le permita, eventualmente, amordazar al parlamento (recientes encuestas indican una opinión mayoritariamente favorable a las medidas de ataque aéreo a Siria en la población estadounidense).

Así pues, para resumir, toda la política de Trump parece articularse hoy alrededor de las relaciones de fuerza, teniendo por telón de fondo una estrecha visión del interés nacional de los Estados Unidos. Por lo que podemos ver en la actualidad, es probable que la dimensión ideológica esté ampliamente ausente de la ecuación, inversamente a lo que habíamos podido observar con los neoconservadores de George W. Bush, que son de aquí en adelante más espectadores que actores. Es posible entonces que se plantee una política en línea con la tradición de Teddy Roosevelt y de Richard Nixon (y Kissinger), más que con la de Reagan o la del segundo Bush. Por otra parte, olvidemos el aislacionismo circunstancial evocado por el candidato Trump durante la campaña para satisfacer al público estadounidense. Trump será, en los hechos, cualquier cosa menos aislacionista.

Si este esquema se concreta, el principal peligro vendrá de la voluntad del presidente de intervenir militarmente, por ejemplo en Siria o en Irak, sin tomar realmente en cuenta todos los pormenores de ese tipo de acción. Cabe recordar que los actuales conflictos irregulares tienden a dejan a los modos tradicionales de intervención militar en una situación paradójica de impotencia. Nada hace suponer que Trump pueda tener la fineza política de T. Roosevelt o de Nixon y no se dejará influenciar por los expertos o militares, sino que confiará más en su propia intuición, su conocimiento de los hombres y los consejos de sus allegados. Por otra parte, sus relaciones con Putin podrían degenerar rápidamente, con consecuencias nefastas en el terreno. En este juego de tres – EEUU, China, Rusia – Europa no será más que un socio de segundo rango obligado a seguir a los Estados Unidos. Es cierto que, contando con un voto cada uno en el consejo permanente de seguridad de la ONU, Francia y el Reino Unido tendrán al menos voz en el asunto pero, globalmente, les costará salir del rol de segundones y no podrán oponerse a Washington de manera efectiva.

En relación a América Latina, seguimos en la línea de la Doctrina Monroe con una lógica combinando poder blando y ofensivo capaz de presionar a los regímenes recalcitrantes. Aunque sería quizás exagerado hablar de imperialismo en sentido clásico de la palabra, no hay duda de que Washington piensa ejercer todo su peso para que la geopolítica del continente apoye los intereses estadounidenses e intentará dictar sus propios términos, tal como sucede ya con México. En Oriente Medio, todo lleva a creer que la política de Trump se inclinará ampliamente en favor de Israel y que esa actitud decidirá las demás alianzas en la región. El Estado islámico, que por ahora no representa prácticamente ninguna amenaza para los Estados Unidos, podría convertirse en un pretexto para una intervención en Cercano Oriente. En este sentido, algunos próximos atentados podrían servir de chispa disparadora.

Queda por saber si los Estados Unidos tienen todavía los medios para implementar una política de esta naturaleza. Es cierto que la hiperpotencia de antaño tiene que negociar ahora con China, pero a pesar de todo cuenta con algunas ventajas: una fuerza militar y un presupuesto militar sin comparación en el mundo, una economía eficaz y, a fin de cuentas, dinámica, una voluntad del público estadounidense de recuperar su rango. En sentido inverso, Washington puede llegar a verse aislada en algunas elecciones, con todos los riesgos que implican las acciones unilaterales. Trump, cuyo último objetivo es devolver a su país el lugar preponderante que ocupó hasta hace unos años, deberá esquivar los múltiples obstáculos que puntuarán su ruta en cuanto ponga a andar los engranajes.

En ese ámbito, Medio Oriente, Rusia, Corea del Norte e incluso China son todas trampas potenciales que podrían rápidamente llevar a Washington por una pendiente extremadamente resbaladiza, tanto más cuanto que el presidente gusta particularmente de la estrategia del caos. Desde un punto de vista más general, este paso a la fuerza no resolverá en nada los grandes problemas del momento que afectan al conjunto del planeta. Más bien, todo lo contrario. Y con esto de “cortarse solo”, finalmente todo el mundo, incluidos los Estados Unidos, se arriesga a perder las plumas, e incluso mucho más. Algo es seguro ya: la época del “No Drama Obama” se ha terminado claramente. Se abre el campo de aquí en más a la realpolitik ortodoxa, a las relaciones de fuerza y a las pulseadas de todo tipo.

*Blin es miembro del Centro de estudios sobre gobernanza y políticas globales (Nueva York), autor de Historia del terrorismo.Soulard integra el Foro por una nueva gobernanza mundial (Buenos Aires) y es colaborador del Diccionario del poder mundial)

Tratando de descifrar los designios del emperador

Rafael Cuevas Molina| El señor emperador, mientras tanto, con esa cara adusta y ceñuda que lo caracteriza, sentado en su trono dorado en el centro de su apartamento kitsch en el corazón de Nueva York, envía estentóreos alaridos de orangután macho a través de sus artilugios tecnológicos. Nos tiene a todos pendientes de su creatividad, de lo que habrá pergeñado su cerebrito escondido bajo esa mata hirsuta y ridícula de pelo.

El Medio Oriente sigue siendo el lugar por excelencia en donde las potencias se disputan la hegemonía mundial. Dejar que una logre un avance, por muy pequeño que sea, equivale a sembrar una pica en Flandes, y nadie está dispuesto a perder un milímetro de presencia o influencia.

Pobrecita Siria, le tocó su turno, y con ella a Bashar Al Assad, que se ha convertido en el equivalente de lo que en su momento fueron Sadam Husein o Muamar Gadafi. En él se resume hoy el estereotipo del dictador asesino de su propio pueblo que debe ser derrocado para que la humanidad, satisfecha, pueda dormir con la conciencia tranquila.

El V Regimiento de Caballería del ejército norteameriano, tocando a arrebato como en tiempos de la limpieza de apaches en el oeste norteamericano, ha salido a rescatar a los buenos y los indios caen, como buenos tontos que son, ante las balas que hoy, gracias a la tecnología, se han transformado en la madre de todas las bombas, diseñada especialmente para matar terroristas escondidos en túneles cavados en las entrañas del desierto.

¡Oh my God! ¿Qué haríamos sin los dioses rubios que nos protegen? El problema que tenemos hoy, sin embargo, no es que los rubios guerreros nos protejan, sino saber de qué nos protegen, descifrar los designios que los guían en sus andanzas bélicas por el mundo.

¿Estarán afirmando su hegemonía frente a Rusia; estarán disputándole la primacía a China en el sudeste asiático; querrán volver por sus fueros en América Latina o simplemente dan coces y mandobles sin concierto a diestra y siniestra regidos por una mente obtusa como la de su presidente?

¡Quién sabe! Y lo peor es que ahora, a diferencia de los viejos tiempos cuando otros imperios, regidos por similares emperadores obtusos hacían de las suyas, no tenemos oráculo y estamos a la intemperie, atentos al próximo paso, a la próxima bomba, a la próxima mentira que tengan a bien inventarse, seguros como están que somos una caterva de imbéciles que nos tragaremos sus patrañas.

El señor emperador, mientras tanto, con esa cara adusta y ceñuda que lo caracteriza, sentado en su trono dorado en el centro de su apartamento kitsch en el corazón de Nueva York, envía estentóreos alaridos de orangután macho a través de sus artilugios tecnológicos. Nos tiene a todos pendientes de su creatividad, de lo que habrá pergeñado su cerebrito escondido bajo esa mata hirsuta y ridícula de pelo.

¿Qué habremos hecho para merecer esto? Nunca nos imaginamos nada así cuando en el siglo XX pensábamos en el futuro, a pesar de los avisos que nos lanzaba Steven Spielberg en su Guerra de las Galaxias y la lucha de Han Solo contra el imperio. Ahí, el emperador y sus secuaces eran malos vestidos de negro, enmascarados con voz de ultratumba, capa de vampiro del siglo XIX y casco estilo nazi. Imperdibles. Pero lo que tenemos ahora frente a nosotros nos confunde, es decir, ¿cómo identificar al mal con el glamour de Melania (sus guantes celestes de seda, su pelo dorado al viento, su figura escultural); con la figura sin parangón de la ejecutiva moderna que es Ivanka, bella, esbelta, asertiva y enérgica?

Estamos confundidos. El imperio no es como nos lo habían pintado y necesitamos dilucidar sus designios, pensar que no es por ocurrencias que tira bombas; que no dice mentirillas pensando que somos estúpidos y que, en el fondo, tienen un plan bien estructurado que no nos llevará al abismo a todos, que no nos arrastrará con todo su poderío al barranco de la debacle.

Ojalá, ojalá, dice el cantor; ojalá que no estemos en el borde de todo, en el verdadero fin de la historia, no en el que se imaginaba Fukuyama sino en el que no quiere imaginar nadie, en el que un Donald Trump enajenado salga cabalgando la bomba, tal cual la película premonitoria de Stanley Kubrick.

Ojalá.

El Gun-Club, Trump y América Latina

“¡Reírse de un americano! –exclamó J.T. Maston- ¡He aquí un casus belli!”.
Julio Verne (De la Tierra a la luna).

La madre de todas las bombas

Andrés Mora Ramírez| Sea que los halcones hayan tomado el poder en la Casa Blanca, o que simplemente Donald Trump muestra su verdadera faceta de hijo del capitalismo imperialista, los pueblos de América Latina deben ponderar todos los escenarios posibles y prepararse para ellos. El guión de Washington ya está preparado y sus marines listos para empezar la función.

En 1865 el escritor francés Julio Verne publicó De la Tierra a la luna, una novela que lo convirtió en blanco de la crítica de la época por sus audaces planteamientos, y que acabaría por encumbrarlo  como precursor de la ciencia ficción. Pero Verne, además de ser un visionario, también fue un agudo observador de las grandes transformaciones que se gestaban en su tiempo y retrató con precisión los perfiles humanos, los elementos sociales y culturales que echaban raíces profundas en las sociedades europeas y estadounidense de la segunda mitad del siglo XIX.

En esta obra en particular, ambientada en los años posteriores a la guerra civil estadounidense, el autor se vale de la sátira para retratar la pasión bélica del yanqui, caracterizada aquí en la figura del Gun-Club, una exclusiva sociedad de artilleros que se llenaban “de orgullo cuando un parte de una batalla dejaba como resultado un número de víctimas diez veces mayor que el de proyectiles gastados”, y que no ocultaban su inclinación por “el perfeccionamiento de las armas de guerra consideradas como instrumentos de civilización”.

Verne presenta la obsesión por el poder militar como un fuerte rasgo cultural en el entramado político y social de aquel incipiente imperio que se levantaba en el Norte, y que a la larga terminó por convertirse en tendencia dominante entre las élites de lo que, también a finales de esa centuria, José Martí llamó la Roma americana.

De tal suerte, antes de embarcarse en la misión de construir un cañón lo suficientemente grande como para disparar un proyectil que alcanzara la superficie lunar –“manera bastante brutal de entrar en relaciones” dice Verne, aunque cada vez más común entre las naciones civilizadas-, los miembros del Gun-Club discurren sobre “el triste y lamentable día” en que los hombres firmaron la paz y los morteros, los obuses y las balas cayeron en la más profunda ociosidad. “¿No ha de presentarse una nueva ocasión de ensayar el alcance de nuestros proyectiles? ¿Nunca más el fogonazo de nuestros cañones iluminará la atmósfera? ¿No sobrevendrá una complicación internacional que nos permita declarar la guerra a alguna potencia trastlántica? (…) ¡Sobran motivos para batirnos y no nos batimos!”, se lamenta J.T. Maston, uno de los personajes, enfrascado en la búsqueda de un casus belli –un motivo de guerra- que desatara una nueva conflagración, para calmar el apetito de sangre de sus cañones.

El paralelismo es evidente: ¿quién podría negar hoy que la administración del presidente estadounidense Donald Trump recuerda una sesión del Gun-Club? ¿Acaso en los salones de la Casa Blanca, del Departamento de Estado y del Pentágono no se retuercen razones, se fabrican “verdades” y consensos, se ignoran las reglas elementales del derecho internacional y el multilateralismo, y se tasa la humanidad según el vaivén de los precios de las acciones de las compañías fabricantes de armas? Convencidos como están el mandatario y sus halcones asesores de que las armas son instrumentos de civilización, y ante un escenario de tempranas derrotas políticas y frágil liderazgo que su soberbia y su inexperiencia no previó, los machos blancos multimillonarios que toman decisiones ejecutivas en Washington  no ha dudado en civilizar a Siria, Irak y Afganistán, para aleccionar a sus enemigos. Ya echaron mano, incluso, de la madre de todas las bombas, y no tienen reparo en decirle al mundo otra vez: quien no está con nosotros, está contra nosotros. Así tienden un hilo conductor criminal entre las mentiras de G. W. Bush y compañía y la doctrina Trump de ataques preventivos.

Tal y como lo ansiaba J.T. Maston, los proyectiles de la armada y la fuerza aérea nuevamente iluminan la atmósfera de Medio Oriente y Asia Central, y amenazan con llevar su fuego al Lejano Oriente y también a nuestra América: por la dinámica de los acontecimientos recientes y la volatilidad de la administración Trump, no podemos minimizar las declaraciones del jefe del Comando Sur en torno a las situación política de Venezuela (sugiriendo la posibilidad de ponerle fin mediante una acción regional) o sobre la presencia de países como China, Irán y Rusia (a los que califica de problemas de seguridad global), por la vía de acuerdos de cooperación bilateral, inversiones y comercio, toda vez que sus diagnósticos son el resultado de procesos de análisis estratégico y prospectivo para hacer que prevalezcan los intereses estadounidenses por sobre cualquier otra consideración.

Es muy tenue línea la que separa la simple hipótesis de conflicto del seudoargumento que justificaría una nueva oleada intervencionista. Insistimos: el ataque a las instalaciones militares en Siria, por su forma y fondo, deja a las claras el modus operandi del gobierno estadounidense en cualquier otro caso en el que la fórmula se pueda aplicar. Y, en lo inmediato, Venezuela es uno de los blancos. Los sectores más radicales y apátridas de la oposición ya están haciendo el trabajo sucio: hace pocos días, el alcalde David Smolansky, del partido Voluntad Popular (organización que dirige desde la cárcel Leopoldo López, donde cumple condena por los actos delictivos del 12 de febrero de 2014), escribió en su cuenta de una red social el siguiente texto: “Atención Comunidad Internacional: Cuidado y @NicolasMaduro empieza a usar armas químicas como está ocurriendo en #Siria”. Ahí está el casus belli que ansía la derecha venezolana y el Departamento de Estado: un exabrupto inverosímil y paranoico, pero  suficiente para que Trump y sus secuaces lancen la dentellada. Ese o cualquier otro disparata es lo que aguardan en el Comando Sur.

 

Sea que los halcones hayan tomado el poder en la Casa Blanca, o que simplemente Donald Trump muestra su verdadera faceta de hijo del capitalismo imperialista, los pueblos de América Latina deben ponderar todos los escenarios posibles y prepararse para ellos. El guión de Washington ya está preparado y sus marines listos para empezar la función.