Chávez: o cómo la mejor política económica es una buena política social

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Luis Salas Rodríguez | 

I

Una vez alguien me comentó que el secreto del comandante Chávez consistía en pensar al revés de como lo hace todo el mundo. Quien me lo dijo fue muy cercano a él. Y para explicarme el punto, lo comparó con el inventor de las escaleras mecánicas: “El tipo que inventó las escaleras mecánicas –me contó– se paró un día frente a una escalera normal y pensó: por qué en vez de que la gente para subir y bajar tenga que moverse mientras la escalera queda fija, no hacemos que la gente se quede fija mientras sea la escalera la que se mueve, no será mejor y más cómodo?”.

Desconozco si a Jesse W. Reno –que así se llamaba el inventor de las escaleras mecánicas– la idea se le ocurrió de esa forma. Pasé tiempo buscando la referencia y encontré mucha información suya, pero nada sobre esa anécdota. Hasta que pensé: no importa. Total, como dicen los italianos: si no era verdad, igualito se trataba de una muy buena historia.

Pues, que Chávez pensaba al revés que todos los demás y que ese fue parte del secreto de todo aquello que lo hizo grande, está más allá de toda duda. Y existen no pocos ejemplos para demostrarlo: cuando apenas el mundo se había vuelto unipolar y los Estados Unidos para ratificarlo invadió Panamá e Irak, Chávez encabezó una rebelión militar. Fracasó y fue detenido, y contrario a lo que hubiera hecho cualquier otro, asumió su culpa y pagó la cárcel sin quejarse ni dar lástima. Una vez salido de la cárcel asumió tomar la vía electoral, y contra la opinión de toda la izquierda y de todos los pronósticos, ganó en 1998. Y tal vez lo más importante: tras ganar, no le dio por olvidarse de lo ofrecido en campaña, como han hecho y siguen haciendo tantos y tantas, sino que se empeñó en cumplir con su palabra, costara lo que costara.

El primer costo significativo lo padeció en 2002, entre otras cosas, por criticar la masacre cometida por los norteamericanos contra la población civil en Afganistán, cuando todo el mundo hizo silencio o celebraba. Se declaró antiimperialista justo cuando el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano se puso en marcha. Fue el único que levantó la mano para oponerse al ALCA en Quebec. Y tuvo el valor de declararse socialista cuando nadie –y menos los “socialistas”– apostaba nada por esa causa.

Pero a mi modo de ver, fue en lo económico donde mejor se expresó este pensar y actuar a contracorriente, y donde, en consecuencia, mejores resultados tuvo. Y lo sostengo, por más estrambótico que suene, justo hoy cuando tantos y tantas se han “convencido” o resignado de que todo lo que estamos padeciendo se debe al fracaso de su política económica.

II

En un texto escrito hace un año a propósito del mismo tema, afirmaba que son los resultados prácticos sobre la vida de las personas los que deben ser usados para medir el éxito o fracaso de una política económica. Y lo decía porque si bien tal aseveración parece obvia, no suele ser este, sin embargo, el criterio que se sigue en el mundo de los “expertos” y los poderes económicos. Para estos, lo que importa es si se obedecen o no una serie de criterios que en muchos casos no solo violan la lógica más elemental, sino que además, cuando buscan imponerse estos criterios, suelen causar estragos sobre la vida de la gente y de los países.

Adam Smith, que era un tipo mucho más inteligente y profundo que sus apologetas neo “liberales”, sí tenía esto bastante claro: para él, la economía tenía como propósito no el mantenimiento de unos criterios abstractos, ni de un equilibrio ficticio, ni rogarle a los dueños de los mercados para que nos hagan el favor de invertir parte de su riqueza. Ni siquiera dejarla en manos de la mano invisible. Para Smith, la economía política –a la que consideraba una ciencia no de los empresarios sino del estadista o del legislador, es decir, del gobernante– tiene como objetivo enriquecer tanto a la gente como al Soberano (el Estado), entendiendo por tal dotarlos de los medios y recursos necesarios para su subsistencia plena.

Cuando Chávez planteó su Agenda Alternativa Bolivariana en 1996 tenía esto en mente. No porque haya leído Smith, sino porque el verdadero pensamiento económico concibe su accionar así. Quiso la ironía de la historia que lo hiciera en tiempos cuando el neo “liberalismo” se impuso como un dogma a lo largo y ancho del planeta, imponiendo a punta de shocks exactamente la idea contraria a la de Smith: un Estado pequeño y pobre al menos para todo aquello que no sea lo policial-represivo, junto a unas mayorías igualmente empobrecidas esperando que las minorías privilegiadas tuvieran a bien derramarles un poquito de sus fortunas, por lo general mal habidas.

La gráfica que vemos a continuación ilustra de manera elocuente el resultado de esta manera de pensar:

Todo lo que está de la línea roja punteada que cruza verticalmente la gráfica hacia la derecha es culpa de Chávez, mientras que lo que está hacia atrás no. A la izquierda se describe el comportamiento de la economía venezolana antes de él, cuando la norma era el mantenimiento a ultranza de los equilibrios macroeconómicos, la liberalización de las regulaciones, promoción de las privatizaciones, etc., y quienes mandaban eran lumbreras económicas formadas en las mejores universidades del planeta, conforme al canon de la ortodoxia económica más convencional. Dicho de otra manera, tal comportamiento fue el exhibido por el que hoy día algunos conciben como el modelo “exitoso”. En contraste, de 1999 en adelante, se muestra el comportamiento de la economía venezolana en los tiempos del “modelo fracasado”, es decir, cuando Chávez hizo las cosas al revés de lo que dicta el canon. La belleza del asunto estriba en que medido con esos indicadores tan convencionales (PIB, distribución del ingreso y pobreza), el modelo “fracasado” exhibe un desempeño notoriamente mejor al “exitoso”.

Esto es: digan lo que digan, la verdad del caso es que en tiempos de Chávez la economía venezolana no solo se hizo más grande, o sea, creció más, sino que se distribuyó mejor el ingreso y redujo la pobreza. Es decir: Chávez hizo la tarea propuesta por el liberal Smith que los neo-“liberales” no: enriqueció a la gente tanto como al Estado. Y lo logró, porque se planteó hacerlo al revés de como se le exigió que tenía que hacerlo.

III

Y no lo hizo porque tuviera el petróleo a 100. Y es que sin menospreciar la ventaja de contar con precios de petróleo con tendencia creciente, como demostramos en una oportunidad anterior y como Juan Carlos Valdez insiste en “¿Será verdad que Chávez despilfarró un billón de dólares?”, contrario a lo que reza el mito, lo del petróleo a 100 dólares el barril más bien fue la excepción y no la regla entre 1999 y 2013, así como es absolutamente falso que Chávez haya gozado, en términos reales, de la mayor bonanza petrolera de toda la historia venezolana. El barril por encima de los 100 dólares en promedio anual fue un fenómeno que ocupó la última etapa del último de sus gobiernos, esto es, entre 2010 y 2012, siendo que el promedio del período completo (1999-2012) fue más bien la mitad: 55 dólares.

A este respecto, pudo haber ocurrido –como ocurrió de hecho en otros países– que con ese mismo nivel de precios altos las variables de la economía venezolana se comportara igual o peor que durante la década de los 90. Y es precisamente esto lo que le critican a Chávez: pues en el universo de exclusividad y estrechez de miras donde habitan los expertos económicos, todos nuestros problemas actuales radican en haber sacado de la pobreza a tanta gente. Y es que cuando se comienza a hablar de cosas como recalentamiento o exceso de consumo, reparto populista de la renta o promoción de ingresos por encima del nivel de productividad de la economía, en el fondo lo que se está diciendo es que Chávez puso a un montón de gente que no debía, a tener acceso a cosas que no debían. Claro que no lo dicen así porque no es políticamente correcto y de allí la necesidad del lenguaje tecnocrático. Pero tampoco hay que esforzarse mucho para darse cuenta de que a la hora del té el problema de ellos con Chávez en realidad es ese.

IV

En la Agenda Alternativa Bolivariana está planteado ese dilema entre las necesidades urgentes de la realidad y los postulados de una “ciencia” económica devenida en vulgar ideología puesta al servicio del mantenimiento de las peores cosas e inequidades. Y es interesante la manera como lo aborda Chávez, porque lo hace –sin ser un economista de profesión– atacando el corazón mismo de la ideología económica contemporánea: la idea del equilibrio económico. En aquella ocasión dice Chávez, luego de analizar los profundos desequilibrios generados por la aplicación de los planes de ajuste de 1989 y 1996 (el Gran Viraje de CAP, causante del caracazo, y la Agenda Venezuela de Caldera), escribe lo siguiente:

“La Agenda Alternativa Bolivariana asigna prioridad a los profundos desequilibrios macrosociales generados por la aplicación del actual modelo capitalista salvaje. Mientras los planes neoliberales se fundamentan en aquella máxima inhumana de que ‘la mejor política social es una buena política económica’, la AAB parte del principio de que la mejor política social es la que satisface las necesidades de la población. Así tenemos que, en el llamado Gran Viraje, la política social era prácticamente inexistente, pues se suponía una consecuencia de la política económica en la Agenda Venezuela, la política social es compensatoria, pues los 14 ‘programas sociales’ están destinados a aminorar el impacto del shock sobre los más necesitados”.

En la presentación escrita por el mismo Chávez a la AAB, plantea una idea similar y complementaria a esta, que por lo demás tiene la gran virtud de prefigurar en pocas líneas lo que sería su obra de gobierno:

“Sincrónicamente (y solo sincrónicamente, si se quiere viabilidad), se plantea enfrentar lo social y lo económico. Sin embargo, la AAB coloca los desequilibrios macrosociales en el primer rango de importancia y prioridad, para dejar en segundo plano a los desequilibrios macroeconómicos. ¿Cómo puede pensarse, por ejemplo, que solucionar el déficit fiscal pueda ser más urgente e importante que acabar con el hambre de millones de seres humanos?

Ante la ofensiva neoliberal, entonces, surge, aquí y ahora, un arma para la contraofensiva total. Se comprenderá que nuestra agenda es alternativa porque presenta no solo una opción opuesta a la del actual gobierno transnacionalizado; sino que va mucho más allá, pues pretende constituirse en el puente por donde transitaremos hacia el territorio de la utopía concreta, el sueño posible. Es decir, la AAB ofrece una salida y echa las bases del Proyecto de transición Bolivariano. Aquella, en el corto plazo, y este, en el mediano, serán los motores para el despegue hacia el Proyecto Nacional Simón Bolívar, cuyos objetivos se ubican a largo plazo. Y es bolivariana no solamente por ubicarse en esta perspectiva del futuro nacional a construir, porque también enfoca la realidad internacional y se inscribe en el nuevo despertar continental que levanta esperanzas de justicia, igualdad y libertad desde México hasta Argentina. Al decir de Simón Bolívar: ‘Para nosotros, la patria es América’”.

V

Esta inversión del orden de las prioridades, esta subordinación de los equilibrios macroeconómicos a los equilibrios macrosociales, que en el fondo es una subordinación de la política económica a los mucho más amplios principios de la política, es, sin embargo, un acto que se inscribe en lo más profundo y mejor de la tradición del pensamiento económico, desde Smith, Mills y Marx, pasando por Friedrich List, Keynes, Veblen, Robinson, Prebisch, Galbraith, Furtado, Orlando Araujo o Aldo Ferrer, y del cual pueden escucharse ecos hoy día en autores tan maistream como Krugman (Nobel de Economía 2008) y August Deaton (Nobel 2015): para nada sirve una política económica salvajemente aplicada para “equilibrar” los mercados (cosa que nunca logra por lo demás) si el precio a pagar por ello es un profundo desequilibrio social.

La fundamentación neo-“liberal” del los ajustes económicos, como hemos planteado ya en múltiples oportunidades, se deduce de una falacia argumentativa derivada de los modelos de oferta y demanda, según la cual la baja de los salarios provocará un aumento del empleo y de la inversión. La falacia completa postula que los empresarios comprarán trabajo según su precio (mientras más bajo sea más comprarán, es decir, cuanto menor sea el salario mayor será la cantidad de trabajo demandada). Al mismo tiempo, afirman que lo que se ahorra el patrón en mano de obra lo usará para invertir. Entre otros Keynes refutó esta explicación, demostrando que la demanda de trabajo de los empresarios no está ligada al precio del salario sino al nivel de la demanda agregada de bienes. A nivel de cada empresa tanto el salario como los precios de los otros insumos son, para el empresario, un dato sobre el cual no puede influenciar y su demanda de trabajo será en función de sus necesidades expresadas por su cartera de pedidos. Y lo mismo aplica para la inversión, no invertirá más porque más plata tenga: invertirá si considera que haciéndolo saca más provecho que no, entendiendo por esto último que puede buscarle otras ocupaciones a su dinero, desde el consumo suntuario hasta depositarlo en paraísos fiscales, siendo por otra parte que puede optar –como es notorio en el caso venezolano– por acumular por maximización de precios por unidad vendida que por cantidad.

Así las cosas, si la demanda global de bienes disminuye entonces las necesidades de trabajo de los empresarios, para satisfacerla también disminuirá y habrá desempleo, sea cual fuere el salario. La teoría económica puede así explicar que a cada nivel de la actividad económica corresponde una tasa de desempleo del trabajo, así como una tasa de capacidad instalada ociosa. Es exactamente esta, por ejemplo, la situación actual en Argentina, en Brasil y Europa, donde existe un aumento del desempleo provocado por la disminución de la actividad económica generada por la política de ajuste.

Como sabe cualquier estudiante de economía por más mediocre que sea, la riqueza creada en un país es la suma del consumo, la inversión y las exportaciones menos las importaciones. Y esta riqueza se distribuye luego de creada entre los salarios, los beneficios y las rentas. Eso está establecido así al menos desde los fisiocratas. Sin embargo, la vulgata neoliberaloide afirma que, de acuerdo a la ley de Say, toda oferta crea su propia demanda, de forma que todo lo producido, el consumo y la inversión es comprado por los salarios, los beneficios o las rentas. El caso es que esta ley no se cumple en la medida en que estemos en una economía monetaria, ya que los agentes económicos pueden no gastar todo lo que ganan. Ese es particularmete el caso de los que reciben beneficios (ganancias de capital), generalmente los más ricos, quienes pueden no gastar todo su ingreso, ya que una vez gastado lo que consumen, que es poco respecto de lo que ganan, no utilizan el resto de sus ingresos para comprar los bienes de inversión porque, como decía, deciden no hacerlo, optando por despilfarrarlo, fugarlo, etc. No obstante, como bien planteó Kalecki, y antes de él el propio Marx, los trabajadores sí que gastan todo lo que ganan en comprar bienes de consumo necesarios a su subsistencia. En la mayoría de los países, el 90% del consumo proviene de la demanda de los asalariados, cifra similar a la nuestra, de lo que se concluye lo siguiente: si el monto de los salarios disminuye, porque se incrementan los beneficios, entonces la cantidad de bienes de consumo vendidos disminuirá. Pero también lo inverso: si el monto de los salarios aumenta, bien porque los asalariados ganan más, porque hay más asalariados y/o porque hay mejores precios, la cantidad de bienes consumidos tenderá forzosamente a aumentar y, por lo tanto, debe incentivarse por esta vía la inversión y la producción.

El drama de Chávez, y el nuestro actual, fue haber planteado y batallado por esta inversión de la política económica (que en realidad consistió en ponerla sobre sus verdaderos pies, enderezando lo que la vulgata neoliberaloide puso de cabeza), en medio de un contexto hostil y sobre la inercia de un aparato “productivo” que es reflejo de la clase económica que lo detenta: atávico y estrecho de miras, que hace mucho tiempo ya optó por el derroche, la fuga y la corrupción antes que por la inversión productiva. Como comenté en un texto a propósito del Golpe de Timón, se ve que es algo de lo que ya se había convencido, y de allí toda su prédica última condensada en aquella célebre intervención en la que no paraba de hablar de la transferencia de bienes de producción a las comunas y todo el sistema de EPS, del socialismo productivo, del punto de no retorno, la irreversibilidad de lo avanzado. Ese y, claro, no haber vivido lo suficiente para lograrlo, siendo este un pendiente que está por verse si seremos capaces de saldar nosotros, los que nos asumimos sus continuadores.