También en Argentina se termina el 2016: un final a toda orquesta/ El macrismo realmente existente

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 Juan Guahán-Question latinoamérica|

Como si fuera necesario reforzar los comentarios y análisis sobre cómo ha sido el 2016 del gobierno de Cambiemos, los últimos días del año nos ofrecen un “final a toda orquesta”. Tres sucesos, de estos días, sintetizan mejor que mil palabras la realidad del macrismo y de lo sucedido este año, incluidos sus antecedentes y la forma en la que el macrismo asumió la herencia recibida, qué hizo (y está haciendo) con ella.

Las inundaciones, en el próspero norte bonaerense; la toma de una comisaría porteña, por los vecinos del barrio; el “raje” a Alfonso Prat Gay, el referente público más importante de la economía macrista, son los tres hechos a los que se hace referencia. Meterse, apenas un poco, en algunos vericuetos de los mismos es adentrarse en el alma de lo que somos gran parte de los argentinos o por lo menos la inmensa mayoría de su dirigencia.

Solo cabe agregar, antes de analizar esos hechos, que estamos hablando de situaciones que se dieron mientras los millones de compatriotas trataban de festejar –como podían- las fiestas navideñas o se trataban de reponer de esas fiestas y el propio Presidente iniciaba sus vacaciones en los imponentes paisajes patagónicos.

 Las inundaciones en el próspero norte bonaerense

El norte bonaerense es el corazón de la pampa húmeda. Junto con el sur santafesino y cordobés constituye el territorio donde nace gran parte de la riqueza que alimenta nuestra economía. De allí provienen la mayoría de las divisas que mantienen viva a la economía argentina. Esos lugares fueron justamente el centro de la inundación que, entre el domingo y lunes pasado, mantuvo en vilo a toda la región. Pergamino fue el epicentro, con el agua que desbordó el arroyo que parte en dos a esa ciudad, de unos 100 mil habitantes. Unas 200 manzanas quedaron bajo agua, en algunos casos, ésta llegó hasta los 2 metros de altura.

Eso ocurrió el lunes, cuando el sol presagiaba una jornada apacible. Vino el agua de las zonas vecinas, su llegada y su paso fueron tan rápidos y arrolladores que eran incontenibles. En su avance arrastraron, hacia la nada, ropa y muebles; enseres, fotografías y recuerdos que nunca volverán. Pero no fue la primera vez. Ya en 1995, hace 21 años atrás pasó algo parecido, en el medio decenas de veces el agua salió de madre e inundó a los vecinos, claro, con menos prepotencia que esta vez.

A los fines de atender la Cuenca del Salado y esta zona pampeana se elaboró, en 1999 un proyecto para resolver el problema de las inundaciones. Su costo fue estimado en unos 2 mil millones de dólares. Se lo financiaría a través del Fondo Fiduciario de Infraestructura Hídrica, dependiente del Ministerio de Economía de la Nación y constituido por una tasa proveniente de la venta de nafta y GNC. Ese Fondo llegó a reunir no 2 mil, sino 4 mil millones de dólares. Pero la mayor parte de esos recursos fueron destinados (siendo bien pensados) a diferentes proyectos urbanos, de mayor y más visible impacto público. Legisladores y funcionarios de diferentes niveles encontraron allí una “Caja” que ayudaba a sus conveniencias electorales. Es sabido que nuestros políticos y sus entornos son capaces de sacrificar hasta lo más querido en el “altar de las elecciones”.

Son ellas las que les dan poder y aseguran su futuro. Invertir (sobre todo si es plata ajena) en la política electoral es un negocio generalmente muy redituable. Las inundaciones… bien, gracias. De cómo afectan a producciones y productores del campo es un tema del que están pendientes unos pocos votantes. Los urbanos, que las padecen, recibirán algunas migajas bajo la forma de nuevos subsidios y como las inundaciones vienen espaciadas por años se olvidan rápidamente.

Una vez más se ha comprobado que pensar en lo que no está a la vista o es de largo plazo no es algo que forme parte de las preocupaciones de la sociedad argentina, menos aún de su dirigencia.

 La toma de la comisaría porteña

Todo ocurrió en el porteño barrio de Flores, jurisdicción de la Comisaría N° 38,  pero podría haber pasado en la Boca, en Mataderos, en cualquier barrio rosarino, patagónico o de otra ciudad argentina. Solo que esta vez –allí en Flores- pasó y en otras quedó en el apronte.

Otro chico asesinado. Esta vez tenía 14 años e iba con su abuelo para cortarse el pelo cuando se preparaba la Nochebuena. Cuando, el lunes, se anunció su muerte los vecinos y familiares comenzaron a reunirse en los aledaños de la Comisaría.

Primero fueron unos pocos, a medida que anochecía crecía el número y la bronca. Los familiares devastados, los vecinos exaltados. Algunos comenzaron, otros los siguieron, y al grito ¡Que se vayan todos!, que todavía resuena en la entrañas de la sociedad, ocuparon la Comisaría.

Entre los encargados de administrar el Estado, eso que llaman “el poder”, hubo alarma. Habían calculado milimétricamente varias operaciones políticas, sociales y comunicacionales para alejar el fantasma del temor a los estallidos, que todos los fines de año asusta a quienes ocupan los sillones de ese poder.

Al gobierno no le había ido nada mal. Anestesiaron provisoriamente a los movimientos sociales con las promesas contenidas en la “Ley de Emergencia Social”, apaciguaron a los sindicatos con la “Ley sobre Ganancias”. Sin embargo el riesgo estaba allí, podría haber sido en otro lugar, pero fue en la Capital. No pedían la comida que demandan los más humildes; tampoco las reivindicaciones de quienes tienen trabajo. No, reclamaban por un muerto más. Es uno de esos reclamos transversales que se puede dar en cualquier sitio del país. El gobierno sabe que hay suficiente “pasto seco” para que un estallido incendie la pradera. Por eso el temor que albergaban los funcionarios el lunes por la noche. Un piedrazo en el vidrio del coche presidencial, el día jueves, no contribuyó a calmar sus ánimos.

Si bien es cierto que esta “inseguridad” no nació con el macrismo, es sabido cómo creció durante los años del kirchnerismo. El macrismo quiere justificarse diciendo que no se puede cambiar todo en un año. Es justo decir que -en este 2016- crecieron crímenes e inseguridad.

El gobierno supo manejar la emergencia. En materia represiva no fue más allá de expresiones periodísticas amenazando con la aplicación de la ley. Terminó absorbiendo el conflicto y negociando con familiares. Anunció el desplazamiento del Comisario y un Plan de Emergencia. Es posible que con estas cuestiones no cambien mucho las cosas pero el gobierno logró desarmar un foco de potenciales conflictos. Claro está que nadie podrá borrar la imagen de centenares de vecinos haciéndose cargo de las instalaciones de la Comisaría. Es posible que los vecinos comiencen a visualizar que buena parte de la policía forma parte del sistema de delitos e inseguridad que deberían combatir.

 El “raje” a Alfonso Prat Gay

EL “mundo Macri” se manifestó en toda su plenitud con motivo del “raje” que le dio Mauricio a su máximo referente económico, Alfonso Prat Gay.

En efecto, dejó en claro varias cuestiones: ¿Cuál es la “Mesa Chica” y la “Mesa Operativa”?; ¿cómo funciona ese tema del famoso “equipo”?; lo de Prat Gay, junto al “raje” de la capa de Aerolíneas, marcó el rumbo de los próximos meses y –por último- demostró que “lo primero es la familia”.

Pero como Prat Gay no es ningún “nene de pecho” le sacó jugo a esta situación.

Basta leer las declaraciones de los funcionarios que aspiran a sobrevivir y la actitud de la “prensa militante” para darse cuenta que en el “mundo Macri”, hay lugar para una sola estrella: Mauricio. Lo que ha pasado con Prat Gay es un mensaje claro: que nadie ose pensar que tiene un espacio u opinión propia.

Queda definida, sin cuestionamientos, la “Mesa Chica”, la integran el propio Mauricio con su alter ego y Jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun, descendiente de los Braun Menéndez, dueños de media Patagonia y de los supermercados “La Anónima”, extendidos por gran parte de nuestra geografía. Por debajo de la “Mesa Chica” funciona la “Mesa Operativa”, allí el Jefe de Gabinete dirige la política de los Secretarios Gustavo Lopetegui y Mario Quintana. Desde ahí controlan, supervisan y están por encima de quienes dirigen los 23 ministerios que hay hoy, los 13 organismos descentralizados y las 16 empresas en las que el Estado es el principal accionista.

Esas 4 personas (Mauricio, Peña, Lopetegui y Quintana) están al frente de lo que en la jerga macrista ser llama “equipo”. En realidad un grupo obediente de funcionarios que gozan de las mieles de poder mientras no salgan del haz de luz de las decisiones tomadas u orientadas por la “Mesa Chica” y la “Mesa Operativa”. Es por eso que no es contradictorio que el poder se centralice aún más creando nuevos ministerios.

Ello es lógico porque cuando más ministros haya, menos poder tendrá cada uno de ellos. La figura, la historia y el ego de Prat Gay no “pegaba” con ese esquema, por eso y para garantizar la “unidad del equipo” tuvo que irse. El detonante parece haber sido la designación de un funcionario clave en la Corporación Andina de Fomento (CAF), un banco de desarrollo de América Latina. Macri había acordado con el presidente paraguayo, Horacio Cartes, el nombre de su connacional Rubén Ramírez. Prat Gay –aunque lo votó- hizo campaña por otro candidato. Es claro que también hay razones más profundas que justifican ese cambio.

Nicolás Dujovne

El mismo se complementa con el producido, poco antes, de la Jefa de Aerolíneas Argentinas, Isela Constantini. Prat Gay quería una autonomía y un gradualismo que no forman parte de la agenda macrista para este año. La Constantini cuenta entre las razones de su renuncia el hecho de haberse opuesto al desembarco y el posible acceso de rutas de Aerolíneas a Avianca, una empresa que acaba de quedarse con Mac Air, la línea aérea de la familia Macri que ahora figurará con otros titulares. Pero como “lo primero es la familia”, esos deslices no se pueden tolerar.

Esa devoción por los negocios familiares aprovechando los poderes estatales, ahora incrementada por la relación con el nuevo ministro Nicolás Dujovne, de vínculos familiares con los intereses regionales de Donald Trump, es un tema que “traerá cola”. Esto llega al punto tal que más de un analista cercano al poder de turno considera que estos hechos no son más que fojas de expedientes que circularán por los Tribunales de Comodoro Py en años venideros. Son cosas del poder…

Quien no se quedó atrás y aprovechó la situación, para que este “raje” no fuera humillante, es el propio Prat Gay. Preparando su futuro consiguió la venia para dar una Conferencia de Prensa, antes de irse. Allí, junto al capo de la AFIP, reivindicó lo que considera sus 3 grandes victorias: Fin del cepo, arreglo con los “fondos buitres” y el actual “blanqueo de capitales”. Se infló le pecho para decir que el auto estaba listo y la carretera preparada, para que la economía eche a andar. La modestia  no es una virtud que practique este muchacho.

 Así termina este 2016, pero a no desesperarse. Arranque la última hoja de su almanaque de este año y ponga a su frente la esperanza del 2017. Recuerde que la felicidad está en su propio interior y en cómo la comparte con los demás, la cuestión es descubrirla, cultivarla y no dejar que los acontecimientos se la oscurezcan o arrebaten.

¡Feliz 2017!. usted se lo merece…

Anexo 1

El macrismo realmente existente

José Natanson-Le Monde Diplomatique|Un repaso de la economía política del macrismo realmente existente confirma que el Gobierno está operando un ambicioso y regresivo cambio socioeconómico.

Entre bizantina y bizarra, la discusión en torno al impuesto a las ganancias quizás revele algo más profundo de lo que podría pensarse a primera vista. Luego de la última modificación, quedarán alcanzados por el impuesto menos del 8 por ciento del total de trabajadores, jubilados y autónomos, alrededor de 1,4 millones de personas sobre un total de 12 millones (18 si se cuentan los no registrados), obviamente situados en la cúpula de la pirámide salarial: como demuestra un informe oficial (1), hay que ganar casi el doble del salario promedio del sector privado –19 mil pesos en bruto– para comenzar a pagar ganancias (en Francia, Estados Unidos o España, por citar algunos ejemplos, tributan quienes ganan entre un tercio y la mitad del salario promedio, aunque se trata de porcentajes mínimos para las primeras escalas y aunque la capacidad adquisitiva de ese mismo sueldo promedio es por supuesto más alta).

En concreto, el impuesto a las ganancias sobre los trabajadores en relación de dependencia aportó unos 50 mil millones de pesos en 2016, lo que equivale a la totalidad del presupuesto de las 53 universidades nacionales, más de tres veces los recursos destinados a ciencia y tecnología o un soterramiento del Sarmiento entero. ¿Por qué entonces, si se trata de un impuesto que genera mucho dinero y que impacta básicamente sobre los salarios más altos, es tan impopular? En primer lugar, porque su extensión a más y más personas no fue producto de una decisión explícita de política pública, impulsada desde el gobierno y defendida en un debate social franco, sino de la falta de actualización (no hubo, digamos, una batalla cultural en torno a ganancias sino una apuesta vergonzante a la inercia).

Pero además, a diferencia del IVA, más regresivo pero disperso en miles de microcompras cotidianas, y del impuesto al cheque, distorsivo porque castiga la actividad económica y fomenta la informalidad pero también desperdigado en una infinidad de operaciones bancarias, el impuesto a las ganancias es cristalino como las aguas del Caribe: cualquier trabajador sabe exactamente, con solo mirar su recibo de sueldo, cuánto paga de ganancias, lo que lo condena a una hipervisibilidad casi pornográfica que alimenta la percepción social de injusticia.

Esto explica el estilo sobreexitado que adquirió el debate por ganancias, con un gobierno que no dudó en desdecirse de sus promesas de campaña frente a un peronismo que no tuvo empacho en reclamar ahora lo que se negó a hacer cuando estaba en el poder. Sin embargo, la conclusión quizás sea menos deprimente de lo que parece: detrás del tono bagliniano del debate se esconde la evidencia de que tanto el kirchnerismo como el macrismo se resistieron, pese a las presiones sociales y sindicales, a eliminar del todo un impuesto que, bien diseñado, es justo.

Si se mira con atención, algo similar ocurre con las retenciones a la soja. Así como había prometido que bajo su gobierno “ningún trabajador pagará impuesto a las ganancias”, lo que derivó en una interesante discusión acerca de cuándo, a partir de qué salario, un trabajador comienza a ser un trabajador, Macri también había prometido reducir un 5 por ciento por año las retenciones a la soja, pero finalmente terminó anunciando, luego del primer recorte, un mucho más cauteloso esquema de rebaja del 0,5 por ciento mensual. En ambos casos, el macrismo prorrogó medidas adoptadas por el gobierno anterior: si una mirada crítica nos reenvía a las promesas incumplidas, una perspectiva más benigna nos podría llevar a pensar si no estamos finalmente ante una política de Estado.

En todo caso, la evidencia indica que el gobierno está dispuesto a sostener algunos trazos de la estructura tributaria anterior incluso al costo de irritar a sus votantes. Los motivos habrá que buscarlos en la otra cara de la Luna presupuestaria, el gasto fiscal, que no experimentó una caída brusca durante el 2016 sino que, considerado globalmente, se mantuvo en niveles similares a los del año anterior, del mismo modo que lo hará en 2017 según las propias previsiones oficiales.

En efecto, la ley de presupuesto estima para este año un déficit fiscal similar al de los años anteriores (4,2 por ciento contra 4,7). De hecho, está previsto que el gasto suba más que los ingresos (22,6 contra 22,4 por ciento). Y en este sentido, quienes conciben al macrismo como una copia en carbónico del menemismo deberían registrar que el alarmante aumento de los niveles de deuda, la desaprensiva apertura comercial y la obcecada política de metas de inflación no se conjugaron con un ajuste fiscal al estilo de los 90, lo que no convierte al de Macri en un gobierno progresista sino en uno que quiere ganar las elecciones.

Pero esto es solo una parte. Si el análisis de la dupla ingresos/gastos habilita una mirada más sutil sobre la gestión macrista, la evaluación detallada de la economía del 2016 confirma que el gobierno avanza en una cierta dirección. Podrá proceder por el método del ensayo y error, reconocer sus equivocaciones y disculparse como el Juan Domingo Perdón de (el humorista Peter) Capusotto, pero tiene un rumbo. Macri vacila, pero no gobierna contra sus deseos.

Como revela el Cuadro 1, desde que el PRO llegó al poder se produjo una gradual pero clarísima contrarreforma tributaria que involucra una disminución del peso de los impuestos más progresivos y un aumento de los regresivos: los derechos de exportación (retenciones) pasaron de recaudar el 4,63 por ciento del PBI en 2015 al 3,42 en 2016, el impuesto a las ganancias cayó del 22,41 al 19,73 y el impuesto a los bienes personales del 1,07 al 0,92, en tanto el IVA, a pesar del desplome del consumo y la recesión, saltó del 25,49 al 26,72.

Esta regresión tributaria resultó en un nuevo panorama sectorial de ganadores y perdedores. El Cuadro 2 confirma que las tres actividades económicas que más aumentaron su participación en el PBI fueron la agricultura (pasó de representar el 7,7 por ciento del producto en 2015 a un impresionante 12 por ciento en 2016), las finanzas (del 3,9 al 4,3) y la minería (del 3,9 al 4,1), mientras que cayeron la industria (17,1 a 15,7), la construcción (del 5,3 al 4,3) y el comercio (14,3 a 13,7). Silenciosamente, la reconversión está en marcha: los ganadores del año son sectores dinámicos, competitivos a nivel global y superavitarios en divisas, pero que generan pocos empleos y escasos encadenamientos productivos. Y que quizás alcancen para satisfacer a poblaciones menos numerosas como, digamos, la chilena o la peruana, pero que resultan claramente insuficientes para alimentar a un país como el nuestro, con 40 millones de habitantes y una arraigada memoria de clase media, una fuerte pulsión plebeya y una pasión carnívora que ensanchan la demanda social hasta niveles cuasi europeos.

Estos cambios tributarios y sectoriales se completan con la siempre delicada cuestión de las divisas. La fuga de capitales se más que duplicó entre 2015 (salieron 6.734 millones de dólares) y 2016 (14.662), impulsada por la formación de activos en el exterior y el giro de utilidades de las empresas, lo que explica que las reservas internacionales apenas se incrementaran pese a la masiva llegada de dólares por vía del blanqueo. Según los cálculos incluidos en el presupuesto, el gobierno necesitará en 2017 unos 16 mil millones de dólares para refinanciar la deuda en moneda extranjera, a punto tal que el rubro “servicios de deuda” es, comparativamente, el que más crece. Aunque la deuda total todavía se sitúa en niveles manejables, por debajo del 55 por ciento del PBI, su rápido aumento, junto a la suba de tasas dispuesta por la Reserva Federal de Estados Unidos, abre dudas sobre su sostenibilidad en el tiempo.

En suma, la economía política del macrismo realmente existente confirma la percepción de un gobierno que registra los límites que le imponen la oposición partidaria, el sindicalismo y las organizaciones sociales, atento siempre al estado de ánimo de la opinión pública, pero que de todos modos avanza. Y que si no acelera el paso es porque todavía debe terminar de definir la coalición social sobre la cual hará descansar su programa de reformas: si el alfonsinismo se apoyó en una alianza entre las clases medias urbanas, los sectores tradicionales del radicalismo del interior y muchos peronistas emancipados (“no me van a votar los obreros pero sí sus esposas”, según la clásica boutade del ex presidente); si el menemismo se sostuvo gracias al apoyo de los estratos más altos, las nuevas clases medias globalizadas y los sectores populares, y si el kirchnerismo obtuvo el respaldo de los grupos más pobres, una parte de las clases medias progresistas y los trabajadores organizados, ¿cuál será la alianza social que le garantizará sustentabilidad política a un gobierno que controla apenas un tercio de los diputados, un cuarto de los gobernadores y un quinto de los senadores? (2).

El hecho de que esta pregunta crucial no encuentre todavía una respuesta definitiva explica el estilo sinuoso de la gestión macrista y el ritmo un poco desconcertante con el que se mueve. Pero una cosa es el sesgo ideológico y otra muy distinta la velocidad con la que lo despliega. Como sostienen los editores del Artepolítica.com, confundir neoliberalismo con shock –o gradualismo con progresismo– es caer en una falacia de petición de principios. Lenta pero persistentemente, el macrismo está operando un ambicioso cambio socioeconómico, disimulado detrás de un cortina finita hecha de slogans de autoayuda e imposibles promesas win-win, pero perfectamente visible para todo aquel que quiera mirarlo.

Notas

1. Ministerio de Hacienda y Finanzas sobre datos de la OCDE.
2. Cuando se consulta a funcionarios e incluso intelectuales macristas, la respuesta se limita a expresiones del tipo “una alianza con todos los que quieran un país mejor” o “todos los que estén comprometidos con el cambio”, o sea que no tienen ni idea.

 *Publicado en Le Monde diplomatique, Argentina