Empelotados

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cancha modificada

Luis Bruschtein | 

“El que quiera ver fútbol gratis que se vaya a vivir a Cuba, esto es el capitalismo”, dijo Fernando Niembro y le dieron salida. Mauricio Macri prometió en campaña que no tocaría “Fútbol para Todos”. Eso fue a fin del año pasado, con el gobierno de Cristina Kirchner. Y ahora Macri, ya presidente, dice, como si fuera la Biblia, lo mismo que dijo Niembro. A esta Biblia, evidentemente, la escribe la política. Porque hace pocos meses la Biblia decía que el deporte y su difusión eran un derecho de los pueblos que debía ser satisfecho por los gobiernos. La nueva Biblia estipula, en cambio, que el fútbol es un negocio y que allí no tiene nada que hacer el Estado. No hay derechos, hay negocio. El único derecho que preserva el Estado es el de los privados a hacer negocio. Es la nueva Biblia. Esa es la esencia del cambio de Cambiemos con Pros, radicales y lilitos.

Es la esencia que nunca se reconoce y que se disfraza con una Disneylandia casera: la lucha contra la corrupción. Cada vez que los denunciadores seriales, periodistas o políticos, dicen que encontraron un hecho de corrupción, los argentinos se ponen contra la pared porque ipso facto viene un guadañazo al salario o a derechos ganados. Aníbal Fernández, Juan Manuel Abal Medina y Jorge Capitanich son tres jefes de Gabinete acusados de un delito insólito: no haber controlado lo que no tenían que controlar. Aunque dentro de tres años los tres sean absueltos, la acusación alcanza ahora para inducir la sospecha de que se quedaron con un vuelto. La lucha contra la corrupción se convierte así en la excusa o la distracción para el verdadero robo y sacarle al pueblo un derecho por el que, de aquí en adelante, va a tener que pagar para ejercerlo y engordar así el bolsillo de algún empresario amigo del gobierno.

En estos seis meses de macrismo se ha convertido en un clásico el tipo que sale a cortar la calle porque no tiene electricidad, pero justifica el corte de luz “porque las tarifas están atrasadas”. Bueno, ahora tiene más de mil por ciento de aumento en el precio de los servicios y solamente es la primera etapa del tarifazo. Ese tipo que habla en nombre de un sentido común que lo castiga permanentemente y lo relega como un ser sin derechos, sometido a los designios del mercado que manejan las grandes empresas, está siendo reemplazado lentamente en la calle por otro ciudadano que se siente sujeto de derechos y los reclama, como se vio en el cacerolazo contra el tarifazo. Es probable que en muchos casos sean las mismas personas porque las esquinas más pobladas se vieron en los barrios de clase media más o menos acomodada donde el macrismo ha ganado las elecciones con mucha holgura. No deja de ser una paradoja.

El mismo tipo que durante doce años escuchó hablar de ampliación de derechos y se vio favorecido por esas políticas, fue convencido de que los derechos de las grandes empresas están por encima de los suyos. A pesar de que se favoreció, no lo pudo valorar. Pero cuando un gobierno al que votó le conculca sus derechos, recién ahí reacciona como sujeto de derechos. Cuando los gana o se los dan, siente que no tiene derecho. Y solamente reacciona por su dignidad, cuando se los conculcan. Ahora le han dicho que no tiene derecho a la calefacción ni al fútbol. Solamente tendrán acceso los que puedan pagarlo y punto, se acabó el derecho, rige el mercado.

Fútbol para Todos fue una de las medidas con más respaldo de las que tomó Cristina Kirchner, junto con la Asignación Universal por Hijo. Las grandes empresas del espectáculo y los medios corporativos que perdían un negocio suculento, la bombardearon con dos argumentos: la corrupción de la AFA y el ambiente del fútbol, que no era controlado por el Estado que sólo les pagaba por la transmisión de los partidos. Y que los partidos de fútbol se habían convertido en una herramienta de propaganda política. Los dos argumentos son discutibles. Primero porque antes del gobierno, les pagaba Clarín y, en todo caso, la corrupción era la misma, con la diferencia que los explotaba. Y además, el Estado paga, pero no tiene ni los atributos ni las herramientas para controlar lo que hacen los proveedores del Estado con esa plata. Tendría que hacer lo mismo con todos los grandes contratistas. El Estado se limita a comprobar que las obras se realizan y no la forma en que la plata se distribuye entre los socios.

Y con respecto a la propaganda, lo cierto es que la inmensa mayoría de lo que se vio era propaganda institucional, no política. El Estado, sea kirchnerista o macrista, de izquierda o derecha, necesita difundir sus acciones. Y además los excesos podrían ocurrir con o sin Fútbol para Todos. La publicidad oficial seguirá existiendo. El gobierno de Macri hace publicidad con medidas como créditos hipotecarios inalcanzables o celulares más baratos que se consiguen a precio similar en mercado libre, pero es propaganda institucional que se puede discutir o no. Ese tipo de propaganda era la que emitía el gobierno kirchnerista. Con el valor agregado de casos como la AUH, donde el Estado invertía montos más que importantes en ellas. Pero aún así era discutible. Si hubiera alguna publicidad en detrimento de fuerzas políticas de oposición se estaría entonces ante propaganda partidaria y no estatal y valdría la acusación, pero no es eso lo que está en discusión. El argumento no se sostiene porque confunde a conciencia propaganda partidaria con propaganda institucional.

Aún si esas acusaciones hubieran sido ciertas, no ameritaban eliminar Fútbol para Todos. La respuesta tendría que haber sido diseñar políticas anticorrupción con más control y legislar sobre el tipo de propaganda. Pero lo que hicieron no fue eliminar la corrupción sino un derecho ciudadano.

El cuco de la corrupción sirvió para limitar un derecho. Y en otros casos sirvió para la persecución política como con Milagro Salas y con la familia Kirchner. La corrupción existe y seguramente existió también durante el gobierno anterior. Pero este gobierno y los denunciadores seriales que lo alimentan han demostrado que no luchan contra la corrupción sino que usan ese discurso para tapar políticas impopulares como los tarifazos, la eliminación de la televisación gratuita del fútbol, el pago excesivo a los fondos buitre, el reendeudamiento fulminante, las disparada de la inflación y la desocupación o el aumento de la carestía de la vida.

Mientras se sucedían el tarifazo, el cacerolazo y la eliminación de Fútbol para Todos, los títulos principales de los medios hegemónicos se referían al enésimo allanamiento del convento de López, en La Nación se daba por descontado el encarcelamiento de Cristina Kirchner y Clarín mentía con un automóvil BMW hallado en Córdoba, lleno de dinero que supuestamente era propiedad de Milagro Sala y que después se comprobó que no, que todo era una mentira sin pies ni cabeza. Es evidente que hay una decisión editorial de los medios corporativos para sostener esta línea de acoso, o “periodismo de guerra”, que trata de ocultar detrás del Disneylandia de la anticorrupción una realidad social y económica cada vez más explosiva generada por las políticas neoliberales del gobierno de Mauricio Macri.

Los problemas de corrupción no son secundarios. Son hechos graves. Pero cuando se usa y se abusa del tema para perseguir a dirigentes políticos o para desinformar a la sociedad, o como herramienta para conculcar derechos o empobrecer a los sectores ya de por sí más vulnerables, no solamente se tornan poco creíbles, sino que además se convierten también en parte de lo que están hablando, es decir parte de la corrupción, algo que también debe ser denunciado y repudiado. Los servicios de inteligencia ordenan y manipulan esa información para que sirva a sus fines políticos, la entregan a los personajes que eligen para hacer las denuncias y ya tienen a los jueces hablados igual que a los medios que se encargan de amplificarlas y difundirlas.

La eliminación de Fútbol para Todos es un caso emblemático. Es menos grave por supuesto que el tarifazo o el saqueo de los salarios o el irrefrenable aumento de los precios de los alimentos. Pero es un problema que se hace visible por un flanco que no es de vida o muerte, es una ventana de la vida cotidiana al disfrute como derecho. Es algo que se disfruta con amigos o en familia. Un punto de reunión fuera del trabajo y las obligaciones. Cualquiera puede sentir que tiene derecho a ese disfrute. Ahora le dijeron al hombre o mujer común que para cortar con la corrupción y el autoritarismo se lo van a sacar. Pero es obvio que van por el negocio. La corrupción k es pura cobertura. Las denuncias de corrupción fueron la patada inicial que los habilitó para intervenir en el tema. Mandan abajo del tren a tres personas solamente para sacarle a la sociedad el derecho a ese disfrute, para darle el negocio a una gran empresa, para favorecer a los grandes clubes frente a los más chicos y para controlar políticamente a la AFA. Toda esa maraña de poder está detrás de la denuncia contra los tres ex jefes de gabinete del kirchnerismo. Es visible todo el mar de fondo que se produjo en la AFA donde figuras de mucho peso incluso, como Marcelo Tinelli y Hugo Moyano, perdieron frente a los operadores del macrismo. Siempre fue así, pero hoy más que nunca, la política está en el fútbol. Macri usó su paso por Boca como trampolín y seguirá haciendo lo mismo ahora que está a punto de convertirse en el dueño de la pelota.