Triunfos de las fuerzas de la paz/ Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario

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col paz xa colEleazar Díaz Rangel|
Dos hechos relevantes retuvieron el jueves la atención del periodismo. En Washington se reunía la OEA ante la incertidumbre de cuál podría ser el resultado de las eventuales votaciones, porque no se conocía la posición que asumiría cada uno de los países representados. Estaba en juego la situación de Venezuela, podrían aprobar el informe del Secretario General y la aplicación de la Carta Democrática de la OEA, que era lo peor que podría ocurrir.

Como es bien sabido y aplaudido, no hubo ni una ni otra decisión. Terminado el debate, el presidente de la Asamblea ordenó que se tomara nota del informe y se archivara, y en cuanto al otro tema, como todos o la mayoría de los embajadores se pronunciaron por propiciar el diálogo, lo dio como materia vista, y fue así como la OEA, en la práctica, ratificó su decisión del 1º de junio que, además, recomendaba las gestiones por el diálogo de los tres ex presidentes estimulados por Unasur.

Algo más trascendente ocurría en La Habana. Después de más de dos años de negociaciones, a las que habría que sumar varios meses de reuniones secretas previas, el Gobierno y las Farc-EP firmaron el último de los acuerdos, el de suspensión de la guerra y otras importantes cuestiones, que permitirán la desmovilización de las guerrillas y su incorporación a la vida política civil, hasta que, en semanas, firmen el acuerdo final, allá en Cuba o en Colombia, pues no hay consenso sobre ese punto.

Casi todo el país vecino celebró en las calles tan trascendente e histórico acontecimiento después de tantos años de guerra, de tantos millones de afectados y de desplazados -aquí en Venezuela tenemos el mayor número de colombianos fuera de su país- y de decenas de miles de muertos, se acercan a la paz como nunca antes, cuando ambas fuerzas se persuadieron de que ninguna podía vencer a la otra, y pusieron toda su voluntad para iniciar unas negociaciones inciertas, complejas, difíciles como ninguna otra en la historia.

Todos, o casi todos en América Latina, estamos contentos con ese triunfo de la política y de las fuerzas de la paz sobre la guerra.

Anexo

Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrarioven maduro y ramos allup

Maryclen Stelling| La Patria Grande celebra el histórico acuerdo de paz alcanzado en Colombia luego de arduas negociaciones por un lapso de cuatro años. De aquí en adelante el camino del postconflicto planteará nuevos desafíos.

Venezuela, acorde con las características de su situación interna, “lucha” por afrontar y resolver su propio conflicto. Atrapada, sin embargo, en los supuestos que manejan factores políticos enfrentados, convencidos en torno a las condiciones del proceso de negociación y sus resultados o consecuencias. Ambos bandos están persuadidos de que la confrontación debe culminar en una definitiva y clara victoria política para uno de los dos lados y de donde, como resultado, emergerá un solo ganador y un derrotado. Impera una cultura del conflicto que se centra en el fortalecimiento del pacto social de “no convivencia”, en la legitimación-deslegitimación del otro por diversas vías y, fundamentalmente, se limita a una visión simplista y reducida de la posible salida: revocatorio y/o Carta Democrática con pocas opciones para el “batuqueado” diálogo.

A partir de procesos de pacificación en la región surgen una serie de recomendaciones. La reconciliación en tanto acuerdo político “para ayudar a que los actores entiendan la justicia como un concepto que… tendrá más relación con el futuro que con el pasado”. La moderación debe predominar sobre el extremismo. Debe cambiar la percepción que cada parte tiene de la otra. La paz y la democracia significan aceptar el derecho del adversario a existir y a tener un espacio de poder. Un conflicto no se puede resolver sin la ayuda de terceros y, una vez escogidos, se debe confiar en ellos.

Consciente de que cada conflicto es un fenómeno único caracterizado por distintos grados de complejidad, Venezuela debe afrontar con urgencia la pacificación del conflicto en todas sus manifestaciones: discursiva, psicológica, social, política, institucional, económica, estatal y además expresiones de violencia espontáneas y organizadas que, peligrosamente, se consolidan más allá de la simple protesta ciudadana.

Atrapados ambos bandos en el forcejeo confrontacional, relegan al olvido la posibilidad de erigir sobre el disenso una cultura para la transformación constructiva del conflicto, sin vencedores ni vencidos.