Brasil: a todo o nada/ Sin izquierda y sin rumbo
Pedro Brieger |
La decisión de la Justicia brasileña de suspender el nombramiento de Lula da Silva como jefe de gabinete de Dilma Rousseff es un hecho de suma gravedad institucional. Habría que bucear en lo más profundo de la historia latinoamericana para encontrar antecedentes del nombramiento de un ministro de tan alta jerarquía que es frenado por la Justicia.
Hay que ser muy ingenuo para pensar que el juez Itagiba Catta Preta Neto actuó como parte de una lucha global contra la corrupción, de la misma manera que divulgar las escuchas entre la presidenta Rousseff y el exmandatario Lula da Silva “casualmente” cuando ellos estaban reunidos no forma parte del saneamiento moral del Brasil.
Desde que Rousseff reasumió el 1º de enero de 2015, la oposición se puso como objetivo explícito lograr su renuncia en un triple juego de pinzas y evitar que Lula se presente como candidato en 2018. Y si es posible, destruirlos a ambos. Claro que no se trata de una cuestión personal: el objetivo es destruir un proyecto popular y progresista -en el más amplio sentido de la palabra- y que fue (y todavía es) clave para el desarrollo de una corriente progresista en la región que impulsó transformaciones profundas en varios países. Lo que se busca es archivar por décadas lo que se define despectivamente como “populista”.
En este “juego de tres pinzas” están, por un lado, los partidos políticos opositores liderados por Aécio Neves, derrotado en la segunda vuelta de 2014, y que desde septiembre de 2015 en entrevistas y comunicados asegura que el gobierno de Rousseff “se acabó”, lo que reiteró esta semana. Y el histórico PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), todavía un aliado del gobierno. Todavía.
Por otro lado existe un sistema judicial que insiste en juzgarlos a Lula y Dilma en base a acusaciones de corrupción que ambos niegan a viva voz. La tercera pinza es la de los principales medios de comunicación, que no sólo informan y analizan la situación política sino que también convocan abiertamente a movilizarse en las calles contra el gobierno de Dilma. Además, difunden materiales de los juzgados que inducen a pensar que existe una trama corrupta y de encubrimiento entre ambos sin que existan pruebas concretas. No es casual que durante la jura de Lula muchos de los presentes corearan “el pueblo no es bobo, abajo la red O Globo”, en clara alusión al papel opositor del grupo mediático más poderoso del Brasil.
El “juego de las tres pinzas” funcionó a la perfección el jueves 17 de marzo. El mismo día que debía asumir Lula como jefe de Gabinete, el influyente diario Folha de Sao Paulo sugestivamente titulaba “es el fin” a su columna editorial. En la última frase del editorial se podía leer: “Ya se decía que, con el nombramiento de Lula, el gobierno de Dilma Rousseff llegaba a su fin. Tal vez esa fase deba ser encarada a partir de los próximos días de forma más literal de lo que se pensaba”. Claro como el cristal. A los pocos minutos de asumir Lula como jefe de gabinete, un juez suspendió su designación en una medida sin precedentes y poco después la Cámara de Diputados aprobó la creación de la comisión especial de impeachment (juicio político) para destituir a la presidenta. Las tres pinzas al mismo tiempo.
Dilma suma a Lula a su gobierno para fortalecerlo, reforzar el vínculo perdido con sus votantes y los sectores populares, y desarmar la trama política del pedido de juicio político iniciado por la oposición. La crisis política aceleró los tiempos de Lula que pensaba lanzarse como candidato a la presidencia en 2018. Pero el triple juego de pinzas está actuando con celeridad y coordinación. Parece que ahora es a todo o nada.
¿Qué les queda a Dilma y a Lula? Su base social, aunque desencantada. ¿Podrán apelar a ella? Es la pregunta del millón.
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Addendo
Sin izquierda y sin rumbo
Raúl Zibechi|Una de las principales características del caos sistémico es la opacidad y la imprevisibilidad de los escenarios geopolíticos y políticos, globales y locales, fruto en gran medida de las transiciones en curso y de la superposición de diversos actores que influyen/desvían el curso de los acontecimientos.
En suma, una realidad hipercompleja en la que es posible visualizar las grandes tendencias, pero no es tan sencillo comprender la coyuntura. En todo caso, una realidad resistente a las simplificaciones.
Los recientes sucesos en Brasil, la detención de Lula y su posterior nombramiento al frente del gabinete ministerial, y las manifestaciones del pasado domingo, parecen precipitar los acontecimientos. Sin embargo, no será sencilla la destitución de la presidenta Dilma Roussseff para poner fin al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), ya que la oposición también está afectada por la falta de credibilidad. Lo que se terminó en Brasil fue un periodo más o menos prolongado de estabilidad política y económica, ya que no existe una coalición capaz de estabilizar el país.
Veamos las que creo que son las tendencias principales, con sus respectivas contratendencias.
La primera es que resulta evidente que existe una potente ofensiva destituyente contra el gobierno y el PT, por parte de las derechas: los grandes medios, el capital financiero brasileño e internacional, Estados Unidos y, según parece, una parte del aparato judicial. La operación Lava Jato (Lavado Rápido) sería parte de esta ofensiva que se acentúa a medida que el escenario global se polariza.
Sin embargo, diversos analistas cercanos a la izquierda opinan lo contrario y no miden la actuación de la justicia por los impactos políticos. El sociólogo Luiz Werneck Vianna sostiene que “la naturaleza de la operación Lava Jato es republicana y su función es denunciar el contubernio entre la esfera pública y la esfera privada” (http://goo.gl/XnMEDo). Agrega que quienes denuncian al Lava Jato como maniobra de la derecha defienden pequeños intereses y que la relación entre lo público y lo privado había llegado a extremos que clamaban una intervención.
La segunda tendencia es la disolución de las izquierdas. Hay personas que dicen cosas que parecen de izquierda, pero no existe fuerza social y política con valores y actitudes de izquierda. El más importante intelectual de izquierda brasileño, el sociólogo Francisco de Oliveira, sostiene que no hay lucha de ideas y de posiciones políticas, apenas desfiles callejeros, y que la izquierda no tiene capacidad de convocatoria. “La izquierda está sin rumbo –dice–. Yo mismo soy de izquierda y estoy sin rumbo” (http://goo.gl/67nxKq).
Un síntoma de la inexistencia de izquierda es la incapacidad de autocrítica, no sólo por los políticos y dirigentes, sino también por los llamados intelectuales que, en su inmensa mayoría, culpan de todo a la derecha y a los medios y son incapaces de tomar en cuenta los datos que contradicen su análisis. El pasado domingo los manifestantes, que se supone son de derecha, abuchearon y echaron a los principales dirigentes de la oposición, el gobernador de Sao Paulo, Geraldo Alckmin, y el senador Aecio Neves, del Partido Social Demócrata Brasileño, al grito de ladrones y oportunistas.
¿Cómo encajan estos hechos en el análisis simplista de los intelectuales de izquierda? Las denuncias más demoledoras contra Lula y Dilma (y buena parte de los políticos de derecha) provienen de Delcidio Amaral, senador por el PT, elegido por Dilma para liderar el Senado. Antes había sido ministro de Minas y Energía bajo Itamar Franco (1994 y 1995) y director de Petrobras bajo Fernando Henrique Cardoso (2000 y 2001), y es considerado experto en negocios turbios (Página 12, 16/3/16). Este es el tipo de personas que el PT recluta desde que ocupa el gobierno.
No hay izquierda porque el PT se encargó de aniquilarla, política y éticamente. Lula fue durante años el embajador de las multinacionales brasileñas. Entre 2011 y 2012 visitó 30 países, de los cuales 20 están en África y América Latina. Las constructoras pagaron 13 de esos viajes, la casi totalidad Odebrecht, OAS y Camargo Correa (Folha de Sao Paulo, 22/3/13). Es apenas una cara del consenso lulista. La otra es la domesticación de los movimientos.
Es cierto que hay una contratendencia desde abajo marcada por un nuevo activismo social, que se manifestó en 2013 con el Movimento Passe Livre, luego con las ocupaciones de los sin techo, el nuevo activismo feminista y más recientemente con la ocupación de cientos de colegios secundarios. Pero estos movimientos ya no obedecen a la vieja lógica (correa de trasmisión de los partidos), sino a nuevas relaciones sociales, entre las que destaca la autonomía de los partidos y los sindicatos, la horizontalidad y el consenso para tomar decisiones.
La tercera tendencia es el fin de la hegemonía de los diversos actores políticos o sociales. Una sociedad sin hegemonía quiere decir una sociedad caótica, desordenada, en la que ninguna instancia tiene legitimidad ni capacidad para determinar los rumbos que se toman. Para la izquierda institucional y electoral, y para los profesionales del pensamiento, esto es un horror, un peligro del que se debe huir. Para quienes apostamos al autogobierno de pueblos y comunidades, es una posibilidad real de expropiar a los expropiadores, ya que es la antesala de un colapso sistémico.
Con dos condiciones. Una, que no se crea que el viejo mundo caerá sin afectarnos. Seremos parte del naufragio, estaremos en peligro, tanto como los sectores populares. Esto no es ni bueno ni malo, es el precio a pagar para tener la posibilidad de crear un mundo nuevo.
La otra es que no existe la menor certeza. Lo previsible es el Estado, las instituciones, las multinacionales. El colapso es una apuesta, pero no un juego, en el que ponemos el cuerpo y nos arriesgamos a perderlo todo, para imprimirle un cambio de rumbo a la humanidad.