¿Quién va a explicar?

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Florencia Saintout * – Página 12

Foto: realpolitik.com.ar

Durante décadas en nuestro país se taladró el oído de los argentinos con la idea de que ser empleado público era sinónimo de ser algo denominado ñoqui, una especie de parásito que se aprovechaba del llamado “dinero de todos”.

Hubo también otra idea con la que se taladró en paralelo: que militar y ser militante de una causa estaba mal.

Ahora, ambas se han juntado para venir a justificar un brutal achique del Estado y una persecución política que no tiene antecedentes en democracia, acompañada en algunos casos con represión y balas de goma como sucedió en La Plata.

La decisión de dejar en la calle a miles de trabajadores de un día para el otro por parte del gobierno del PRO, excusada en la existencia de lo que llaman ñoquis o militantes (lo que para ellos vendría a ser lo mismo), es posible por la creencia de una parte de la sociedad de que hay verdad en estas afirmaciones.

Los medios de comunicación hiperconcentrados, una de las principales herramientas en la actualidad para modelar verdades, son maquinarias que pueden trabajar con arte afirmaciones ridículas hasta llevarlas con más o menos escalas al territorio donde no hay lugar para ninguna pregunta o reflexión. Hacer verdades con mentiras. Obturar el pensamiento con etiquetas. Construir un sentido común que de lo común no tiene nada.

Hay dos cuestiones que se esconden atrás del invento (como creación engañosa) ñoqui-militante-despido.

La primera tiene que ver con la creencia de que el Estado tiene que achicarse. Para eso necesitan menos empleados. No es que les molesta que algún empleado no trabaje (siempre puede haber alguno que no lo haga, y para eso existen mecanismos de evaluación y control). Lo que les molesta es que trabajen en una dirección que no es la que se corresponde con sus ideas: las de un país meritocrático, donde los méritos son siempre de los dueños de todo, esos que hacen la fiesta en la que las mayorías jamás podrán participar porque el festejo se realiza a costa de ellas mismas.

Cada vez que en la historia de la Argentina se ha hablado de achicamiento del Estado, esto ha significado el achicamiento de una de sus caras: la del Estado social, el que tiende su mano a la población para acortar desigualdades e injusticias. Es el Estado del abrigo el que la derecha quiere achicar. El que pide perdón y repara. El Estado que ha ido a buscar a los jóvenes que aún no llegaron a la escuela o la universidad; el que acerca a las mujeres a los lugares de denuncia de las violencias; el que reconoce identidades por siglos negadas. Un Estado que tiene la valentía de enfrentarse a los egoístas.

Pero cuando el Estado inclusivo se achica, hay otro que se agranda: el Estado represivo. No hay posibilidad de dejar la gente afuera sin que, a la larga o la corta, los excluidores recurran a la represión del conflicto que eso genera.

La segunda cuestión que ocultan estos infernales despidos es una ideología autoritaria que ve en la política su peor enemigo. La persecución a militantes sólo por el hecho de serlo es gravísima en y para la democracia, que supone como base la interacción de diferentes ideas y convicciones.

Cuando Prat-Gay dice que hay que elegir entre un salario bajo y un puesto de trabajo está reafirmando quiénes son los privilegiados del modelo de país de su gobierno, pero además está amenazando a aquellos que piensan defender los salarios en las paritarias, tratando de disciplinarlos para que no lo hagan. También, cuando desde todos los niveles del PRO en el gobierno se afirma que hay que echar a los militantes se está amenazando a aquellos que se comprometen con sus ideas y convicciones. Y se intenta disciplinar al resto de la sociedad, incluso a aquellos que no son militantes, para que no se les ocurra ponerse a militar jamás.

El PRO tiene el poder mediático, tiene el poder judicial, pero aunque haya ganado por un punto con los votos, no tiene el poder de la militancia. Por eso es que intenta estigmatizarla.

¿Tendremos que salir a explicar que militar no está mal? ¿Tendremos que salir a decir que desde la noche de los tiempos los hombres, varones y mujeres, tenemos la capacidad de defender las causas que nos parecen justas y oponernos a aquellas que no creemos que lo sean, y que esta potencia ha sido perseguida de feroces maneras pero también ha enaltecido a la condición humana? Para un gobierno que llega al poder con los votos, ¿militar es una mala palabra?

Mienten mucho o mala palabra es, en todo caso, militar para ideas contrarias a las suyas. O (¿cabe aún alguna duda?) las dos cosas al mismo tiempo.

Pero más bien serán ellos los que tendrán que explicar muchas cosas por haber empezado a formar parte de la historia de la vergüenza.

* Concejal del FpV en La Plata. Decana de la Facultad de Periodismo de la UNLP.