Una isla llamada Chile
Manuel Cabieses Donoso
La crisis que afecta a las relaciones entre Chile y Bolivia no es sólo un problema del presente. Se trata de un problema del pasado y del presente, que condiciona nuestro futuro. Carecer de relaciones diplomáticas con un país vecino es una grave anomalía, impensable para un país miembro de la OCDE. Los únicos casos similares en ese marco son Israel, por razones más que obvias, y Turquía, que se ha involucrado en la guerra en Siria y mantiene un conflicto con Armenia.
Todos los demás países de la OCDE, que se presuponen desarrollados, integrados, globalizados, mantienen relaciones de primerísimo nivel con sus vecinos inmediatos.
La Cancillería chilena es consciente de que esta es la gran debilidad de nuestra política exterior. Bolivia es la falla estructural en nuestra diplomacia, y una grieta por la que se filtra, lenta pero constantemente, una crítica internacional que aisla a nuestro país y le impide actuar con plena legitimidad y capacidad en los escenarios de negociación global.
Recientemente esta crítica ha escalado a niveles inesperados. En su reciente visita a Europa el presidente Evo Morales constató que tanto la canciller alemana Angela Merkel como el presidente francés François Hollande abogaron por retomar el diálogo entre La Paz y Santiago. “Estoy pensando, en particular, en esta cuestión que está planteada desde hace muchos años, la cuestión del acceso al mar, la cuestión fronteriza con Chile, y Francia en este ámbito, como en otros, tiene una sola palabra que es diálogo y más diálogo”, sostuvo el presidente francés.Mientras la canciller Merkel propuso una mediación por la vía de los buenos oficios del Papa Francisco.
Chile ha querido resolver por decreto esta disputa lo antes posible, de manera unilateral y prepotente. Por eso ha procedido de manera desprolija, irreflexiva, olvidando que las relaciones bilaterales deben satisfacer intereses de los dos afectados. Recordemos el “incidente de Monterrey”, cuando quedó en evidencia un duro debate entre el ex presidente de Bolivia Carlos Mesa y Ricardo Lagos, de Chile, durante la Cumbre Extraordinaria de las Américas de 2004.
En la ocasión Mesa tomó el micrófono para reclamar una solución “definitiva” a la demanda de La Paz de obtener una salida soberana al Océano Pacífico, emplazando a Chile a reanudar relaciones bilaterales. En respuesta a este emplazamiento Lagos optó por negarse al diálogo de fondo que se ponía sobre la mesa: “Discutamos la agenda del futuro -dijo-, discutamos los temas que nos convocan (durante la Cumbre). Y si de diálogo se trata, ofrezco relaciones diplomáticas aquí y ahora”. Es decir, que Bolivia me resuelva el problema de las relaciones diplomáticas, pero de diálogo y reconocimiento de la demanda que motiva su reclamo, nada.
La sistemática negación de la cuestión del litoral boliviano ha llevado a nuestro país a un callejón sin salida. Hace poco, luego del fallo de la Corte Internacional de Justicia, el canciller Heraldo Muñoz volvió a repetir el incidente de Monterrey al señalar: “Chile está disponible para restablecer las relaciones diplomáticas con Bolivia de inmediato si hay voluntad política”. Pero ello tiene una condición. Debemos entender que la diplomacia “es la habilidad para lograr acuerdos en cuestiones de toda categoría, mediante el reconocimiento de intereses recíprocos”(1). Nadie puede esperar que Bolivia le resuelva un problema a Chile sin reciprocidad.
De allí que resulte incomprensible el giro que ha tomado la posición chilena luego de la derrota en La Haya. En primer lugar la designación de una comisión de “halcones” a cargo de la estrategia comunicacional en esta materia, compuesta por el periodista Ascanio Cavallo del Grupo Copesa, el historiador de la Universidad Católica y columnista de El Mercurio Joaquín Fermandois, y el ex subsecretario de Fuerzas Armadas, Gabriel Gaspar, socialista, en calidad de embajador en misión especial.
Si esta troika tuviera como misión argumentar y convencer a los sectores más chovinistas e intransigentes de nuestro país, tal vez sería el grupo indicado. Pero se trata de todo lo contrario. Nuestro país debe comunicarse con la ciudadanía de Bolivia. Asimismo, debe hablarle a la audiencia latinoamericana.
Y tiene que dialogar con el mundo, que nos observa con desconfianza en este caso y nos exige reconocer la demanda boliviana de forma honesta. La designación de estos “especialistas” constituye una señal nítida de que Chile antepone una visión anquilosada y defensiva a la necesidad de salir al encuentro de un país hermano, que legítimamente, de forma legal y pacífica, requiere de nuestra parte una respuesta seria y consistente.
Porque no se trata de “entregar” territorio nacional -como intentan hacer creer los políticos conservadores de todo pelaje- sino de “devolver” parte insignificante del litoral arrebatado a Bolivia en una guerra de rapiña que instrumentalizaron capitales británicos en el siglo XIX. Y esto en el marco de una política de integración y unidad latinoamericana.
De igual forma se puede evaluar la nominación de José Miguel Insulza como agente de Chile ante la Corte de La Haya. Se trata de una designación que parece anteponer un criterio político interno, incluso doméstico -propio de la cocina política de la Nueva Mayoría-, a la necesidad de proponer una figura que pueda responder a la complejidad jurídica y diplomática que supone el juicio en la Corte Internacional.
Insulza acaba de terminar un largo periodo como secretario general de la OEA. Es una figura políticamente desgastada. Tiene escaso margen de credibilidad para dialogar con los gobiernos progresistas latinoamericanos, que vieron en él un obstáculo en la conformación de instancias de integración como Unasur y Celac. Y tampoco lo tiene fácil con los gobiernos conservadores, que han quedado desilusionados de su mandato ya que esperaban que su gestión reviviera la desfalleciente OEA. En síntesis, Insulza no influye en los que debería influir.
Al igual que Felipe Bulnes bajo el mandato de Piñera, Insulza goza de confianza política del gobierno de turno. Pero no posee un currículum que le capacite en los litigios judiciales en materia de derecho internacional público.
Desde su regreso a Chile Insulza se posicionó como un constante crítico de las reformas de la presidenta Bachelet, alineándose en las posiciones más conservadoras y nostálgicas de la vieja Concertación. Y la derecha recuerda con agrado su rol como canciller del presidente Frei Ruiz-Tagle, en el cual fue responsable directo de las maniobras para conseguir el regreso a Chile del ex dictador Augusto Pinochet, detenido en Londres en 1998. De allí que su nuevo papel parece ser el de un “canciller paralelo”, que duplicando la voz de Heraldo Muñoz, radicalizará aún más la postura intransigente de la Cancillería.
Por su parte, el presidente Evo Morales recordó en su gira europea que el anterior presidente de Chile, Sebastián Piñera, ofreció verbalmente a Bolivia una salida al mar “en comodato” por 99 años. Pero esa oferta nunca se concretó por escrito, y no se avanzó más allá de las declaraciones oficiosas. De allí que finalmente Bolivia terminara por recurrir a la Corte Internacional de La Haya.
Sea cual sea la postura que tengamos frente a la demanda boliviana de una salida soberana al mar, los chilenos deberíamos sentir vergüenza ante esta falta de seriedad, consistencia y credibilidad de la política exterior del gobierno. No es presentable este juego de falsas ofertas privadas que luego se desconocen en público.
El presidente Evo Morales tiene razón cuando afirma “no queremos que haya ganadores ni perdedores, sino mediante diálogo sincero, abierto y con propuestas, resolver este problema (…) Ambos países ganarían si Bolivia recobrara una salida soberana al mar”(2).
La primera y más notoria ganancia de Chile sería recuperar un lugar en el mundo, como un país que tiene una política exterior creíble, basada en la unidad e integración de los países de América Latina y el Caribe, que no tiene litigios pendientes con sus vecinos y que es merecedor de respeto y confianza universal. Hasta que eso ocurra, y mientras la política exterior se continúe definiendo con criterios chovinistas y partidistas, no resolveremos esta crisis que ensombrece la marcha general de nuestra nación.
Notas
(1) Manfred Lachs, “La diplomacia”, Revista Foro Internacional Nº 8, Ed. El Colegio de México, 1976, pág. 592.
(2) Declaraciones a agencia EFE, 12 de noviembre de 2015.
*Editorial de “Punto Final”, edición Nº 842, 3 de diciembre, 2015