Scioli no se escribe con K: un ganador que preocupa
Aram Aharonian
Es difícil discutir los números. Daniel Scioli, el candidato presidencial del oficilista Frente para la Victoria, sacó el 36,86% de los votos en la primera vuelta de las elecciones del domingo; 8 millones 996.194 sufragios. El candidato presidencial de la alianza derechista Cambiemos, Mauricio Macri, se quedó con el 34,33% y 8 millones 379.016 votos: 617 mil menos. O sea, ganó Scioli, pero como no superó el 45% y la diferencia fue menor al 10%, irán ambos a una segunda vuelta el 22 de noviembre.
La causa de este acercamiento, el inesperado triunfo de María Eugenia Vidal, de la coalición Cambiemos que lidera Macri, en Buenos Aires, una provincia históricamente peronista, y que suma el 46% de los votos de todo el país. Con el 39,5% de los votos frente al 35,1 del candidato del Frente Para la Victoria, será la primera mujer en gobernar la provincia más poblada y compleja del país.
Mientras la fórmula presidencial del FpV obtuvo 3,4 millones de votos bonaerenses, Fernández, candidato a gobernador, sólo consiguió 3,1 millones. Más de 300 mil votos de diferencia en contra, lo que seguramente lo llevó al aún hoy Jefe de Gabinete de la Presidencia, a sembrar la manifiesta sospecha de la traición de algunos de sus compañeros.
Muchos, dentro del kirchnerismo-peronismo-progresismo (si es que existe) se preguntan hoy si Scioli fue el mejor candidato, máxime cuando se intentó instalar la idea de que “el candidato es el proyecto” como fórmula para amalgamar a Scioli con el kirchnerismo, que superaba el 50% de credibilidad en las encuestas.
Recién la noche del domingo, el gobernador bonaerense decidió recordar la re-estatización de la petrolera YPF y de Aerolíneas Argentinas, la reestructuración de la deuda externa, las políticas sociales. Cristina se alejó y no fue determinante en la campaña. Es más, La Cámpora -sector juvenil kirchnerista- no estuvo en el acto de cierre de campaña.
Otros se preguntan por qué en doce años de gobierno, el kirchnerismo no supo o no pudo modelar un candidato a su medida, ni a la presidencia ni a las gobernaciones. Y ahora, además, perdió el control total de la Cámara de Diputados (conserva holgadamente la primera minoría), aunque tiene mayoría en el Senado.
Scioli lleva una gestión de ocho años en la Provincia de Buenos Aires, con aciertos y también con errores. Su perfil está alejado de la emotividad, de la épica kirchnerista, de la irrupción de la juventud, del relato de país de Néstor y Cristina.
Scioli aceptó lo que le decían sus constructores de imagen y siempre habló como si las elecciones fueran un mero trámite. Recordó que existía la confrontación y que estaba en medio de una batalla de ideas, cuando ya se habían emitido los votos.
Hasta ahora, el escenario de lucha no era –según sus consultores– bueno ni para Scioli ni para Macri: ahora saldrán a confrontar, a masacrarse. Si es que quieren ganar, claro.
La política no puede prescindir de los medios de comunicación ni de las redes sociales, pero tampoco puede prescindir del territorio y de la militancia. Lo que no hizo Scioli en la campaña hasta la conferencia de prensa del domingo fue romper la lógica del funcionariato, la dirigencia (sin gente) ávida de ministerios y una partidocracia mayoritariamente prekirchnerista. Ese estilo proselitista lo aleja de la mujer y el hombre de a pie, le quita frescura y lo aísla del pueblo, repetía un enojado dirigente del Movimiento Evita.
Daniel Scioli aparece como un político de siglo XX, mientras Mauricio Macri logró convertir –con el inapreciable apoyo de la Unión Cívica Radical– a un pequeño grupo de la Capital en un movimiento con anclaje territorial, tejiendo alianzas con connotados personajes del pasado y sumando jóvenes provenientes de los ambientes faranduleros, pero también académicos.
Su vacío programático fue llenado de mercadeo político, donde se recita “cambio” pero no se propone nada nuevo. Parte con viento de cola, aunque en el camino deberá enfrentarse con Scioli en un escenario al que ambos hasta ahora rehuyeron.
Desde las PASO (elecciones internas obligatorias) de agosto hasta las elecciones del 25 de octubre, se sumaron casi millón y medio de votantes, parte de ese pueblo que es muy distinto al de hace 12 años, cuando no lograba salir del corralito y sucumbía en la crisis para gambetear el hambre y la miseria. Hoy existe una sociedad con alta demanda social (y requerimientos básicos satisfechos) que busca nuevas respuestas.