La región tras la Cumbre de las Américas: Por una integración con ciudadanía suramericana y sin unilateralismos
Aram Aharonian
Ernesto Samper, experimentado político socialdemócrata, abogado y economista, hoy secretario general de Unasur, es claro sobre el tema de integración: “Europa es un proceso de integración que está buscando convertirse en región, y nosotros somos una región que está buscando llegar a la integración”.
Unasur es ante todo un escenario político que permite que los países compartan “unos ideales de orden político: la preservación de la región como una zona de paz, la consolidación, profundización y mantenimiento del proceso democrático, la defensa de la democracia y de los derechos humanos”. Es un espacio donde dirimir las diferencias y los conflictos internos. Los 12 países miembros ocupan 17,5 millones de km2, en los cuáles habita el 70% de la población de América latina.
Samper habla de “repolitizar las relaciones”, no tener miedo “de”hablar de nuestras realidades, incluso en los temas que nos diferencian”, lo que implica también “desideologizar” las relaciones, “porque tenemos que partir de la base del respeto que cada uno debe tener por el pensamiento del otro… Podemos vivir con estas distintas visiones”.
Habla sobre el decreto estadounidense contra Venezuela: “Es una bravuconada retórica declarativa, pero que en el fondo está expresando una manera equivocada de entender las relaciones con estos países. Es un juicio unilateral de descalificación gratuita de un país”.
Es el mismo juicio que muchas veces se hace en materia de derechos humanos, de lucha contra las drogas o en cuestiones de protección ambiental. “Lo que está equivocado es que ningún país se puede atribuir el derecho de juzgar la conducta de otro. El hecho de fondo es la descalificación de un país para imponer un marco de sanciones progresivas. Es lo mismo que están aplicándole a Rusia, como un escalamiento”. Para Samper, la Cumbre de las Américas de Panamá dejó en claro que hay que sacar del diccionario de política exterior la palabra “unilateralismo”.
“Lo mío es tarea y lobby, y la oportunidad es muy grande, por la gran homogeneidad que existe en los gobiernos sobre ciertos temas como el de la inclusión. Todos empujan a su manera para el mismo lado, pasada la negra noche neoliberal de los ’90”, señala.
La eficiencia de Unasur está empedrada de burocracias y conspiraciones. “Es un fenómeno que se vive también a nivel nacional en cada país: la guerra (no declarada) de la administración contra el gobierno. Círculos de poder dentro de la administración pública, burocracias enquistadas. Lo vivimos los que fuimos presidentes o los que ocupan hoy esos cargos. Fijamos una meta y empiezan los mecanismos conspirativos para que esas metas no se cumplan. Para saltear esa guerra hay que hacer cosas concretas.”
Habla sobre hechos de integración que le den mayor legitimidad al proceso, como los proyectos de convergencia entre las diferentes formas de organización regional, como la Alianza del Pacífico, el Mercosur, la Aladi, ALBA… “Debemos encontrar puntos en común que se puedan sumar, y eliminar duplicidades. Hay que trabajar en la ciudadanía sudamericana, en el pasaporte común y la homologación de títulos, en la unificación a través de los consulados, en la consolidación de la visa de la Unasur”. Trabajo no es lo que falta.
El secretario general de Unasur señala que sobre 31 proyectos presentados por todos los países se escogieron siete que involucran a más de dos países, desde la carretera que parte de Caracas y pasa por Bogotá, hasta el ferrocarril interoceánico y la hidrovía. Son proyectos por 27 mil millones de dólares, aprobados por los jefes de Estado. “Estamos creando un equipo para pastorear proyectos. ¿Por qué no apurar, por ejemplo, el banco de precios de medicamentos para que la gente compare precios, el mapa de genéricos y el fondo común para comprar la nueva droga contra la hepatitis?”, se pregunta.
Plantea tres agendas para aplicar durante su labor de dos años en Unasur: una social para reducir los niveles de desigualdad; una económica –pasar de un modelo extractivista a uno productor– y una agenda política orientada a la resolución de conflictos sociopolíticos sin abandonar el modelo democrático.
Samper no le huye al reto de la seguridad democrática, una apuesta para que la región sea un oasis de paz en el mundo: “No queremos ni podemos construir un muro como los de México o de Israel para defendernos de los violentos o de los agresores. Pero debemos preservar la convivencia étnica; mantener alejadas las tentaciones de construir armas nucleares o el desescalamiento militar (invertimos demasiado en eso) nos darán la oportunidad de mirar mejor otros frentes donde se están complicando las condiciones de convivencia”.
Recuerda que en México, Venezuela, Colombia y Brasil está concentrada la cuarta parte de los homicidios del mundo. “Hay una clara relación entre exclusión social e inseguridad ciudadana. La región tiene grandes y graves problemas y el principal son los altos niveles de exclusión social. No somos la región más pobre del mundo sino la más desigual. Eso se traduce en brechas de género, educativas, de regiones dentro de los países. El gran propósito de la región es superar las condiciones de exclusión que están asociadas al tema de la inseguridad ciudadana”, deja en claro.
Independencia y soberanía van de la mano con desarrollo nacional e integración. No se puede defender el derecho a la autodeterminación de los pueblos si no se defiende el derecho al desarrollo y a la integración. Aprendimos a defendernos en bloque y demostrar que es posible la unión de la diversidad.
Es consciente de que la integración requiere de la construcción de una nueva arquitectura económica regional, que el cambio de matriz productiva, la inversión en infraestructura y en proyectos socioproductivos requiere evadir el cerco que nos ha tendido tanto el capital financiero especulativo y como la planificación de las empresas transnacionales.
El tema de los fondos buitre, dice, demuestra que la región debe tener estrategia de financiación independiente. “Discutamos más, como venimos haciéndolo, la necesidad de que haya un fondo regional de reservas o pagos por compensación que no sean necesariamente en dólares, o apalancamiento en el banco de los Brics o de China, o mecanismos de solución de controversias blindados contra el lobby privado”.
Todo es parte del mismo tema: “Arreglar los problemas pendientes de deuda soberana tiene que ver con la autonomía financiera y con la soberanía financiera. Si no, miremos a Europa: sin autonomía financiera no hay autonomía política”.
Ernesto Samper ocupa hoy el sitial que estrenó, cinco años atrás, el expresidente argentino Néstor Kirchner, en momentos que la región enfrenta una arremetida de restauración conservadora y también contra la unidad y especialmente los avances y logros que generaron los gobiernos y los pueblos en la integración. Hoy, los sectores más reaccionarios se travisten y disfrazan de abanderados de la defensa de los derechos humanos y la democracia para detener el impulso de integración y unidad.
Una presidencia jaqueada por Washington
Ernesto Samper es un estadista con autonomía propia. Como presidente de Colombia (1994-98) se caracterizó por la creación de programas de impacto social que permitieron ampliar a 23 millones el número de colombianos con servicios de salud; la Red Solidaria Social, de apoyos económicos a sectores marginales; la creación del Ministerio de Cultura; la entrega de tierras a las comunidades indígenas y afrocolombianas; el programa Plante, para la sustitución de cultivos ilícitos.
Su política no dependiente y sus esfuerzos al interior de la Organización de los Países No Alineados, donde ocupó la presidencia del grupo, no fueron del agrado de Washington, que se dedicó en su momento a bombardear sus logros sociales y contó con sectores del conservadurismo y los medios de su país en esta poca honrosa tarea.
Durante su gobierno, que se caracterizó por un avance muy significativo en la reducción de los índices de pobreza y miseria en el país, se aprobaron los protocolos I y II de la Convención de Ginebra, relacionados con el respeto a los derechos humanos en medio del conflicto armado.
Apenas conocidos los resultados de su elección, Samper fue acusado por su contrincante, el conservador Andrés Pastrana, de haber recibido dineros del Cartel de Cali. La Justicia exoneró en todos los escenarios a Samper y los demás directivos de la campaña que lo llevó a la presidencia. Los medios de comunicación, la jerarquía eclesiástica y las autoridades de EE.UU. lo atacaron permanentemente. La Justicia procesó a su ministro de Defensa, Fernando Botero Zea, por haber gestionado a título personal dineros del narcotráfico.
En marzo de 2000 presentó un libro titulado Aquí estoy y aquí me quedo, en el que arremetió contra los que conspiraron para apartarlo del poder y reveló que en octubre de 1996 tenía dispuesto un “plan de contingencia” para el caso de que, mientras permaneciese en Nueva York para dar un discurso en la Asamblea General de la ONU, fuese detenido y procesado en EE.UU. por narcotráfico, el cual incluía la ruptura de relaciones diplomáticas y la hipótesis de su propio suicidio con una pastilla de cianuro.