La utopia malvinera

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FRANCISCO PESTANHA | Hace poco menos de dos años, más precisamente entre el 3 y el 10 de octubre de 2009, culminaba para la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico sur un ciclo y comenzaba otro en su tenaz batallar por la reivindicación de nuestros derechos soberanos sobre las Islas Malvinas.

Francisco Pestanha – Télam
Con el acompañamiento pleno de la Sra. Presidenta de la Nación, se inauguraba un Cenotafio homenajeando a nuestros héroes en aquellas tierras usurpadas. Mientras descendían por la escalinata que los devolvió al continente, madres, padres, esposas, hijos y hermanos, con su sola mirada, nos auguraban tiempos de reflexión, recogimiento, y esperanza.

La inauguración del Cenotafio en Darwin no solo permitió a los familiares religarse con sus seres queridos como describieron banalmente los principales exponentes de un mustio conglomerado mediático. También constituyó una piedra basal, un hito en la recuperación de nuestro suelo soberano.

Quedan para los cronistas y advenedizos los relatos anecdóticos y marginales, pero para el pueblo, este hecho representa hoy el núcleo vital de una trama que nos vincula a un reclamo inclaudicable.

La inauguración será recordada como el acontecimiento más importante desde la recuperación transitoria de nuestras islas el 2 de abril de 1982, y el luto soberano de aquellos que llevan en su propia sangre otra sangre, como una advertencia y un mensaje de la historia hacia el futuro.

Las jornadas de octubre de 2009 adquieren trascendencia inusitada. Constituyen para muchos un suceso que llegó para perturbar nuestras conciencias. El pequeño grupo de argentinos que con su presencia juramentaba un compromiso en el que estamos todos implicados, vino a advertirnos que las grandes epopeyas no siempre se materializan en un solo hecho sino también a través de procesos que requieren ineludiblemente del temple y la paciencia que solo el tiempo consolida.

Quienes pisaron suelo malvinense aquellos días no estuvieron solos. Llegaron acompañados por el aliento silencioso de millones de almas anónimas sostenedoras de una causa que no comienza el 2 de abril pero encuentra allí un mojón cardinal.

Su actitud nos obliga a reflexionar una vez más sobre la dimensión sacrificial de lo humano en función de lo patriótico; dimensión que constituye la única fuerza capaz de superar la crisis ontológica que atraviesa el cuerpo nacional.

¿Qué ejemplo sino la inmolación por una causa justa es capaz de sobrevolar décadas de carroñaje cultural?

El viaje de los familiares para la inauguración del monumento realimentó nuestra fe en la voluntad puesta al servicio de la verdad histórica y en la sana prepotencia de los hechos por sobre especulaciones racionalistas y narcisistas.

Como Raúl Scalabrini Ortiz, creemos que el espíritu de la tierra suele hacerse presente. Creemos en ese padre que no pudo derramar una lágrima frente a la tumba de un soldado desconocido porque sueña con una resurrección encarnada en conciencia patriótica, y vislumbra que los espíritus argentinos encerrados en los límites precisos de ese archipiélago que en aquellos días fueron testigos de un rito que huele a perfume liberador, rompen su prisión y emprenden un peregrinaje hacia el continente tan irredento como esas islas.

El espíritu de la tierra suele corporizarse de distintas maneras: a veces en formaciones humanas que yuxtaponen sus fuerzas convergiendo hacia un determinado horizonte; otras veces, en un éter que, incorporándose lentamente a cuerpos exhaustos, oxigena y revive en ellos cada molécula.

La vindicación de los familiares es oxígeno para una sociedad que insiste en autosofocarse, y es nutriente para un suelo fértil que anhela utopías deseadas.

El maestro Gustavo Francisco Cirigliano nos enseñó que mientras una eutopía constituye una utopía deseable, deseada y posible, una distopía es una utopía perversa, indeseada, apocalíptica.

Gracias a su digno, coherente y perseverante batallar, la comisión de Familiares de Caídos en Malvinas concretó una eutopía entre tantos pronósticos aterradores, y con su ejemplo nos desafía a incorporar ese aliento valeroso y constante.

Pero claro, para que un impulso de tal magnitud pueda brindar sus frutos, tendremos que reconocer, constricción mediante, que nuestra Argentina es capaz de engendrar heroísmo aún en las condiciones más desfavorables.