Todo sea por Marlene
EZEQUIEL SCHER | Marlene no es una belleza, pero más de uno ya está enamorado de ella. Tiene un lunar en la cara que es en sí mismo una teoría de lo complejo: como esas marcas que no se entienden si son el demonio o el paraíso. Cuando el micro arrancó de la estación de Retiro, el mercado, con sus lamentables ofertas y sus demandas, la tenía en los peores puestos.
Familia Mundial
(Papá: estoy en Río, donde hay mar, luz, vida, pasión. En el ómnibus que nos trajo, en cambio, faltaba lo esencial. te lo cuento acá.)
Marlene no es una belleza, pero más de uno ya está enamorado de ella. Tiene un lunar en la cara que es en sí mismo una teoría de lo complejo: como esas marcas que no se entienden si son el demonio o el paraíso. Cuando el micro arrancó de la estación de Retiro, el mercado, con sus lamentables ofertas y sus demandas, la tenía en los peores puestos. Pero, cuando arrancaron a pedalear las ruedas por esas rutas tan interminables como hermosas, se volvió la princesa que todos esperaban. Entre Messi, Pelé y Maradona, la preferida eea ella.
Marlene es la única en el micro que no tiene nada que ver con el Mundial: en Río de Janeiro, va a tomarse un colectivo más que durará doce horas para ver a sus tres hermanas mayores que, hace unos años, abandonaron su casa de Villa del Parque y resolvieron irse a vivir a Brasil. Hace un mes, como si fuera el jugador 24 de esta historia, la llamaron para invitarla a vivir a la casa de un vecino que migraba tres semanas a Italia y necesitaba que alguien le cuidara la casa. Dejó todo, compró el boleto de micro y arrancó. Alguien le dijo que estaba el Mundial, que todo iba a ser un kilombo, pero para ella, aunque su nuevo hogar esté a pocos kilómetros de Salvador de Bahía, donde entrena Alemania, Neymar es mucho más que un desconocido: a lo sumo, un músico brasileño que se volvió moda.
Marlene viaja sin hacer ruido. Lo único que pide es llegar a una ducha. Sabe que los leones la rodean y entiende que el rival juega un minuto a minuto en un viaje de horas. Se sabe mujer: es la Copa del Mundo y más de uno entregaría el partido contra Bosnia con tal de arrimársele, al menos, un rato.
El primero que se le acerca es el pampeano, que no se sabe –ni él sabe- cómo es que tiene una entrada para ver Colombia-Costa de Marfil. Por las dudas, para que sea creíble lo increíble, vale repetirlo: el pampeano porta una entrada para Colombia-Costa de Marfil. Su origen y su destino son inciertos: hubo una época en la que llegó a vivir en Ituzaingó, pero una patada a lo Batistuta lo devolvió a La Pampa, aunque prefiere no dar crónica de esos eventos desafortunados. Es tan colgado que se trajo puesta una remera que dice Canadá, aunque no sabe inglés como para caretearla, por si hay problemas con los argentinos. Aunque tan cuelgue no está, porque es el que debuta en el mano a mano con Marlene. Al rato, vuelve con la mirada derrotada. Sin embargo, cuando la prensa le monta una conferencia a altas horas de la noche en un pueblo desconocido, declara: “Estamos para jugar el repechaje”.
El segundo que se le acerca es Falcao: un colombiano desconocido, al que se lo denomina así porque viaja a Brasil sin su selección. No es el monumento al buenmozo, pero luce ese tono cafetero que siempre garpa. Aunque no lo use. Marlene lo mira y no lo entiende: el muñeco se le sentó al lado y ni siquiera la chamuya. Pero es lógico que no lo entienda: ella no viaja por la Copa y a él, en medio de la experiencia mundialista, cambiaría cualquier chance de tocarla con tal de ver un gol de Teófilo Gutiérrez.
El tercero es un cordobés, al que el pampeano define como una plaga imposible de liquidar. Diez minutos aguanta: Marlene se acomoda en su sillón, se tapa con una mantita y cierra los ojos, marcándole con claridad que ese partido no va a llegar siquiera al suplementario. Aunque fuera el mismísimo Kempes, no hay fórmula que pudiera funcionar.
Más de uno piensa: hay que llegar a los penales. Quedan 150 kilómetros para desembarcar en Río y ella está ahí, al final del micro, con un sol que le roza la cara y con un brillo en las mejillas que la transforma en mucho más que una princesita. Marlene es exactamente la fiebre mundialista: cuanto más se acerca, más la quieren, más la desean.
El problema es que nada de eso a ella le importa. Y, en definitiva, quién quiere una mina a la que no le gusta el fútbol.