Pacífico

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LUIS BRITTO GARCÍA |El pacífico se ajusta capucha y guantes, se cuadra tras el árbol en posición de tiro, dispara el rifle con mirilla telescópica, abate a la víctima con certero balazo en la cabeza. Tras él, una sombra recoge casquillos para que el arma homicida no sea identificada.

ven francotirador
Él maneja su transporte público en Táchira de repente el parabrisas se le astilla el mundo se le astilla por certero balazo en la cabeza.

La grácil estudiante acelera el paso en la manifestación contra la inseguridad; desde las propias filas de la marcha opositora le descerrajan certero balazo en la cabeza que entra por la nuca, para ofrecer a las expectantes cámaras de RCN y AP una víctima, una imagen, un pretexto.

La bella recién casada divisa los obstáculos, frena. Cinco meses de embarazo le debilitan la paciencia, el cansancio de interpretar en lenguaje de sordomudos para los televidentes la vence. No puede dormir en el carro con el niño dando pataditas en el vientre. Abre la puerta para trasponer el basural. Una Beretta 9 mm siega de un solo balazo dos vidas.

El capitán de la Guardia despeja escombros en la avenida Godoy de Maracay y es abatido por cinco francotiradores. En las exequias, el Presidente recuerda que el 12 de febrero el capitán le había obsequiado el libro de William Sheridan Allen La toma del poder por los nazis, diciéndole: “Hay que derrotar el fascismo antes que sea tarde”.

Al trote entran encapuchados en la universidad gratuita y en las bibliotecas donde riegan gasolina y arrojan encendidas cajas de fósforos hasta que tantos libros alcanzan Fahrenheit 451°, temperatura a la cual el papel arde y se incendia.

Con una máscara, él posa para las cámaras de CNN como estudiante pacífico y con otra para las de NTN24 como dirigente de guarimbas de Barinas; lo detienen, le decomisan dos máscaras, fusil de guerra, cartuchos calibre 7.62 y pasaporte extranjero que permite identificarlo como solicitado por Interpol, narcotraficante, secuestrador, extorsionista.

Él dice ser estudiante pero no estudia y dice ser disc jockey sin discoteca y se siente fotogénico pues busca con insistencia las cámaras de BBC Mundo y Reuters y con su celular se dispara selfies con lideresas opositoras y símbolos de Otpor, pero nunca en el refugio bolivariano para damnificados donde vive gratis y espera que le regalen vivienda propia para poder seguir quemando cosas.

Él llega al acueducto, arrastra tambores con fuel oil hasta la orilla, ve extenderse la mancha irisada que envenenará el agua potable.

Con manos callosas de tallar santos y trajinar exilios la artesana remueve escombros que cierran el paso a la calle donde vive: en las manos divisa una lucecita roja que baila, sube por el antebrazo y el brazo hasta el cuello, hasta la cara donde revienta el certero balazo a la cabeza apuntado por la mirilla láser.

Los pacíficos pasean en gran camioneta con cristales oscuros, armados, por un tubo siembran erizos con púas; por el otro aceite para que los automóviles patinen, choquen, estallen.

La detective que detiene a un terrorista es acribillada a balazos por efectivos de Polichacao que protegen a los terroristas.

Los pacíficos incendian con gasolina el edificio donde entre el humo en la guardería gritan más de ochenta niños que milagrosamente salvan cuidadores y empleados.

Él es el 190 de los detenidos en el campamento que bloqueaba la vía pública a quien hacen examen toxicológico de drogas; es el 49 que sale positivo.

La anciana de 89 años reposa bajo cuidado médico; una turba apedrea la casa, amenaza matar a los habitantes; la anciana despierta, siente un dolor inenarrable en el brazo izquierdo y en el corazón y en el alma y expira.

Otros mueren degollados por trampas de alambre, abaleados desde vehículos, secuestrados y torturados.

Una nueva política quiere lograr que nadie vote: logrará que nadie vote por ella.