Los medios alternativos frente a la inseguridad informativa

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PATRICIA RIVAS| Fue en 2004 cuando el teórico de la comunicación y director de la edición española de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, alertaba en una entrevista de que vivimos en un “estado de inseguridad informativa”, y lo explicaba así:medios_de_comunicacion_1
“Ahora, cuando yo veo una información en televisión, antes de creerla, tengo que esperar un tiempo porque igualmente me viene la rectificación de la misma. Me hablan de armas de destrucción masiva y luego me dicen que no había; me hablan de relación entre Al Qaeda y Saddam Hussein y luego me dicen que no existió tal relación; el gobierno español de Aznar y la televisión española dijeron que la autora de los atentados del 11 de marzo era ETA, y luego resulta que no. Entonces, ¿cuál es la buena información? Luego los medios, ellos solos no son capaces de autocorregirse y la instantaneidad ha complicado las cosas. Un periodista que se limita a reproducir instantáneamente lo que está pasando ante sus ojos, no controla lo que está difundiendo, no lo puede verificar, en tiempo real no se puede verificar nada” [1].

Este diagnóstico, certero hace 9 años, se ha revelado en toda su magnitud con el correr de los acontecimientos. La desinformación es hoy la regla, no la excepción. Quizá la publicación el pasado 24 de enero de una fotografía falsa del presidente Hugo Chávez en primera página y a 4 columnas en el diario “El País” haya servido para hacernos por un momento conscientes (porque nuestra memoria de consumidores es muy breve) de hasta qué punto nos mienten y de cómo pervierten la sagrada labor de informar los llamados “medios de prestigio” de la burguesía (hoy en manos de cárteles financiero-mediáticos con tentáculos transnacionales).

Estos medios proyectan en el confiado “ciudadano” un espejismo de diversidad y reducen todos los mensajes a un único discurso, y esto puede constatarse sobre todo en el tratamiento de los temas económicos, sociales y políticos en sentido fuerte (ahí está el ejemplo especialmente claro de Cuba, y en similar medida, de Venezuela, dos realidades igualmente manipuladas y ocultadas en los medios comerciales “progresistas” como en los “liberales” y en los reaccionarios).

Hace muchos años que en los medios alternativos hemos venido desenmascarando los variados mecanismos de desinformación que operan cotidianamente en los distintos productos que nos entregan estos medios comerciales. En determinados momentos, cuando están en juego los intereses del poder económico que los controla, estos medios de comunicación sirven como herramientas desestabilizadoras de guerra psicológica. No es nuevo. Por limitarnos a América Latina, desde la Cuba revolucionaria, pasando por el Chile de Allende a la Venezuela Bolivariana o la Bolivia gobernada por el MAS, merece la pena hacer un seguimiento a los principales diarios de estos países y a la Agencia EFE, agrupados en la Sociedad Interamericana de Prensa, para entender hasta dónde los medios “de prestigio” fueron puestos al servicio de la injerencia extranjera, con columnistas pagados por el Gobierno de Estados Unidos, y con una sistemática campaña de terrorismo mediático, orientada a infundir zozobra y pánico en las mentes de los ciudadanos, con mentiras reiteradas y burdas manipulaciones, buscando preparar las condiciones de un golpe interno o una intervención exterior [2].

Presentan a los verdugos como víctimas y a los pobres como una amenaza contra su “democracia”. No hace falta moverse de Europa para comprobarlo. La campaña de terror informativo desatada contra la coalición Syriza en Grecia ante la posibilidad de que se hiciera con el triunfo en las elecciones de mayo y junio de 2012, o la criminalización de las protestas sociales en España ante la insoportable depauperación y desahucio de millones de trabajadores a cuenta de las políticas de “austeridad” (simultáneas con la amnistía fiscal para los enriquecidos) ponen de manifiesto a quién sirven estos medios y cuál es su medida del rigor y su deontología cuando la lucha de clases no se deja maquillar.

Todo esto lo sabemos. Contamos con una experiencia intensa en los últimos doce años. Porque si hay que ponerle una fecha a la manipulación y al terrorismo mediático en mi generación, esa fecha es el 11 de abril de 2002, cuando los medios de comunicación perpetraron un golpe de Estado contra el Gobierno y el pueblo de Venezuela, que ha dejado muchas lecciones y una huella indeleble en las conciencias de quien ha visto las imágenes de Radio Caracas Televisión, de Globovisión, de Venevisión, las páginas de El Nacional, El Universal… sin olvidar el diario El País, el primer periódico español en reconocer al gobierno golpista encabezado por Pedro Carmona Estanga, prófugo en Colombia.

Contamos también con lúcidos y esclarecedores análisis que desenmascaran todos los mecanismos de guerra psicológica, desinformación, ocultamiento, tergiversación, mentira, calumnia y terrorismo informativo desplegados por estos medios de comunicación masiva que además han seguido procesos de concentración y transnacionalización. Gracias a los trabajos de autores como Pascual Serrano, Ernesto Carmona,  Raúl Zibechi, José Steinsleger, Ignacio Ramonet, por mencionar solamente a algunos del ámbito hispanohablante, somos hoy mucho más capaces de detectar la intoxicación inoculada en los mensajes que estos medios hegemónicos vierten a la esfera pública diariamente.

Quienes nos reclamamos de las distintas familias de la izquierda, estamos acostumbrados a “leer” estos mensajes y a combatir sus manipulaciones. Esa es una parte de nuestra lucha, una parte que a veces consume mucho tiempo y energía. Lo que se denomina “contrainformación” o “batalla comunicacional”, dependiendo del contexto, hace referencia a esa lucha por desmentir, explicar, demostrar con datos, contextualizar los hechos que los medios hegemónicos intentan desvirtuar a fin de lograr imponer sus “matrices de opinión” o prejuicios en el público, para lograr reflejos condicionados ante determinados gobiernos o situaciones.

Pero con desmentir no alcanza. Alguien tiene que dar cuenta de las realidades que los grandes medios comerciales al servicio del poder económico silencian o satanizan. Y en un panorama informativo ahogado por el discurso único, esa es la vocación de la llamada “información alternativa”, entendida como la información independiente de los poderes económicos y estatales. La información que viene de las organizaciones y movimientos sociales, que aspira a “dar voz a los que no tienen voz” en los medios del sistema.

El año 2012 ha sido especialmente difícil para estos medios. Desde que el 17 de diciembre de 2010 el vendedor ambulante de 26 años Mohamed Bouazizi se prendió fuego en un grito desesperado de dignidad y la llama de las revoluciones árabes saltó en Sidi Bouzid y prendió en Túnez, luego en Egipto, catapultándose desde allí a todo el mundo árabe e impregnando las protestas indignadas en el Sur de Europa, el tablero geopolítico del Norte de África y de Oriente Medio ha sido escenario de múltiples reacomodos e injerencias extranjeras. El grito de rebeldía y afirmación política de estos pueblos se vio pronto empantanado, sofocado en sangre por otros estruendos brutales, en forma de salvajes represiones por parte de los Gobiernos respectivos, y, en Bahrein y Libia, por la intervención militar desde el exterior, en forma de guerra de agresión, si bien con muy distinto tratamiento “informativo” por parte de los medios hegemónicos.

En el primer caso, se silenció y se acolchó la invasión de Bahrein por tropas saudíes, para ahogar en sangre la legítima protesta social del pueblo bahreiní. En el caso de Libia, se convirtió al aliado de ayer en una caricatura del dictador árabe muy parecida a la que otrora construyeron los medios con Sadam Hussein, y nos inundaron de sórdidas historias de depravación y oprobio para justificar un bombardeo de la OTAN que lanzó sobre la población libia la destrucción y la muerte de la que supuestamente venía a “protegerla”.

Luego fue Siria la que pasó a centrar el foco desinformativo de los medios hegemónicos, en una estrategia de bombardeo psicológico constante sobre las masacres, torturas y bombardeos del régimen de Al-Assad contra la población.

Lo que comenzó exactamente igual que en Túnez, y muy pocos días después, como una protesta civil, no armada, de exigencia de reformas políticas y fin de la corrupción al grito de “Dios, Siria, libertad”, dio paso a una masacre sostenida y a un enrarecimiento del escenario a partir de la irrupción de actores armados que reciben apoyo de terceros estados, y que son, desde antes de su presencia en territorio sirio, la gran coartada del régimen para desatar una violencia criminal contra toda la población siria que despierte sospechas de desafección, escalando los ya altos niveles de represión política y terror (especialmente ilustrativo de esto último son los testimonios de la propia izquierda siria).

Tanto en el caso de Libia como en el de Siria, los medios de información alternativa nos hemos tenido que enfrentar con un dilema. Y es que los medios hegemónicos (“los malos”) se pusieron del lado de los rebeldes, reservándose, eso sí, el privilegio de elegir muy bien qué voces y qué imagen querían proyectar de lo que se denominan “rebeldes” en Libia y en Siria. Y el otro problema que tuvimos que enfrentar los medios alternativos fue que los Gobiernos reunidos en la Alternativa Bolivariana por los Pueblos de Nuestra América (ALBA) expresaron abiertamente su apoyo a los gobiernos de Gaddafi en Libia y de Bashar al Assad en Siria, llegando a ensalzar y a identificarse con ambos gobernantes en declaraciones institucionales.

Regímenes totalitarios y sangrientos, donde las rebeldías –y especialmente las de izquierda- han sido reprimidas, encarceladas y muchas veces torturadas, donde la desaparición forzada y la detención arbitraria no eran la excepción, como son los casos de la Libia de Gaddafi o la Siria de al Assad, no se merecían ese aval de parte de gobiernos como el de Cuba o el de Venezuela, escrupulosamente respetuosos de los derechos humanos (desde luego, y como hemos venido demostrando desde los medios alternativos hasta la saciedad, mucho más respetuosos que las llamadas “democracias” occidentales, desde Estados Unidos a España, pasando por Rusia, por no hablar de Israel).

En todo caso, los Gobiernos del ALBA deciden sus movimientos y se posicionan en el tablero geopolítico teniendo en cuenta un entramado de relaciones y alianzas interestatales, sin perder de vista que ellos están también bajo el punto de mira del mismo Imperio que atacó a Libia, prepara las conciencias para poner sus manos sobre el territorio de Siria y ya mira a Irán. Sean cuales sean, las razones que tienen el presidente Hugo Chávez o el presidente Rafael Correa o el presidente Raúl Castro para apoyar a Bashar al Assad, son, no cabe duda, razones de Estado. Esencialmente pragmáticas. Ante el mal mayor, prefieren avalar a los Gobiernos que están reprimiendo en las calles a sus pueblos, porque al mismo tiempo esa represión se está intentando emplear como excusa para bombardear, ocupar y expoliar a esos mismos pueblos cuyos derechos humanos se invocan en los medios de comunicación hegemónicos.

Dividido el escenario mediático entre los medios hegemónicos comerciales, meros instrumentos propagandísticos de las estrategias de guerra psicológica y bélica decididas en los centros de poder, y los medios estatales que hasta 2011 habían tenido un papel alternativo (como TeleSUR o Al Jazeera), entregados a reproducir mensajes propagandísticos en función de la posición que sus respectivos dueños han adoptado con respecto a los conflictos en curso, y a través de cuyas emisiones son los Estados quienes se expresan, a los medios alternativos les ha ocurrido algo terrible: son los únicos que realmente pueden decidir con libertad sus estrategias informativas, sin que suenen sus teléfonos exigiendo la retirada de tal o cual contenido desde ninguna instancia gubernamental o partidaria, pero predominantemente nos ha podido el miedo a hacer parte del coro imperialista, y hemos optado por silenciar, también nosotros, a los pueblos que están siendo perseguidos y asesinados por rebelarse en las calles contra un régimen despótico e injusto.

Trágicamente, cada vez que en nuestros sitios hemos brindado espacios a la crítica sin paliativos de los crímenes cometidos por el Gobierno sirio contra su pueblo, y a la reivindicación clara del derecho que tiene ese pueblo de sacudirse la tiranía, un aluvión de ataques se han sucedido, inundando los medios alternativos con juicios personales contra los firmantes de tales análisis, en un tono y un estilo inquisitorial más propio de Torquemada o de Dzerzhinski. Muchas veces dio la impresión de que lo de menos es el destino del pueblo sirio, y de que más bien se trata de aprovechar esta excusa para volver a trazar líneas de división entre los andrajos de una izquierda europea que nunca está lo suficientemente dividida.

Por razones estructurales, de falta de medios y dificultades de acceso a las fuentes, en nuestras páginas ha abundado mucho más la opinión que la información, pero lo preocupante es que las diferencias se han expresado más como diatriba que como polémica, y ha habido fuerzas en tensión que llevaban a romper, a delimitar el círculo de “los nuestros” dentro de nuestros colectivos y hacían pensar en oprobiosos tiempos de purgas y de intelectuales “caídos en desgracia”.

Al mismo tiempo, han abundado los artículos difundidos sobre el tema libio y sirio en los medios alternativos con afirmaciones sin contrastar, tesis conspirativas, suposiciones y, en suma, una reiterada falta de rigor. La desinformación no ha sido un mal exclusivo de los medios hegemónicos, sino que se ha colado reiteradamente en nuestros medios alternativos como un síntoma que debería hacer saltar alarmas, porque nuestros lectores tienen mucha más memoria y juicio más severo que el consumidor de productos “informativos” mercantiles, y la credibilidad es nuestro único capital, a diferencia de lo que ocurre con El País, El Tiempo, El Mercurio, Clarín o El Nacional.

Finalmente, para que nos cuadrara el puzzle, hemos decidido con mucha frecuencia desechar las piezas que sobraban. Si lo único que ha habido en Libia y Siria ha sido una estrategia premeditada para favorecer el derrocamiento de ambos gobiernos a manos de agentes externos, donde quienes se presentan como “rebeldes” son en realidad mercenarios, integristas, terroristas extranjeros y algún que otro tonto útil, entonces tenemos que negar la rebelión civil, desarmada, el estallido de indignación (de ira en el mundo árabe) y llegar incluso a afirmar en nuestros medios (lo hemos hecho) que las revoluciones árabes responden a un plan de la CIA.

En numerosas ocasiones desde el estallido de la rebelión en Siria, hemos negado a las víctimas del Estado, hemos negado su derecho a insurgir, y después los hemos llamado mercenarios, los hemos estereotipado en la imagen de un terrorista y así los hemos denominado también (lo mismo que hacen los medios hegemónicos) y los hemos culpabilizado por haber “desestabilizado” dos países donde había tanta justicia, tanta democracia, tanto antiimperialismo y tanto “socialismo”. Esto se llama negacionismo. Es un oprobio para las víctimas (miles) civiles, de múltiple credo e ideología política, que salieron valientemente a exigir a su gobierno cambios democráticos. Pero además es una contradicción insostenible para quienes llevamos 20 años admirando, aprendiendo y dando cuenta del ciclo de rebeliones contra el orden económico, social y político del capitalismo en Nuestra América. Desde el Caracazo en 1989 y el insurgente “Por Ahora” del comandante Chávez en 1992, el levantamiento zapatista en 1994, el ciclo de levantamientos indígenas en Ecuador, el “que se vayan todos” de Argentina y la experiencia de los piqueteros y los barrios en 2001, la guerra del agua en Bolivia y los sucesivos levantamientos indígenas que culminaron en la elección de Evo Morales en 2005, San Salvador Atenco en 2007, los mineros peruanos en 2008… Con una Cuba siempre rebelde, que ha sabido resistir y mantener viva la llama de la dignidad, de la soberanía, de la reivindicación del socialismo, siempre solidaria y dispuesta a tejer alianzas y fortalecer un bloque regional a salvo de las injerencias del Imperio, que trabaje en función de las necesidades de los pueblos.esp el pais

Los actores imperiales han tenido que hacer una contorsión de cintura bastante extraordinaria, y su trabajo les ha costado, para dejar de apoyar a regímenes que les han sido aceptablemente funcionales y empezar a denunciar violaciones de derechos humanos, e incorporar a sus titulares palabras como “rebelde” o “revolución”. Es un giro táctico y una impostura grotesca. Pero no resultamos menos grotescos nosotros tratando de acomodarnos en el hueco que ellos han dejado libre y tratando de reducir la complejidad de la situación recurriendo a comodines como “mercenarios”, “terroristas de Al Qaeda” y a conspiraciones orquestadas por el departamento de Estado hasta unos niveles paranoicos.

Para poder explicar, hay que primero entender, conocer, y perder el miedo a preguntar y a hacerse muchas preguntas, y sacudirse la pereza intelectual y las inercias culturales. Es un ejercicio que en la izquierda europea venimos haciendo intensamente, porque los pueblos y los procesos de América Latina nos han obligado a un aprendizaje cultural, histórico, antropológico, y nos han enseñado que había más categorías que las que habíamos manejado desde 1848. Hablar la misma lengua no bastó para que los españoles entendiéramos el “por ahora” de Chávez el 4 de febrero de 1992, ni el comunicado del EZLN el 1 de enero de 1994. Hizo falta un intenso aprendizaje cultural y un esfuerzo consciente por dejar de mirar a estos pueblos y sus procesos con lentes eurocéntricas. Hizo falta un ejercicio de respeto. Pero sobre todo, pudimos llegar a entender su lenguaje y comprender sus lógicas porque nos interesaban, sabíamos que en su “despertar” y en su “echar a andar” estaban en juego cosas universales y muy concretas, empezando por nuestra esperanza.

Y ahora que otros pueblos, en idéntica lógica (¡bien has hozado, viejo topo!), insurgen en el mundo árabe, no podemos pretender explicarlos, y menos juzgarlos, sin querer conocer quiénes son y qué factores los han moldeado y explican, condicionan y alimentan su rebelión.

Informar es añadirle matices a la imagen, no borrárselos. Aquí topamos con una dificultad de los medios alternativos, y es la enorme limitación material (económica y de tiempo de trabajo) en la capacidad de producir información, a partir del acceso a fuentes y la elaboración de entrevistas, noticias, reportajes o crónicas. Pero es posible ser exigente en la selección de los materiales que publicamos, desechar los que contengan datos no contrastados, fuentes anónimas, o los que sustituyan la información por retórica hueca.

Cuando los acontecimientos están en pleno desarrollo es difícil ver claro, incluso con corresponsales en el terreno. Los medios alternativos hemos contado con la ventaja de poder buscar en cualquier parte a “los nuestros”, es decir, los movimientos y organizaciones de base, con arraigo popular, con tradición de lucha por la justicia social, en defensa de los derechos humanos, de la vida, de la dignidad, y a los intelectuales identificados con esas luchas. Y en esas múltiples voces, que no siempre se sitúan igual ante los procesos en marcha, que tienen coincidencias en el análisis y en la forma de explicar los hechos pero también discordancias y tensiones entre sí, está nuestra posibilidad de componer una imagen y empezar a “ver” algo.

Las conclusiones, los juicios, los posicionamientos por nuestra parte sólo podrán venir después. La información periodística no es ni puede ser objetiva, sencillamente por la cantidad de decisiones subjetivas y de mediaciones que conlleva su elaboración (incluso la más honesta); pero implica necesariamente una actitud objetiva y positiva. Informar es dar cuenta de realidades que existen al margen de nuestros intereses (ideológicos, geoestratégicos, etc) y que dejan un rastro de hechos, declaraciones, documentos, datos que podemos consignar y constatar. Para informar no podemos partir de lo que queremos creer en función de lo que conviene a una “causa superior”, dejando de lado la realidad, así como tampoco limitarnos a aplicar una lente invertida sobre la versión que dan los medios hegemónicos.

Tenemos que reivindicar el periodismo, no como profesión ni como coartada, sino como la tarea de mediación social que nos permite conocer una cantidad de hechos, relacionarlos, inscribirlos en un contexto, para poder situarnos en la complejidad de nuestro mundo e incidir sobre él. El periodismo es peligroso, especialmente en momentos como el actual, en los que al sistema económico capitalista y su andamiaje neoliberal se le desmoronan todos los mitos cual decorados de Potemkin, y en todos los grandes temas bastaría con hacer las preguntas lógicas para revelar su naturaleza y el alcance de su crisis, así como el despeñadero al que nos abocan en un plazo cortísimo si no recurrimos al freno de emergencia de la revolución.

Por eso el periodismo ha desaparecido casi completamente de los medios comerciales. Los reportajes, las entrevistas en profundidad, por no hablar de los trabajos de investigación, son dinosaurios que evocan otros tiempos, en los que la prensa era un poder legitimado en el público; en los que el público y la opinión pública se situaban en las constituciones como fuente primaria de soberanía del poder político. Hoy “el público” es para los medios hegemónicos un objeto que se vende a los anunciantes y al que hay que seducir y entretener. Y el poder político, el poder económico y la gran prensa han dejado de vivir en tensión. El gran capital impone su tematización, jerarquiza y traza líneas editoriales en los medios de comunicación, sin que tenga que recurrir a la coacción o a la censura en la mayor parte de las ocasiones. Sencillamente los medios de comunicación comerciales son meras correas de transmisión del poder económico, hasta unos extremos que harían temblar de consternación a los padres de la gran prensa liberal del siglo XIX: Si Benjamin Franklin volviera de su tumba, no tardaría en correr la misma suerte que Julian Assange.

Esto supone, en momentos en los que muchas veces en la izquierda tenemos la tentación nihilista de tirarlo todo por la borda, hartos como estamos de ser manipulados, reinstituir el “periodismo”, la labor de informar, la comunicación política, en un espacio importante dentro de la democracia que queremos poner en pie, en contraste con esta farsa que nos venden desde los medios hegemónicos, públicos y privados, y que nos niega todos los derechos humanos esenciales, empezando (o siguiendo) por el derecho a la información [3].

NOTAS:
[1] Ver entrevista de Fernando Arellano Ortiz en Rebelión, edición del 6 de octubre de 2004 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=5590)
[2] La SIP ha apoyado todas las dictaduras militares y las intervenciones estadounidenses en América Latina. Su “modus operandi” ha sido magistralmente descrito por el periodista argentino José Steinsleger, en el artículo “SIP: mordaza de libre presión”, publicado en La Jornada, el 11 de octubre de 2006 (http://www.jornada.unam.mx/2006/10/11/index.php?section=politica&article=022a1pol)
[3] Esta afirmación no es ninguna exageración. El derecho a la información queda consignado como un derecho fundamental en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”) y en el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas (“Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión; este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección”).

*Periodista española, publicado en Rebelión