Un año sin tropas invasoras y con los talibanes en el poder en Afganistán
Mirko C. Trudeau
Los talibanes volvieron al poder hace un año cuando las fuerzas encabezadas por Estados Unidos se retiraron de Afganistán, dos décadas después de deponer al régimen islámico, acusado de cobijar a la organización Al Qaeda, acusado de ser autor de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York.
No sorprendió la toma de Kabul, la capital, sino la velocidad con que los talibanes, viejos conocidos de Occidente y también de Oriente, de la antigua Unión Soviética y de Estados Unidos, se hicieron con el poder. Hoy, los talibanes consolidan su control sobre su país apoyándose en decenas de miles de combatientes que participaron en la insurrección y sacaron a los soviéticos primeros y los estadounidenses luego, de su país.
Kandahar es la cuna de los Talibán. Este movimiento islamista, nacido en los años ’90 en esa región del sur afgano y dirigido actualmente por Hibatullah Akhundzada, debe su nombre a “talib”, la palabra árabe que significa estudiante, en referencia a las escuelas coránicas en las que se formaron sus líderes. Para los afganos el país ahora es seguro por primera vez en al menos tres décadas.
En las calles de Kabul uno se cruza con combatientes originarios de regiones lejanas, pero los líderes del movimiento proceden principalmente de la etnia pastún. La mayoría ha estudiado en madrasas sunnitas en Pakistán y, para ellos, la implementación de un sistema basado en la sharia, la ley islámica, es uno de los mayores éxitos de la guerra.
La interpretación talibana de la sharia implica numerosas restricciones para las mujeres, apartadas de la vida pública, del mercado laboral y de la educación. Hoy el único lamento de los combatientes talibanes es que el gobierno no haya sido reconocido en la escena internacional.
El maniqueísmo de Occidente
Pero cabe recordar que Osama Bin Laden, Sadam Huseín en Irak, Al-Assad en Siria y Gadafi en Libia, también eran viejos conocidos y hasta socios de Occidente: todos han tenido una paradójica relación con potencias extranjeras, en función de los intereses de aquellas y de su propia ambición.
Los talibanes, estudiantes islámicos, salafistas y guerrilleros, se levantaron contra la ocupación soviética de Afganistán en los 90, cuando eran aliados de Occidente para luchar contra el comunismo soviético. También Osama Bin Laden, el líder de Al Qaeda. Tras la derrota soviética, impusieron su régimen con apoyo occidental y se convirtieron en el centro de operaciones de la recién creada Al-Qaeda.
Cuando se la inteligencia estadounidense afirmó que el atentado del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas había sido gestado y coordinado desde Afganistán, EEUU, aludiendo legítima defensa, lanzo “la guerra contra el terrorismo” y tomó como objetivo la derrota de los talibanes, con la convicción de que en pocos meses cambiaría el régimen.
Dos años después, EEUU, el Reino Unido y España, entre otros, apelaron al principio de seguridad colectiva para derrocar a Sadam Huseín en Irak, usando como pretexto un informe de miles de páginas que se demostró falso años después y que indicaba, fundamentalmente, dos supuestos hechos: vínculos de Al-Qaeda con Sadam Huseín y la existencia de un programa de enriquecimiento de uranio en Irak con fines bélicos.
Muamar Gadafi. en Libia, instauró una república socialista y aspiró a formar un gobierno islámico. Tras el atentado de las Torres Gemelas, se alejó de los grupos islámicos violentos y normalizó las relaciones con Occidente. Sorpresiva fue la
Decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, que legitimó una operación internacional, liderada por la OTAN, para intervenir en Libia y crear una zona de exclusión aérea que protegiera a civiles de los denunciados bombardeos de Gadafi.
Gadafi fue depuesto –y masacrado públicamente por parte de una turba– y el vacío de poder rige en el país desde entonces, lo que abrió la puerta a múltiples grupos que compiten por el monopolio de la violencia en un mismo territorio y que ha desestabilizado la región hasta hoy.
Al Assad, en Siria, llevaba décadas prometiendo reformas que no llegaban. Las revueltas y la guerra civil sigue desde 2011 y no han logrado unificar la perspectiva de la comunidad internacional sobre dicho país. El apoyo a grupos diversos por parte de múltiples países dejó el territorio con un vacío de poder que fue aprovechado por una sección disidente de Al-Qaeda que se conoce como ISIS, el Daesh, el Estado Islámico.
Su irrupción no fue repentina, y su anunciada derrota tampoco ha sido definitiva y basta mirar Yemen para saber que el Daesh no ha desaparecido.
Las lecturas
Los acontecimientos político-económicos relevantes normalmente son el resultado de largos procesos sociales que vienen forjándose como resultado de múltiples factores: la aparición de Al-Qaeda, la llegada al poder de los talibanes, la emergencia del Estado Islámico o el caos en Yemen, Siria e Irak.
No se puede hablar de intervenciones armadas internacionales legales, porque sería validar la injerencia e intervención en terceros países. A esta altura, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) debieran haber comprendido que un régimen político, económico y social no se transforma desde afuera con una intervención, como tampoco se puede propiciar el desarrollo social y económico de un territorio simplemente a través de un agente externo.
Cualquier país que piense que puede crear una sociedad distinta a golpe de fusil, drones, cohetes y tanques -o de “ayuda humanitaria”- roza el pensamiento mágico.
Cuando Obama decidió reducir el número de tropas estadounidenses en Afganistán, no lo hizo porque pensara que ya habían ganado la guerra, sino todo lo contrario: lo hizo porque se cercioró de que la vía armada nunca conduciría a la victoria. Ya entonces los talibanes habían tomado la sartén por el mango.
Se permitieron negarse a negociar, previendo un cercano final con victoria. El gobierno de Donald Trump, posteriormente, aceptó una de las condiciones que los talibanes impusieron para la mesa de negociación: que no estuviera el gobierno afgano.
Los últimos doce meses
Cuando Estados Unidos y sus aliados comienzan a retirar sus fuerzas de Afganistán, los talibanes lanzan una ofensiva final para retomar el control del país que gobernaron entre 1996 y 2001. En agosto del año pasado, aceleraron su campaña, tomaron una serie de ciudades en una arremetida de 10 días que culminó con la caída de Kabul, el 15 de agosto de 2021. El presidente títere Ashraf Ghani huyó a Abu Dabi y admitió que “los talibanes ganaron”.
Mientras, Washington congelaba unos 7.000 millones de dólares en reservas afganas en bancos estadounidenses y los donantes suspendieron su ayuda al país, las tropas de EEUU completaban su caótica salida: varias personas murieron en el aeropuerto, aplastadas al intentar llegar a la pista en medio de la evacuación apresurada..
El 26 de agosto, un atacante suicida se hace estallar entre la multitud, dejando más de 100 muertos incluidos 13 soldados estadounidenses. La acción es reivindicada por el grupo Estado Islámico capítulo de Afganistán y Pakistán, rival de los talibanes. Cuatro días después, los talibanes celebraron que los últimos soldados estadounidenses y aliados dejaron el país el 30 de agosto.
Aunque los talibanes aseguran haber dejado atrás sus métodos represivos, la prensa occidental insiste en que las señales no son alentadoras. Un nuevo gobierno interino es presentado en septiembre con figuras de la línea dura en todos los puestos y sin mujeres y es reinstalado el ministerio de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio para imponer su interpretación austera del islam.
En octubre unas explosiones arrasan una mezquita chiita en Kandahar durante las oraciones de viernes, dejando 60 muertos en el ataque más mortal desde la salida de las fuerzas extranjeras. El ataque, reivindicado por el capítulo afgano del Estado Islámico, ocurre una semana después de otra explosión suicida en otra mezquita chiita en la ciudad norteña de Kunduz que dejó decenas de muertos
En medio de la crisis, Noruega invita a los talibanes a conversar en Oslo con miembros de la sociedad civil afgana y diplomáticos occidentales. Una delegación talibán, conformada solo por hombres, viaja a la cita.
El 22 de junio, más de mil personas mueren y miles más quedan sin casa cuando un terremoto estremece la frontera afgana con Pakistán. El desastre plantea un enorme desafío logístico para el gobierno talibán, que no es formalmente reconocido por ningún país.
El 2 de agosto, el presidente estadounidense, Joe Biden, anuncia la muerte del líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, supuesto autor intelectual de los ataques del 11 de septiembre de 2001, en un ataque con drones a su alojamiento en Kabul. Los talibanes condenaron el ataque, pero no confirmaron la publicitada muerte de Zawahiri.
*Integrante del Observatorio de Estudios Macroeconómicos de Nueva York, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)