Reelegir el error

 Enrique Ochoa Antich

Pateando los acuerdos; reeleccionista como el gobierno que adversamos; sin balance de sus fracasos ni revisión alguna de sus causas, el extremismo light (para diferenciarlo del extremismo duro del mariacorinismo/16 de Julio) que hegemoniza y conduce a la Asamblea Nacional, se dispone el próximo domingo a reelegir en su presidencia al mismo individuo que ha sido emblema del fiasco y vocero de la larga derrota de este año 2019. Es decir, reelegirán el error.

Más allá de la valoración personal que se haga del sujeto, de su insuficiente capacidad intelectual, de su inconsistencia política (de vieja data), e incluso de sus serias dificultades comunicativas con el verbo, todo muy lejos del estelar rol histórico que algunos en Venezuela y el mundo quieren otorgarle, lo que se está reeligiendo no es un nombre sino una estrategia: una estrategia equivocada, vistas las resultas. El extremismo mariacorinista cree que sí, que la razón de la debacle opositora fueron las vacilaciones, la falta de carácter, las confusiones del aludido. Y no es verdad: la causa está propiamente en el diseño estratégico, no en su ejecución.Ver imagen en Twitter

El extremismo, de izquierda o de derecha, reacciona frente al fracaso siempre del mismo modo: dando un paso al frente, aunque esté al borde del abismo. «Radicalizar la revolución» era la consigna del PS y del MIR chilenos allá por 1973… y se ganaron a Pinochet. Rectificar, retroceder, resetear las políticas, es algo que le es ajeno al extremismo. La culpa de la derrota es siempre de otro. La terquedad es su divisa.

Cuando los señores diputados levanten la mano el próximo domingo para designar la misma directiva de la Asamblea Nacional, nos hundirán un poco más en el pantano. Con ese voto estarán remachando el desacierto como política, el desatino como estrategia: «cese» del adversario sin tener con qué, hipoteca de su soberanía, tutelaje, vasallaje a los designios de Washington, penoso invasionismo, sanciones y más sanciones aunque el costo lo paguemos todos (en particular los más pobres… pero también los empresarios, como nos lo han recordado ellos mismos), maximalismo, todo o nada, inmediatismo, la calle como fin en sí mismo y no como medio, golpismo aunque la fractura militar pueda saldarse en una costosísima guerra civil, el «vale todo», etc., etc.

No era hora de una radical rectificación de la política? ¿No había que retomar la ruta democrática: voto-diálogo-Constitución-paz-soberanía, estrategia exitosa que de 2006 a 2015 sólo ofreció victorias, avances y una progresiva acumulación de fuerzas? ¿No era la ocasión para abandonar la estrategia de la nada: abstención, insurrección, espejismos, que sólo ha traído cárcel, exilio, muerte, inhabilitaciones, y, por consecuencia, profundización del autoritarismo dictatorialista del régimen madurista? Posiblemente, eso conducía a que los capitanes de la derrota se hicieran a un lado.

Pero nada de eso ocurrió y, por lo que se ve, no va a ocurrir. Todo anuncia que este 2020 será semejante a 2019: error, error y más error. Está el hito constitucional de las elecciones parlamentarias, nueva oportunidad para un golpe de timón. De Washington, dirrección política de esa oposición extremista, dependerá que el G4 (todo, y no sólo parte de, como parece) decida participar en ellas o, de nuevo, disolverse en el vacío del no-voto. Si no, el madurismo coparía la AN y la desesperanza crecerá por doquier como hierba venenosa.

Queda, sí, una última, ingenua ilusión: que el pueblo venezolano, pasando por encima de las necias prédicas extremistas, le dé su apoyo mayoritario a esa oposición democrática, dialoguista y soberana que sí, de todas todas, va a participar. Entonces, quizá, recomience todo de nuevo y se haga posible, más temprano que tarde, el cambio político en paz que los venezolanos reclamamos.

(*)  Político y escritor. Miembro fundador del Movimiento al Socialismo (MAS). Miembro de la Concertación por el Cambio.