¿Quiénes incitan a una tercera guerra mundial?

Alejandro López-González

El conflicto inducido por la OTAN en Ucrania, la falsa bandera que dio origen a la última de las tantas y crecientemente agresivas acciones militares del gobierno israelí en la franja de Gaza, así como las permanentes provocaciones diplomáticas hacia China, por parte de los gobiernos occidentales, en torno al asunto de la autodeterminación de Taiwán, tienen en común al agente activo de estas acciones, al promotor, al agitador directo y/o indirecto.

En todos estos teatros de operaciones el agente promotor de la agitación bélica no es otro que el eje del atlántico norte liderado por los gobiernos, financieramente tutelados, de Londres (City of London) y Washington (Wall Street).

Escapa al alcance de este artículo explicar el vínculo histórico de las finanzas angloestadounidenses, sin embargo, sirva al lector de referencia la más reciente salida del Reino Unido de la Unión Europea como una evidencia de la incomodidad del sector financiero londinense con una alianza forzada con una moneda (Euro) y una banca central distinta (Banco Central Europeo) a la del eje City-Wall Street. Pero ¿Qué tiene que ver esto con una posible tercera guerra mundial? Todo, absolutamente, todo.

Thomas Robert Malthus, economista y demógrafo británico del siglo XVIII, es principalmente conocido por afirmar que la población tiende a crecer en progresión geométrica (es decir, de manera exponencial), mientras que la producción de alimentos lo hace en progresión aritmética (es decir, de manera lineal).

Esta discrepancia entre el crecimiento de la población y la producción de recursos, según Malthus, conduce inevitablemente a la escasez y a la miseria, a menos que se tomen medidas para controlar el crecimiento poblacional. Cabe destacar que, aunque la base de los postulados de Malthus es falsa porque no considera la relación entre la intensificación del aprovechamiento energético para la maximización de la producción y transformación cada vez más prolífica y eficiente de los recursos de la Tierra, las élites financieras globales insisten en tomar esos postulados como dogmas inamovibles y sobre estos siguen construyendo teorías económicas falsas.

Volviendo a los postulados de Malthus, una de las medidas para controlar el crecimiento poblacional es la guerra. En este sentido, junto con las enfermedades y el hambre, las guerras constituyen lo que Malthus denominó “controles positivos” sobre la población, es decir, procesos que aumentan la tasa de mortalidad.

Estos controles positivos son necesarios, desde la perspectiva de Malthus, para equilibrar la población con los recursos disponibles y prevenir la miseria y el colapso social, repito, esto es matemática y físicamente falso, pero a pesar de serlo sigue siendo un argumento asumido dogmáticamente y esgrimido como irrefutable por las elites financieras globales y los políticos a su servicio, enmarcados en el aparataje ideológico que se ha denominado “globalismo”.

El globalismo es la ideología que nace a partir del presunto fin de los estados-nación, sentenciado por la intelectualidad angloestadounidense a partir del colapso de la Unión Soviética y el falso entendido de que la China comunista no era más que una gran fábrica, con mano de obra semi esclava, al servicio de las grandes trasnacionales occidentales.

Esta creencia pareció afirmarse entre 1991 y 2008, durante estos 17 años nadie parecía poner en duda los postulados globalistas. Para entender un poco más, y abusando de la paciencia del lector, debo decir que lo que Vladimir Lenin definía como imperialismo, dejo de existir a partir de 1991, ese concepto, las estructuras del imperialismo clásico estaban basadas en la soberanía de los Estados-nación y la expansión territorial de los mismos, pero eso ha dado paso a una nueva forma de organización global-globalista.

Esta estructura se caracteriza por la desterritorialización y la descentralización del poder, donde los organismos supranacionales juegan un papel crucial en la regulación de los flujos globales de capital, bienes y personas. No hay estados-nación, ni ciudadanías, privilegiados “per se”, hay núcleos financieros privilegiados, territorialmente descentralizados y con intereses globalizados. Michael Hardt y Toni Negri argumentan que, en este nuevo orden, las guerras y los conflictos no se libran por la expansión territorial directa, sino como parte de una lucha por el control y la gestión de un sistema capitalista globalizado e interconectado.

El lector debe recordar que el concepto actual de nacionalidad no es algo que haya existido siempre, los estados nacionales y la nacionalidad, como conceptos, derivan del tratado de Westfalia. El Tratado de Westfalia, firmado en 1648, marca un punto crucial en la evolución del concepto de nacionalidad y los estados-nación. El Tratado de Westfalia puso fin a la Guerra de los Treinta Años en Europa, un conflicto que involucró a varias potencias europeas y se entrelazó con disputas religiosas, políticas y territoriales.

Más allá de su impacto inmediato en la paz europea, el Tratado de Westfalia estableció principios que son fundamentales para entender la evolución del concepto de estado-nación y nacionalidad. Antes del Tratado de Westfalia, la idea de soberanía estaba más centrada en la figura del gobernante, del señor feudal, del monarca, del rey, que en el territorio. La lealtad y la identidad estaban ligadas a señores feudales, dinastías o la religión más que a un sentido de pertenencia nacional, eso de ser venezolano, alemán, español o portugués carecía de sentido, las personas eran súbditos de un rey, practicantes de una religión y miembros de una determinada familia, esa era su identidad.

El lugar donde habían nacido era un aspecto secundario de su identidad (no primario, como en la actualidad), lo importante era a que soberano estaba adscrita su lealtad, que religión profesaba o que familia o linaje pertenecía. Donde se había nacido no constituía un elemento radical de identidad, puesto que el territorio no era fuente de identidad.

Después de Westfalia, especialmente con las revoluciones americana y francesa, el concepto de nacionalidad comenzó a asociarse con el pueblo que habita un territorio más que con los monarcas que ejercen su soberanía sobre éste. Este periodo vio el nacimiento del nacionalismo, donde la cultura compartida, la lengua y la historia común empezaron a definir la identidad nacional, antes eso no existía.

El globalismo es la ideología según la cual, nuevamente, las nacionalidades dejan de existir como factor determinante de la identidad y la soberanía política pero ahora su lugar no es ocupado por la identidad familiar, religiosa o dinástica, sino por el lugar del sujeto dentro de la estructura global financiera. Un directivo de Pfizer puede haber nacido en India, Malasia o Surinam, pero su poder decisión e impacto en la sociedad no tiene nada que ver con su nacionalidad sino con su lugar en la estructura de poder dentro de la trasnacional.

En este sentido, este directivo puede decidir que una determinada vacuna tenga un costo, una composición e incluso una posología determinada, por encima de lo que podrían condicionar los funcionarios de los estados nacionales y esto nada tiene que ver con su nacionalidad sino que con su posición dentro del poder financiero global, esta es una nueva ciudadanía.

Por tanto, nuevamente la soberanía no está en la ciudadanía sino en el lugar dentro de la estructura de poder financiero, un lugar que carece de identidad propia es intercambiable y los sujetos que ocupan ese lugar son solo piezas reemplazables que carecen de soberanía intrínseca sino meramente asociada al lugar que ocupan.

De la misma manera es indiferente el color de piel, la etnia, la preferencia sexual y cualquier otro elemento asociado a la humanidad más pura del hombre, nada importa, puesto que el individuo es solo una pieza para la cual debe anularse cualquier fuente intrínseca de identidad que pueda derivar en el “falso entendido” que esta le confiere algún elemento natural de soberanía propia.

Así como la soberanía antes de los estados nacionales residía en el monarca, en el globalismo la soberanía reside en la corporación, no en el estado nacional, para nada, sea cual sea ese estado (Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Zimbabue, Haití, Argentina o Venezuela). Es evidente que la meta no ha sido alcanzada en su totalidad, pero eso no implica que no sea esa la meta de las entidades supranacionales controladas por la ideología globalista emanada, en forma de ciencia social y económica, de los grandes centros de poder financiero mundial.

Si no se ha alcanzado la meta globalista, esto se debe, en parte, a la crisis económico-financiera del capitalismo occidental de 2008-2009, y la forma en que la Rusia de Vladimir Putin y la China Comunista parecen no parar de crecer, industrializarse, desarrollar tecnología militar, desarrollar ciencias puras, independientemente de los juegos de casino de las finanzas occidentales, manteniendo una fuerte regulación estatal, un creciente sentimiento soberanista nacional y con gobiernos económicamente proteccionistas.

Estos hechos comenzaron a dar señales de un fallo en las teorías globalistas. En 10 años el eje del atlántico norte comienza a arremeter nuevamente contra los pueblos eslavos, antes combatidos cuando tenía la forma de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y ahora con la forma de la Federación Rusa de Vladimir Putin.

La OTAN comienza a avanzar agresivamente sobre los territorios que hacen frontera con la federación rusa. El país que es, en si mismo, una prueba de la falacia globalista debe renunciar a su nacionalismo, proteccionismo y apego al esquema de estado-nación soberano o, en su defecto, debe desaparecer.

Por otra parte, la China que el globalismo había entendido como una gran fábrica barata para las marcas occidentales, con mano de obra semi esclava, comienza a retomar posiciones nacionalistas luego de los oscuros mandatos pro-globalistas entre 1993 y 2013, sobre todo el de Hu Jintao. No es casual que haya sido expulsado del 20º congreso del Partido Comunista Chino, delante de Xi Jin Ping. Xi ejerce el mando en el Partido Comunista de China y sobre el estado chino desde 2013.

Putin en Rusia y Xi en China, son “anomalías” en el sistema ideológico del globalismo que evidencian las falacias teóricas que sirven de base a ese sistema y, por tanto, deben ser removidos o asimilados, esto ultimo parece no ser ya posible.

Los globalistas esgrimen en sus foros, postulados, y en su propaganda disfrazada de ciencia económica “moderna”, que tras períodos de expansión material del capital, como el vivido durante las décadas de 1950 a 1970, el sistema capitalista enfrenta inevitables crisis de sobreacumulación que llevan a una intensificación de las rivalidades económicas y, muy probablemente, a conflictos armados.

Estas crisis y guerras son vistas no solo como devastadoras, sino también como mecanismos a través de los cuales el sistema se reconfigura y adapta, abriendo la puerta a nuevas fases de expansión capitalista​, es una especie de “Gran Reinicio”. Giovanni Arrighi, en su obra “El Largo Siglo XX”, examina detalladamente los ciclos de acumulación de capital a lo largo de la historia, identificando patrones en los cuales las guerras y las crisis económicas funcionan como puntos de inflexión que preceden a la reorganización del sistema capitalista.

En 2020, a partir de la pandemia de COVID-19 el globalismo vio una enorme oportunidad para reiniciar el sistema capitalista global que viene evidenciando metástasis en todo su cuerpo financiero globalista desde la crisis de 2008-2009. Para los globalistas, el reinicio financiero es la única salida, el “Great Reset”. El proyecto se lanzó en junio de 2020, con un video con el entonces Príncipe de Gales para marcar su lanzamiento.

El objetivo declarado de la iniciativa era facilitar la reconstrucción de la crisis global de COVID-19 de una manera que “transforme el sistema mundial y priorice el desarrollo sostenible”, pero en realidad pretendía utilizar el trasfondo de la pandemia como justificación de la enorme crisis financiera represada, para salvar al modelo económico de toda responsabilidad y para la implantación de una especie de economía de guerra que permitiera reiniciar el ciclo financiero, tal y como lo hacen las grandes guerras (la pandemia de COVID-19 les vino como anillo al dedo).

Con la excusa del COVID-19, y los planes del “Great Reset”, se pretendía forzar a Rusia y China (y también al Estados Unidos del “MAGA”, el Estados Unidos nacional-soberanista y anti globalista de Donald Trump) a adoptar medidas de “desarrollo sostenible” que no eran otra cosa que medidas con las cuales frenar su crecimiento industrial autónomo, regular su economía y controlar a sus gobiernos nacionales, es decir, a su soberanía como estados nacionales dirigidos por una burocracia política nacional y partidista (algo satanizado por los globalistas por ser un obstáculo a la expansión libertina de las trasnacionales).

La respuesta de Rusia a la agresiva política del eje nor-atlántico, se prodjujo el 24 de febrero de 2022. Desde 2009 el eje City-Wall Street había venido tensando demasiado la cuerda con Rusia y China y ya empezaba a reforzar esa tensión a partir de los postulados del Great Reset post-covid-19. La respuesta rusa fue militar, respondió en Ucrania estableciendo definitivamente un línea roja con el globalismo.

Un observador atento podrá haberse dado cuenta que desde el 24 de febrero de 2022, hasta hoy el tema del “Gran Reinicio” ha quedado congelado, todo es parte de lo mismo, todo es parte de la gran confrontación global entre el globalismo y los remanentes, ahora cada vez mas fuertes y consolidados, de los grandes estados nacionales soberanos.

La ya casi consumada victoria rusa en Ucrania no es sólo un asunto que compete a la OTAN, ni tampoco tiene que ver con la seguridad de Europa, es la victoria de uno de los más importantes Estados-Nación del mundo sobre el globalismo.

La línea roja marcada por Rusia en Ucrania es la frontera de expansión globalista, así como la URSS fue el yunque inamovible que servía de frontera a la expansión imperial clásica del capitalismo, la Rusia nacionalista es el limite de expansión para el globalismo y, como su misma palabra lo dice, el globalismo o es global o no es nada, si no es global, el globalismo carece de sentido, se derrumba.

Rusia marco el camino para la China de Xi Jin Ping, la India, Sudáfrica y Brasil que unidos en los BRICS comienzan a ser ya una evidencia del fracaso del globalismo, un fracaso que no es admisible, como bien lo ha reconocido Enmanuel Macron: “Rusia, de entrada, no puede ni debe ganar esta guerra en Ucrania… estamos garantizando nuestra seguridad colectiva, la de hoy y la de mañana”.

Al decir nuestra, como el atento lector podrá ya deducir, no se está refiriendo a aquellos que comparten la nacionalidad y el pasaporte francés o europeo, no, para nada. Se está refiriendo al colectivo que ejerce soberanía a través de la estructura financiera global. Siendo Rusia poseedora de enormes recursos energéticos, petroleros, gasíferos, y también minerales.

¿Cómo hegemonizar un mercado global-globalista cuando una parte del mundo no responde a los mandatos de ese globalismo y ejerce control sobre sus enormes recursos “distorsionando” el mercado global-globalista? Es imposible, como he dicho antes, el globalismo o es global o no es nada, no sirve.

Por otra parte, financieramente hablando, el agua está llegando al cuello. En el panorama global, tanto administraciones gubernamentales como actores de los mercados financieros están dirigiendo sus nerviosas miradas hacia el mercado de bonos del Tesoro de Estados Unidos.

Esta creciente ansiedad se debe a la emisión mensual de aproximadamente 250 mil millones de dólares en nuevos déficits presupuestarios de EE.UU. y deuda neta del Tesoro, cifras que son consecuencia directa de la estrategia del gobierno de Biden destinada a debilitar al bloque BRICS. Dicha estrategia ha generado revuelo en las convenciones del FMI y el Banco Mundial en la capital estadounidense, así como manifestaciones de descontento por parte de naciones asiáticas, quienes critican el efecto inflacionario de estas medidas.

El 19 de abril, la agencia Bloomberg News reveló una declaración del Vanguard Group, una de las tres firmas de gestión de capital más importantes a nivel mundial, que advierte sobre la proximidad del mercado del Tesoro a un umbral crítico que podría provocar un masivo sell-off. Se señala que, si los rendimientos de los bonos del Tesoro a 10 años superan el 4,75%, el mercado podría enfrentarse a una turbulencia significativa; en las recientes semanas, estos rendimientos han oscilado entre el 4,60% y el 4,65%, marcando un incremento de 0,30% en tan solo tres semanas.

Aunque no se predice con exactitud si esta barrera del rendimiento será alcanzada, Ales Koutney, un destacado especialista en tasas de interés internacionales de Vanguard, mencionó que actualmente nos encontramos en una “zona de peligro”. Subrayó que cualquier aumento adicional, incluso menor, en las tasas de interés podría motivar a los inversores a retirar sus posiciones, desencadenando así una avalancha de ventas.

Este potencial caos en el mercado podría catapultar los rendimientos hasta el 5%. Sin aventurarse a predecir las consecuencias exactas de tal desarreglo en el mercado del Tesoro, la situación parece encaminarse hacia ese escenario crítico. Este conjunto de factores podría provocar una huida hacia adelante del bloque occidental, buscar una salida al fiasco a través de la guerra abierta: los créditos y la economía de guerra es la salida mas “honrosa” ante la inminente quiebra financiera y el fracaso de la ideología globalista.

Solo los perdedores en la economía quieren una guerra, mientras que aquellos a los que ahora les empieza a ir bien no la desean para nada, esto es el grupo de los BRICS. Sucede como cuando en una catástrofe marina las personas que naufragan comienzan a ahogarse, rescatarlas es un peligro para el rescatista puesto que tienden a hundir a los demás consigo.

El bloque financiero global-globalista atlántico angloestadounidense y solo extinguiendo a los bloques nacional-soberanistas puede aspirar a sobrevivir, de lo contrario se hunde y puede llevarse a todos consigo: la humillación, la quiebra económica y moral, sería inaceptable para ellos.

En paz y por el camino en que vamos, la caída de occidente y la emergencia de los BRICS será un proceso pacifico y gradual, pero tampoco es cierto que en caso de una guerra global promovida por el globalismo, occidente pueda “ganar” algo, una tercera guerra mundial sería el final de todo y esto lo saben los nacionalistas hamiltonianos de los Estados Unidos como Donald Trump, pero de eso hablaremos en el siguiente artículo.

A estas alturas el atento lector debe haber entendido porque empezamos este articulo diciendo que “El conflicto inducido por la OTAN en Ucrania, la falsa bandera que dio origen a la última de las tantas y crecientemente agresivas acciones militares del gobierno israelí en la franja de Gaza, así como las permanentes provocaciones diplomáticas hacia China, por parte de los gobiernos occidentales, en torno al asunto de la autodeterminación de Taiwán, tienen en común al agente activo de estas acciones, al promotor, al agitador directo y/o indirecto. En todos estos teatros de operaciones el agente promotor de la agitación bélica no es otro que el eje del atlántico norte liderado por los gobiernos, financieramente tutelados, de Londres (City of London) y Washington (Wall Street).”

Alejandro López-González, PhD

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  1. Donald Trump no ha afirmado explícitamente ser Hamiltoniano, pero algunos análisis sugieren que sus políticas económicas reflejan aspectos del pensamiento económico de Alexander Hamilton. Esto incluye un enfoque en el nacionalismo económico, con énfasis en proteccionismo comercial, apoyo a la industria nacional mediante tarifas y subsidios, y la promoción de infraestructura interna​. Alexander Hamilton se destacó como un ferviente nacionalista, partidario de un gobierno centralizado fuerte, lo que reflejó en su participación activa en la fundación de los Estados Unidos. Su pensamiento económico incluyó la defensa de un gobierno federal robusto con poderes ilimitados sobre los estados, una postura que presentó aunque con poco impacto durante la Convención Constitucional. Hamilton fue instrumental en la redacción y defensa de la Constitución a través de sus contribuciones a “The Federalist Papers”, enfatizando la importancia de un ejecutivo fuerte y un sistema de revisión judicial