Brasil protesta: un relato diferente sobre la “violencia”

YAN BOECHAT | Sólo no entiende qué está pasando en las calles él que no fue a las calles. El martes, en São Paulo, los pobres, los miserables, los excluídos tomaron las calles para protestar con las únicas armas de coerción que conocen, la violencia. No fue una “minoría” de vándalos que atacó la alcaldía. Ni los punks o los integrantes del Black Bloc. Ellos estaban allá y participaron, es cierto, pero no fueron ellos quienes por poco no doblegaran el símbolo del poder municipal, así como no fueron ellos quienes destruyeron el portón del Palacio dos Bandeirantes (sede de la gobernación).

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Traducido del portugués por Luciana Taddeo

Quien atacó la alcaldía, desde el principio, fue el pueblo. Fue gente que está allá en el centro todo el día trabajando, gente que vive en las calles, gente, mucha gente, que vino de las periferias a participar de las protestas. Una señora, muy viejita, fue simbólica en ese punto, para mí. Ella llegó bastante cerca de la puerta de la alcaldía, donde el caos imperaba tras la salida de la Guardia Civil Metropolitana, y comenzó a tirar piedras contra lo que quedaba de los vidrios. Algunas personas intentaron contenerla. “Tía, sal de aquí, se va a morir”, decían. Y ella: “Déjenme, yo estoy con rabia, yo estoy con mucha rabia”. Después de una negociación entre ella y quienes intentaban contenerla, se llegó a una conclusión: “Yo me voy, pero déjenme tirar dos más, yo estoy con mucha rabia”. Y dos piedras portuguesas más volaron hacia los vidrios.

Toda la violencia que esa porción de la población sufre salió a la luz, aunque los representantes de la clase media hayan hecho el máximo esfuerzo por contenerlos. En el medio del caos, se estableció, casi, una lucha de clases y razas para definir la mejor estrategia de lucha. De un lado, jóvenes blancos y educados, en su mayoría, intentaban argumentar que ese no era el camino, que eso era lo que los “medios burgueses” querían, que no había “sustento ideológico” para eso. Del otro, jóvenes pardos, negros, hijos de nordestinos, sólo amenazaban. “Yo voy a romper, sal de adelante mío, playboy, si no te la vas a llevar”.

Fue así en la puerta lateral de la alcaldía, en donde los manifestantes – sí, ellos también son manifestantes – trataron de destrozar la puerta haciendo de los tubos metálicos de señalización de tránsito un espolón. Un chamo, rubiecito, de pelos con rulos, vestido de superhombre, trababa de convencer a un grupo de muchachos de la periferia paulistana a no invadir la alcaldía. “Gente, allá adentro hay personas, alguien va a salir herido, paren con eso”. Un muchacho, moreno, solamente con los ojos a la vista, explicó en detalles, lo que le pasaría: “superhombre, sal de acá, si no te vas a volver la mujer maravilla”. El superhombre, sabiendo que estaba frente a kriptonita, se fue.

La policía, que abandonó la ciudad, sólo apareció cuando los locales empezaron a ser saqueados. Cuando eran solamente las agencias bancarias, dueñas de cofres impenetrables por una banda de “patoteros”, no hubo problema. Pero cuando las tiendas Marisa o las Americanas pasaron a ser el blanco, el grupo de policías apareció. Arrestaron algunas personas, pero fueron obligados por la multitud a huir. La ciudad, como decían, era de ellos. De los pobres, de los miserables, de los drogadictos, de los niños de la calle, de los jóvenes de la periferia. Por la primera vez, en mucho tiempo, entraron en Lojas Americanas [tienda de departamento] sin que fueran perseguidos por las miradas de los guardias. Y mucha gente sólo entró para destruir. Y mucha gente realizó el sueño de tener una TV último modelo o una notebook.

Limitarse a criminalizar lo que sucedió ayer en el centro de São Paulo es aumentar el fuego bajo la olla a presión de la increíble desigualdad social centenaria de este país. Y especialmente de São Paulo, la verdadera ciudad partida. No es posible que se siga creyendo que los bandidos pardos, negros y periféricos son bandidos porque ese es su ADN, porque no les gusta trabajar, porque, en fin, son así. Ayer, en el centro de São Paulo, esa masa mostró que está cansada de quedarse al margen. Muy cansada. Y no serán los R$ 0,20, de hecho, los que aplacarán la rabia.

El buitre emprendió vuelo y la joven clase media paulistana, que lo alimentó creyendo que se trataba de un vistoso zorzal, está asustada. Al fin, los clamores de “Sin Vandalismo” que entonaron durante marchas no tienen sentido para la masa de los que realmente sufren con el tránsito lacerante de la ciudad, con la policía intimidante y violenta. Al no tener la rabia para alimentarles el alma, los jóvenes que fueron a las calles con carteles diciendo “Salimos del Facebook”, no entendieron el poder de la rabia. Y con la rabia no se juega.