Yo tampoco quiero mando

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Luis Britto García | 

Yo tampoco quiero imperios. Nada es más bonito que la mañana en que comienzan una pasión o una revolución. Hace 202 años Santiago de León de Caracas estaba a punto de ser flechada por la pasión revolucionaria, en forma irreversible. Algunos califican a la Caracas de 1810 de aldea insignificante, sin peso en las cuestiones del mundo, dedicada apenas, según Arístides Rojas, a comer, rezar y dormir.

Sin embargo, La Guaira es el primer puerto de importancia de las naves que arriban de la metrópoli con impresos clandestinos, conspiradores y noticias. La Historia gira sobre el torbellino de las corrientes y los alisios del Caribe y del Atlántico. Desde 1492 se libra en él la Primera Guerra Mundial por el dominio del globo. Esta guerra se extiende por todos los océanos, dura medio milenio, involucra a todas las grandes potencias, y culmina hacia el siglo XVIII con una hegemonía de Inglaterra que sólo declinará en 1939.

Francia contribuye desde 1778 para que Inglaterra pierda sus colonias en la Costa Atlántica. Desde 1789 ambos imperios están en mortal enfrentamiento por un aparente debate entre monarquía y República, cuya presa real son los mares y los mercados del mundo. En 1806 Francisco de Miranda invade por Coro con apoyo de los ingleses; ese año y el siguiente éstos asaltan infructuosamente Buenos Aires y luego planifican una expedición al mando de Wellesley, futuro duque de Wellington, para liberar o subyugar la América Española.

En 1808 Napoleón invade España para clausurar los puertos de Portugal, los únicos abiertos en Europa a los británicos. Su hermano José Bonaparte envía agentes con instrucciones para “dar la libertad a la América española” a cambio del “comercio libre con los pueblos de las dos Américas” (Pérez Rescaniére, 2011: I,145) Tenemos así dos planes, uno inglés y otro francés, para “liberar” la América española, o más bien para pasarla de uno a otro coloniaje. Lo que suceda en nuestra región decidirá el futuro del planeta ¿Será otra vez el Nuevo Mundo repartido entre imperios de ultramar? ¿Decidirá su propio destino?

Yo tampoco quiero lacayos

Toda revolución surge de un choque entre imperios que los debilita. Al invadir España para completar el bloqueo continental contra Inglaterra, las tropas napoleónicas obligan a abdicar al Borbón Carlos IV en beneficio de su hijo Fernando VII. En España y América cunden Juntas Defensoras de los Derechos de Fernando VII, quien también vergonzosamente abdica.

Difícil es la lealtad hacia el Consejo de Regencia de una Junta Conservadora de los Derechos de un Abdicante transferidos por otro Abdicante ¿Dónde volverán los ojos tantas viudas de la monarquía de derecho divino?

Yo tampoco quiero esclavos

Cuando la pirámide del poder se disuelve, hay que reconstituirla desde la base. Leamos el acta del 19 de abril de 1810 para enterarnos de lo que se debate. Según los firmantes, el Consejo de Regencia “no puede ejercer ningún mando ni jurisdicción sobre estos países, porque ni ha sido constituido por el voto de estos fieles habitantes, cuando han sido ya declarados, no colonos, sino partes integrantes de la Corona de España, y como tales han sido llamados al ejercicio de la soberanía interina, y a la reforma de la constitución nacional (…)”.

El poder, por tanto, no viene de arriba, de Dios o de la sangre azul, sino del “voto de los fieles habitantes”. Y aunque no fuere así, la autoridad no es un concepto abstracto, sino una realidad operante. Pues si “no pueden valerse a sí mismos los miembros que compongan el indicado nuevo gobierno, en cuyo caso el derecho natural y todos los demás dictan la necesidad de procurar los medios de su conservación y defensa; y de erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva de España, y a las máximas que ha enseñando y publicado en innumerables papeles la junta suprema extinguida”.

Carolina Guerrero interpreta acertadamente que “Los actos discursivos prerrepublicanos dieron cuenta de la concepción de la soberanía como poder supremo emanado del pueblo o de la nación, titular de derechos sagrados. Implicaba la deconstrucción de la concepción descendente del poder propia del orden monárquico absolutista. Y admitía la intervención divina en la creación de la soberanía sólo como acto trascendente inserto en la dinámica del derecho natural, destinado a proteger a sus beneficiaros en el goce y ejercicio de tales derechos.

Si a lo largo de tres siglos se había asumido la figura del rey como expresión de la voluntad divina (en contradicción con el espíritu iusnaturalista hispánico), la republicanización del concepto demandaba demostrar que la verdadera interpretación de la ley de Dios consistía en el reconocimiento y defensa de la soberanía popular, lo que además obligaba a distinguir entre soberanía originaria y ejercicio temporal del poder por autorización, o soberanía instrumental derivada” (Guerrero, 97).

Yo tampoco quiero mando

Sobre estas bases conceptuales se escenifica casi como una pieza dramática el movimiento del 19 de abril de 1810. El capitán general don Vicente de Emparam viene designado por José I Bonaparte, invasor francés que ocupa el trono de España. El Martes Santo, 17 de abril ancla en La Guaira un buque con documentos que ordenan el reconocimiento del Consejo de Regencia. Emparam los acata y difunde la orden en bandos pegados en las paredes, sin consultarlo al cabildo, las autoridades ni las corporaciones.

Al día siguiente se reúnen patriotas, entre otros José Félix Rivas, Mariano Montilla y Narciso Blanco, prenden al teniente coronel Osorno, y comprometen a los capitanes del batallón Aragua y a los oficiales del batallón de pardos para desobedecer al comandante español Ros (Blanco, 126). En la mañana del Viernes Santo de 1810 se reúne el cabildo y plantea al capitán general la necesidad de reunir una Junta; Emparam se excusa con el pretexto de asistir a los oficios religiosos. Cuando se dirige a éstos Francisco Salias lo toma del brazo y le impetra: ¡Venga Usía al cabildo!