Víctor Basterra, “In Memoriam”
Héctor Rodríguez |
Hoy es un día triste. Me animaría a decir que para quienes lo trataron y lo sabían un compañero entrañable, amigo y hermano, es un día de una pena aplastante, que por estas horas no encuentra consuelo.
Murió esta mañana Víctor Basterra. Me lo avisaron temprano dos sobrevivientes (testimoniantes, como prefieren que los llamen) de la ESMA, a quienes aprecio tanto. Víctor, o El Petiso, era un hombre respetado y valorado como pocos.
No tuve el honor de tratarlo personalmente y sin embargo lo siento cercano. Tal vez desde que en pleno Juicio a las Juntas no salía de mi asombro de escuchar y leer su osadía, su convicción y su compromiso inexpugnable con la vida de todos los compañeros y compañeras, que en ese centro clandestino de la muerte que fue la mazmorra de la Marina, eran masacrados a diario, de a cientos.
Quiso la historia que el mismo día de su testimonio, aquel lunes 22 de julio de 1985, mientras Víctor desarrollaba su meticulosa declaración (la más larga de todo el juicio: cinco horas y cuarenta minutos), en la sala estuviese sentado Jorge Luis Borges. El poeta había sido invitado por el fiscal Strassera. “Tengo la sensación de que he asistido a una de las cosas más horrendas de mi vida. Siento que he salido del infierno”, declaró a la salida. Luego escribiría una crónica magistral, donde hablaba de Víctor y de su sorpresa, porque “no había odio en su voz”.
Basterra había sido obrero gráfico y militante gremial del Peronismo de Base. Fue secuestrado en su casa de Valentín Alsina y llevado a la ESMA junto a su esposa Dora y su hijita de dos meses. El primer día lo torturaron cerca de veinte horas durante las cuales sufrió dos paros cardíacos. Pasó cuatro años secuestrado, desde el 10 de agosto de 1979 hasta mediados de 1983. Aunque fue vigilado –y visitado en su casa de José C. Paz– por sus propios represores hasta 1984, en plena democracia.
A partir de 1980 lo destinaron a la sección de Documentación, dentro de ese centro clandestino. Allí tuvo entonces la oportunidad -inmerso en el trabajo esclavo al que lo obligaban junto a otros prisioneros- de fotografiar a una enorme cantidad de represores y jefes marinos, y de confeccionar documentos falsos de los miembros del grupo de tareas que operaba dentro de la Escuela de Mecánica, y de pasaportes ilegales para gente allegada a la Armada argentina.
Ese lunes histórico, frente a los jueces, Víctor acompañó su testimonio con fotografías que él mismo tomó por orden de sus captores, y luego sacó de la ESMA escondidas entre sus ropas a medida que le fueron otorgando permisos eventuales de salida, para visitar a su familia. En su casa, las fue escondiendo una a una en el hueco de una pared. Las entregó más tarde a la Conadep pidiendo que preservaran su difusión. Después llegó el resto, que todos conocemos como el “Informe Basterra”. Creo que la sociedad argentina nunca terminó de mensurar, de comprender la dimensión y la importancia histórica de la tarea valiente de un militante como Basterra.
Cuando esta mañana me dieron la noticia pensé de inmediato en Oesterheld y su Eternauta inmortal. Recordé a ese Héroe colectivo que lucha contra la muerte. Estoy convencido de que Víctor Melchor Basterra, que hoy se apagó en La Plata a sus 76 años, fue nuestro héroe contemporáneo.