Venezuela, la batalla de la narrativa/ De traiciones y falsas percepciones

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Carlos Fazio|
Como antes en Colombia, Afganistán, Irak, Libia, Ucrania y Siria, el terrorismo está ganando parcialmente la guerra en Venezuela. El terrorismo no es un adversario, sino tan sólo una forma de violencia política que, en ocasiones, como sucede actualmente en Venezuela, sirve para edificar la arquitectura de una intervención militar extranjera directa bajo fachada humanitaria.

Junto con la guerra sicológica y las operaciones especiales clandestinas, la práctica del terrorismo vía escuadrones de la muerte o grupos paramilitares –como instrumentos principales de la guerra sucia–, es un componente clave de la guerra asimétrica. Según manuales del Pentágono, la noción de asimetría no alude a un simple desbalance en la paridad de fuerzas entre enemigos, sino supone una metodología que emplea tácticas irregulares o no convencionales que permitan maniobrar con el menor costo político y militar posible al promotor o actor estratégico encubierto (el llamado liderazgo desde atrás).

Un elemento esencial para la eficacia del accionar terrorista son los medios. En una guerra no convencional, de desgaste, como la que tras bastidores libra Estados Unidos contra Venezuela, las verdaderas batallas se dan en el imaginario colectivo. El Pentágono da gran importancia a la lucha ideológica en el campo de la información. Usa a los medios como arma estratégica y política en la batalla de la narrativa. Se trata de dominar el relato de cualquier operación, militar o no. La percepción es tan importante para su éxito como el evento mismo (…) Al final del día, la percepción de qué ocurrió importa más que lo que pasó realmente.

Mediante la repetición in extremis, Estados Unidos y los medios cartelizados bajo control monopólico privado han logrado fabricar en el exterior la falsa percepción de que en Venezuela existe una dictadura. Un régimen totalitario no permitiría los agravios, los actos vandálicos y los ataques a unidades militares y policiales, a centros industriales, a instalaciones gubernamentales y a servicios públicos clave. Tampoco los aberrantes excesos de unos medios que operan como la principal oficina de propaganda de los terroristas y sus patrocinadores encubiertos.

En todo conflicto la guerra mediática es el preámbulo de la guerra estratégica. En ese contexto, lo que cada día transmiten los grandes corporativos mediáticos no es la verdad sobre Venezuela. Lo que presentan como realidad CNN, O’Globo, Televisa, el Grupo Clarín, la BBC, DW y otros oligopolios privados no es tal. Y aunque el enfoque de la cobertura noticiosa tiene que ver con la disputa por la hegemonía, no se trata de un mero problema ideológico o de clase. Junto con lo militar, lo económico, lo cultural y lo espacial (el aspecto geopolítico y el control de territorios), el terrorismo mediático es consustancial a la llamada dominación de espectro completo (full espectrum), noción diseñada por el Pentágono antes del 11 de septiembre de 2001.

La dominación de espectro completo combina distintas modalidades de la guerra no convencional, así como diversas estrategias y tácticas guerreras asimétricas con la finalidad de adaptarse a un escenario complejo: la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, que tras 18 años de gestión gubernamental ha logrado forjar un nuevo sujeto histórico anticapitalista y antimperialista, y una unión cívico-militar de nuevo tipo liderada con un buen manejo táctico de la crisis.

Volviendo al terrorismo, un caso reciente fue el tratamiento mediático de los ataques lanzados desde un helicóptero contra el Ministerio del Interior y el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), en Caracas, el pasado 27 de junio. Los hechos fueron protagonizados por Óscar Pérez, inspector de la Brigada de Acción Especial del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), quien tras despegar en un helicóptero policial de la base La Carlota y sobrevolar la capital, disparó 15 balazos contra el ministerio y lanzó cuatro granadas de origen colombiano y fabricación israelí contra el TSJ.

Inmediatamente después de los ataques fue divulgado un video en Instagram, en el Pérez se declaraba en desobediencia civil y llamaba a un golpe de Estado contra el presidente Maduro. Los tripulantes del helicóptero exhibieron una manta que rezaba: 350: libertad, en alusión al artículo de la Constitución que señala que el pueblo desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos.

El canciller Samuel Moncada calificó a Óscar Pérez como un sicópata criminal que se hace llamar ‘guerrero de Dios’. Y condenó el silencio de países de la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos (OEA) ante lo que catalogó como acciones terroristas.

En el momento de los ataques en ambos edificios públicos había población civil. Y aunque no se registraron víctimas, por su naturaleza y los efectos que buscaba producir: pérdida de vidas humanas (dado el armamento utilizado), coacción sicológica y temor en la población, sendos actos pueden ser calificados como terroristas.

Terrorismo es el uso ilegal, calculado y sistemático de la violencia premeditada para inculcar o provocar miedo e intimidar a una sociedad o comunidad. Es una forma específica de violencia. Como táctica, es una forma de violencia política contra civiles y otros objetivos no combatientes, perpetrada por grupos clandestinos, mercenarios o bandas organizadas.

Se trata de una acción indirecta, ya que el blanco instrumento (víctimas que no tienen nada que ver con el conflicto causante del acto terrorista), con frecuencia seleccionado por su valor simbólico o elegido al azar (blanco de oportunidad), es usado para infundir miedo, ejercer coerción o manipular a una audiencia o blanco primario, a través del efecto multiplicador de los medios, que pueden ser utilizados, además, como vehículos de publicidad o propaganda para desacreditar y/o desgastar al gobierno.


De traiciones y falsas percepciones

Ángel Guerra Cabrera| La traición de algunas individualidades es un comportamiento consustancial a los procesos revolucionarios autén- ticos y tiende a ser más frecuente en la medida en que estos son sometidos a un mayor acoso y cerco por sus enemigos imperialistas y oligárquicos.

Este es el caso de Luisa Ortega, fiscal general de Venezuela, cuya traición al orden constitucional y a los postulados éticos e ideológicos del chavismo plasmados en la ley de leyes de la república, no puede ser más artera y ruin. Los propios dichos y acciones de la funcionaria a lo largo de varios años en el desempeño de sus funciones demuestran su pleno conocimiento de que Venezuela es objeto de una guerra en varios frentes gestada desde los centros de poder imperialista, especialmente Estados Unidos. Una guerra que debe ser enfrentada con todos los recursos legales y políticos y la cooperación entre los poderes del Estado, como establece la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.

Luisa Ortega es consciente de que uno de los objetivos de esa guerra, que tiene un importante componente comunicacional, es crear la falsa imagen de que en Venezuela existe un quebrantamiento del estado de derecho y una crisis humanitaria que demanda una intervención extranjera.

No obstante, la fiscal ha recurrido a las más graves y ridículas mentiras para justificar su deslealtad en coincidencia con la más reciente arremetida del imperialismo y la derecha, iniciada en el mes de abril. Quien se interese en conocer este asunto puede corroborar lo que afirmo viendo simplemente en videos de Telesur la comparecencia del diputado Pedro Carreño y de los más altos funcionarios del poder moral ante el Tribunal Supremo de Justicia. Acto al que Ortega fue citada y no se presentó. Mentir obsesivamente y eludir confrontar su deleznable conducta y asumir sus responsabilidades ante sus compañeros es una conducta típica de los traidores a los procesos revolucionarios.

Si en Venezuela no se ha desencadenado ya una guerra civil no es por falta de denodados intentos del enemigo imperialista y de la derecha endógena. Como bien afirma Ana Esther Ceceña, a Venezuela, eslabón principalísimo del corredor energético mundial, se le está haciendo una guerra, pero no hay guerra.

“Venezuela es un escenario de lucha entre la construcción de la paz y la guerra. Tres elementos muy importantes han permitido detener la guerra:

1) El proceso venezolano está siendo defendido en las calles y los barrios por el pueblo organizado; la revolución bolivariana es del pueblo.

2) El proceso de construcción de la llamada unidad cívico-militar ha llevado a una imbricación que compromete a ambas partes con una defensa diferenciada pero compartida de lo que queda bajo el rubro de la revolución bolivariana, y que en este caso es entre otros la defensa de la vida.

3) Mientras más se tensa el conflicto venezolano y más se destaca como objetivo a derrotar al presidente Maduro, más parece estarse creando un gobierno colectivo que sostiene pero diluye la figura presidencial y otorga mayor solidez a la representación del estado.

Estos tres elementos jugando juntos han generado la posibilidad de enfrentar la guerra sin hacer la guerra; de enfrentar la violencia con organización comunitaria; de inventar en la práctica cotidiana milicias de paz”. La mirada de Ceceña sí permite comprender porqué en Venezuela está en pleno desarrollo el gran proceso democrático hacia la Asamblea Nacional Constituyente.

Las corporaciones mediáticas nos entregan una Venezuela sumida en un baño de sangre cuando, salvo focos intermitentes, la violencia se concentra en pequeñas bandas de jóvenes entre 13 y 19 años, reclutados con base en un perfil sicológico buscado en las redes sociales y cuyo campo de acción son sólo tres municipios de Caracas. Amigos caraqueños me dicen que mientras los vándalos hostigan la base aérea de La Carlota, queman y destruyen tiendas, camiones y mobiliario urbano o asesinan en esos municipios, en el resto de la capital impera la rutina de la vida cotidiana.

Este conjunto de elementos de juicio nos proporciona un acercamiento a la realidad social y política venezolana, totalmente diferente a la ofrecida por la mafia mediática y dimensionar la funcionalidad de la traición de Ortega a los objetivos del imperialismo y la contrarrevolución. Maduro tiene una aceptación en encuestas serias que podrían envidiar otros mandatarios latinoamericanos cuyo dedo acusador apunta a Venezuela.