Una tregua para negociar

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Leopoldo Puchi | 

Por momentos, se tiene la impresión de que las negociaciones entre Venezuela y Estados Unidos avanzan y podrían dar resultados positivos para los dos países en pocos días. Sin embargo, una suerte de tensión retrógrada hace que las conversaciones patinen, se deslicen sobre sí mismas o incluso se retroceda.

En las relaciones entre los dos países hay intereses contradictorios: Washington aspira a que Venezuela regrese su dispositivo geopolítico, pero Venezuela tiene un interés diferente, más allá de las circunstancias de quién gobierne: mantener la independencia, por lo que debe situarse fuera de un eje que determine sus políticas.

Negociaciones

Aunque con intereses contradictorios, lo natural es que los dos países negocien. La política de “máxima presión” de la Casa Blanca adelantada durante la administración Trump no dio resultados y las fuerzas internas comprometidas en la estrategia de “cambio de gobierno” quedaron exhaustas y dispersas, por lo que se requería una recuperación por medio de la reinserción en la política legal y electoral.

Esta necesidad de un repliegue táctico abrió el camino para negociaciones, a lo que ha venido a sumarse el nuevo cuadro mundial creado por la invasión de Ucrania y las sanciones a Rusia. Occidente necesita sustituir el petróleo y el gas ruso y Venezuela está en disposición de aumentar los suministros.

¿Qué ocurre?

Como puede verse, hay al menos dos razones para que la negociación avance, pero se ha hecho difícil la concreción de acuerdos por tres circunstancias: el “piloto automático” de la burocracia de Washington, que sigue actuando y aplicando medidas hostiles como si no hubiera negociaciones; la presión de los factores internos sobre Joe Biden y, sobre todo, el retardo del progresismo estadounidense en diseñar una política exterior, precisamente, progresista.

El oro

John Bolton relata en su libro, “La habitación donde sucedió”, que en 2019 había acordado con el ministro de Exteriores británico que el oro de Venezuela depositado en el Banco de Inglaterra fuera congelado. Más tarde, el BCV intentó por medio del poder judicial que se liberaran los fondos, pero al tratarse de un caso político, los tribunales británicos han acatado el dictamen de su Ejecutivo.

En un primer momento, el bloqueo de fondos se acoplaba a una estrategia, la de “máxima presión”, pero tres años después el mantenimiento de la medida solo se explica por la continuidad del “piloto automático, ya que es bastante probable que desde la Casa Blanca no hayan dado nuevas señales a Londres en sustitución de las de Bolton en 2019.

El avión

Lo ocurrido con la retención en Argentina del avión de Emtrasur, filial de Conviasa, también es ilustrativo de acciones hostiles a consecuencia del “piloto automático”. Posiblemente, las antenas de los servicios de inteligencia estadounidenses actuaron como si no hubiera negociaciones y, en esas condiciones, sin nuevas instrucciones, se comunicó que a la aeronave de un país sancionado no se le podía suministrar combustible, lo que dio tiempo para que fuera retenida y su tripulación privada de libertad plena, aunque no se presentaron problemas legales en los controles y sin que se hayan realizado acusaciones judiciales.

Llegada del avión de EMTRASUR a Venezuela, en febrero.

Ahora bien, esta hostilidad atribuible al “modo piloto automático” no se quedó allí, sino que además los funcionarios del Departamento de Justicia han pedido la incautación del avión.

Tregua

Las grandes presiones sobre Biden para que no llegue a acuerdos con Venezuela son claras. El mismo Trump lo ataca diciendo que “mendiga petróleo a Venezuela” y Elliott Abrams advierte en el Wall Street Journal que “no es momento para tambalearse”.

Para limitar el daño y evitar la parálisis de las negociaciones a causa de esos dos elementos, las presiones y el “piloto automático”, sería conveniente convenir una suerte de tregua mientras se negocia.

Progresismo

Una tregua sería útil, sin duda, aunque en realidad lo que más impide hacer avances de fondo es que Estados Unidos no ha renovado su política exterior. Cierto, el progresismo se ha actualizado en asuntos internos, pero no en política internacional, porque no termina de comprender que la libertad y la democracia en el plano internacional se basan en el concepto de la Carta de Naciones de Unidas de igualdad soberana.

Habría que recordar al socialdemócrata sueco Olof Palme, que en plena Guerra Fría advirtió que “no se puede imponer desde fuera una forma de gobierno: la democracia presupone soberanía nacional”.