Una Dilma más fuerte visitó la Casa Blanca

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DARÍO PIGNOTTI| Dilma Rousseff ya no trastabilla. En marzo del año pasado, cuando recibió a Barack Obama en Brasilia, Dilma, con apenas tres meses en el gobierno, caminaba insegura sobre sus recién estrenados zapatos rojos de taco alto por las escalinatas resbaladizas del Palacio del PlanaltoPágina 12

Debutaba, balbuceante, en la alta política mundial ante la mirada de un Washington ávido de aliados de porte en Sudamérica, donde sólo cuenta con la subordinación armada de Colombia y la adhesión librecambista de Chile.

Ayer, en el Salón Oval, Dilma se movió con paso más seguro, como el de alguien que representa a la “sexta economía” mundial y busca establecer una relación de “igual a igual” con la principal potencia mundial, según dijo al desembarcar en Washington el domingo.

Con voz segura y monocorde, la presidenta sostuvo que la bancarrota económica mundial es consecuencia de la inundación de dólares y euros estimulada por los países desarrollados, reiterando las mismas tesis expuestas hace una semana en la cumbre de los Brics celebrada en la India y un mes atrás frente a la inmutable Angela Merkel, durante una visita a Alemania. “Estas políticas monetarias llevan a la devaluación de las monedas de los países desarrollados, comprometiendo el crecimiento de los países emergentes.”

Dilma no utilizó la expresión “tsunami monetario”, referida en Nueva Delhi, pero culpó a la guerra cambiaria por la “inestabilidad, el bajo crecimiento y el desempleo que afecta a varias regiones del mundo”.

Hablando por momentos como portavoz de los países latinoamericanos, que a fines de esta semana participarán en la Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias, dijo que allí quedará plasmado el “hecho de que América latina es un continente que viene creciendo, distribuyendo renta y realizando un proceso de inclusión social”. “Vamos a discutir cómo la integración trae beneficios de América latina”, porque “el crecimiento económico ocurrirá (como consecuencia) del fortalecimiento de nuestros mercados internos con la inclusión de millones de brasileños y latinoamericanos”.

En sus casi 15 minutos de alocución ante un Obama atento, Dilma no abordó de forma explícita la situación de Cuba, acaso para evitar incomodar a un anfitrión que la recibió “fraternalmente”, pero el asunto fue mencionado por los miembros de su comitiva en sus diálogos informales ante reporteros.

En esas conversaciones informales, la delegación brasileña sostuvo que la isla, visitada en enero por Rousseff, debe ser convidada al cónclave del cual participan 34 países del hemisferio. Aún se especula, pero sin la insistencia de hace semanas, que Washington y Brasilia lanzarán en Cartagena una alianza por el medio ambiente, tal vez en el área de energías renovables, como antesala de la Cumbre Río+20, de junio, a la que Obama fue invitado ayer formalmente.

Obama habló no más de cinco minutos, concentrándose en el interés norteamericano en las gigantescas reservas de “gas y petróleo” descubiertas en el litoral brasileño y en la búsqueda de consenso sobre temas globales como Medio Oriente, punto eludido por la brasileña, que en otros foros mundiales rechazó una ofensiva militar contra Siria y cuestionó el in crescendo de las presiones sobre Irán.

Como en toda relación de Estado, sus líderes corporizan la balanza de poder entre ellos, modificada en la última década del Partido de los Trabajadores en el poder. Entre enero de 2003 –cuando Luiz Inácio Lula da Silva subió la rampa del Planalto– y marzo de 2012, los cambios fueron drásticos: Estados Unidos, que representaba el 25 por ciento del comercio exterior brasileño, retrocedió al 12,5 por ciento y ya no detenta la corona de principal socio comercial de Brasil, lugar que desde hace dos años ocupa China, cuyas transacciones con Brasilia superan en unos 17 mil millones de dólares a las de Washington.

La agenda de defensa fue abordada lateralmente, dejando casi archivada una alianza militar estratégica: como corresponde a dos países que disputan la supremacía continental.