Una cuarta parte de la humanidad padece inseguridad alimentaria

Sergio Ferrari

Las transnacionales suizas Syngenta Group, las alemanas Bayer, BASF y KWS, la estadounidense Corteva y la francesa Limagrain controlan dos tercios de las semillas comerciales en el mundo y sostienen una tendencia concentradora acelerada. En menos de tres décadas, este monopolio en la industrialización de la semilla ha ido de la mano con el de las principales productoras de pesticidas, las cuales compraron o expulsaron del mercado a miles de pequeñas y medianas empresas de simientes. En paralelo, en lo que va del siglo desapareció el 75% de la diversidad genética de los cultivos.

Datos y reflexiones contundentes que una serie de organizaciones no gubernamentales (ONG) y redes especializadas en la temática alimenticia acaban de publicar en Semillas en peligro, las luchas mundiales por el control de la alimentación. Coeditado por la ONG helvética SWISSAID, la Alianza por la Soberanía Alimentaria de África, la Asociación para el Mejoramiento de Plantas en Beneficio de la Sociedad (APBREBES), las Iniciativas Regionales del Sudeste Asiático para el Empoderamiento Comunitario (SEARICE) y la Fundación Rosa Luxemburgo, este documento salió a la luz en francés como Semences en péril, les luttes mondiales pour le contrôle de l’alimentation.

Las plantas representan más del 80% de la dieta y la nutrición humanas. De ahí la trascendencia del control monopólico de las semillas. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) afirma que hasta hoy se han identificado y descrito 250.000 especies de plantas superiores, de las cuales 30.000 son comestibles. Y treinta de estas son los cultivos principales que nutren a la humanidad. Cinco cereales (arroz, trigo, maíz, mijo y sorgo) proporcionan el 60% del aporte calórico de la población mundial. Hacia 2050, cuando se prevé que la misma pase los 9.000 millones, debería lograrse un aumento del 60% en la producción de alimentos para cubrir las necesidades esenciales. Por lo tanto, en el control de las semillas se juega una de las principales batallas, no solo actuales sino también para el futuro de la humanidad.

Nada anda bien

El control de esas seis multinacionales sobre las dos terceras partes de las semillas comerciales expresa claros signos de fracaso del sistema alimentario a escala internacional, afirma Semillas en peligro. Al mismo tiempo que la biodiversidad mundial disminuye rápidamente y las comunidades más vulnerables y marginadas —especialmente los trabajadores agrícolas y los agricultores– soportan el peso del creciente impacto de las crisis medioambientales y económicas.

Las semillas son el pilar central de todos los sistemas alimentarios, porque contienen la información genética que determina las características y el rendimiento de los cultivos. Por otra parte, la diversidad de variedades disponibles es el resultado del esfuerzo colectivo de los agricultores, quienes durante miles de años la han transmitido de generación en generación. En otras palabras: desde hace más de 10.000 años, los campesinos han seleccionado, intercambiado y conservado este rico patrimonio que ahora corre el peligro de extinción.

Desde la industrialización acelerada de la agricultura posterior a la Segunda Guerra, la selección de semillas se fue convirtiendo en un negocio lucrativo para las empresas especializadas. En diversos países europeos y en América del Norte, esa actividad se regula a través de leyes de propiedad intelectual. Sin embargo, este enfoque resulta poco adaptado al contexto de muchas naciones del Sur donde hasta el 90% de las semillas son conservadas por los agricultores. Paradójicamente, a pesar de esta realidad, varios países del Sur han adoptado normativas sobre las semillas similares o incluso más estrictas que las vigentes en los países del Norte para complacer a las transnacionales.

Las grandes multinacionales buscan reforzar su poder sobre la producción y comercialización de semillas y alimentos aprovechándose de la compleja legislación sobre derechos de propiedad intelectual. Como lo reiteran SWISSAID y las demás coeditoras de Semillas en peligro, dichas leyes también se incorporan en los acuerdos comerciales internacionales, lo que les permite a las multinacionales controlar el tipo de semillas que se va a comercializar y, en última instancia, qué tipo de cultivos se va a producir.

Esta marcada dependencia de los agricultores locales respecto de las multinacionales de semillas reduce su autonomía y su capacidad de elección en las prácticas agrícolas. Como resultado, sus derechos a la alimentación se dificultan y sus esfuerzos para la erradicación del hambre en sus propias comunidades y países se ven seriamente limitados. Por otra parte, esta dependencia refuerza el desarrollo de monocultivos, orientados esencialmente a la exportación y con consecuencias nefastas para la biodiversidad. La misma se ve amenazada por la aplicación masiva de fertilizantes químicos, el empleo de semillas híbridas y el uso de organismos genéticamente modificados.

Ideas innovativas

Para transformar los sistemas alimentarios, sostienen las coeditoras de Semillas en peligro, es esencial una nueva manera de ver las semillas y de interactuar con ellas. Y retoman las reflexiones de Michael Fakhri, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, quien afirmó que “los sistemas de semillas [propios] de los agricultores les permiten cultivar alimentos que respondan y se adapten al cambio para que las comunidades sean más fuertes y los sistemas alimentarios más resilientes”.

Aunque las grandes multinacionales dominan la cadena agroalimentaria a través de la tecnología, la legislación y el control del mercado, existen herramientas para oponerse a ellas, sostienen los principales movimientos sociales del campo. Entre los posibles mecanismos de control, señalan el fortalecimiento y la aplicación de leyes antimonopólicas y la refutación de leyes de propiedad intelectual y de acuerdos comerciales.

 

Esos movimientos sociales del mundo rural recuerdan que este sistema de semillas cuenta con el beneplácito de la OMC (Organización Mundial del Comercio), el Banco Mundial y el FMI (Fondo Monetario Internacional), y se refleja en los acuerdos de libre comercio y en las leyes modelo de protección de derechos de los que controlan las variedades vegetales, como por ejemplo la UPOV (Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales).

Dicho sistema solo permite la circulación de semillas “patentadas” (o propietarias) que otorga derechos exclusivos, al tiempo que criminaliza la conservación, el intercambio, la utilización, la donación y la venta de semillas locales entre agricultores. La situación ha llegado a tal punto que las campesinas y los campesinos han perdido el control sobre las semillas autóctonas, están siendo penalizados por el uso y el intercambio de sus propias semillas, y a menudo se ven sometidos a registros e incluso a la incautación de sus propias semillas.

Los movimientos sociales rurales y las ONG que los sostienen consideran un avance importante la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Campesinos y otras Personas que Trabajan en las Zonas Rurales (UNDROP), ratificada en 2018 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. La misma consagra el derecho a las semillas y la diversidad biológica y exige que los Estados permitan que los campesinos participen en los procesos de toma de decisiones que afectan sus vidas, sus tierras y sus medios de vida. 

La publicación Semillas en peligro presenta también vías creativas. Actualmente, cientos de variedades tradicionales y nuevas se publican bajo una licencia de código abierto (similar a la utilizada para el software) para protegerlas de la privatización y la restricción de su uso. Una coalición global de organizaciones y movimientos está identificando iniciativas de este tipo en los cinco continentes.

En muchas regiones se están creando bancos de semillas para salvaguardar la diversidad genética. Por ejemplo, el Banco Mundial de Semillas o Cámara Global de Semillas de Svalbard, un enorme almacén subterráneo en la isla noruega de Spitsbergen cuyo objetivo es preservar muestras de semillas de todos los cultivos alimentarios del planeta. Se lo conoce también como la Cámara del Fin del Mundo, porque se construyó de tal forma que puede resistir terremotos, el impacto de bombas y otros cataclismos.

La lucha por las semillas forma parte de la identidad de los más importantes movimientos sociales rurales a nivel internacional. La Vía Campesina que representa a más de 200 millones de mujeres y hombres trabajadores agrícolas, pequeños y medianos agricultores y pueblos indígenas, defiende el concepto de“Semillas Campesinas, patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad”. Sostiene la necesidad de promover el intercambio de semillas y productos agroecológicos que dinamicen los mercados locales y regionales. Apuesta a una agricultura ecológica urbana y rural. Y propugna la recuperación de la memoria histórica y la cultura ancestral del manejo de semillas: la preminencia de lo autóctono que se opone a la producción de semillas y cultivos transgénicos.

*Periodista, investigador y analista argentino, radicado en SuizaColaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)