Un fraude

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José Manuel Rodríguez
El tutelaje ha construido su abrumador andamiaje asumiendo que los habitantes de una nación son, mayoritariamente, incapaces de atender los asuntos que son propios de la sociedad. A lo largo de la historia él ha tenido diversas formas de expresarse: desde el absolutismo real y clerical que, por miles de años, fue ejercido de forma abiertamente brutal, hasta el fraude que hoy representan las democracias representativas y su alternativa, el centralismo democrático.
Tras esos falsos telones la modernidad disimuló el obligado acatamiento y obediencia a la estructura tutelar que ellos construyeron, sin importar sus arbitrariedades. El escritor peruano Guillermo Nugent decía: La principal característica del mundo tutelar es un tipo de obediencia que lleva a una paradoja práctica: lo último que se cumple son las leyes…

Eso último, diría yo, se le suma a la defensa acérrima que ejercen, los miembros de esos regímenes tutelares, sobre su desempeño en el manejo de los asuntos públicos. En nuestro caso no vemos sentimientos de tristeza o compasión ante el sufrimiento de la gente. Los discursos oficiales, del gobierno y del Partido, son siempre de promesas y optimismos: “la cosa va mejorando… hemos logrado no sé qué cosa…” No hay reflexión sobre la gestión, son los malos, los perversos, los saboteadores, de aquí y de afuera, los culpables de todos los males y se entretienen haciendo chistes de ellos en sus programas de Tv. Ni siquiera se dan cuenta de sus permanentes fallas cuando hablan a cada rato de retomar, reiniciar, relanzar, reequipar, reabrir y un montón de cosas más que hablan de expectativas no cumplidas.
Frente a la grave crisis que vive la población pobre venezolana, no hay argumento alguno que pueda explicar el abandono que este gobierno, supuestamente socialista, ha hecho de la salud y la educación pública. Esos dos sectores son, por antonomasia, socialistas. El pueblo pobre, que no había tenido acceso a eso en el capitalismo, después de Chávez lo perdió. La mayoría de los trabajadores de esos sectores no pueden, con su salario semanal, pagarse el costo de los 10 pasajes que necesitan para su ir y venir del hospital o de la universidad. Sin ellos no hay salud, educación, ni socialismo.
Tal cosa no parece angustiar al gobierno ni a sus apologistas que se mueven en costosísimas camionetas con séquito completo y les llevan, sin pagar, el mercado a sus casas.

Para no hablar del síndrome de la reina María Antonieta, recordaré a Alfredo Maneiro, en 1982, diciéndole al “Diario de Caracas”: No van bien las cosas. No van bien las cosas del común, con unos gobernantes de segunda y con una oposición de tercera. Con una clase política que no sólo es incapaz de enfrentar los problemas políticos, administrativos, sociales y culturales que el país tiene planteado, sino que carece de la voluntad para hacerlo…