Un ambicioso plan para el cambio climático
PAUL KRUGMAN| Hace poco tuve una discusión con una persona que se sentía decepcionada por el presidente Obama. Esta persona se quejaba de que el presidente no había estado a la altura de las expectativas de sus partidarios. Mi respuesta, por lo visto, le sorprendió: a medida que se abre paso a través de su segundo mandato, Obama me gusta cada vez más.
Por supuesto, uno se sentirá decepcionado si creía que una retórica brillante podría transformar nuestra vida política, o que Obama conseguiría, por pura fuerza de voluntad, convertir a los derechistas chiflados en centristas. Pero yo nunca me he tragado nada de eso. De hecho, siempre me han irritado los discursos inspiradores, que me hacían pensar que Obama no comprendía a qué se estaba enfrentando.
Lo importante, en cambio, eran los logros concretos, las cosas que, con el tiempo, cambiarían a mejor a Estados Unidos. Y, al final, Obama ha cumplido. La reforma sanitaria está funcionando, y, poco a poco, la multitud que pedía su derogación está esfumándose.
Y ahora, el medio ambiente
La reciente propuesta del presidente de reducir la contaminación provocada por el carbono de las centrales eléctricas no basta por sí misma para salvar el planeta, y, al igual que la reforma sanitaria, podría no llevarse a cabo si un número suficiente de magistrados del Tribunal Supremo decidiese que sus lealtades partidistas están por encima de la ley y la política sensata. Pero si el plan entra en vigor, podría tener repercusiones enormes. Se podría reanudar la diplomacia del clima, y, si se llega a aplicar algo parecido a la limitación y el comercio de derechos de emisiones, se comprobaría que es mucho más barato de lo que los agoreros aseguran, lo cual debilitaría los argumentos de los anti-ecologistas en la misma medida que el éxito de la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible ha debilitado los de los enemigos de la cobertura sanitaria universal.
Así que realmente es alentador. Solo espero que el presidente se mantenga en sus trece. Y la buena noticia es que empiezo a creer que lo hará.
La Cámara de Comercio de Estados Unidos lanzó recientemente su ataque preventivo contra la normativa del Gobierno de Obama sobre las centrales eléctricas. Lo que la Cámara quería era mostrar que el impacto económico de la normativa sería devastador. Y yo estaba deseando ver cómo había maquillado los números.
Pero mientras llegaba la diatriba, ocurrió algo curioso. Evidentemente, la cámara decidió que quería preservar su credibilidad, así que subcontrató el análisis. Y aunque intentó tergiversar los resultados, lo que descubrió en realidad fue que unas medidas drásticas sobre los gases de efecto invernadero tendrían un coste económico sorprendentemente bajo.
El pretendidamente terrorífico titular de la cámara era que la normativa costaría a la economía estadounidense 50.200 millones anuales en dólares constantes de aquí a 2030. El cálculo corresponde a un plan para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 40% con respecto a sus niveles de 2005, o sea, son medidas de verdad.
¿Es mucho 50.000 millones de dólares? Según las previsiones a largo plazo de la Oficina de Presupuestos del Congreso, el Producto Interior Bruto real anual para el período 2014-2030 será, por término medio, de 21,5 billones de dólares. Es decir, la Cámara nos está diciendo que podemos conseguir reducir significativamente los gases de efecto invernadero por un 0,2% del PIB. ¡Qué barato!
Es verdad que la cámara también dice que la normativa costaría 224.000 puestos de trabajo de media al año. Eso es un mal planteamiento económico. En Estados Unidos, el empleo está determinado por la interacción entre la política macroeconómica y la relación subyacente entre inflación y desempleo, y no hay ninguna buena razón para pensar que la protección del medio ambiente pueda reducir el número de puestos de trabajo (a diferencia de los salarios reales).
Pero incluso a simple vista, esta es también una cantidad pequeña en un país con 140 millones de trabajadores.
Por eso yo me estaba preparando para arremeter duramente contra el mal planteamiento económico de la Cámara, pero lo que esta ha mostrado en realidad ha mostrado es que, aunque haya pagado por el estudio, la economía de la protección del clima por lo visto es muy sencilla.