Trump, multipolaridad y soberanía

Leopoldo Puchi

 

Estados Unidos ya no es el único factor que decide sobre el orden global y ahora comparte ese rol con otros actores en un proceso que está redefiniendo las relaciones internacionales. Donald Trump no es un ideólogo ni un estratega con la visión geopolítica de un Henry Kissinger. Sin embargo, su instinto, su nacionalismo radical y su carácter disruptivo han fracturado el modelo globalista que dominó por décadas

Quizás sin proponérselo, ha abierto las puertas para que Occidente termine aceptando la realidad de un mundo multipolar, distante de la globalización que ha subsumido a todos los Estados-nación, incluido al propio Estados Unidos, pese a su rol particular en ese modelo.
Las aguas se han partido entre dos corrientes: por un lado, el globalismo y su ideología del internacionalismo liberal y, por otro, un modelo de mundo más fragmentado, en el que las grandes potencias actúan de manera soberana y autónoma, unas con mayor poder, otras con menos.
En este nuevo escenario, la soberanía y el proteccionismo reemplazan al intervencionismo liberal que definió la era posterior a la Guerra Fría. Pero no estamos volviendo al equilibrio de poderes del siglo XX, sino entrando en algo distinto: un mundo multipolar donde cada potencia persigue sus propios intereses sin restricciones políticas ni jurídicas realmente respetadas.
El modelo globalista, aunque aparentemente inclusivo, mantuvo a regiones como América Latina y África en un papel subordinado dentro del sistema internacional. Ahora, la nueva multipolaridad emergente tampoco abarca a todos los países, sino solo a un reducido grupo de grandes potencias.
En la práctica, tanto el globalismo liberal como el soberanismo trumpista funcionan como formas de dominio, ya que ambos operan dentro de un orden internacional diseñado para asegurar la supremacía de las grandes potencias occidentales, ya sea mediante el discurso universalista de la democracia o a través de una relación basada solo en intereses pragmáticos.

América Latina

Estados Unidos ya no es el único factor que decide sobre el orden global y ahora comparte ese rol con otros actores en un proceso que está redefiniendo las relaciones internacionales. Pero, surge una pregunta: ¿cuál será el lugar de los países de América Latina en este mundo multipolar? ¿El soberanismo estratégico de Trump admite el fin de la doctrina Monroe? Y más aún, ¿podría América Latina consolidarse como un polo independiente dentro de este nuevo mapa geopolítico.
La transición del globalismo liberal liderado por Estados Unidos hacia un sistema multipolar abre una ventana histórica para que América Latina asuma un papel más autónomo. Sin embargo, las élites locales, acostumbradas a la tutela estadounidense, parecen incapaces de imaginar un futuro autónomo. Y sin una integración regional efectiva, cualquier intento de proyección internacional quedará reducido a gestos simbólicos.
Si bien la región tiene mucho que ofrecer, carece de las instituciones de integración sólidas necesarias para traducir esos activos en influencia geopolítica. Esta fragilidad dificulta los intentos de construir una soberanía colectiva latinoamericana.
En un mundo multipolar, América Latina podría reafirmar su soberanía adoptando una posición de no alineamiento y equilibrando sus relaciones con las grandes potencias. Sin embargo, Estados Unidos sigue considerando la región como su “patio trasero”, y cualquier acercamiento demasiado estrecho con Beijing o Moscú desencadena represalias. Además, la dependencia de las materias primas sigue limitando el progreso y el peso de la región.
¿Es posible? Ante el reordenamiento global que estamos viviendo, es probable que los países latinoamericanos se vean inmovilizados, atrapados entre crisis internas y desmoralizados por la magnitud de los retos a enfrentar. En el siglo XIX, la lucha por la independencia fue un proyecto ambicioso que buscaba forjar naciones soberanas, justas y prósperas.
Hoy, no está claro si la región tiene la voluntad de recuperar ese impulso. En un mundo cada vez más multipolar, América Latina tiene la oportunidad de redefinir su papel y construir un futuro a la altura de su historia. Pero para hacerlo, debe reafirmar su soberanía, fortalecer su competitividad económica, consolidar sus instituciones e impulsar la integración regional. ¿Está preparada para transitar esa senda?
Mientras América Latina da vueltas y decide cómo responder, las grandes potencias continúan moldeando el mapa mundial según sus propios intereses. Si los países de la región no actúan pronto, corren el riesgo de quedar atrapados en una lógica de subordinación perpetua.
La apuesta de Trump por el Canal de Panamá es solo un ejemplo más de esta tendencia, la punta de un iceberg mucho más profundo. No se trata simplemente de un problema político o económico: es una cuestión existencial para toda una región. ¿Dejará América Latina pasar esta oportunidad que le brinda la multipolaridad?

 

*Politólogo y analista político venezolano. Cofundador del Movimiento al Socialismo, fue ministro de Trabajo