Trump: hijo legítimo de Europa
Trump es un hijo legítimo, no bastardo, de la Europa moderna. Como lo fue Hitler en su tiempo. La madre que dio a luz a estos hijos dará a luz a otros hasta que sea devorada por uno de ellos, tal vez por el propio Trump. En lugar del Saturno de Goya devorando a sus hijos, Europa será devorada por sus hijos. En esta metáfora, ser devorada no significa extinguirse. Significa volver a ser lo que fue hasta el siglo XIV, un rincón insignificante de la Gran Eurasia en el que el Mediterráneo oriental se erigía como puente entre los mundos oriental y occidental conocidos entonces. Trump comenzó a desestabilizar Europa en 2016, devorándola para mitigar las peores consecuencias del declive del imperialismo estadounidense. El proceso no empezó con él y continuó después, con Biden y por otros medios: en lugar de la guerra comercial, la guerra de Ucrania. Estamos, pues, ante un proceso histórico que analizamos con la dificultad de quien analiza la corriente de las aguas mientras es arrastrado por ellas.
A partir del siglo XV, Europa se llamó a sí misma la educadora del mundo. Y la cartilla de los educadores estaba dominada por la idea de que educar al otro es devorar al otro. Devorar es un progreso para los que devoran y un destino común para los que son devorados. Devorar es siempre progreso, ya sea devorar mediante la evangelización, la compra, el robo, la ocupación, la guerra o la asimilación. Por devorar entendemos una forma de antropofagia. La forma europea se autodenominó civilización y, en consecuencia, todas las demás formas de antropofagia que los educadores europeos encontraron en el mundo fueron declaradas bárbaras y, como tales, proscritas y demonizadas. Trump no es sólo un hijo legítimo, sino también un alumno que ha aprendido bien la lección que le dieron los educadores europeos.
Por llamativas que sean las rupturas entre la política de siempre y el tsunami Trump, tiendo a ver continuidades y son éstas las que significan el peligro de los tiempos que vivimos. El hecho de que se enfaticen las rupturas nos hace pensar que una vez que Trump sea historia, todo volverá a ser como antes. No será así. Trump es históricamente el espectáculo del declive de lo que llamamos Occidente. No es el declive de EEUU, es el declive de Europa y del mundo occidental. El largo ciclo que comenzó en el siglo XV está llegando a su fin. La inconsciencia de este hecho por parte de la socialdemocracia europea (que lleva suicidándose desde 1980) queda bien expresada en la reciente publicación de Social Europe, de la Fundación Friedrich-Ebert, titulada «EU Forward: Shaping European Politics & Policy in the Second Half of the 2020s» (2025). Las ruinas explicadas por quienes las provocaron se limitan a proponer soluciones que ellos mismos rechazaron en un momento en que podrían haber sido posibles y evitado el desastre. Desde 1945, el pacto colonial entre Europa y Estados Unidos se ha invertido. La autonomía concedida a la Europa dividida y la generosidad de su defensa (OTAN) tenían como objetivo contener el peligro comunista. Europa ha interiorizado tanto este papel que ahora no tiene más remedio que inventar el inexistente peligro comunista para sobrevivir. Europa es ahora una colonia de su antigua colonia, sin que ninguna de ellas haya pasado por un verdadero proceso de descolonización.
La matriz europea de Trump
La matriz europea tiene los siguientes componentes: superioridad civilizatoria; racionalidad instrumental; exclusividad epistémica de la ciencia y la tecnología; íntima relación entre comercio y guerra; conquista o contrato desigual; pacta sunt servanda cuando conviene; línea abisal entre seres plenamente humanos y seres infrahumanos; la naturaleza nos pertenece, nosotros no pertenecemos a la naturaleza; soberanía, enemigos internos y enemigos externos; dialéctica revolución/contrarrevolución. Esta matriz no bajó de los cielos, ni fue revelada a ningún descendiente tardío de Moisés. Es constitutiva de la estructura de dominación (explotación, opresión, discriminación) de la modernidad occidental, compuesta por tres pilares de dominación principales e intrínsecamente vinculados: capitalismo, colonialismo y patriarcado. Esta tríada ha variado mucho a lo largo de los siglos, pero permanece intacta, ayer como hoy, y siempre se ha servido de dominaciones satélites, ya sean de casta, de capacitismo, de etarismo, de religión, de política, etc.
Esta matriz no es exhaustiva, ha tenido múltiples interpretaciones y versiones y ha producido efectos contradictorios. La modernidad europea también permitió a dos grandes intelectuales malditos, uno al principio del ciclo y otro al principio del fin del ciclo, ver como nadie las contradicciones de las interpretaciones dominantes de esta matriz y las catástrofes que produciría. Me refiero a Baruch Espinosa y a Karl Marx.
La superioridad civilizatoria
En la modernidad occidental, la superioridad civilizatoria presupone la superioridad racial. A su vez, la superioridad racial presupone que no se pueden utilizar los mismos procedimientos e instituciones con los inferiores que con los iguales. Según la lógica secular, de Aristóteles a Nietzsche, sería una contradicción tratar a los desiguales como iguales. El racismo y el militarismo han sido siempre los subtextos de la superioridad civilizatoria. Devorar en nombre de la superioridad civilizatoria, sea cual sea el instrumento utilizado, provoca una forma específica de ansiedad derivada de la posible reacción de aquellos destinados a ser devorados. El racismo deshumaniza para legitimar la brutalidad de la represión, el militarismo elimina. Trump prefiere el racismo extremo porque le permite combinar la deshumanización con la eliminación. A diferencia de los indios, los inmigrantes no tienen que ser eliminados. Se les traslada a sus países de origen o a nuevas reservas, ya sea en Guantánamo o en El Salvador. Los inmigrantes son esposados para dramatizar el contraste con la liberación de los verdaderos estadounidenses.
La racionalidad instrumental y la exclusividad epistémica de la ciencia y la tecnología
El principio moderno de que el conocimiento es poder sólo sería un principio benévolo si se reconociera la pluralidad de conocimientos existentes en el mundo y se celebraran las posibilidades de enriquecimiento mutuo. En lugar de ello, se dio prioridad exclusiva a la ciencia y, más tarde, a la tecnociencia. Esto tuvo las siguientes consecuencias: un desarrollo científico y tecnológico sin precedentes; el epistemicidio masivo, es decir, la destrucción, supresión o marginación de todos los conocimientos considerados no científicos; la construcción de un sentido común según el cual ser racional es adaptar los medios a los fines propuestos sin que éstos sean objeto de discusión (eficacia); la devaluación de la ética resultante de la sustitución de lo razonable por lo racional; creciente discrepancia entre la conciencia técnica y la conciencia ética, en detrimento de esta última; rechazo de los límites externos del conocimiento científico, es decir, de las preguntas que la ciencia nunca podrá responder por mucho que avance, por la sencilla razón de que esas preguntas no pueden formularse científicamente (por ejemplo, ¿cuál es el sentido de la vida? ); la tendencia a convertir los problemas políticos en técnicos y a reducir las cuestiones cualitativas a cuantitativas. Elon Musk es la cara visible y caricaturesca del extremismo al que puede conducir este tipo de racionalidad. Pero él no es la causa, sino la consecuencia. Quienes le critican por su triunfalismo delirante son los mismos que celebran la inteligencia artificial sin darse cuenta de que son dos manifestaciones del mismo tipo de inteligencia y del mismo tipo de artificialidad. Llevada a su extremo, la racionalidad instrumental implica irracionalidad ético-política. El crecimiento actual de la extrema derecha es una de las muestras de ello.
El uso racional de los recursos naturales y humanos
La racionalidad instrumental de la dominación capitalista, colonialista y patriarcal moderna se fijó como objetivo la maximización de la acumulación de recursos como condición para maximizar los beneficios; los medios para lograrlo fueron los que cada época posibilitó, frente a la resistencia de los «desacumulados» o desposeídos, fueran seres humanos o naturaleza. Antes de ser utilizado por los marxistas para caracterizar las relaciones laborales, el concepto de explotación se había utilizado durante mucho tiempo para explotar la naturaleza según el mismo principio de que el conocimiento es poder. El neoliberalismo en las relaciones laborales y el colapso ecológico son dos caras de la misma moneda. Del mismo modo que «¡perfora, bebé, perfora!» (“drill, baby, drill!” ) y el trato a los trabajadores inmigrantes son dos caras de la misma moneda.
En la lógica de la racionalidad moderna, todo lo que es racionalmente utilizable es naturaleza. Parece contradictorio porque la distinción entre naturaleza y humanidad ha sido central al menos desde la Ilustración: la naturaleza nos pertenece; nosotros no pertenecemos a la naturaleza. De hecho, no hay contradicción porque la definición de cada uno de los términos siempre permanece abierta, de modo que todo lo que puede utilizarse racionalmente como recurso acumulativo se convierte en naturaleza. Los pueblos indígenas eran naturaleza, como lo eran las mujeres, como lo eran los esclavos. Y si observamos hoy cómo se industrializan los cuerpos humanos para funcionar eficazmente en las nuevas configuraciones del trabajo, lo que está en juego es la re-naturalización de lo humano.
Íntima relación entre comercio y guerra
Desde sus inicios, el comercio y la guerra han sido las dos caras de la expansión colonial europea. Francisco de Vitoria (1483-1546), el gran defensor del libre comercio, la propiedad individual y el derecho internacional, es también el partidario de la guerra justa cada vez que se violan los valores mencionados. De hecho, en opinión de los críticos del universalismo liberal, éste siempre ha llevado el estigma de justificar la guerra en nombre de principios que sólo favorecen a una parte, la que tiene el poder, en un momento histórico dado, de definir lo que es el universalismo liberal. El doble rasero como principio de gobierno es inherente a la modernidad occidental. El principio de que los pactos deben cumplirse (pacta sunt servanda) siempre se ha aplicado con una cláusula invisible (para los incautos): «siempre y sólo cuando convenga a los poderosos»
En la matriz de la dominación moderna, la guerra es el principio y el fin, el primer y el último recurso. Entre medias, la desposesión o la acumulación primitiva (y permanente), el robo, el comercio, el intercambio desigual, la esclavitud, el trabajo femenino no remunerado, etc. Para que todo se desarrolle en el marco de la civilización y no de la barbarie, se inventaron la diplomacia y los contratos desiguales. Adam Smith advertía de la existencia de contratos desiguales siempre que hubiera una desigualdad de condiciones materiales o de otro tipo entre las partes del contrato. La mayor desigualdad se produce cuando la parte más débil no tiene más remedio que aceptar el contrato con las condiciones ofrecidas por la parte más fuerte. Desde los contratos laborales y de servicios entre particulares y empresas multinacionales hasta los contratos de explotación de recursos naturales y los acuerdos comerciales entre países centrales y periféricos, existe una larga historia de contratos desiguales en la modernidad occidental.
La línea abisal entre seres plenamente humanos y seres infrahumanos
La jerarquía entre civilización y barbarie ha adoptado características diferentes a lo largo de los siglos. A partir del siglo XVI, esta jerarquía se utilizó para justificar el colonialismo, primero justificado por la religión y luego, con la Ilustración, justificado por la ciencia. La superioridad civilizatoria se convirtió en racial, blanca. Como dice Frantz Fanon en Pieles negras, máscaras blancas, es el racista quien crea a su inferior. A partir de entonces, la idea de humanidad universal, tan cara a la Ilustración, pasó a depender de los límites del universo de lo que se considera humano. Y, por definición de superioridad civilizatoria, este universo no abarca a todos los humanos. Surge una línea abisal entre los seres plenamente humanos (los que pertenecen a la sociabilidad metropolitana) y los seres infrahumanos (los que pertenecen a la sociabilidad colonial). La demarcación de exclusión/inclusión es tan radical que, aunque se institucionalizó durante el periodo del colonialismo histórico (la esclavitud, el código negro de 1695, las leyes segregacionistas de Jim Crow de finales del siglo XIX y principios del XX, los códigos de indigenismo portugueses a partir de la década de 1920), se convirtió en la segunda naturaleza de la civilización occidental y, como tal, sobrevivió al final del colonialismo histórico y al final de toda legislación discriminatoria.
Hoy es una línea tan radical como invisible en el plano de la normatividad institucional. Es la base del racismo, del robo continuado de los recursos naturales del Sur global y del intercambio desigual entre los países centrales y periféricos del sistema mundial. En la modernidad eurocéntrica, la humanidad no es posible sin la infrahumanidad. Al tratarse de una línea abisal, su existencia no depende de leyes o demarcaciones físicas (como el apartheid) porque está inscrita en lo más profundo del inconsciente colectivo de la modernidad occidental. Esto no significa que no esté siempre disponible para ser visualizada cuando conviene a los poderes políticos encargados de reproducir la dominación moderna. Los muros que cierran las fronteras y las deportaciones masivas de presuntos delincuentes son las dos formas más visibles en la actualidad.
Recordemos que las deportaciones, aunque tienen una historia muy larga, fueron una de las principales formas de castigo-población en el primer periodo de expansión colonial europea. Los portugueses la utilizaron a partir del siglo XVI, enviando convictos a los territorios «descubiertos»; a partir de 1717, los británicos deportaron a unas 40.000 personas a las colonias, primero a Norteamérica y luego a Australia (entre 1787 y 1855). A la luz de esta historia, se entiende por qué Trump insiste tanto en que los inmigrantes son todos criminales. Aprendió bien la lección europea.
Conquista
El principio de conquista es inherente a la modernidad occidental. No se limita a la conquista territorial; también incluye la conquista de la religión, la espiritualidad, la mente, las emociones y la subjetividad. La conquista utiliza múltiples armas, desde las militares hasta las económicas, educativas, discursivas, religiosas y lúdicas. La conquista «sabe» que encontrará mayor o menor resistencia y por ello opera según la lógica de la neutralización preventiva. El uso más eficaz y económico de la fuerza es amenazar. La conquista implica robo, compra, apropiación, diplomacia y violencia. Si observamos el actual territorio estadounidense, veremos que es el resultado del ejercicio más radical del moderno plan de conquista. Trump sigue fiel a este ejercicio cuando imagina sus nuevas conquistas territoriales
Soberanía, enemigos internos y enemigos externos
La idea de soberanía moderna que surge del Tratado de Westfalia (1648) está en el origen tanto del nacionalismo como del internacionalismo modernos. Cada uno de ellos fue tanto una realidad como una invención y sus significados políticos fueron diferentes e incluso contradictorios a lo largo del tiempo y según las circunstancias. La exacerbación del nacionalismo entre los países colonizadores fue siempre el presagio de la guerra, mientras que el nacionalismo de los países colonizados fue una condición para la independencia. Como EEUU es una colonia que se independizó sin descolonizarse, el nacionalismo ha estado al servicio tanto de la guerra como del aislacionismo.
Esta ambigüedad del concepto de soberanía, al tiempo que creaba una distinción entre enemigos internos y externos, permitía manipularlo al servicio de los intereses políticos del momento. Así, los inmigrantes son, según Trump, una entidad híbrida, entre el enemigo interno y el enemigo externo. La misma manipulación es posible con los amigos internos y externos. A muchos les habrá sorprendido que Trump empezó castigando con aranceles a sus amigos más cercanos (Canadá, México, Europa). En la lógica de Trump, como en la de Francisco de Vitoria, cualquiera que sea un rival económico es un enemigo político, por muy amigo que parezca.
Dialéctica revolución/contrarrevolución
Debido a su incesante e incondicional expansionismo, la modernidad occidental está constituida por la dialéctica entre insurgencia y contrainsurgencia. Ambas utilizan métodos más o menos violentos en distintos momentos y según las circunstancias. Estamos en un periodo en el que la insurgencia utiliza métodos no violentos (democracia, sistema judicial, opinión pública), mientras que la contrainsurgencia utiliza cada vez más métodos violentos (discurso del odio, auge de la extrema derecha, amenaza de guerra). Nadie puede prever las consecuencias de esta discrepancia. En el pasado, esta discrepancia condujo a la prevalencia de la contrainsurgencia.
¿Y ahora?
¿Está desconfirmado el excepcionalismo estadounidense?
Sí. Como Europa y todos los países del mundo, Estados Unidos puede producir héroes y villanos, puede crear democracias y destruirlas. La diferencia en beneficio o perjuicio radica en el poder de cada país en el sistema mundial moderno
¿Puede volver el fascismo?
Sí y no. Hitler dio un golpe de Estado en 1933 tras ganar las elecciones de 1932. Trump ganó las primeras elecciones en 2016 para preparar el golpe institucional (los nombramientos en el Tribunal Supremo) y ahora está ejerciendo el nuevo mandato como si fuera un golpe democrático. La extrema derecha mundial está muy atenta para definir en cada país qué estrategia, en la misma línea, conducirá a los mismos resultados
¿Habrá una guerra mundial?
Es probable. En el caso de guerras anteriores, algunos de los mayores defensores de la paz fueron los que más prepararon la guerra y luego la libraron. Si hay una guerra, será con China, y esta vez el territorio estadounidense será el escenario de la guerra. Creo que los estadounidenses son tan adictos a la idea del excepcionalismo que aún no se han dado cuenta.
¿Puede la izquierda estar ocasionalmente de acuerdo con Trump?
Esta respuesta es sin duda la más controvertida. Pero tomemos el ejemplo de USAID. Durante años, los analistas críticos han criticado a la USAID como el lado benévolo de la contrainsurgencia de la CIA. Se creó en 1961 para evitar que la revolución cubana se extendiera por el subcontinente. La ayuda humanitaria siempre ha consistido en desarrollar actitudes y comportamientos favorables al imperialismo estadounidense. Los comentaristas al servicio del imperio (que siempre se equivocan sobre las intenciones del imperio) se lamentan todos de este último golpe de Trump a la benevolencia de la ayuda estadounidense a los pueblos más desfavorecidos. Sin duda, esta ayuda ha sido preciosa para las poblaciones y su corte abrupto creará mucho sufrimiento. Pero China y sus aliados no tardarán en llenar el vacío dejado por USAID. ¿Con mejores condiciones para los países beneficiarios? Probablemente sí, mientras China sea el imperio ascendente. Entonces ya veremos.
Artículo enviado por el autor a Other News
*Sociólogo. Profesor catedrático jubilado de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.)