Trump, a su manera

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José Steinsleger|
En la primera noche de la “era Terminator/Negociator”, Donald Trump bailó con Melania My way, el melodioso himno universal del valemadrismo. Ella lucía, como siempre, espléndida, y él le musitaba al oído “…To think, I did all that, and may I say, not in a shy way… I did it my way”, que, traducido, suena menos glamoroso: “Pensar que yo hice todo esto y, permítanme decirlo, sin timidez… a mi manera”.

Nada que ver con la claudicante El rey, que José Alfredo le dedicó a su musa, Alicia Juárez, quien muchos años después reconoció lo que todos sabíamos: que el jilguero de Guanajuato le pegaba, y después, llorando, se arrodillaba diciendo: Perdóname, escuincla, es que no sé por qué hago eso; te juro que no lo vuelvo a hacer.

Trump es… ¿cómo lo digo? Lo importante es que ya en el vértice del poder absoluto retomó a su manera los ataques al doble discurso de ciudadanos políticamente correctos, intelectuales de excelencia académica y defensores de la mariposa monarca.

En todo caso, Trump parece más enojón que aquel chistoso Ronald Reagan, quien el 11 de agosto de 1984, en un programa de radio, soltó: Conciudadanos: tengo el gusto de informarles que he firmado una ley que prohíbe a Rusia para siempre. El bombardeo empieza en cinco minutos.

Tres meses después, Reagan fue relegido con 54 millones y medio de votos. Pero no hay que ser nostálgico del pasado. En aquellos años, la lucha contra el comunismo preocupaba más que una guerra nuclear.

Combatido por la crema y nata de los medios hegemónicos, Trump invocó el sueño americano (que nunca existió), metiendo la cuchara en el denso y caliente caldo social. Y Hillary, apoyada por sectores ídem, revolvió la aguada y fría sopa de la democracia moderna, que si alguna vez existió, me avisa.

El violín de Hillary no movió un ápice en el amperímetro emocional de la Asociación Nacional del Rifle, el Ku Klux Klan y los supremacistas que hoy circulan por las calles con una Glock 19 entre los dientes. Pues allá se puede pensar distinto… ¿verdá?

A su manera, Trump refrendó los sombríos vaticinios que durante decenios auguraron las cabezas más lúcidas del país: la suicida despolitización de una sociedad enferma de violencia, terapéuticamente cautiva por el uno mismo, intoxicada de ansiolíticos y drogas varias, y acorralada por la creciente insolidaridad que los medios llaman inseguridad.

De 231.5 millones habilitados para votar, 137 millones concurrieron a las urnas. O sea que 94.5 millones no lo hicieron. Hillary cosechó 66 millones de votos (48 por ciento), Trump 63 (46 por ciento), y 8 millones votaron por candidatos independientes (5.5 por ciento).

Luego, apegado a derecho con base en la 12 enmienda constitucional, el anacrónico Colegio Electoral (538 electores), aplicó dos requisitos que datan de 1804: 1) que el ganador obtenga un voto suficiente para gobernar, aunque no sea la mayoría absoluta, y 2) que dicho voto esté suficientemente distribuido a lo largo del país para permitirle gobernar.

El Colegio emitió su dictamen: 56.5 por ciento de los electores decidieron que el perdedor sería el ganador. Así, con poco más de 27 por ciento del padrón, Trump se alzó con el trono, y con ambas cámaras del Congreso. Sólo restaría por investigar en qué bando había más locos, ignorantes, racistas y fascistas.

Veamos, entonces, la pirámide social de Estados Unidos (325 millones de habitantes), dividiéndola en siete segmentos, con ingresos anuales grosso modo.
• Indigentes: 5 por ciento (por debajo de 10/15 mil dólares).
• Pobres: 25 por ciento (20/30 mil).
• Sectores bajos y medios: 35 por ciento (40/60 mil).
• Altos y medio altos: 20 por ciento (100/500 mil).
• Muy altos y ricos: 10 por ciento (de 500 mil a menos de 10 millones).
• Muy ricos: 4 por ciento (con decenas o cientos de millones).
• Ultrarricos: uno por ciento (con miles o decenas de miles de millones).

A sabiendas de que los dos últimos segmentos siempre se inclinarían por el ganador, Trump se pasó la alternancia por el arco de triunfo, concentrándose en los tres primeros. O sea, 65 por ciento de los excluidos en la globalización.

Y respecto de los otros dos, fue bien asesorado por los que sabían de sus tribulaciones a causa de la despiadada y brutal concentración del ingreso en el one per cent. O sea, los beneficiarios de la globalización, que ahora se desgarran las vestiduras.

¿Hay una manera Trump de hacer política? No lo sé. Pero en sociedades despolitizadas, calza al hilo la opinión de Mark Twain sobre los duelos, que desaprobaba por considerarlos poco aconsejables y peligrosos.

Aunque de no haber de otra, Trump se mostraría más interesado en la opción sugerida por el autor de Las aventuras de Huckleberry Finn: Si un hombre me retara, me acercaría a él, lo tomaría de la mano y, conciliadoramente, lo conduciría a un lugar apartado y lo mataría.

Posiblemente, la manera Trump apareció cuando, sintiendo que el terreno bajo sus pies era lo suficientemente firme, había llegado la hora de retar a duelo a una democracia de mierda.