Tres etapas de la visión metrópoli satélite

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Claudio Katz|

André Gunder Frank fue un conocido intelectual que en los años 60 participó en la gestación de la teoría marxista de la dependencia. Buscó dilucidar las peculiaridades de la relación centro-periferia analizando los orígenes y las características del capitalismo.
Frank adoptó sucesivas visiones centradas en el atraso latinoamericano, la dinámica del sistema mundial y el protagonismo internacional de Asia. En cada abordaje suscitó intensas polémicas por su tendencia a radicalizar la discusión contradiciendo sus planteos previos. Su evolución fue muy ilustrativa de los distintos perfiles que asumió el debate sobre el subdesarrollo.

Variedad de enfoques

El primer Frank en los años 60 afirmó que América Latina padecía una gravosa apropiación de excedentes por su inserción subordinada en el mercado mundial. Señaló que esas confiscaciones perpetuaban el estancamiento de la región.

Remontó el origen de ese sometimiento a la época colonial y recordó que Iberoamérica se integró en forma dependiente al capitalismo mundial. Por eso quedó encadenada a un circuito que favoreció primero a los centros metropolitanos (España, Portugal) y luego a la potencia dominante (Gran Bretaña).

Con ese presupuesto de capitalismo de larga data, Frank postuló que el subdesarrollo era inherente a un sistema, que operó en forma polarizada desde su nacimiento. Subrayó que el capitalismo era sinónimo de atraso para el pasado, presente y futuro de América Latina (Frank, 1970: 8-24).

A principios de los 70 Frank reformuló su concepción en sintonía con la teoría del sistema mundial, que acababa de emerger como una concepción de peso en las ciencias sociales. Afirmó que la visión de Wallerstein jerarquizaba la problemática global y superaba los estudios parcializados del subdesarrollo.

Con este nuevo enfoque estimó que por sí misma la teoría de la dependencia ya no aportaba alternativas factibles. Resaltó la omnipresencia de la economía mundial y remarcó la obsolescencia del desenvolvimiento nacional autónomo (Frank, 1 970: 305-327, 1991:10-62).

En este segundo periodo el pensador germano reafirmó la preeminencia del capitalismo en América desde la colonización, pero desde una perspectiva de economía-mundo. Por eso enmarcó su investigación de la relación metrópoli-satélite en el contexto más general de los ciclos seculares del capitalismo. Este giro lo indujo a reconsiderar todas las conexiones entre el sometimiento de la periferia y el funcionamiento del sistema (Frank, 1979: 54-142).

A principios de los 90 el escritor alemán manifestó una nueva insatisfacción con sus tesis y propuso una tercera concepción centrada en la gravitación del continente asiático. Cuestionó la escasa relevancia asignada a esa región y rescató la antigua supremacía global de Oriente (Frank, 2009: 115-130).

Con esta nueva óptica polemizó con las concepciones que subrayaban la centralidad europea en la gestación del capitalismo. Estimó que Occidente sólo usurpó transitoriamente una primacía de China que volvía a emerger a fin del siglo XX.

De esa caracterización dedujo también la existencia de una temporalidad milenaria del capitalismo. Reinterpretó a este sistema como un régimen con fundamentos mercantiles, continuidades cíclicas, pilares asiáticos y orígenes inmemoriales (Frank, 2009: 110-115).

En este último modelo introdujo cambios en los protagonistas del esquema metrópoli-satélite. China quedó ubicada en la cúspide, India en un rol intermedio y Europa en un papel subordinado. En las tres etapas de su evolución Frank mantuvo preocupaciones semejantes, pero sus cambiantes definiciones generaron fuertes cuestionamientos.

Controversias sobre la colonización

Frank fundamentó su teoría inicial del subdesarrollo en el carácter capitalista de América Latina desde la colonización. Estimó que una conquista liderada por el sector comercial de la península ibérica generó desde el siglo XVI producciones reguladas por el mercado y orientadas hacia la exportación (Frank, 1970: 31-39, 167-168). Retomó la visión de los historiadores (Bagu, 1977: 62-64, 75-86), que resaltaban la precocidad de la acumulación en una economía abierta.

También polemizó con los teóricos de la colonización feudal y suscribió las miradas de los autores que señalaban la carencia de auto-suficiencia rural, la primacía del desarrollo urbano y la prioridad exportadora en la utilización del trabajo forzado (Peña, 2012: 69-70). Por eso convalidó las descripciones del encomendero, el latifundista y el plantador como artífices del capitalismo comercial.

Frank cuestionó la presentación del sistema colonial como una economía de subsistencia. Rechazó las tesis de los pensadores que contraponían la introducción inglesa de gérmenes de capitalismo, con la transmisión española de taras medievales (Mariátegui, 1984: 13-16, 50-64).

D iscrepó, además, con los historiadores que interpretaban la preeminencia de formas de explotación serviles o esclavistas como evidencias de feudalismo (Puiggrós, 1965). Objetó frontalmente los estudios que observaban indicios de ese sistema en el peso del latifundio o la gravitación de la renta (Fernández;   Ocampo, 1974). Su mirada subrayó en forma categórica la supremacía del mercado y la inversión desde la llegada de Cristóbal Colón (Frank, 1965).

Este enfoque sintonizó con la visión de Sweezy en una controversia análoga sobre el pasaje del feudalismo al capitalismo en Europa. En ese caso se discutían las fuerzas motrices del nuevo sistema y no los protagonistas de la colonización de ultramar. Pero el contenido del debate era semejante.

Sweezy estimaba que el comercio a distancia y el auge urbano determinaron el declive del feudalismo en el Viejo Continente, al obligar a la nobleza a compensar sus pérdidas con mayor explotación de los campesinos (Sweezy, 1974: 15-34, 114-120). Esa presión generó escasez de mano de obra rural, acentuó la huida de los siervos hacia las ciudades y transformó la renta de productos en dinero. Los mismos mercados que para Sweezy debilitaron a la nobleza, fueron determinantes para Frank de la configuración inicial de América Latina.

Esa caracterización fue rechazada por Dobb, que atribuyó la transición de Europa al capitalismo a la erosión de las estructuras agrarias desafiadas por las rebeliones campesinas. Estimó que el feudalismo fue internamente corroído por ese conflicto (Dobb, 1974: 12, 52-55).

Otros autores cuestionaron la presentación de ese sistema como un modo de producción estable y divorciado de la vida urbana. Subrayaron la incidencia de las crisis endógenas, que forzaron el aumento de los tributos y acentuaron la competencia entre los nobles. Ilustraron cómo ese proceso alumbró una capa de campesinos ricos, que empleó trabajo asalariado e inauguró la agricultura capitalista (Hilton, 1974: 123-135).

En los debates europeos y latinoamericanos se indagaron dos polos del mismo proceso, que generó desarrollo en una región y atraso en otra. Las controversias buscaban esclarecer por qué razón el capitalismo despuntó en Inglaterra y condujo al estancamiento dependiente de América Latina.

Respuestas más elaboradas

La profundización del análisis historiográfico modificó a fines de los 70 los términos de la discusión. Varios estudiosos incorporaron el concepto de formación económico-social para indagar amalgamas de modos producción, con distinto grado de preeminencia de un sistema sobre otro (Anderson, 1985: 74-76).

Esa noción sustituyó las interpretaciones puramente económicas por evaluaciones más abarcadoras de los procesos sociales (Aricó, 2012: 134-179). Se clarificó la forma específica que asumió el feudalismo y el capitalismo en cada época y región, observando las formas mixturadas de sistemas dominantes y secundarios.

Con este abordaje se priorizó el estudió del abrupto corte que introdujo la colonización en los regímenes pre-colombinos (Cardoso, 1973). La destrucción de esas civilizaciones dio lugar a un sistema colonial asentado en el trabajo servil, que proveían las estructuras sobrevivientes del universo indígena. Las comunidades más desarrolladas quedaron sometidas a esa prestación y las más atrasadas fueron exterminadas (Vitale, 1984).

La corona, la iglesia y los conquistadores asociaron a la aristocracia indígena al cobro de tributos, la gestión rotativa de trabajo y el traslado masivo de la población. Esta simbiosis fue tan ajena al feudalismo hispánico como al capitalismo comercial. No generó el escenario homogéneo concebido por los intérpretes de ambas variantes de la colonización.

El trabajo forzado en las haciendas fue muy distinto a la servidumbre feudal e impidió la gestación de la pequeña propiedad agro-capitalista. Las mismas singularidades prevalecieron en otros modelos económicos de la era colonial (Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T I, 177-178, 186-192, 212-222).

En las zonas de plantación se generalizó la esclavitud para cultivar azúcar, cacao o algodón. Esta combinación de modalidades laborales coercitivas para satisfacer la demanda mercantil europea fue otra peculiaridad del hemisferio.

En el tercer esquema de economía de frontera prevaleció el usufructo de las rentas ganaderas. Tampoco esa variante se amoldó a la tosca clasificación de feudalismo versus capitalismo.

El análisis de estas haciendas, plantaciones y latifundios tomó en cuenta el mercado mundial jerarquizado por Frank, pero con otro razonamiento. En lugar de puras exacciones externas propició la indagación de relaciones de propiedad y formas de explotación del trabajo (Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T II, 9-14).

Esta mirada ilustró cómo América Latina se integró al comercio internacional con una amplia variedad de relaciones pre-capitalistas. No prevaleció la esclavitud usual (por la entrega de tierras para garantizar la auto-alimentación), tampoco el siervo feudal (por la persistencia de comunidades indígenas) y menos aún el minoritario o excepcional trabajo asalariado.

La visión “pan-capitalista” de Frank ignoró estas combinaciones. Señaló correctamente que América Latina quedó enlazada al capitalismo naciente, pero desconoció que esa conexión se consumó a través de estructuras esclavistas, serviles y oligárquicas.

Estas formaciones quedaron a su vez articuladas con tipos de producción secundarios (campesinos o patriarcales), en esferas pre-monetarias y agriculturas pre-capitalistas. De esta variedad emergió el subdesarrollo desigual que caracterizó al capitalismo dependiente del siglo XIX (Cueva, 1982).

Capitalismo comercial

Gunder Frank con Lula

En este primer periodo de su evolución intelectual, Frank no ofreció respuestas satisfactorias a las críticas que suscitó su teoría del capitalismo comercial. Supuso que ya regía en América Latina un sistema económico que recién despuntaba en Europa. Definió al modo de producción por el grado de extensión del intercambio olvidando la centralidad del trabajo, que en América Latina involucraba distintas modalidades laborales coercitivas.

Los teóricos de la colonización feudal señalaron estos problemas, pero supusieron un simple traslado a Latinoamérica de los sistemas productivos europeos. Desconocieron que esas formaciones no eran simplemente exportables. Su asentamiento dependía de condiciones locales muy diferentes a las imperantes en el Viejo Mundo.

En América prevaleció el virreinato y no las soberanías fragmentadas del feudalismo. No se verificó el señorío, la fidelidad a cambio de protección, la reconfiguración territorial a partir de alianzas parentales o los típicos conflictos entre nobles y siervos. Los errores de Frank no se corregían forzando la presentación de la conquista como un emprendimiento feudal.

Los autores que estudiaron las formaciones económico-sociales evitaron esos equívocos. Indagaron el origen del capitalismo y la colonización en la esfera productiva, resaltaron las contradicciones internas de los modos de producción y asignaron una gravitación definitoria a la lucha de clases. Esa mirada confirmó que la presencia del capital comercial era compatible con varios sistemas sociales y no singularizaba al capitalismo (Laclau, 1973).

Frank soslayó estos problemas y jerarquizó la esfera de la circulación en desmedro de la producción. Por eso su modelo sólo registró expropiaciones de excedentes a través de circuitos comerciales y movimientos monetarios.

El esquema metrópoli-satélite concebía, además, una relación mecánica del devenir latinoamericano con los procesos externos. Prestaba poca atención a lo ocurrido en las estructuras internas y en los intercambios locales de la economía colonial (Assadourian, 1973).

Ese universo agrario tenía alta incidencia en una región con abundancia de tierras y carencia de mejoras productivas. Las transformaciones rurales -que en Europa anticiparon el surgimiento del capitalismo- no se registraron en ningún punto de Iberoamérica.

Con una óptica de puras continuidades capitalistas Frank no percibió ese contraste. Tampoco observó la incidencia de los grandes cambios políticos generados por las guerras de la Independencia.

Su enfoque tendía a resaltar sucesiones de un mismo subdesarrollo, sin registrar la diferencia que separa la formación a la maduración del capitalismo. Mientras que e l debate sobre la colonización correspondía al primer periodo, las modalidades contemporáneas de la dependencia debían ser conceptualizadas a partir del siglo XIX.

Frank notó que l a conquista de América fue un momento clave de la constitución del mercado mundial, pero identificó ese acontecimiento con la vigencia plena del capitalismo. Omitió el largo proceso de transición que enlazó l a des-acumulación originaria padecida por América, con la acumulación de capital protagonizada por Europa (Vitale, 1992: cap 4, 6). En su modelo de metrópolis-satélites esa diversidad de etapas quedó disuelta en totalidades indistintas.

Este abordaje fue consecuencia de la primacía otorgada a los componentes exógeno-comerciales frente a los elementos endógeno-agrarios. Frank formuló todas sus explicaciones del subdesarrollo en términos de exacción colonial. Subrayó el gran impacto del pillaje, que ciertamente devastó al Nuevo Mundo para nutrir las reservas de la acumulación europea.

Pero al observar sólo este costado, olvidó que el curso contrapuesto de ambas regiones quedó definido por procesos más estructurales de prosperidad y estancamiento agrícola. Ese efecto de largo plazo tuvo enorme impacto en la consolidación de las estructuras rurales pre-capitalistas (Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T I, 100-102).

La carencia de farmers o arrendatarios fue determinante del subdesarrollo latinoamericano. Esa adversidad se recreó en el siglo XIX con la disolución de las plantaciones esclavistas, que fueron sucedidas por latifundios rodeados de economías campesinas con baja productividad.

El mismo proceso se verificó en la concentración de propiedades y en la supresión de comunidades que acompañaron a la remodelación de las haciendas. En las zonas de frontera, el acaparamiento de territorios por parte de oligarquías parasitarias fue más acelerado.

El modelo de capitalismo comercial de cinco siglos no permitía notar cómo ese atraso agrario afectó el surgimiento ulterior de la industrialización.

Simplificaciones políticas

Frank enfatizó la naturaleza capitalista de la gestación latinoamericana para demostrar el agotamiento de un sistema con cinco siglos de historia. Subrayó esa madurez con la intención de remarcar la necesidad inmediata del socialismo. Por eso rechazó la tesis de la colonización feudal y objetó las demoras en la acción revolucionaria, que eran justificadas por la persistencia de rasgos pre-capitalistas.

La teoría de la colonización capitalista fue expuesta para criticar la estrategia del socialismo por etapas. Esa motivación indujo a demostrar la antigua raíz capitalista del subdesarrollo dependiente. Con ese diagnóstico se postuló, además, la inconveniencia de alianzas con la burguesía nacional.

Esos planteos apuntalaban las críticas a la propuesta de transitar por la prolongada etapa democrático-burguesa que auspiciaban los partidos comunistas. Ese mismo propósito perseguía el gran número de estudios sobre plantaciones, haciendas y latifundios que floreció durante esa época.

El primer Frank se ubicó en el espacio de la izquierda revolucionaria. Pero ese posicionamiento no requería argumentos remontados a la era colonial. La temporalidad de una transición socialista contemporánea no dependía del carácter asumido por la colonización. Ese curso era el mismo con raíces feudales o capitalistas de la conquista hispano-portuguesa. El pensador alemán buscó respuestas a los problemas del siglo XX en lo acontecido cuatro centurias antes.

Con esa mirada ignoró la diferencia cualitativa entre interrogantes políticos e historiográficos. El debate sobre las posibilidades socialistas abiertas por la revolución cubana difería de la controversia sobre lo ocurrido con la llegada de Colon. Tampoco la constatación del comportamiento conservador de las burguesías nacionales requería evaluar lo sucedido en el siglo XVI.

Frank sobredimensionó la polémica estableciendo una familiaridad directa entre feudalistas históricos y etapistas políticos. No registró que varios teóricos comunistas (como el chileno Teitelbaum o el brasileño Caio Prado) defendían la tesis de la colonización capitalista, suscribiendo las estrategias políticas de sus organizaciones.

Ese esquematismo no fue compartido por los teóricos marxistas de la dependencia, que rechazaron la equiparación de la situación colonial con el contexto posterior (Marini, 1973:19-20). Cuestionaron la exageración del rol del comercio y la presentación de una economía capitalista desde la cuna latinoamericana (Dos Santos, 1978: 303-304, 336-337).

En la plenitud de estas controversias Frank declaró que abandonaba el debate historiográfico y la propia teoría de la dependencia. Con esa declaración cerró la primera etapa de su pensamiento.

El giro hacia la economía mundo

El teórico alemán inició su nuevo período estimando que el dependentismo flaqueaba por carencia de horizontes mundiales. Proclamó el agotamiento de esa concepción y la consiguiente necesidad de superarla con una visión más abarcadora del marco global. Encontró esa mirada en la teoría del sistema mundial, que en cierta medida extendía y radicalizaba su enfoque precedente.

Existían varias áreas de afinidad entre Wallerstein y Frank. La visión de la economía-mundo presenta una caracterización del capitalismo histórico muy semejante al capitalismo comercial. Considera que ese sistema se forjó al mercantilizar la actividad productiva con mecanismos globales de competencia, expansión de mercados y desplazamiento de firmas ineficientes.

Wallerstein coincidió explícitamente con el diagnóstico de colonización capitalista de América Latina expuesta por Frank (Wallerstein, 1984: 204-216). Postuló que luego de emerger en Europa, ese régimen ya operaba a escala global cuando Colon arribó al Nuevo Mundo. La incorporación de ese hemisferio consolidó el sistema mundial y anticipó su absorción de otras áreas del planeta (Wallerstein, 1988: 1-8).

Los dos pensadores convergieron, además, en estimar que la trayectoria seguida por las periferias siempre estuvo determinada por el mercado mundial. Describieron desenvolvimientos históricos centrados en el impacto de las fuerzas mundiales. Señalaron que en cada etapa del sistema esas tendencias externas definieron el status de las potencias vencedoras y de las economías subdesarrolladas (Katz, 2016).

Los parentescos se extendieron a otras esferas, pero la coincidencia historiográfica fue clave para la confluencia del modelo metrópoli-satélite con el sistema mundial. Wallerstein aportó nuevos argumentos a la teoría del capitalismo comercial y situó el debate sobre la colonización en un terreno más conceptual.

Este abordaje suscitó nuevas polémicas sobre el origen del capitalismo en tres terrenos poco explorados en la controversia anterior: la significación del trabajo asalariado, la duración de las transiciones y el papel de los sujetos. En esos terrenos Wallerstein desenvolvió las mismas pistas analíticas sugeridas por Frank.

Debates sobre el proletariado

Al igual que Frank, Wallerstein tomó partido a favor de Sweezy contra Dobb en la jerarquización del comercio sobre el agro, como principal fuerza motriz del capitalismo. Pero a diferencia de Sweezy cuestionó la relevancia del trabajo asalariado en ese proceso.

El teórico del sistema mundial rechazó la preeminencia de esa modalidad laboral, señalando que ese rasgo no era determinante de una economía-mundo ensamblada en forma comercial y regida por la maximización del beneficio (Wallerstein, 1984: 180-201, 2005: cap 1).

Al presentar al capitalismo como un régimen de coordinación de mercados, Wallerstein entendió que las plantaciones esclavistas y las haciendas serviles no desmentían la vigencia de ese sistema.

Brenner objetó esta caracterización recordando que el capitalismo surgió de una acumulación originaria, que alumbró una clase explotadora asentada en la extracción de plusvalía. Retomó los argumentos de Dobb y señaló que sólo en ciertas condiciones y países, el comercio contribuyó a disolver las viejas relaciones sociales. Cuando consolidó el poder de los nobles (Europa Oriental) afianzó las estructuras pre-capitalistas y generó una segunda servidumbre (Brenner, 1977, 1988: 39-44, 381-386).

A diferencia de Sweezy -que observaba al comercio como la fuerza originadora de un régimen capitalista asentado en la extracción de plusvalía- Wallerstein negó la relevancia del proletariado como dato constitutivo de ese sistema. Afirmó que los “ marxistas ortodoxos” sobredimensionaban ese factor, convirtiendo la estructura fabril en el único determinante del despunte capitalista.

Atribuyó esa postura a razonamientos atados al marco nacional y señaló que el capitalismo extrae plusvalía de una amplia variedad de explotados, sin discriminar su status de obreros, siervos o esclavos. Destacó que la economía-mundo funciona mediante el control que ejercen los capitalistas de esa sujeción (Wallerstein, 2005: cap 11, 2011).

Pero este enfoque no esclareció cuáles son las diferencias que separan al capitalismo de los modos de producción que lo precedieron. Esta distinción surge de la existencia de una plusvalía generada específicamente por los trabajadores asalariados. Sólo la reinversión de ese excedente apropiado por la burguesía alimenta la acumulación.

La gravitación del trabajo asalariado radica en que sólo el capitalismo introduce una forma de coerción económica, que no se asienta en explícitas coacciones forzosas. El trabajo libre de los asalariados es lo que tipifica el sometimiento contemporáneo a la tiranía del mercado.

Esta peculiaridad es incluso resaltada por los autores que coinciden con Wallerstein en la conveniencia de extender la caracterización del capitalismo, más allá del status de los explotados y la modalidad que asume el plus-trabajo (Amin, 2008: 198- 200).

Largas transiciones

Frank estimaba que el capitalismo vigente en el siglo XVI definió el tipo de colonización predominante en América Latina. Wallerstein amplió esa mirada, destacando que este sistema debía ser concebido como una totalidad mundial desde su inicio. Consideró que no existen razones para suponer que se gestó en largos periodos de maduración (Wallerstein, 1984: 8-10, 43). Pero no aportó justificaciones de ese postulado de abruptos saltos de un régimen a otro.

Sus críticos observaron que confundió -como Frank- el origen con la formación del capitalismo. Colocó en un mismo paquete dos estadios diferentes, al no diferenciar el nacimiento en el agro del desenvolvimiento en la industria. Wood señaló que en la primera etapa (siglo XVI-XVII) prevaleció la actividad primaria y en la segunda (desde el siglo XVIII) los procesos fabriles.

Esta distinción destaca, además, que la fase inicial no involucró la generalización del trabajo asalariado, sino tan sólo la preeminencia de nuevas reglas de coerción mercantil. Esas normas implicaron presión competitiva, maximización del beneficio y compulsión a reinvertir los excedentes para mejorar la productividad.

De esa forma se generaron condiciones para un debut del capitalismo, que no entrañó la plena utilización de obreros cobrando salarios. La masificación de esa modalidad laboral fue un resultado y no un anticipo del capitalismo (Wood, 2002: 36-37).

Este abordaje contribuye a superar las discusiones sobre la colonización de América, sólo centradas en dirimir la primacía del trabajo asalariado o servil. Lo determinante en la gestación del capitalismo en el agro fue la generalización de normas de competencia y ganancias y no la masificación de la explotación obrera.

Esta distinción entre el surgimiento y la consolidación del sistema facilita el registro del largo proceso de transición omitido por el enfoque de Frank-Wallerstein. Como señaló Mandel, ese pasaje incluyó en Europa fases de acumulación primitiva y corriente, con gravitaciones diferenciadas de la expropiación campesina y el pillaje colonial (Mandel, 1969: 71-74, 1971: 153-171).

Esa prolongada transición implicó la articulación del mercado mundial en torno a diversos procesos nacionales, que combinaron formas capitalistas, semicapitalistas y pre-capitalistas. El intercambio global ordenó esa variedad de relaciones híbridas.

Es cierto que l a dimensión internacional del capitalismo fue descollante, pero tan sólo como referente de distintos procesos nacionales de acumulación (Mandel, 1977, 1978: cap 2). No sustituyó ese protagonismo, ni eliminó la presencia de formaciones económico-sociales con componentes pre-capitalistas.

Esta mirada permite otra visión de la relación centro-periferia. P arte de la economía mundial sin forzar la existencia de un sistema global desde el siglo XVI. Define etapas en contraposición al puro continuismo de Wallerstein y resalta diferencias entre las periferias, contra el invariante esquema de metrópolis- satélites de Frank.

En lugar de una simple primacía del capitalismo en la generación del subdesarrollo, describe las amalgamas de formas atrasadas y avanzadas, aplicando un razonamiento de desarrollo desigual y combinado (Wolf, 1983: 38; Trimberger, 1979).

Mandel reconoció la incidencia del colonialismo, sin otorgarle una determinación absoluta en el surgimiento del capitalismo. Destacó que el capitalismo, tuvo un origen nacional condicionado por los dictados del mercado mundial, pero sólo alcanzó una conformación internacional completa en la era contemporánea.

El sujeto omitido

Frank nunca explicó la ausencia de sujetos sociales en su presentación de la historia latinoamericana. Wallerstein introdujo parcialmente esos actores, pero sostuvo que en el pasado los sectores populares no podían torcer el rumbo de la economía-mundo. Con distintos fundamentos ambos enfoques prescindieron de la lucha de clases.

En cambio otros historiadores buscaron conceptualizar el impacto de esas confrontaciones sociales sobre el surgimiento del capitalismo. Especialmente Brenner describió cómo influyeron los conflictos entre campesinos y nobles en debut. No retrató un proceso lineal de mayor disolución del feudalismo frente a batallas sociales más intensas (o victoriosas) de los oprimidos, sino un curso pleno de corolarios inesperados (o indeseados).

Ese enfoque consideró que el capitalismo despuntó en Inglaterra por la peculiar combinación de colapso de la servidumbre, consolidación de la gran propiedad y extensión del arrendamiento. Esa mixtura generó una estructura de nobles, contratistas burgueses y asalariados, que impulsó la productividad agraria y el comienzo de la industrialización.

Un estado menos sólido que el imperante en España o Francia, pero más unificado y con mayor capacidad para eliminar las soberanías de los nobles, propició una amplia red de caminos y mercados. Pero lo determinante fue la resistencia campesina.

Esas revueltas no impidieron el afianzamiento de la gran propiedad, pero obligaron a los señores a recurrir al arrendamiento y al cobro de rentas monetarias. Ambos procesos facilitaron la aparición de un próspero capitalismo rural (Wood, 2002: 50-55).

Brenner contrastó este modelo agrario con Francia, dónde la resistencia de los campesinos impuso una gran división de la propiedad. Esa fragmentación consolidó un modelo de subsistencia y baja productividad. La alianza del estado absolutista con los agricultores para limitar el poder los nobles, reforzó adicionalmente el retardo del capitalismo e incubó la mayor revolución de la época. La lucha de clases obstruyó en Francia el proceso de acumulación que incentivó en Inglaterra (Brenner, 1988: 62-81).

Esos conflictos también determinaron la descapitalización de Europa Oriental, con el resurgimiento de la servidumbre para exportar alimentos a Occidente. La nobleza reforzó el cobro de rentas a los campesinos, que no contaron con el legado de triunfos obtenidos por sus pares de Prusia Occidental, durante las grandes guerras del siglo XV-XVI.

La misma gravitación de la lucha social se corroboró en el Nuevo Mundo. La resistencia de los pobladores a cualquier forma de coerción extraeconómica, favoreció inicialmente en las 13 colonias de Estados Unidos, la introducción de una producción ajena a las reglas del mercado.

Los colonos aprovechaban la facilidad para obtener las tierras que expropiaban a las tribus indígenas. Cuando las compañías comerciales, los bancos y las elites forzaron la compra de terrenos y el endeudamiento para la siembra, se impuso el pasaje a una agricultura capitalista (Post, 2011: 67-84, 98-103). El desenlace de la lucha social definió también aquí la modalidad de gestación del capitalismo.

En todos los casos esa batalla determinó capacidades diferenciadas de la aristocracia para adaptarse a la nueva época. No hubo automática aceleración del capitalismo en función de la pujanza o pasividad de los oprimidos, sino una amplia variedad de escenarios con resultados contingentes.

Los complejos efectos de la confrontación social sobre la intensidad de la acumulación, que Brenner indagó para el origen del capitalismo fueron también considerados por Mandel en su teoría de las ondas largas. Relacionó distintos cursos de prosperidad y estancamiento con el desenlace de la lucha de clases. Incluso en Cueva pueden rastrearse algunas conexiones del mismo tipo, en su explicación de las especificidades del capitalismo latinoamericano durante el siglo XIX.

En los tres casos la introducción de los sujetos en la historia no apuntó sólo a clarificar las singularidades del desarrollo capitalista. También buscó evaluar la incidencia de esa acción sobre las tradiciones de emancipación popular. El enfoque de Wallerstein-Frank ofrece poco espacio para esta problemática.

Polémicas sobre Oriente

En los años 90 Frank quedó impactado por un nuevo acontecimiento: el crecimiento del Sudeste Asiático y la impetuosa expansión de China. Al estudiar ese despegue, encontró causas históricas que chocaban con la primacía asignada a Europa por la teoría del sistema mundial. Consideró que esa centralidad había correspondido siempre a Oriente y que el liderazgo internacional del Viejo Continente apareció sólo en el siglo XIX, durante un transitorio estancamiento de China.

Frank afirmó que en las centurias precedentes, las famosas especias reflejaban la mayor productividad de Asia. Estimó que Europa sólo pudo tomar una ventaja intermediando con el oro y la plata obtenidos en América, pero no logró revertir el carácter subordinado de su proceso de acumulación. Señaló que los pequeños países de Occidente (Portugal, Holanda, Inglaterra) nunca llegaron a ejercer la dominación mundial.

El pensador germano polemizó con los mitos de la excepcionalidad europea, resaltando el carácter ficticio de sus pilares en el Renacimiento y la tradición griega. También consideró que esas falacias tendían a diluirse a fines del siglo XX, ante el resurgimiento asiático y el agotamiento de la usurpación occidental (Frank, 2009: 114-120).

Este viraje intelectual disgustó a sus colegas, que expusieron varias objeciones a la primacía de Oriente en el surgimiento del sistema mundo. Wallerstein subrayó la incongruencia de postular una superioridad estructural de Asia durante largos e imprecisos lapsos, aceptando al mismo tiempo el éxito de Europa sobre su rival en el siglo XIX. Afirmó que todo el razonamiento de Frank se desplomaba a la hora de explicar cómo pudo el Viejo Continente lograr esa repentina ventaja (Wallerstein, 2006-07: 1-14).

Arrighi recurrió a una refutación semejante. Señaló que Frank no aclaraba de qué manera, un relegado continente europeo pudo en 1800 desplazar a China de la conducción económica mundial (Arrighi, 2006: 1-18).

Amin fue más categórico. Cuestionó la revisión de la historia propuesta por Frank, subrayando la total inexistencia de indicios de hegemonía china. Señaló que un milenario periodo pre-capitalista de sociedades tributarias centrales y periféricas fue sucedido -durante el ascenso del capitalismo- por una relativa paridad entre Europa y China, que se zanjó a favor del primer contendiente.

Esa ventaja obedeció a la singular existencia de un sistema feudal manejado por nobles, que extraían directamente sus rentas de los campesinos, en contraposición al modelo de grandes burocracias estatales predominantes en Oriente.

La flexibilidad de un régimen privatizado de nobleza facilitó una acumulación originaria, que se mantuvo bloqueada en Asia. China preservó un retraso perdurable frente a Europa y su desarrollo previo sólo le permitió escapar del status colonial, que afectó al resto de la periferia durante el cenit de la expansión occidental (Amin, 2006: 5-22).

En contraposición a la preponderancia sustancial de China que imaginó Frank, Amin postuló el nacimiento precoz del capitalismo en Europa. Señaló que ese debut fue consecuencia de la fragilidad periférica de esa región, frente a las sociedades más avanzadas de India, China o el imperio otomano. Las prerrogativas políticas de los nobles y la descentralización generada por el primitivismo de esa formación, aceleraron los procesos de acumulación en el Viejo Continente (Amin , 2008: 198-213).

Problemas del Asia-centrismo

Frank justificó su tesis de la primacía oriental, señalando que China mantuvo durante la mayor parte de su historia una balanza comercial superavitaria y un flujo positivo del movimiento de dinero. Recordó la conversión del país en sumidero final de la plata circulante en otras economías y presentó esa captación de metálico como una prueba incontrastable de la supremacía oriental (Frank, 2009: 108-111).

Wallerstein objetó empíricamente este argumento señalando que el acervo de plata per cápita siempre fue superior en Europa. Cuestionó, además, el uso de ese indicador como parámetro de superioridad económica. Recordó que los dependentistas siempre subrayaron que el déficit comercial de Inglaterra con el resto del mundo, no contradecía su primacía colonial (Wallerstein, 2006-07).

Señaló, además, que un posicionamiento hegemónico no se verifica sólo en índices comerciales o financieros. Recordó especialmente que el viejo consenso sobre el rol dominante de Occidente expresaba abrumadoras evidencias y no simples mistificaciones.

Pero también observó que Frank no aportaba ningún dato de superioridad china en el terreno de la productividad industrial. Sólo evaluaba el destino de los recursos monetarios circulantes en largos períodos de la historia.

En esta caracterización de un liderazgo exclusivamente basado en la absorción de excedentes monetarios o superávits comerciales se corrobora el defecto “circulacionista”, que reiteradamente subrayaron los críticos del primero y segundo Frank.

La escasa relevancia que el teórico alemán asignó a las dimensiones productivas, se extiende a un registro de ventajas chinas sólo asentadas en flujos de intercambio y movimientos de capitales. Frank adoptó una nueva óptica “sino-centrista”, pero continuó privilegiando la esfera del comercio o las finanzas para evaluar las hegemonías mundiales.

La misma continuidad de problemas se verifica en el “externalismo” de un razonamiento que privilegia las transferencias de recursos, desconsiderando los procesos endógenos. En el libro Reorient del teórico alemán hay una total omisión de la esfera geopolítica y militar. No analiza la competencia que en ese terreno enfrentó a China con las potencias europeas. La prescindencia de los sujetos también indica que el tercer Frank mantuvo el determinismo estructuralista de sus primeros trabajos.

Capitalismo ignorado

Frank respondió duramente a los cuestionamientos de sus correligionarios. Señaló que no percibían la primacía histórica de China por su atadura a viejas nociones de capitalismo. Estimó que la búsqueda de singularidades de ese sistema era una obsesión heredada de Marx. Propuso revisar ese legado destacando que el capitalismo siempre existió entremezclado con otras modalidades productivas (Frank, (2005b).

Pero más allá de esa generalidad no aportó pistas para esclarecer cómo debía ser encarada la reformulación del capitalismo. Sólo aludió a su vigencia desde tiempos lejanos y a su identificación con el mercado.

Wallerstein observó en esta reconsideración un retorno a las viejas ingenuidades del economista liberal. Amin interpretó el viraje como una recaída en vulgaridades neoclásicas de eternidad capitalista. Ciertamente Frank perdió la brújula al buscar una centralidad perdurable de China en el sistema mundial. Olvidó los principios básicos de caracterización del capitalismo.

También aquí extremó su rechazo previo a definir ese modo de producción en función de la explotación del trabajo asalariado. Nunca aceptó que el capitalismo es un régimen de competencia por beneficios surgidos de la extracción de plusvalía. Las erróneas definiciones anteriores centradas en el comercio se transformaron en una negación de la transitoriedad histórica de ese sistema.

Este equivoco se consumó extendiendo la espacialidad del capitalismo. El tercer Frank ya no concibió u n sistema-mundo alumbrado por Europa, que sucede y destrona a los imperios-mundo de otras regiones. Postuló la vigencia milenaria de una sola estructura global encabezada por China.

Como resulta difícil corroborar ese liderazgo, el teórico alemán disolvió la propia existencia del capitalismo, presentando a ese sistema como un simple dato perdurable y subyacente.

La errónea dimensión planetaria que Frank asignó al capitalismo desde un origen indescifrable, puso también de relieve los inconvenientes de razonar ese nacimiento en términos mundiales.

Arrighi recurrió a un calificativo irónico (“globo-lógico”) para objetar la exagerada utilización de criterios internacionales. Pero subrayó un problema que se extiende a la propia teoría del sistema mundial. En el superholismo de Frank aparecen muchas dificultades de la “tiranía de la totalidad” que impera en ese abordaje.

La disolución del capitalismo que apareció en el último Frank complementa la primacía supra-temporal de China. Pero al remontar el nacimiento de ese sistema a una fecha indefinida se diluyen sus singularidades. En ese retrato milenario del capitalismo son inhallables los mecanismos de gestación del trabajo asalariado.

Los problemas de un sistema mundial surgido en 1500 en el norte de Europa (Wallerstein) o en 1200 en las ciudades italianas (Arrighi), se transformaron con la primacía china en un dilema sin solución. Ese inconveniente es otra consecuencia de razonar con patrones comercial­es y mundiales los procesos nacionales de acumulación.

Frank proyecta hacia atrás todos los rasgos contemporáneos del capitalismo. Por eso recae en supuestos de eternidad del sistema. Supone que a principios del milenio pasado ya se registraban las características actuales de este régimen. Con este abordaje no hay forma de entender las especificidades y mutaciones del capitalismo.

Influencias contemporáneas

El tercer Frank mantuvo la vehemencia polémica de sus trabajos anteriores. Rechazó la teoría del sistema mundial que había absorbido contra el dependentismo, cuestionando la “vanidad euro-centrista” de esa visión y su empeño en postular la primacía del Viejo Continente desde 1500 (Frank, 2009: 130-136).

Sus críticos se burlaron del uso de ese calificativo, recordando que el propio Frank atribuyó a Europa un inexplicable poder para dominar súbitamente a China en el siglo XIX. En realidad no fue muy sensato acusar de euro-centrista a Wallerstein, que ha sido un acérrimo objetor de la identificación liberal del Viejo Continente con el progreso o la civilización (Wallerstein, 2004: cap 23).

Más desubicado fue ubicar a Amin en ese casillero. El economista egipcio ha polemizado reiteradamente con todas las creencias de supremacía occidental. Demostró que se inspiran en falsos supuestos de ventajas milenarias de Europa, olvidando que el capitalismo surgió en esa región por el retraso (y no la luminosidad) de una formación tributaria (Amin 2008: 198-213).

A lo sumo se podría afirmar que la prédica euro-centrista aparece en el rescate del modelo comercial smithiano, que atribuye al Viejo Continente excepcionales habilidades para el intercambio y la consiguiente gestación del capitalismo (Wood, 2002: 21-33).

Pero un cuestionamiento de ese tipo afectaría al propio Frank, que siempre privilegió la esfera de la circulación. En realidad, el euro-centrismo es un ingrediente del pensamiento liberal tan ajeno al marxismo como a la visión sistémica.

Frank disparó críticas al euro-centrismo para realzar el protagonismo asiático, sin notar su simétrico deslizamiento hacia el enaltecimiento del mundo oriental.

Su interpretación de la gravitación milenaria de China tuvo igualmente una llamativa influencia. Especialmente Arrighi reformuló esa tesis como una contraposición de senderos de desarrollo. Contrastó el modelo económico defensivo de Oriente con la estrategia imperial expansiva de Occidente y retomó ideas de Frank para explicar las ventajas del esquema mercantil-cooperativo de China (Arrighi, 2007: cap 3, 8 y 11).

El teórico germano inauguró en la izquierda, la secuencia de miradas favorables al rumbo seguido por el gigante asiático. Pero ese enfoque exige asumir también los supuestos de eternidad o continuidad cíclica del capitalismo, que adoptó el tercer Frank.

Sin respuesta a la dependencia

El economista alemán interpretó el ascenso económico de Oriente como un acontecimiento de gran relevancia. Esa conclusión coronó la revisión de la problemática del subdesarrollo que inició con la revalorización de la expansión de Sudeste Asiático. Primero estimó que ese crecimiento afectaba seriamente a la teoría de la dependencia y luego corroboró esa impresión con sus caracterizaciones de China.

En esta exploración conceptual Frank no logró encontrar una reformulación satisfactoria de la dinámica centro-periferia. Transitó por sinuosos caminos de vacilaciones y preguntas sin respuestas. El traspié inicial de ese recorrido fue su distanciamiento del dependentismo, cuestionando la atadura de esa concepción a los razonamientos en términos nacionales.

Al objetar la “quimera” de un crecimiento autónomo dentro del sistema capitalista mundial, el teórico alemán se enredó en inconsistentes objeciones (Frank, 1973, 1991: 61). Olvidó que la teoría marxista de la dependencia nunca concibió, ni propuso un desenvolvimiento del capitalismo en la periferia. Tampoco identificó la denominada “desconexión” con ese proyecto. Esa estrategia era el objetivo de otras corrientes como la CEPAL o los Partidos Comunistas.

El esquema metrópoli-satélite del primer Frank contenía varias unilateralidades pero definía relaciones de dependencia. El segundo Frank disolvió esas conexiones en el mundialismo extremo y el tercer Frank diluyó ese entramado en el “asiacentrismo”. Este recorrido acompañó sus caracterizaciones sucesivas del capitalismo en términos comerciales, mundiales y seculares.

De estos enfoques emergieron cambiantes observaciones de la relación centro-periferia. Frank ratificó la persistencia de la dependencia a la luz de la degradación padecida por la economía latinoamericana en los años 80-90. Pero también remarcó la ausencia de propuestas para resolver el problema. Con cierta amargura se limitó a señalar que “no pudimos acabar con la dependencia” (Frank, 2005a).

Sus escritos atrajeron muchos lectores cautivados por el tono irreverente de sus exposiciones (Ouriques, 2005) y por el cambiante itinerario de su trayectoria (Martins, 2009). Pero con ese cúmulo de contradicciones, Frank aportó ideas significativas a los debates sobre el subdesarrollo. Su etapa dependentista suscitó tantas polémicas, que terminó concentrando todos los dardos del anti-dependentismo. En nuestro próximo texto analizaremos esos cuestionamientos.

Resumen

Frank indagó la relación centro-periferia con distintas visiones del capitalismo. Subrayó primero la perpetuación del subdesarrollo latinoamericano, luego la polarización de la economía-mundo gestada en Europa y finalmente la centralidad de Oriente en un sistema milenario.

Resaltó el carácter capitalista de la colonización para destacar la primacía del mercado mundial. Pero enfatizó el rol del intercambio sin tomar en cuenta las formas de explotación y el atraso del agro. Con erróneos argumentos historiográficos impugnó acertadamente las alianzas con la burguesía nacional.

Posteriormente reconsideró la dependencia desde la teoría del sistema mundial, sin aceptar la relevancia del trabajo asalariado en la definición del capitalismo. No tuvo en cuenta el cimiento nacional, la prolongada gestación de ese sistema y el impacto de la lucha de clase sobre la acumulación.

Finalmente reivindicó la centralidad histórica de Asia con argumentos comerciales y monetarios. Postuló el origen remoto del capitalismo y su identificación con el mercado. Con críticas al euro-centrismo propició el redescubrimiento contemporáneo de China. No ofreció respuestas a la dependencia pero enriqueció el debate sobre el subdesarrollo.