¿Tenemos una economía socialista?
José Manuel Rodríguez
Para responderles sin agobios a los “cara e´tablas” que defienden la tesis de ser la Economía -con mayúscula- la ciencia que estudia el “libre juego de fijación de precios de lo producido”, tenemos que armarnos con un mazo crítico. Cosa nada fácil porque esta disciplina, cuya razón última es dar respaldo al funcionamiento hegemónico del capital, goza de gran prestigio académico.
Tanto que se da el lujo de levantar su máximo axioma: “es el libre mercado, no los productores ni los consumidores, lo que establece el valor de la mercancía” sin sonrojarse por fijarle a Rusia el precio de su petróleo. Al apoyarse en ese axioma, los defensores del capital, con los positivistas como socios intelectuales, logran presentar sus perversidades como si de realidades científicas se trataran.
Marx planteó que el socialismo sólo podía sustentarse -hay que darle énfasis a esto- construyendo un nuevo modo de producir, es decir, creando un nuevo modelo económico que transforme el valor de cambio en valor de uso. Algo que sólo será posible colocando los medios de producción al alcance de los trabajadores que avanzan con sus brazos engarzados como eslabones de una poderosa cadena. Se refería al largo proceso de sustitución de la estructura económica empresarial por una novedosa estructura escalonada y colectiva.
Así lo señalaba Marx al hablar de la doble esencialidad que tenía el desarrollo económico socialista: la primera, acabar con el trabajo enajenado, donde el producto del trabajo no pertenece al trabajador… La segunda, para lograr el desarrollo del trabajo sin explotación es indispensable sustituir la competencia individual por el esfuerzo colectivo… Lo anterior será habladeras de pendejadas si no se lleva a la acción, y eso es un asunto bien jodido. Veamos qué ha pasado, desde los principios del siglo XX, con aquellos camaradas que, suponemos, armados de ese pensamiento crítico.
¿Cómo fue la política económica de la Unión Soviética?-
El “comunismo de guerra” marcó los primeros cuatro años de la revolución bolchevique. Fueron efectivamente años de combates armados y de improvisaciones económicas en un país que, además, venía de cuatro años de la guerra entre europeos. Los medios de producción pasaron al Estado, quedando en manos de funcionarios de un Partido militarizado, tan inexpertos como atorados. Se colectiviza el campo, y se hace ajuro, en una nación de tradición campesina. El resultado fue un verdadero desastre.
En 1921 un Lenin acorralado y con los soviets bajo sospecha después de Kronstadt, dijo: Ha sido un error, sin duda alguna… y terminó exclamando: “NEP o nada”. Concibió la Nueva Política Económica, como un pacto inevitable del poder obrero con el capitalismo de estado. Sus intentos de alianzas con el capital internacional, con los capitalistas nacionales y con los campesinos propietarios de tierras, a pesar de haber sido una mala leche, al igual que la serie de concesiones a la pequeña y mediana producción mercantil, mejoró los resultados económicos.
Sobre ella, ya postrado definitivamente por los efectos de un balazo, hizo un balance -parte de su testamento político- reconociendo que si bien las fuerzas de las potencias occidentales no lograron derrocar el nuevo régimen creado por la revolución, tampoco le dieron la posibilidad de realizar un paso de avance tal, que pudiera justificar los pronósticos del socialismo…
Su sustituto, Stalin, liquidó en 1928 a la NEP e impuso sus “Planes Quinquenales”. Ellos fueron mantenidos hasta la caída de la Unión Soviética en 1991. Su objetivo central fue sacar a Rusia del atraso económico, alcanzando un desarrollo industrial, agrícola y militar. Esos planes estatizaron la industria, colectivizaron a la fuerza la agricultura, y la distribución de lo producido quedó en manos del organismo de control.
Se eliminó toda propiedad que no fuera del Estado, también la autogestión obrera o campesina. Las cooperativas koljocianas, que contaban con alguna autonomía, fueron sustituidas por las empresas agrícolas del Estado y sus trabajadores convertidos en asalariados. En sesenta años esos planes convirtieron a la URSS en gran potencia, pero, las purgas de disidentes desbarataron la democracia proletaria y nada quedó de las añoradas promesas socialistas. El régimen se desplomó sólo.
El caso chino
Allí el partido comunista recién cumplió 73 años en el poder. Es el mismo tiempo que, en Rusia, se mantuvo el partido comunista en el poder. Mao estuvo 27 años como máximo líder de esa revolución, Stalin apenas un poco más. Hasta aquí las semejanzas.
Hace año y medio, con motivo de los cien años del Partido Comunista Chino, Xi Jinping en su discurso destacó tres cosas esenciales: “que se había cumplido la meta establecida para el 2021, acabar con la pobreza en China”; “que se continuaría, manteniendo la historia como espejo, con la política de apertura y modernización”; “que se mantendría la dirección absoluta del Partido sobre el ejercito”. El énfasis en las tres verbalizaciones se debe a que destacan las metas que estableció el PCCH en tres momentos históricos. El primero mencionado fue establecido en el 2012. El segundo en 1978. El tercero fue proclamado por Mao Zedong en 1938: Nuestro Partido manda sobre el fusil… Eso habla de perseverancia y rigor.
Estas tres afirmaciones de Xi Jinping, que señalan claramente del rumbo trazado para el socialismo con las peculiaridades chinas, las realizó, frente a todos los medios de comunicación del mundo, vistiendo el traje Mao. Fue una magnífica escenificación de la continuidad de una política que adoptó, en su intento de avanzar al socialismo, tres factores económicos fundamentales: el estratégico, en manos del Estado, el comunal, en manos del pueblo chino organizado que alimenta a 750 millones de sus habitantes y el de propiedad múltiple dedicado a la industria ligera y de servicio. Los resultados ahí están.
En Latinoamérica sólo Cuba y Venezuela han podido mantener, en lo formal, esa expectativa socialista. En el caso cubano, con la pesada e inútil carga ideológica soviética, sólo la conciencia y dignidad de ese pueblo conducido por Fidel, le ha permitido sobrellevar el hijo e´puta bloqueo gringo.
¿Y entonces, cuál es la propuesta del chavismo?
Chávez, conociendo el fracaso soviético, trató de montar lo que sería el sustento del nuevo modelo de producción y control, sin embargo, el Partido no lo acompañó. Buscando una vía alterna para aplicarlo -no olvidemos nunca el “Golpe de Timón”- se nos murió.
Maduro, a pesar de su discurso aguerrido, ha toreado en la práctica ese modelo de producción endógena y de control territorial colectivo. El por qué de tal cosa hay que buscarlo en los pliegues del ropaje tutelar. Ese que se ponen los políticos que se imaginan a sí mismos como los más arrechos.
Lo que sí ha promovido abiertamente, presentándose como una nueva forma de producción -y sigo con el énfasis- es, en sus propias palabras: la apertura del mercado internacional para las industrias venezolanas, tanto las que son propiedad del país, como las que pertenecen al sector privado… Señala así a las zonas económicas especiales que se apoyan en la ley antibloqueo ya aprobada. Allí queda claro que ella es una ley especial para la construcción de un nuevo modelo productivo nacional -y dale con el énfasis- pues, y nos dice: La creación de las Zonas Económicas Especiales es una potestad exclusiva del Presidente de la República, quien las establecerá mediante Decreto…
Todo lo anterior, unido al desarrollo de lo que ahora se llama el “emprendimiento”, es decir, el estímulo a desarrollar proyectos individuales; va de la mano con la multiplicación de una nomenklatura chiflada que pretende sustituir, con el Partido, a la sociedad: «las RAAS», «las UBCh», «los CLAP» «las BRICOMILE» «el 1 x 10», «El Mapa de las Soluciones y de los Problemas Fundamentales», «la Agenda Concreta de Acción de las Bases», «las 3R.Nets del Gobierno Electrónico», «las 6 Líneas Estratégicas», «los líderes del Movimiento Bolivariano de Familias», «los Jefes de Calle», «los Jefes de Comunidad».
Toda una trama de enchufados colgados del Partido. Es exactamente lo contrario al esfuerzo comunal y obstaculiza el avance autónomo del pueblo organizado.
Y como era de esperar, frente a la proximidad electoral y ante el desencanto y la frustración que recorre el campo revolucionario, comienzan a aparecer candidatos buscando captar la disidencia provocada por el gobierno de Maduro.
María Alejandra Díaz propone lo siguiente: Soberanía y sostenibilidad propia, un sistema económico moderno fundamentado en una autarquía (independencia y autosuficiencia total) que nos permita construir prosperidad común, un pueblo sano, desarrollo industrial y científico-tecnológico de vanguardia mundial, educación para todos y en todos los ámbitos, enfocada en un desarrollo productivo de cobertura nacional, industrialización, desarrollo urbano, desarrollo creador y productivo de cobertura nacional…
En realidad la señora no sabe atar sus palabras a propuestas concretas para lograr ese desarrollo creador y productivo que promete. El viento se las llevará.
Otro candidato, desde el Principado de Mónaco.– Él, con el pragmatismo de un jefe de transnacional, dice: Se trata sólo de establecer un modelo económico que funcione… Ante tal contundencia sería una impertinencia preguntarle ¿cómo coño? Aunque, en realidad, lo que provoca preguntar es ¿cómo haces para vivir donde vives?
La única propuesta profundamente democrática y socialista
Chávez nos propuso su visión: organizar a la sociedad en comunidades responsables. Eso significa conformar, sin prisa, pero sin pausa, con miles y miles de comunas, la nueva geometría del poder territorial y con ellas la nueva economía productiva. Esa nueva forma económica se articulará con los otros dos modos de producción existentes: el privado y el estatal, para avanzar aceleradamente en búsqueda de la soberanía económica, y luego de gobierno colectivo.
A diferencia de bolcheviques, maoístas y fidelistas, que tomaron el cielo por asalto, la entrada al palacio de los chavistas fue decidida democráticamente por la Nación. Gran diferencia que partió las aguas. Ahora bien, para que ese proceso no se revierta -y nos olvidemos el escoñete de la URSS- hay que superar la barrera del no retorno. Con la comunalización de la economía, y el control territorial de las comunidades organizadas, se pasaría esa barrera. Sin embargo durante ese tiempo, que es el tiempo de desarrollo y consolidación la nueva forma de producción, hay que procurar que convivan, articulados por el Estado, tres modos económicos:
- El mercantil en manos empresariales, eso sí, apoyados en sus propios esfuerzos.
- El comunal, con todo el apoyo que el Estado pueda darle para asegurar la estabilidad y su desarrollo económico a mediano plazo. De esa manera podrá confrontar su propio mercado con el de la producción mercantil.
- El estatal, limitado a las industrias y servicios estratégicos, asumiendo la coordinación planificada de los tres modos de producción.
Pero esto -hay que tenerlo bien claro- no puede chalequear al objetivo último de la sociedad, que no es la producción -eso es una chamba resuelta-, el objetivo final es la profundización de la democracia, es decir, la primacía del colectivo, de la justicia y la equidad. Ese es el Socialismo del Siglo XX