Tareas revolucionarias en una situación difícil: un terreno movedizo para la lucha
Chris Gilbert
Sin duda alguna, Venezuela enfrenta una encrucijada. El Proceso Bolivariano ha tocado el techo de un modelo cuyo eje central es la política distributiva basada en altos precios del petróleo, pero que deja intacta la estructura de clases sociales. Objetivamente la única posibilidad para avanzar es tomar control del destino de la renta petrolera. Captada por el Estado, esta renta pasa por varios canales, directos e indirectos, para terminar en manos de la burguesía local. Cambiar este contrato social de vieja data es hoy por hoy la única vía para superar el problema estructural marcado por la fuga de divisas, la inflación y la escasez. Sin embargo, que ésta sea la única forma de avanzar en nuestro momento no garantiza en absoluto que haya fuerza política capaz de dar el paso…
De hecho, los tiempos en la política venezolana, muy apresurados hace apenas unos meses (cuando vimos intentos de golpe de Estado y conspiraciones) se han desacelerado considerablemente, y una inercia parece haber imbuido a casi todos los actores políticos, con evidente desmoralización tanto en la izquierda como en la derecha. Ciertamente la oposición ha visto deslustradas sus ambiciones de control del ejecutivo de un Estado mucho menos rico (pese a que sus jefes en la Casa Blanca mantienen la meta estratégica de apoderarse de las reservas petroleras venezolanas). En este sentido, la situación actual se asemeja un tanto a la de Europa occidental tras la Primera Guerra Mundial, en la que los poderes fácticos permitieron que la socialdemocracia gobernase en un par de países, ya que ninguna otra facción hubiese podido mantener la gobernabilidad durante la crisis.
Aunque el chavismo se enfrenta inevitablemente a una bifurcación en la que debe escoger entre socialismo o capitalismo rentístico, parecería que la dirección chavista hará todo lo posible para evitar dicha decisión. Es decir, el chavismo no puede dejar de elegir, pero pese a todo buscará formas de retrasar el momento de la verdad con alguna combinación de espectáculo y concesiones. Como Edipo tras escuchar su destino del Oráculo délfico, el chavismo hegemónico se enrumba a un viaje sin brújula para escapar los escenarios previstos. El gobierno se guía por la esperanza –esperanza vana, creo yo– de que los años dorados de los precios altos del petróleo volverán pronto (que no es sólo improbable, sino que además hay buenas razones para pensar que, incluso con el precio del barril a 100 USD, la crisis en la economía nacional persistirá).
Las elecciones y sus vicisitudes
Con todo, la perspectiva electoral de este año no es desalentadora, ya que como sabe cualquier venezolano, los comicios no se ganan por la conciencia, ni por las encuestas, ni con ninguna entelequia abstracta, sino por votos físicos… y sólo el PSUV tiene la maquinaria política para mover votos a nivel nacional. Así que, entre la inercia y desmoralización que aflige a la derecha y la cuidadosa arquitectura electoral de nuestro lado, es probable que el chavismo mantenga la mayoría en la Asamblea Nacional. Todo esto es positivo. Lo negativo es que, por importante que sea que el chavismo gane estas elecciones para salvar al país del abismo, hay mucha evidencia de que el escenario electoral está perdiendo rápidamente su validez como terreno para el avance.
Esto es porque las propias condiciones para los avances electorales democráticos –que fueron tan notables en América Latina durante la última década– están en proceso de desaparición. Una de estas es el empobrecimiento absoluto que puso a los votantes latinoamericanos contra la pared, afortunadamente erradicada debido al éxito mismo de las políticas sociales de los gobiernos progresistas. La situación calamitosa de los 80 y 90 aclaró las cosas hasta un punto que hizo posible el nuevo modelo de Chávez, Correa, Evo; efectivamente, la alienación de la política burguesa encontró sus límites en el estómago vacío y la ausencia de servicios básicos. Un segundo elemento en declive es la frescura de los procesos de cambio, que el imperialismo no supo enfrentar al principio (como evidencia, observemos la política torpe y descarada de Bush hacia América Latina); ahora el imperialismo ha aprendido su lección y es más astuto.
Por su parte, la derecha es consciente de que la esfera electoral está estrechamente condicionada por la realpolitik militar y económica. El decreto de Obama declarando a Venezuela “amenaza inusual” tiene entre sus objetivos hacer que el poder militar yanqui se cierna sobre las elecciones. También, de forma sigilosa pero con paso seguro, el imperialismo estadounidense está avanzando hacia la ampliación de su control militar sobre la región, tratando de desarmar de diversas formas tanto a la insurgencia colombiana como a la Revolución Cubana, mientras establece nuevas bases militares en Honduras y otros lugares. A nivel local en Venezuela, la derecha está trabajando con alarmante éxito para controlar el territorio a través de bandas criminales en las regiones urbanas, apoderándose de retaguardias populares y matando policías de una forma que no tiene precedente en la historia de Venezuela.
Refinar la estrategia revolucionaria
¿Qué hacer? Los revolucionarios en el país estamos en una posición difícil, pero esto no implica que no estén claras las tareas políticas que debemos asumir. Mas allá de trabajar para ganar las elecciones parlamentarias, es importante tratar de construir poder popular: fortalecer e impulsar las comunas, la organización de base en Misión Vivienda Venezuela y el Movimiento de Pobladores, e incluso formas de control militar popular. Estas podrían ser instancias de poder capilar que serían difícilmente revertidas incluso en el peor de los escenarios. Por otro lado, la izquierda revolucionaria haría bien en refinar y pregonar el objetivo estratégico: explicar a través de canales variados el significado real y las raíces estructurales de la crisis económica, las políticas bolivarianas internacionales correctas y, quizás más importante, la base clasista de un proyecto socialista.
Una nota adicional sobre los tipos de explicaciones y las críticas que se requieren. Es cierto que el gobierno –sin querer o intencionalmente– frecuentemente empaña el análisis correcto de la situación y el objetivo estratégico; confunde el análisis promoviendo una visión unilateral de la guerra económica y desdibuja la meta estratégica con un concepto amorfo del socialismo. Sin embargo, las críticas al gobierno que se enfocan en los problemas no centrales como la corrupción, el contrabando y el desfalco (blancos principales de Marea Socialista), o una visión parcial del problema económico que exige únicamente la nacionalización de la banca o la centralización de las importaciones (a la manera de la ALEM) son críticas problemáticas al no identificar la base real del impase: la acumulación privada de la riqueza.
Resaltamos que el problema económico real es que la renta petrolera, aunque capturada por el Estado venezolano en su origen, está estructuralmente destinada a una burguesía local que, con sus grandes excedentes en bolívares, crea inflación, fuga de divisas e ineficiencia extraordinaria. Cualquier estrategia que no implique identificar y luchar para revertir este problema central a través de la expropiación a la burguesía –y por lo tanto su eliminación como clase social– es necesariamente quimérica y, en el peor de los casos, simplemente una apuesta no revolucionaria por el poder.
*Las posiciones asumidas en este artículo son de mi responsabilidad. Sin embargo, el análisis de la situación nacional parte de conversaciones con camaradas y amigos que aportaron reflexiones, observaciones y enseñanzas.
Chris Gilbert es profesor de estudios políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
Este artículo para la Fundación de Solidaridad Internacionalista Pakito Arriaran se difunde mediante una licencia de Creative Commons, respetando la libertad de publicación en otras fuentes.