Stelling: Llover sobre mojado / Puchi: Los riesgos de la ley Verdad/ Earle Herrera: Telesur

Llover sobre mojado

Al momento de escribir esta reflexión son escuetas las informaciones sobre los resultados de la reunión en Oslo. El comunicado oficial noruego destaca la disposición mostrada, tanto por oposición como gobierno, “de avanzar en la búsqueda de una solución acordada y constitucional para el país, que incluye los temas políticos, económicos y electorales”.

Cualquiera sea el resultado, las conversaciones en Oslo están inevitablemente atravesadas y condicionadas por la confianza. Aquel recurso moral básico que influye directamente sobre la credibilidad y legitimidad del diálogo, a la vez que constituye elemento imprescindible para el respeto y reconocimiento mutuo.

Contrato moral que supone una reciprocidad de expectativas y obligaciones, de derechos y deberes, subyacente a la propia relación de confianza. Interacción que tiene además una dimensión psicológica, por cuanto es en definitiva una creencia sobre el desempeño futuro de los actores políticos dialogantes.

Ello sin menospreciar los elementos “racionales” u objetivos que sustentan dicha creencia, tales como resultados de intentos previos de dialogo; compromisos adquiridos y/o fracasos que han podido horadar las bases éticas de la confianza.

En el caso venezolano, los diversos intentos de diálogo se han emprendido desde la desconfianza y la sospecha en torno a la idoneidad del otro, a lo que se añade la deteriorada reputación del adversario. Todo lo contrario a los valores que supone el contrato moral en los actores que dialogan entre si sí y con el país.

Hasta el momento, las fuerzas políticas se han aproximado al diálogo desde las respectivas trincheras en tanto otro escenario de guerra; desde el irreductible compromiso con posiciones políticas y condiciones no negociables; desde la descalificación del otro y a partir de la profecía de un fracaso anunciado. De manera tal que se funden y confunden las razones políticas, las pulsiones bélicas y las variables “supuestamente objetivas” en detrimento de las morales.

Todo ello, mediado o condicionado por el juego geopolítico y los intereses extraterritoriales. A Oslo se llega luego de un camino arduo, doloroso y en ocasiones violento, donde hasta el momento no ha sido posible una salida dialogada. El país requiere superar la crisis de confianza en la política, en el liderazgo, en las instituciones y en la democracia.

Los riesgos de la ley Verdad

Leopoldo Puchi|

 

En la estación de Noruega, Gobierno y oposición dieron nuevos pasos en la búsqueda de entendimientos. No se cerraron acuerdos porque las conversaciones formales, apenas se inician y los procesos de diálogo toman su tiempo.

Las negociaciones no pueden confundirse con el arbitraje, al que se acude para que un tercero zanje o sentencie por medio de una resolución, y ante el cual se concurre para mostrar pruebas y argumentos.Imagen relacionada

Una negociación no se entabla para determinar quién “tiene la razón”, sino para construir formas de coexistencia que satisfagan los intereses de los sectores en pugna, con el fin de canalizar el conflicto y evitar que tenga efectos dañinos sobre el desenvolvimiento de la vida económica y social.

Mentalidad

El proceso se ha iniciado y pudiera avanzar favorablemente, por lo que hay que estar atentos ante hechos o decisiones que pudieran acecharlo. En este sentido, habría que prestarle atención al riesgo potencial para la conclusión de acuerdos que pudiera representar la aprobación definitiva en el Congreso de Estados Unidos de la denominada Ley de Ayuda de Emergencia, Asistencia para la Democracia y Desarrollo (VERDAD) de Venezuela.

Por supuesto, su elaboración corresponde a una práctica contraria al derecho internacional, en la medida en que instituciones de un Estado actúan sobre los asuntos internos de un país distinto. Una cuestión muy sensible, como lo muestra el debate relacionado con las denuncias de una supuesta intervención de Rusia en los asuntos internos de Estados Unidos.

Aunque en Estados Unidos están arraigados los valores democráticos y de libertad, todavía falta una evolución que permita afianzarlos en la mentalidad de su élite dirigente, que en numerosas ocasiones tiende a desviarse de los principios básicos de la convivencia democrática entre la gente y las naciones. Tal es el caso de la elaboración de este tipo de leyes, dirigidas intervenir sobre poblaciones y electores distintos a los propios.

Camisa de fuerza

Ahora bien, más allá de estas consideraciones, en esta ocasión es de importancia evaluar los aspectos de esta ley que pudieran afectar el proceso de negociaciones. Ciertamente, la Ley de la VERDAD hace referencia al “compromiso diplomático para avanzar una solución negociada y pacífica a Venezuela”. Sin embargo, al convertir en ley todas las órdenes ejecutivas y al establecer como requisito previo para un acuerdo el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente, se crea una camisa de fuerza semejante a la Ley Helms-Burton, que impidió a Barack Obama hacer avances en sus negociaciones con Cuba.

Por lo demás, se le da un peso decisivo, por ley, a la intervención y al abordaje sobre las fuerzas militares venezolanas y un elevado peso a la CIA y al Pentágono en el Task Force que se designa, lo que no apunta en una dirección promisoria. En fin, lo más conveniente, en función del diálogo, es que una ley como esta no sea aprobada.

Telesur

Es una extraña victoria del tercer mundo en materia comunicacional, algo digno de estudio e investigación académica, si la academia no le tuviera tanto miedo a Chávez. No es fácil hacerse aldeano en la aldea global de McLuhan. Telesur lo logró. No fue un camino expedito. De la censura, el veto y la persecución han conocido sus corresponsales. En Colombia, su logo fue empleado por el Estado en operaciones militares (caso Ingrid Betancourt), colocando al canal en medio de un conflicto armado.

Detrás de Telesur hay una historia de fracasos e intentos fallidos en el propósito del Sur de tener voz, ojos y oídos propios en el mundo. De la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información (Alasei) queda el nombre y algunas tesis de grado. No le fue mejor al pool de agencias nacionales de información. Ni los países petroleros, con todo su músculo, pudieron mantener su Agencia de Noticias de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opecna).

Con tales antecedentes, el lanzamiento de Telesur fue recibido con escepticismo de un lado y sorna del otro. No pocos huracanes ha soportado el canal. La caída de los precios del petróleo de 100 a 20 dólares el barril; la restauración de la derecha en Brasil, Argentina, Ecuador; la agresión imperialista contra Venezuela desde el Gobierno de Barack Obama hasta el de Donald Trump, son algo más que ondas tropicales. Y Telesur allí, bajo las tempestades.

Esta semana México premió al canal por su cobertura de las migraciones de Honduras hacia EEUU. También se le pudo galardonar por sus trabajos en Libia, Siria, Gaza, los insumisos de España o los chalecos amarillos de Francia. Pero quedémonos en la patria grande y felicitemos a Patricia Villegas y a todo el equipo que, con Mario Benedetti, nos permiten decir que Telesur logró “lo que era un imposible/ que todo el mundo sepa/ que el Sur también existe”.

Periodista / Profesor UCV