Siete chavismos y una metamorfósis
Marco Teruggi|
Las palabras se gastan y a veces es bueno regresar a ellas, interrogarlas. Preguntar, por ejemplo, qué nombramos cuando decimos chavismo. O cuántos chavismos hay en el chavismo. Es necesario descomponer una palabra que usamos a diario, más que una palabra una categoría, donde entran más de veinte años de historia. Hacerlo en particular en épocas como estas, donde el agua se acerca al cuello, las elecciones presidenciales son el round por venir, y necesitamos ganar.
Parto de una certeza: el chavismo es Chávez y más que Chávez, más que un gobierno, un partido, una liturgia, dos mil comunas, dos millones de viviendas, decenas de elecciones casi todas ganadas. ¿Qué es? El chavismo desborda al mismo chavismo.
Acercarse a la respuesta tiene dos movimientos: desarmar por partes para luego volver a unir en un todo. Un ejercicio de análisis para adentrarse en las profundidades de un proceso político que los adversos desprecian y temen, y que muchas veces, en filas propias, es reducido a su dimensión gubernamental. No se puede comprender cómo seguimos de pie, contra las cuerdas o en el centro del ring, sin adentrarnos en los territorios donde se gestan las pasiones chavistas, las subjetividades, formas de organización, relación entre las partes, tensiones que parecen a veces al límite y luego se resuelven. Detrás de la pregunta está la cuestión principal: qué defendemos cuando vamos a elecciones o enfrentamos una violencia diseñada para empujarnos a los disparos.
Son ocho chavismos. Puestos sobre la mesa por partes, que luego se rearman para quedar palabra. Somos nosotros mismos, en ocho entregas y una metamorfosis.
El viejo cuenta cuando le metieron la aguja en el ojo y se le aflojó todo. La imita con el dedo, de lejos hasta casi tocarse. Luego que le rasparon la parte de adentro y pensó que listo, no vería nunca más. A los días la luz pasó de tenue a entera, y ya Cuba no era Cuba sino nuevamente Venezuela, en la parte baja de Mérida, que a veces es Zulia, o también Trujillo, y se conoce como Sur del Lago. Volvió a agarrar el machete, calzarse las botas, andar con la camisa a medio abrir, y a rescatar tierras de manos de los terratenientes. Eso, se sabe, cuesta vida. Más de trescientos campesinos asesinados en dieciocho años. Quitarle poder a quien siempre lo ha tenido desata muerte.
Fue su primera vez en un avión, en una clínica de excelencia, todo fue gratuito. ¿Qué proceso político invierte dinero en los ojos de un campesino viejo? ¿Qué piensa un campesino viejo cuando recupera la totalidad de la mirada que daba por perdida? Fue junto a su compañera y varios contingentes de venezolanos. No se olvida de un solo detalle, tampoco de cómo se rescatan tierra: quince años después sigue ahí, terco con su machete y las botas con barro. El país ha cambiado en ese tiempo, la ola de avances contra la oligarquía se estancó, con un saldo de más de cuatro millones de hectáreas recuperadas y varios debates abierto. ¿Se hicieron productivas las tierras rescatadas? ¿Funcionaron de mejor manera las recuperaciones en manos del Estado o de los campesinos organizados?
Se podrían escribir miles de páginas de historias similares, de las masas de desposeídos que pudieron estudiar, tuvieron atención médica, pasaron de ser excluidos a centro de gravedad de un país, a politizarse, entrar a teatros, oficinas no solo para limpiarlas, a acceder a departamentos nuevos, imaginarios, a ser reivindicados por Chávez, proveniente él mismo de ese territorio histórico. Se trató de una democratización radical, en manos de la gente de a pie. El barrio, los pobres, campesinos, marginados, mujeres, sobre todo mujeres.
Como un dique que reventó, y los perdedores de traiciones de independencia y pactos de élites irrumpieron en la escena. Con pasiones alegres, impactantemente alegres.
La deuda histórica acumulada era inmensa al acceder Hugo Chávez a la presidencia. Falta de salud, acceso a la educación, la vivienda, la cedulación, el agua, la comida, los estragos de la avaricia de quienes condujeron a las mayorías de un un país petrolero a la pobreza. Es falso el mito de la Venezuela feliz pre-Chávez. Esa Venezuela había volado por los aires el 27 de febrero de 1989, y los protagonistas de esos días de plomo y multitud fueron quienes construyeron la columna vertebral del chavismo, su horizonte. Ahí puso Chávez la apuesta estratégica. Y lo primero fue esa deuda, resolverla de manera acelerada: abrir centros de salud, misiones para el estudio, agua para los barrios, comida en los platos.
Reducir la cuestión a lo material es como reducir el chavismo a un gobierno: un error. El proceso generó una revalorización de millones, como personas, historia nacional, popular, forma de vida, color de piel. La dignidad, el orgullo en su mejor sentido, esa fue la potencia que se puso en movimiento, enfrentó el golpe de Estado del 2002, el paro petrolero, permite resistir estos años en que las conquistas materiales -salvo excepciones como las viviendas- ya no avanzan, retroceden, y quienes son mayoritariamente afectados son las clases medias y bajas, centralmente la base social chavista.
El chavismo se configuró como algo propio, identitario, el nombre político de los que siempre estuvieron fuera del juego. Existe una ecuación que pocas veces falla: cuanto más humilde materialmente es un barrio, más chavista es su gente. La clase media emergente fue la primera en alejarse ante los impactos de una guerra diseñada y combinada con errores propios -las clases medias históricas asociaron mayoritariamente su destino al de los ricos miameros. La dimensión del chavismo como identidad, potenciada por el vínculo racional/sentimental con la figura de Hugo Chávez, se construyó por un protagonismo en la conquista de las cosas: no cayeron del cielo.
Lo escucho al viejo. Cuando tenemos sed corta un coco con el machete, convida el agua, cuenta de la producción, de los rescates de tierras que ahora producen maíz, yuca, plátanos, porque de lo que se trata es de democratizar la tierra y darle la productividad que nunca le dieron los terratenientes. El viejo no se ha hecho rico, tiene la piel como cuero, flaco con los músculos tensos, sigue en la de siempre. ¿Quién le quita el ser chavista? Aunque la situación esté difícil, se hayan dado desalojos a campesinos con la complicidad de quienes deberían ser chavistas y ante un monto en dólares se dieron vuelta, o tal vez siempre se acomodaron y nunca fueron. Él mismo es el chavismo.
Son millones como él. La base social dura del chavismo, el mismo chavismo. Que emerge cuando muchos dan la pelea por terminada. Como el 30 de julio del año pasado, cuando más de ocho millones de personas salieron a votar por la Asamblea Nacional Constituyente luego de cuatro mese de acorralamiento violento, donde ser chavista en una zona de clase alta era sentencia de muerte casi segura. ¿Por qué cruzaron ríos para sortear paramilitares e ir a votar? No fue por el gobierno, el partido, ni seguramente por la misma necesidad de cambiar la Constitución, fue por algo más grande, más hondo, una historia, una identidad, fue por uno mismo. La escala de prioridades, valores y capacidad de respuesta, es otra.
Si no se entiende a la clase, su pasado, formas territoriales, económicas, culturales, su manera de hacer política, no se entiende al chavismo. Ahí está la génesis. Y es ahí donde se debe comenzar a recomponer partes de lo perdido, lograr el sentido común otra vez. Porque muchos, en las mismas zonas populares, se han alejado, desafiliado, ingresado al ejército de quienes se levantan cada día para resolver los problemas materiales y dejaron de creer en la revolución como horizonte de posibilidades. No van a otra opción política, vuelven a lo privado, es el repliegue. Producto del desgaste de guerra -es uno de sus objetivos- y de las decepciones con dirigentes del chavismo que reproducen las formas de hacer política contra las que se alzó la revolución: clientelares, monopolistas de la palabra. Es el chavismo contra sí mismo, los muchos chavismos dentro del chavismo. El viejo lo tiene claro.
Chávez ya no soy yo, había dicho Chávez.
Tenía razón.
Recorra cualquier zona popular de Venezuela, urbana o rural, no encontrará ninguna donde no exista alguna forma de organización. No falla. No es casualidad, es una manera de desarrollar la política que estuvo presente desde el punto cero de la revolución. Desde los primeros discursos de Hugo Chávez hasta sus últimas reflexiones, el llamado a la organización fue una constante. Era, junto a la resolución de la deuda histórica, la tarea imprescindible. Más aún, era a través de la organización que se podía dar respuesta a la avalancha de demandas ante las cuales se encontró el chavismo en sus primeros momentos y para lo cual la institucionalidad no tenía capacidad de respuesta.
Se puede construir una genealogía de las formas organizativas hasta llegar a las actuales. Desde las misiones sociales, casas de alimentación, mesas técnicas de agua, círculos bolivarianos, comités de tierras urbanas, fundos zamoranos, consejos comunales, comunas, consejos presidenciales de gobierno popular, hasta los comités locales de abastecimiento y producción (Clap). Cada una de las experiencias respondió a las necesidades materiales y políticas de ese momento, fue parte de un aprendizaje y creación colectiva.
Puestos a ordenar, con el peligro de todo orden en un proceso multitudinario y heterogéneo, se podría hablar de tres momentos. El primero, desde 1999 hasta 2006, marcado el proceso constituyente que puso el tiempo de la refundación nacional, seguido de la resolución de la deuda histórica en agua, salud, educación, cedulación, comida, con el vuelco masivo a procesos organizativos sectoriales/reivindicativos. Para cada necesidad se construyó un proceso de participación. Fue la etapa en que la revolución se enfrentó a los asaltos golpistas de la derecha, que llegó a paralizar la industria petrolera, es decir casi el país.
El segundo momento puede marcarse hasta 2012. Época de derrotas y desvaríos estratégico de la derecha, es cuando Chávez está consolidado en el gobierno, como líder, la economía crece, y aparece el horizonte socialista. Ya no se trata de impulsar experiencias organizativas en clave reivindicativas/sectoriales, sino, a partir de toda esa fuerza acumulada y conteniéndolas, ensayar formas de organización que carguen la potencia de la transición al socialismo. Son centralmente los consejos comunales y las comunas, que deben poner en pie gobiernos de la comunidad en sus territorios.
Finalmente, la etapa actual, aparecida como quiebre con la muerte de Chávez en el 2013 hasta la actualidad. Es un periodo marcado, entre otras cosas, por un asedio de guerra que ha disparado sobre todos los frentes. En ese cuadro aparecieron nuevos ensayos de la transición y el cogobierno, como los consejos presidenciales de gobierno popular, y en la última parte, una centralización en los Clap, una decisión que puede leerse en términos pragmáticos ante la necesidad de dar una respuesta a la urgencia económica, así como bajo el predominio de una mirada política que descree de la posibilidad comunal.
El hilo conductor entre los tres períodos reside en el llamado por parte del liderazgo/gobierno a la organización. En ese proceso permanente se formó una de las dimensiones centrales del chavismo, que es su experiencia de colectiva organización. Hablo de decenas de miles de consejos comunales o de Clap, por ejemplo.
Es una parte esencial de la revolución política, que se adelantó a la económica. Tomaron la palabra pública hombres y mujeres, que nunca habían participado políticamente, ni desarrollado experiencias previas. Se trató de la irrupción democrática de los excluidos, su conformación como sujeto histórico, a la vez que, en ese movimiento, de la emergencia de nuevas formas de la democracia, en particular en las comunas, “expresión de una nueva cultura política”1. Organización, formación, y movilización: la triada revolucionaria, el encuentro entre un llamado y una necesidad. Con una flaqueza: la casi siempre dependencia material de la organización con las instituciones, lo que se tradujo también en dependencia política, en imposibilidad de autonomías necesarias, planteadas por el mismo Chávez. ¿Hasta qué punto es poder el poder popular?
La unidad entre identidad política y procesos organizativos le otorga al chavismo una radicalidad para avanzar y resistir esta época. Así como se puede realizar la genealogía de las formas de organización, se puede investigar qué ha quedado en los territorios, qué predomina en estas circunstancias de adversidades que buscan, ese es su plan, descomponer ese inmenso tejido. Algunas experiencias fueron integradas a otras, en particular a consejos comunales y comunas, otras han regresado por las necesidades, como las casas de alimentación, mientras que los Clap tomaron la centralidad de manera acelerada en las comunidades. No podía ser de otra manera: son una respuesta alimentaria parcial cuando la comida escasea o está a precios inaccesibles. Difícilmente se podrían haber puesto en marcha en esa magnitud sin toda la experiencia anterior acumulada.
Es bueno ir más allá en el análisis y entrar en debate acerca de las perspectivas que cargan diferentes formas organizativas. Los Clap han sido pensados como mecanismos paliativos en situación de emergencia, no como formas de ensayo socialistas en una perspectiva de transición. Eso pueden y deben ser las comunas, que son la territorialización del socialismo, el ensayo de asentarlo sobre gobiernos comunales con capacidad de autogestión, de ser una nueva institucionalidad con capacidad de ejercicio de un poder comunitario y nacional. Una red articulada de comunas cubriendo el país por-venir, más allá de partidos, movimientos, instituciones. Para decirlo al revés: sin desarrollo comunal ¿dónde está el socialismo del siglo xxi? ¿Qué es el socialismo del siglo xxi? Es la pregunta por el proyecto estratégico.
Sin esa organización en constante crecimiento no hay posibilidad de fundar lo nuevo. Es la fórmula Chávez.
Hecho en socialismo. Esa frase impactaba al llegar a Venezuela hace unos años atrás. Estaba en chocolates, yogures, aceites, carteles, con un corazón y la infaltable estrella roja de cinco puntas. En esta última etapa se hizo esquiva, más excepción que regla. No fue la única calificación revolucionaria que se hizo de las cosas: todo ministerio pasó a ser del poder popular, y cada panadería o ruta comenzó a ser, según la palabra, socialista. Chávez lo cuestionó en cadena nacional, nombrar a las cosas de socialistas no las hace socialistas. Y si algo quería construir era una transición al socialismo del siglo xxi. El chavismo debía ser socialista.
No fue así desde un principio, al menos de manera pública. Podría pensarse que se debía a que esa conclusión no estaba presente en él todavía, o porque de lo que se trataba, en la esfera de la palabra política, era de llegar a esa idea de manera colectiva, desembocar en esa necesidad dentro un proceso de masas. El asunto no era que él estuviera convencido, sino que se tratara de un avance popular en esa dirección, una maduración del sujeto histórico, epicentro de la política. Crear el deseo por el socialismo, que nombró por primera vez en el 2005.
Hasta ese momento, y como punto de partida en sus primeros escritos, por ejemplo, el Libro Azul, existían ideas fuerzas, aglutinadoras y movilizadoras. Como la recuperación del proyecto de independencia traicionado, el nacionalismo popular bolivariano, es decir la reivindicación de lo nacional protagonizado por los humildes, con dimensión latinoamericana, la refundación ética de un país desfondado, saqueado por una clase política/empresarial corrupta durante décadas. La bandera tricolor, la boina roja, la autoridad militar, plebeya, la liberación nacional y social en un mismo movimiento. Esas eran líneas de avance, de convocatoria a un país en crisis orgánica con las clases populares en movimiento desde el Caracazo en 1989 y la aparición como rayo de Chávez en 1992.
El asunto, y ahí pueden rastrearse claves socialistas ante de su anuncio, era construir ese proyecto a través de la puesta en marcha de mecanismos centrales: espacios para el ejercicio de la democracia participativa, multiplicación de la organización popular, ensayos de institucionalidades paralelas articuladas al Estado, como las misiones, la conformación de un sujeto político capaz de encarar esas tareas. El centro de gravedad estratégico estaba en las clases populares, en la construcción de un poder popular que tomó diferentes formas a lo largo de los años. El Estado debía recuperar poder/economía, para luego transferirlo a la gente organizada en proceso de aprendizaje del ejercicio del poder. Una arquitectura compleja, virtuosa, ¿posible?, necesaria. Las tramas socialistas aparecieron antes del anuncio del carácter socialista.
No se trataba de salir del orden neoliberal para estabilizar un capitalismo mejor repartido, sino de buscar los caminos para superar el orden del capital. “Esta revolución ha asumido la bandera del socialismo, y eso requiere y exige mucho más que cualquiera otra revolución, hubiéramos podido quedarnos en una revolución nacional, pero detrás de esos términos muchas veces indefinidos se esconden planteamientos que terminan siendo reformistas, de derecha, que terminan aplicando el programa gatopardiano”, explicaba Chávez.
La definición del 2005 coincide con la formulación de los consejos comunales, seguido de las comunas. Chávez traza la vía comunal al socialismo, que significa reconstruir un nuevo Estado sobre la base del poder político, cultural y económico de las comunas. Lo dejó por escrito: el Estado burgués debía ser pulverizado, y para eso redactó un plan con pasos. Significaba edificar otro, sobre claves participativas y autogestionarias, en paralelo a la democratización del Estado heredado, una clave de análisis de István Mészáros. Un socialismo desde abajo, endógeno, como lo definió.
Esa propuesta socialista de Chávez estuvo en tensión con otra, que no fue formulada abiertamente. Se puede resumir en algunas ideas fuerza: la centralidad debe recaer sobre el Estado, protector y actor/sujeto principal del proceso, las formas de organización popular deben subordinarse a las instituciones y abarcar áreas limitadas y controladas, desde esa fuerza estatal se deben hacer acuerdos con empresarios de la vieja guardia o emergentes, apostar a la creación de una burguesía nacional, sea externa o proveniente de las mismas filas del chavismo. Un socialismo de Estado en la frontera con la idea de un capitalismo con redistribución de riquezas, sin remoción de cimientos.
Se puede aterrizar este debate en políticas concretas. Así lo hizo Chávez, en cadena nacional, como pedagogía de masas y para su gabinete: “El patrón de medición -dice Mészáros- de los logros socialistas es: hasta qué grado las medidas adoptadas contribuyen activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo sustancialmente democrático, de control social y autogestión general”. La forma de construir desde la institucionalidad es diferente si el objetivo es una gestión eficiente del Estado, o si, junto con eso, el avance es hacia la recuperación del poder en mano de las comunidades organizadas y la puesta en marcha de una nueva estatalidad. El sujeto de la revolución no es un ministro, un alcalde, sino las clases populares en proceso de organización dentro de una estrategia de poder.
Chávez planteó entonces el socialismo del siglo xxi, comunal, feminista, con el desarrollo de formas sociales de propiedad sobre los medios de producción, que deben convertirse en hegemónica. Dejó años de ensayos en esa dirección, en lo político, económico, cuyos balances son una deuda pendiente.
Los varios chavismos en el chavismo miraron ese proyecto desde su heterogeneidad, y, desde el 2014, una situación económica contra las cuerdas. La revolución se encontró en encrucijada, con dos caminos posibles: una respuesta de defensa y conservación, con posibles retrocesos de conquistas, cercana a la visión históricamente alejada de la vía comunal. La otra, de profundización de los cambios iniciados, con, por ejemplo, la “ampliación de los campos de acción y decisión del poder popular”1. Las dos posibilidades son guías para pensar la mirada predominante al interior del chavismo -¿cuál chavismo?- donde parece haberse optado por la primera opción, fortalecer el acuerdo con el empresariado y desandar la apuesta comunal.
Es un rio revuelto la historia en el presente. Los análisis, como los actores, tienen deseos, intereses, tensiones de clase que conviven al interior del mismo chavismo que se mantiene unido. ¿Dónde está el socialismo? Lejos, expresado en experiencias concretas territoriales que cargan esa potencia, en disputa como proyecto al interior de los chavismos, amenazado por la asfixia impuesta por la guerra de desgaste y por las tendencias burocráticas que descreen del sujeto histórico y creen en. ¿En qué creen?
El chavismo será socialista o no será.