Santiago Maldonado: la verdad tarda pero llega…
Juan Guahán-Question latinoamérica
La desaparición de Santiago Maldonado puso sobre el escenario largos dolores de los que nuestro pueblo tiene trágica memoria. Las características del hecho y la carátula “desaparición forzada” colocaron al Estado en el lugar del crimen. Daba la impresión que nos encaminábamos hacia un nuevo abismo de oscuridades, con profundos silencios que nos provocaban un estruendo en el alma y altisonantes ruidos que no podían disimular el vacío interior que producían.
Sin embargo parece que esta vez sabremos, más temprano que tarde, buena parte de la verdad de lo acontecido.
Las circunstancias electorales pueden oscurecer la respuesta inmediata pero las evidencias alumbran la posibilidad que, superada esta instancia institucional, nos aproximemos a la verdad.
Cuando todas las fuerzas políticas tenían ordenada su agenda electoral, para ponerle un broche final a la campaña electoral con vista a las elecciones de hoy, aparecieron circunstancias que introdujeron dudas y sembraron grandes confusiones.
Son muchas las voces que se escuchan y que colocan a la Gendarmería en el centro de los sucesos acontecidos en los últimos días. Pero… ¿qué es la Gendarmería? Ante todo es una fuerza de seguridad que forma parte del sistema estatal. Para ser más claros: es parte del Estado. Su fama tradicional descansa en el hecho de ser la fuerza encargada de vigilar el duro espacio de las fronteras.
En las últimas décadas, digamos que después de la Guerra de Malvinas, su crecimiento fue meteórico.
Ello se dio en todo el concierto nacional. ¿Porqué? Después de Malvinas y desde los propios Estados Unidos surgieron las voces que desconfiaban de la lealtad de las Fuerzas Armadas a su proyecto imperial. La pregonada política de promover el control territorial bajo el mando de las Fuerzas Armadas perdió vigencia. Los encargados de ocupar ese espacio serían las Fuerzas de Seguridad, particularmente la Gendarmería. Así fue como ésta creció y creció hasta ocupar el lugar central en la vigilancia de todo el territorio nacional.
Esos avances motivaron, según algunos observadores, el celo de otras fuerzas de seguridad y aumentó su peso a los ojos del poder político. Pareciera que los últimos hechos del tema Maldonado no están ajenos a estas consideraciones. Ya sea por el mencionado celo o para dejarle un mensaje al poder político, ante la posibilidad que se los “abandone” en las consecuencias del tema Maldonado.
Parece una actitud más propia de mafias que de aparatos del Estado.
El actual poder político tiene una parte de su futuro apostado a la relación con la Gendarmería, tal como lo reconoció en su momento la alicaída Ministra Patricia Bullrich. Como un ejemplo digamos que los hilos de la cuestión Nisman parten de un manojo que está en manos de los peritajes de Gendarmería.
Por todo ello es vital que el cuerpo hallado, hace pocos días en la orilla del Río Chubut, “hable” con toda la contundencia que las circunstancias demandan. El especialista en Criminalística Enrique Prueger no tiene dudas: si hubiera estado en el río 78 días, el cuerpo estaría muy degradado y no se hubieran podido extraer huellas dactilares. Y va más allá: “Santiago Maldonado no murió el 1 de agosto”
Nadie puede ignorar que, más allá de estas cuestiones coyunturales, la razón de fondo que está en la raíz de lo que pasó con Santiago Maldonado sigue siendo la cuestión de la tierra. La misma causa que motivó la llamada Campaña al Desierto de Julio Argentino Roca, jun genocidio del siglo XX.
Es bueno que la sociedad no baje los brazos para que el Estado responda por este crimen y evitemos que la impunidad de este hecho contribuya a su reiteración. La responsabilidad del Estado no se limita a alguna falta de colaboración o interferencia en la investigación.
Ella tiene que ver con el hecho que la acción represiva sobre Santiago Maldonado habría sido hecha fuera de la ley. La Gendarmería tenía autorización legal para despejar la ruta, pero no para internarse en otros territorios. La ministra de Seguridad Patricia Bullrich y su funcionario Pablo Noceti lo saben y deben estar más que preocupados.
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“Reconocimos los tatuajes, estamos convencidos de que es Santiago”
Con esa frase reconoció Sergio Maldonado este viernes que el cuerpo hallado en el Río Chubut es el de su hermano, quien se encontraba desaparecido desde el 1° de agosto luego de la represión de Gendarmería a una protesta de la comunidad mapuche. “Esto no quita que el responsable es Gendarmería, seguiremos investigando para que se encuentre la verdad”.
“Lo único que se hizo ahora es recién presentar el cuerpo, partir de ahora empieza la autopsia, en unos días ya va a esta el resultado final con la muestra de ADN y la confirmación real”, agregó. “A partir de ahora lo que les vamos a pedir es que tengan respeto con mi familia, con nosotros, porque necesitamos estar más tranquilos”.
Pudimos mirar el cuerpo, lo que reconocimos fueron los tatuajes de Santiago, estamos convencidos de que es Santiago”, indicó esta tarde su hermano Sergio. “Esto no quita de que el responsable es Gendarmería, por lo cual nosotros seguiremos investigando para que se sepa la verdad, y tener justicia”, finalizó Sergio Maldonado.
“A partir de ahora lo que les vamos a pedir es que tengan respeto con mi familia, con nosotros, porque necesitamos estar más tranquilos”, concluyó.
Los ojos
Jorge Elbaum|
Nosotros queríamos que vean sus murales, sus dibujos hechos con palitos en la tierra pedregosa de Chubut, que se tomen el tiempo para ver cómo hacía pacientemente sus tatuajes sobre la piel desnuda. Queríamos que sepan que él estaba emparentado con las causas chiquitas de pueblos dolidos y estábamos desesperados por hacer visible aquello que no se ve en los monitores ni en las letras borrosas de varios periódicos. Eso que sólo puede apreciarse en la luz que se dibuja en los charcos de agua, alguna mañana: que el pibe no andaba por ahí para salir en la foto.
Muchos buscábamos palabras debajo de todas las cosas, en los rincones, en la memoria de otras décadas, para poder poner en evidencia que Santiago andaba con sujetos vulnerables, cuyas inmensas y peligrosas posesiones eran sus identidades, sus palabras, sus enojos y sus tierritas reivindicadas. Llegó un momento en que nos empezamos a desesperar por transmitir la obviedad de una historia que hace de policías, gendarmes y prefectos los grupos de tareas adiestrados nuevamente contra los humildes. Ahí fue que nos obstinamos en ejemplificar analógicamente que no es posible culpabilizar por la violación a una mujer por la simple utilización de una falda cortita: que acompañar a los que exigen, a los que demandan, a los que se expresan, no podía originar la pena de muerte.
Nosotros queríamos que mirasen sus rastas pero sin dejar de mirar sus ojos. Que hubiesen tenido el coraje de enfrentarse a su proyecto vital colmado de noches inmensas, veranos de mar, fueguitos cordilleranos y sonrisas cómplices. Que lograsen sentir la compasión orientada a la pureza del tipo que se solidariza con los más necesitados, que pudiesen conmoverse con un pibe que no se desespera por entrar a empujones en los palacios lustrosos, donde se mercantilizan voluntades, para congregar razones ordenaditas de odio y dinero. Nosotros queríamos que advirtiesen lo evidente, lo que hay oculto hoy entre brumas catódicas y los discursos cínicos, apurados por la marcha de uniformes blindados, con augurio de violencias. Por eso nos desesperábamos para que supiesen identificar a quiénes están allá, del otro lado del río: los aceros del extractivismo, los terratenientes devotos de empresarios/gobernantes, los inversores que compran tierras con artificios financieros garantizadas por manejos neoliberales y pagaderos por la sociedad toda.
Nosotros estábamos ilusionados con transmitir la evidencia de que Santiago acompañaba a quienes descienden de las víctimas de las “Campañas al desierto”. Que fue a abrazarse con los nietos de los fusilados de la Patagonia trágica. Que escoltaba a los mapuches porque desconfiaba de las lógicas miserables y crueles instaladas en nombre de las sacrosantas verdades del mercado. Nosotros estábamos ilusionados con la posibilidad de identificar, de señalar, a los pretorianos perseguidores de toda ternura, armados una y otra vez –hasta los dientes– en nombre de sus brutales razones de meticulosa eficiencia. Nosotros queríamos transmitir –como un virus protector– su esperanza en la fraternidad, su indignación, su sensibilidad ante el crujir de los otros, su rechazo a todas las formas encargadas de triturar ilusiones.
Queríamos que sea él quien nos haga el tatuaje de una estrella en cada ojo para poder mirarnos con un poco más de ternura y esperanza. Pero, lo que más queríamos, lo que más esperábamos, era que estuviese vivo.