Salud mental, la eterna “locura” del capitalismo

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Eduardo Camin|

Para informar la gestión de Covid-19, es vital comprender el efecto socioeconómico de las políticas utilizadas para gestionar la pandemia, que inevitablemente tendrá graves efectos sobre la salud mental al aumentar el desempleo, la inseguridad económica y la pobreza.

A fin de proteger el bienestar de los trabajadores durante este periodo de crisis y cambios, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó una nueva guía dirigida a los empleados, empleadores y gerentes denominada Gestionar los riegos psicosociales relacionados con el trabajo durante la pandemia de COVID-19.

La guía abarca diez ámbitos de acción, durante el confinamiento y al regreso al lugar de trabajo. Contiene orientación sobre la manera de organizar el espacio físico en el lugar de trabajo, incluyendo la disposición y los puntos de exposición a los agentes peligrosos; la forma de evaluar el volumen y la distribución del trabajo en el contexto específico de la COVID-19.

Indica cómo abordar la violencia y el acoso; y de qué manera un liderazgo firme y eficaz puede tener un impacto positivo sobre los empleados. Además, explica a los trabajadores cómo protegerse a sí mismos del despido injusto en situaciones en las que se rehúsan a trabajar por miedo a que su salud o su vida puedan estar en peligro.

Manal Azzi, especialista principal sobre Seguridad y Salud en el Trabajo, señalaba que “Con un número tan alto de trabajadores que sufren las consecuencias psicológicas de la pandemia, la salud mental no puede seguir siendo un tabú. (…) “Enfrentados a este impresionante nivel de incertidumbre, los trabajadores pueden experimentar cambios de humor, baja motivación, fatiga, ansiedad, agotamiento y hasta ideas suicidas.

“También pueden producirse una serie de reacciones físicas, como problemas de digestión, alteración del apetito y del peso, reacciones dermatológicas, cansancio, enfermedades cardiovasculares, trastornos musculo-esqueléticos, dolores de cabeza y otras molestias y dolores. Además, puede llevar a aumentar el uso de tabaco, alcohol o drogas como una manera enfrentar el estrés”, añadía.

Pasar por esta pandemia es difícil. Muchos de nosotros no han vivido nunca esta situación. No contamos con normas, experiencia o modelos a seguir. Es por esto por lo que disponer de unas directrices y hablar de salud mental en el lugar de trabajo es vital para romper el tabú.

Patologías de una vieja/nueva “normalidad”

El teletrabajo se ha convertido en parte de la nueva normalidad. Ha sometido a los trabajadores a nuevas tensiones, ya que se encuentran aislados o tratando de conciliar las responsabilidades profesionales y familiares, o perciben que las fronteras entre la vida profesional y personal no son nítidas cuando trabajan a distancia. El fenómeno ha sido tan repentino y masivo que ninguna norma de teletrabajo ofrece una protección adecuada para este nuevo espacio de trabajo.

Los trabajadores que están en la primera línea, como los de la salud y los de servicios de urgencias, pero también aquellos involucrados en la producción de bienes esenciales, la entrega a domicilio y el transporte, o los que se ocupan de garantizar la seguridad de la población, también enfrentan muchas situaciones estresantes a causa de la pandemia.

En estos últimos meses, han tenido que soportar un aumento de la carga de trabajo, jornadas laborales más largas, poco tiempo descanso y el temor constante de infectarse en el trabajo y transmitir el virus a los familiares o amigos.

Además, muchos temen perder su empleo. Despidos masivos están afectando todos los sectores de la economía. El desempleo está en los niveles más altos desde la Gran Depresión, no es de extrañar que todos sintamos inseguridad respecto al futuro. Si no son evaluados y gestionados de manera apropiada, estos riesgos psicológicos pueden desencadenar o agudizar la ansiedad y transformarse en problemas de salud mental reales.

A medida que la pandemia sigue presente en nuestras vidas, los expertos hablan, y hacen hincapié cada vez con más frecuencia, en la pandemia de la Salud Mental que generará el confinamiento y esta crisis de salud pública. Los efectos psicológicos, sociales y neurocientíficos del Covid-19 están siendo explorados en las diferentes partes del mundo.

Aún antes que el término Covid 19 entrará en nuestro vocabulario, el agotamiento, el estrés y la ansiedad eran problemas críticos en el lugar de trabajo. Obviamente, con la pandemia las cosas han empeorado mucho. Durante los últimos meses, numerosos trabajadores se han sentido impotentes ante los cambios profundos que han experimentado.

La salud mental, pandemia del capitalismo

Dado que la situación de aislamiento social obligatorio por el Covid-19 pone sobre la mesa la salud mental, sus patologías y cómo abordarlas, seria necesario aportar al debate desde una perspectiva clasista que contemple integralmente estas problemáticas.

¿Cómo se percibe a la salud mental? Es cierto que la mayoría de los trastornos y/o desórdenes mentales no son fácilmente notables, visibles. No poseen los síntomas físicos claros y universales de las enfermedades conocidas como tales, como la tos o la fiebre de una gripe, o marcadores bioquímicos certeros, como los virus.

Si las personas con estos padecimientos no hablan, o su entorno social no toma nota de la situación – que sí presenta indicadores y síntomas propios- , el problema es ignorado y, por lo tanto no es tratado en conjunto con un profesional, a tiempo.

Esto se ve acompañado por la construcción de prejuicios alrededor de las patologías mentales, que van desde el miedo hasta el negacionismo. Prejuicios que se construyen y refuerzan cuando desde ninguna institución, se brinda información científica y clara sobre la problemática, y que se profundizan junto con el problema mismo cuando no se accede a atención psicológica gratuita.

Muchas veces, esta situación se condensa en un círculo vicioso cuando la patología produce exclusión social, y es acompañada por la desesperanza, el miedo, y puede llevar a la autoagresión, y hasta al suicidio. Según la Organización Mundial de la Salud, cada 40 segundos, una persona se quita la vida.

Los aparatos ideológicos del sistema construyen un ideal de deseo exigente e insaciable, mientras que, a través de los años, sobre todo con la avanzada del neoliberalismo, se redujo el nivel de vida de les trabajadores y se condenó a la juventud a la precarización laboral. El consumo de psicofármacos, la inestabilidad mental, la ansiedad, la depresión, la intolerancia al duelo, la frustración y el estrés laboral son consecuencia de todo esto.

Esto no es casualidad ni culpa de un virus: en todo caso, el virus es el capitalismo voraz, deshumanizante, que durante todas sus crisis intentó salir de ellas pasando por encima de las clases mas desprotegidas, reduciendo la calidad de vida de los de abajo, la estabilidad socioeconómica, y por ende, la estabilidad mental de las personas.

Existe un mandato de felicidad construido en el seno del capitalismo neoliberal, potenciado por el posmodernismo adaptado, en el que la felicidad se consigue sólo desde la individualidad. Un mandato de felicidad irrealizable, fantasioso, y meritócrata, que puede responder a los ideales burgueses (tener casa, hijos, auto y perro), o a una fantasía posmoderna de felicidad por fuera de la sociedad (vivir solo en la montaña y cultivar su comida).

La obligación de productividad, los horarios laborales que se distorsionan, y por supuesto, el desempleo, particularmente en este contexto. La salud mental de les trabajadores no tiene absolutamente ninguna importancia para los patrones.

Esta sociedad capitalista deshumanizó, enajenó e hizo desaparecer la diferencia entre tiempo de trabajo y espacio de ocio, relaciones sociales y vida privada, creatividad y productividad, las necesidades humanas y la seguridad propia, al servicio de la valorización del capital, en perjuicio del bienestar de las personas.

Los movimientos sociales chilenos, acuñaron en sus paredes, una de esas frases que ilustra bien la situación: “No es depresión, es capitalismo”. Esto no significa que las patologías como tales no existan, y que el sufrimiento que generan no sea real. Romper con los mitos negacionistas implica aceptar que el problema existe, y ver cómo se debe analizar desde una perspectiva clasista.

Por lo tanto, las problemáticas de salud mental no son ajenas al sistema, por el contrario, son propias de él, son sistémicas. Vivimos en un sistema excluyente, por consiguiente las medidas de atención y contención de estas patologías son también excluyentes: El acceso a atención psicológica, tratamientos adecuados, incluso las internaciones, se estratifican como en todo el sistema de salud en general.

Estos problemas aquejan especialmente a los sectores populares, a la juventud, a los trabajadores. Por tanto, deben ser abordados como tal, sin negacionismos ni infantilismos. Tiene que ser una preocupación de toda la sociedad y no sólo de quienes la padecen y de les trabajadores de la salud.

El sistema capitalista es un sistema deshumanizador, que reprime y expulsa a los individuos que no le son útiles; que carga sus mecanismos desde el poder, que intenta perpetuarse a través de una maquinaria social que se alimenta de contradicciones.

Desgraciadamente miles de personas se suicidan cada año, y otras tantas sufren de enfermedades mentales que están relacionadas no sólo con la estructura económica del capitalismo sino también con su propia esencia represiva.

Queda mucho camino por recorrer. Se necesita un abordaje clasista de la salud mental, que permita una mirada integral sobre la problemática. El capitalismo genera padecimiento y niega las posibilidades de tratarlos adecuadamente. Será necesario lograr una sociedad más justa, donde la salud y el bienestar sean verdaderamente derechos universales.

*Periodista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)