Salir cojeando de Afganistán

277

IMMANUEL WALLWERSTEIN| Los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos parecen tratar de gritar más fuerte que el otro en lo que concierne a Irán, Siria, e Israel/Palestina. Cada uno de ellos alega que hace más por respaldar los mismos objetivos. ¿No resulta entonces extraño que al momento no haya tal contienda verbal en lo que concierne a Afganistán?
No hace mucho fuimos testigos del mismo juego demócrata-republicano en torno a Afganistán. ¿Cuál era el partido más macho? Recuerden el concepto de que una “oleada” de tropas podría ganar la guerra, un concepto que el presidente Obama abrazó en su discurso ante la academia militar estadunidense en diciembre de 2009. Ahora, repentinamente, desde marzo de 2012, parece haberse convertido en un tema que nadie quiere impulsar en voz demasiado alta.

Hay explicaciones simples. En la guerra más larga que Estados Unidos ha emprendido, la guerra en Afganistán, tiene muy poco de valioso que mostrar. El enemigo designado, los talibanes, constituyen una fuerza con mucha capacidad de recuperación, particularmente en áreas pashtunes, por supuesto, que juntas constituyen la zona étnica más grande del país.

Estados Unidos, casi con una mano, impuso a Hamid Karzai, un pashtún, pero no un talibán, como presidente de Afganistán. Karzai no era, no es, apreciado por líderes de las otras zonas étnicas en el norte y el occidente del país, que han intentado derrocarlo por años. Estos otros grupos encuentran respaldo en algunos poderes externos: Rusia, Irán e India, todos ellos decididos, al igual que EU, a impedir el retorno del poder de los talibanes. Pero Estados Unidos no va a trabajar con Irán, duda de si lo hará con Rusia y no parece coordinarse con India.

En febrero de 2012, algunos Coranes fueron quemados por soldados estadunidenses, lo que condujo a violentas protestas públicas en Afganistán. Luego 16 niños mujeres y hombres fueron masacrados por un soldado estadunidense. Estados Unidos se disculpó por ambos acontecimientos, pero eso a penas calmó la tormenta. El 18 de marzo, el presidente Karzai denunció a los estadunidenses en Afganistán como “demonios” involucrados en “actos satánicos”. Dijo que Afganistán estaba acosado por dos demonios –los talibanes y los estadunidenses.

El New York Times citó a un diplomático europeo anónimo: “Nunca en la historia ha gastado tanto dinero una superpotencia, ni ha enviado tantas tropas a un país con tan poca influencia sobre lo que dice y hace su presidente”.

Tratando de salvaguardar su posición un poco, EU comenzó a retirarse. En febrero el secretario de la Defensa, Leon Panetta, dijo Estados Unidos se retiraría de su rol de combatiente no hacia finales de 2014 como se planeó originalmente, sino a mediados de 2013. A principios de abril, fue más allá. Anunció que entregaría el control de las misiones con operaciones especiales (como el uso de drones y ataques nocturnos) a fuerzas afganas. Las tropas de EU ahora jugarían un rol sólo de “respaldo”.

El primer ministro afgano Zalmai Rassoul no sonaba agradecido al anunciar que, una vez que las tropas estadunidenses y de la OTAN se fueran en 2014, Afganistán no permitiría que su territorio se convirtiera en plataforma de ataques con drones contra Pakistán.

Los paquistaníes asestaron un jab a Estados Unidos. El 12 de abril, el parlamento aprobó “unánimemente” una lista de condiciones para mejorar las relaciones Estados Unidos-Pakistán y reabrir las rutas de abasto de la OTAN a Afganistán. Entre las condiciones incluyeron el cese a los ataques con drones en territorio paquistaní y una “disculpa incondicional” por matar a 24 soldados paquistaníes en un ataque aéreo de la OTAN en noviembre de 2011. Estados Unidos se resiste a estas condiciones. Pero dado que ahora es clara la divergencia en los objetivos de política de Estados Unidos y Pakistán con respecto a Afganistán, no queda claro que EU pueda ganar.

El 4 de abril, Lawrence Korb, secretario adjunto de Defensa en el gobierno de Reagan, publicó un artículo: “Es tiempo de permitirle a Karzai que nos saque a patadas”. Korb argumentó que desde 1945 Estados Unidos ha sido “mucho mejor para empezar guerras que para terminarlas satisfactoriamente”. Apuntó lo que consideraba una pérdida innecesaria de vidas en los últimos dos años de las guerras de Corea y Vietnam.

La excepción, argumentaba, era Irak, donde Estados Unidos se retiró porque “el primer ministro iraquí Nouri Al-Maliki no dejó opción”. Y vitoreó: “En Irak el gobierno estadunidense tuvo suerte”. Su conclusión: Justo como Al-Maliki nos forzó a hacer lo correcto, debemos permitirle a Karzai asumir el control del país tan pronto como quiera”. Korb es una analista republicano conservador, que piensa que Estados Unidos obtiene una máxima ventaja por ser forzado a retirarse de Afganistán lo más pronto posible.

Korb no está solo. La encuesta del Washington Post/ABC News del 12 de abril, muestra que sólo 30 por ciento de la población dice que la guerra vale la pena lucharla, y es más notable que, por vez primera, una mayoría de republicanos concuerde en que no vale la pena. Dos cosas están ocurriendo en términos de la opinión pública. Primero, los afganos no parecen saludar los esfuerzos estadunidenses ni sus pérdidas militares. Más bien lo contrario. El machismo está cediendo lugar en EU ante la postura de una retirada después del rechazo. Además, los costos de la guerra son astronómicos en un momento en que Estados Unidos, y particularmente los republicanos conservadores buscan reducir gastos drásticamente.

Mi predicción: Obama seguirá el consejo de Korb.