Reencontrar el hilo interrumpido

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Reinaldo Iturriza | 

Puede que Chávez haya inventado la democracia del siglo XXI, para emplear la expresión de William Ospina (1). Si tal afirmación parece equívoca en estos tiempos es porque lo correcto, una vez más, es caminar a contracorriente.

Forjadas en la lucha contra dictaduras militares, las fuerzas políticas democráticas del siglo XX quisieron ser civilistas y representativas. Gobernaron conforme a las reglas establecidas en un pacto de elites, al servicio del capital (fundamentalmente orientado al mercado internacional) y subordinadas a los intereses del imperialismo estadounidense.

El chavismo irrumpe en escena una vez que aquel pacto de elites ha entrado en crisis terminal, hacia finales de los 80 y comienzos de los 90, crisis a su vez directamente relacionada con el profundo impacto económico y social que tendrá el fin de la fase de expansión material del ciclo de acumulación del siglo petrolero venezolano, como lo ha definido Malfred Gerig (2), durante la década de los 70.

El fin de siglo será testigo de una alianza de fuerzas civiles y militares que plantea que ha llegado el momento de la democracia participativa y protagónica. La revolución bolivariana se caracterizará por su orientación nacional y popular, incluso cuando se incline por la vía socialista (no será nunca un socialismo cipayo). Aunque deberá enfrentar la violenta oposición de las elites desplazadas del poder político, tanto la fortaleza de esta alianza como su orientación, que le garantizará el decidido respaldo de las mayorías populares, hará posible transitar la vía pacífica y democrática.

Justo esto último es lo que destaca Ospina en el artículo que escribe tras la muerte del presidente Chávez: “qué alto sentido de respeto por los conciudadanos el de un país que aun en medio de las más borrascosas diferencias de opinión no se hunde en la violencia sectaria y en el baño de sangre que ha caracterizado cíclicamente a algunos de sus vecinos. Venezuela vive hace quince años, no en la polarización, como afirman algunos, sino en la apasionada politización que caracteriza los momentos de grandes transformaciones históricas”.

Es cierto que, en líneas generales, la permanencia de Chávez en el poder coincidió con una nueva aunque breve fase de expansión material del ciclo de acumulación de capital en Venezuela, pero no se trató de una simple y afortunada coincidencia, a despecho de quienes pretenden explicar el período recurriendo al manido tópico de la abundancia de petrodólares.

Brevísima digresión: es incalculable el perjuicio hermenéutico producido por el abuso del referido tópico, al punto de haberse convertido en uno de los más serios obstáculos epistemológicos para comprender la experiencia Chávez.

Hubo fortuna, pero también virtud, como ha escrito el brasileño André Singer a propósito de Lula da Silva, en su extraordinario análisis sobre el lulismo (3). Virtud y fortuna. Entre las virtudes de Hugo Chávez en la Presidencia, pueden destacarse dos de ellas: por una parte, la democratización en la distribución de la renta para comenzar a saldar la enorme deuda social, lo cual supone, fundamentalmente, la decisión de modificar sustancialmente la política redistributiva, antes que la disponibilidad de recursos abundantes, contrario a lo que se afirma con frecuencia; y por otra parte, la decisión de introducir cambios estructurales en lo económico, creando paulatinamente las condiciones para pasar de una economía rentista a una de tipo productivo.

Apuntaba Ospina, refiriéndose al proceso bolivariano: “nadie puede ignorar la importancia de lo que ocurre, nadie puede ignorar la enormidad de los problemas urgentes que ha enfrentado, la enormidad de las soluciones que ha intentando”. La “magnitud histórica” de todo esto consistía en haberse “cumplido en un clima de paz, de respeto por la vida, en el marco de unas instituciones, y atendiendo a altos principios de humanidad y de dignidad”.

Es igualmente cierto que diez años después de aquellas palabras, el clima político imperante es el de una desapasionada “despolarización”, lo que guarda relación con el fin de la breve fase de expansión material que acompañó a Chávez, pero sobre todo con el colapso societal que le sobrevino. Un colapso que afectó de manera muy grave y principalmente, como era harto predecible, las condiciones de vida de las clases populares, pero también, de forma muy regresiva, los cimientos de la economía, la manera de hacer política, las conquistas culturales de comienzos de siglo (recuperación de la dignidad nacional, del orgullo de clase, etc.) y el posicionamiento geopolítico del país.

Quizá no haya precisión más importante que la siguiente: dicho colapso está muy lejos de ser una fatalidad histórica. No existe tal cosa como una falla de origen en el proceso bolivariano, en razón de la cual se habría producido tal desenlace inevitable, como lo postula cierta historiografía. Antes al contrario, el colapso obedece a la traumática y dolorosa interrupción del fascinante experimento democrático liderado por Hugo Chávez.

Por supuesto que es necesaria y, más que esto, decisiva la discusión franca sobre las múltiples causales de dicha interrupción y la diversidad de agentes intervinientes, sobre su mayor o menor responsabilidad o peso, sobre el orden en que ocurren los hechos, etc.

Lo que no podemos permitirnos, a mi juicio, es actuar como si tal interrupción no se ha consumado. Es nuestra responsabilidad no transigir con la posición de quienes, para decirlo con Ospina, pretenden ignorar la importancia de lo que hemos hecho, la enormidad de los problemas que hemos enfrentado y de las soluciones que hemos intentado.

Resulta intolerable, por ejemplo, la ligereza con la que el antichavismo se refiere al infructuoso intento de sentar las bases de una economía productiva, reclamándole “a Chávez no haber hecho plenamente en diez años esa siembra y esa diversificación que ellos no intentaron en 50”, como recuerda el escritor colombiano. Eso en el mejor de los casos, porque con frecuencia aquel señalamiento es reemplazado por la remanida retórica anticomunista, pletórica de referencias a las pretendidas violaciones a las sagradas libertades económicas que estarían en el origen de la actual situación.

En cuanto al oficialismo, no faltará quien afirme que el país continua transitando al socialismo, muy a pesar de que, dado que no ha quedado otra alternativa, haya debido adentrarse en el laberinto del monetarismo más ortodoxo. Hay casos peores, a los que no vale la pena referirse aquí.

Puede que Hugo Chávez haya dejado infinidad de pistas para que, en caso de extravío, pudiéramos encontrar una salida: “Nosotros estamos luchando para derrotar la inflación, y la derrotaremos. Pero no a costa del hambre de los trabajadores, no a costa del hambre del pueblo” (4). Pero también puede que eso no sea suficiente. Antes que Ariadna, Chávez fue Teseo. Pero no Teseo el héroe mitológico. Si Chávez fue capaz de salir del laberinto, es porque siempre fue parte de un Teseo colectivo. Hoy, ese Teseo debe reencontrarse con el hilo interrumpido.

Notas

(1) William Ospina. Chávez: una revolución democrática. El Espectador, 9 de marzo de 2013.

(2) Malfred Gerig. La Larga Depresión venezolana: economía política del auge y caída del siglo petrolero. CEDES – Editorial Trinchera. Caracas, Venezuela. 2022.

(3) André Singer. Os sentidos do Lulismo. Reforma gradual e pacto conservador. Companhia das Letras. Sao Paulo, Brasil. 2012.

(4) Hugo Chávez Frías. Acto con motivo del Día Internacional del Trabajador. Caracas, Venezuela. 30 de abril de 2008.

*Sociólogo. Autor de los libros: 27 de febrero de 1989: interpretaciones y estrategias (2006); El chavismo salvaje (2016); Con gente como esta es posible comenzar de nuevo (2022). Libros inéditos: Política de lo común; Chávez lector de Nietzsche. Escritos para atravesar el desierto.