Por qué no hay default en Venezuela

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Alfredo Serrano Mancilla-Telesur

Después de haber sido imposible demostrar que Venezuela tiene incapacidad de pago frente a la deuda externa, la oposición ha decidido atacar por la vía de la deuda interna con acreedores internacionales que operan en territorio nacional. Abusando de su posición dominante en la prensa hegemónica mundial, se han dedicado juiciosamente a generar un escenario tenebroso en el que la escena central gira en torno al miedo al default. El nudo gordiano del artículo de los profesores venezolanos residentes en Harvard fue simple: hacer creer que Venezuela no tiene recursos para pagar sus deudas, y en consecuencia, esa sensación instalada tendría un efecto negativo en contra de los venezolanos pero muy positivo para los especuladores.

¿Por qué? Cuando un tecnócrata-experto-economista de gran apoyo y eco mediático afirma que un país no tiene recursos para pagar (lo puede hasta inventar), entonces, aquellos compradores (lectores-seguidores de estos gurúes económicos) de esa deuda exigen una mayor rentabilidad en cuanto a la tasa de interés por el supuesto alto riesgo que asumen. Así los bonos venezolanos se encarecen obligando a destinar más fondos públicos a amortizar mayor tasa de interés en detrimento de otros menesteres sociales o productivos. Esto es lo que se llama mercado o economía de casino en el que cada partida de juego siempre favorece a los buitres. La estrategia se basa en la construcción de un circulo vicioso.

Primero, alguien lanza la piedra y esconde la mano, esto es, actúa como detonante. Tal es el caso de las primeras palabras de cualquier artículo-bomba, como por ejemplo comienza el citado artículo:“¿Hará default Venezuela? Los mercados temen que sí”. Segundo, una buena orquesta coral y mediática continúa repitiendo la misma música hasta que, al mejor estilo del propagandista nazi Goebbels, se consigue que “una mentira repetida mil veces se convierta en verdad”. Y tercero y último, los grupos económicos (también llamado eufemísticamente mercados) hacen la suya al exigir mayor tasa de interés por comprar un bono venezolano supuestamente con alta probabilidad de impago. Así se cierra el circulo auto profético: “se cumple aquello que se preveía gracias a que realmente se hizo todo lo posible para que así sucediera”.

Lo paradójico es que después de dos meses de tal artículo apocalíptico el default venezolano sigue sin llegar. Tan inexistente es tal default que incluso el propio diario español El País detrás de un titular sensacionalista (“Venezuela paga la deuda externa pero mantiene la de los acreedores locales”) acaba admitiendo que: “la deuda con los particulares se origina en la imposibilidad de las compañías de repatriar ganancias a sus casas matrices debido al control de cambios vigente en este país desde 2003”

. ¿Qué quiere decir esto? Esta simple frase, camuflada en un bosque dialéctico propio de la economía del miedo, demuestra que realmente lo que llaman deuda no es deuda en el sentido estricto del término, sino que más bien es una disputa abierta entre un país soberano que fija tiempo y reglas para que los poderes económicos transnacionales puedan convertir su ganancia en bolívares en ganancia en dólares en pos de sacarlos afuera del país. Lo que llaman default o en su defecto deuda pendiente de pago a los acreedores locales son 21.200 millones de dólares que los grupos económicos están demandando al Estado venezolano para extraerlos afuera del país como remesas en dirección a su casa matriz en concepto de utilidades netas, y por tanto, que descansen improductivamente (y quizás especulativamente) en cuentas bancarias extranjeras.

He aquí el verdadero trasfondo de la disputa: permitir que las transnacionales dispongan de dólares para sacarlos afuera del país versus demandar que esos dólares se reinviertan en el país para el desarrollo nacional (aunque ello no impida que puedan seguir obteniendo beneficios empresariales).

Por el lado de la verdadera deuda, Venezuela sigue cancelado religiosamente sus obligaciones de pago. Por ejemplo recientemente se ha cumplido con el primer tramo de 1.561 millones correspondientes al bono soberano de 2014 conforme a la fecha prevista. Ha vuelto a demostrar que a pesar de la caída del precio del petróleo, Venezuela no ha entrado en default porque ha cancelado su deuda, y porque tiene suficiente capacidad de pago en el futuro. Seguramente la reducción del precio del barril de petróleo es una variable que presiona fuertemente a un país con gran dependencia presupuestaria de este recurso. No obstante, hay herramientas de política económica que pueden ser efectivas para combatir esta restricción externa. ven devaluacion1

Con soberanía, como aquella de la que goza Venezuela, es mucho más sencillo buscar las fórmulas para acometer los desafíos actuales de la economía venezolana en materia social, productiva, tecnológica, alimentaria; por ejemplo, una reforma tributaria socialmente eficiente podría permitir captar con justicia más riqueza interna sobre aquella que se genera y que todavía se concentra en pocas manos; una reforma financiera podría permitir que se democratice aún más el acceso al crédito y se oriente definitivamente a las nuevas prioridades planteadas en el sacudón económico necesario en el área productiva y tecnológica; la política cambiaria podría seguir afinándose para que haya justicia en la asignación de la divisa de tal forma que los bienes básicos sigan al tipo de cambio preferencial mientras que los dólares que quieran huir del país en forma de beneficios empresariales transnacionales sean más caros.

Esta última sería una forma virtuosa para reorientar el excedente económico obtenido por tantas transnacionales a favor del nuevo orden económico interno, desanclándolo del rentismo importador privado y del rentismo exportador público.

Cualquier proceso económico de transformación exige cambios constantes. En Venezuela, el objetivo está fijado y apoyado plenamente por la voluntad popular: la deuda social es innegociable, es cuestión económica absolutamente prioritaria. A partir de ello, se puede discutir en torno a las políticas económicas pero sin caer en falacias apocalípticas porque el default en Venezuela sigue sin aparecer, y lo que llaman deuda es una renta exigida por las transnacionales para sacar los dólares venezolanos afuera del país.

Es legítimo que ciertos expertos defiendan jerarquizar la salida de dólares afuera del país para que las transnacionales sigan sobrellenando sus bolsillos, pero lo honesto sería decirlo así, tal cual, y que abandonen su vicio de engañar con subterfugios irreales afirmando aquello que no es, default. Que le llamen a cada cosa por su nombre, y que en vez de deuda digan que se trata de dólares reivindicados por las transnacionales para sacarlos del país. Así el debate sí respondería fielmente a las visiones contrapuestas entre aquellos que siguen defendiendo el poder económico de las transnacionales y el gobierno venezolano que se ocupa de que nunca más haya deuda social. Usar lo de default para esconder esta posición es como mínimo poco riguroso.

*Doctor en Economía; director de la línea Análsis Economía Venezolana de Fundación GIS XXI; director CELAG.

Alfredo Serrano Mancilla| Son ganas de enredar. Se escribe sobre default y deuda en Venezuela a sabiendas que es absolutamente falso. El artículo de Ricardo Hausmann y Miguel Angel Santos (¿Hará default Venezuela?) fue un claro ejemplo de cómo se viene manipulando este tipo de información. Después de haber sido imposible demostrar que Venezuela tiene incapacidad de pago frente a la deuda externa, la oposición ha decidido atacar por la vía de la deuda interna con acreedores internacionales que operan en territorio nacional. Abusando de su posición dominante en la prensa hegemónica mundial, se han dedicado juiciosamente a generar un escenario tenebroso en el que la escena central gira en torno al miedo al default. El nudo gordiano del artículo de los profesores venezolanos residentes en Harvard fue simple: hacer creer que Venezuela no tiene recursos para pagar sus deudas, y en consecuencia, esa sensación instalada tendría un efecto negativo en contra de los venezolanos pero muy positivo para los especuladores.

¿Por qué? Cuando un tecnócrata-experto-economista de gran apoyo y eco mediático afirma que un país no tiene recursos para pagar (lo puede hasta inventar), entonces, aquellos compradores (lectores-seguidores de estos gurúes económicos) de esa deuda exigen una mayor rentabilidad en cuanto a la tasa de interés por el supuesto alto riesgo que asumen. Así los bonos venezolanos se encarecen obligando a destinar más fondos públicos a amortizar mayor tasa de interés en detrimento de otros menesteres sociales o productivos. Esto es lo que se llama mercado o economía de casino en el que cada partida de juego siempre favorece a los buitres. La estrategia se basa en la construcción de un circulo vicioso.

Primero, alguien lanza la piedra y esconde la mano, esto es, actúa como detonante. Tal es el caso de las primeras palabras de cualquier artículo-bomba, como por ejemplo comienza el citado artículo:“¿Hará default Venezuela? Los mercados temen que sí”. Segundo, una buena orquesta coral y mediática continúa repitiendo la misma música hasta que, al mejor estilo del propagandista nazi Goebbels, se consigue que “una mentira repetida mil veces se convierta en verdad”. Y tercero y último, los grupos económicos (también llamado eufemísticamente mercados) hacen la suya al exigir mayor tasa de interés por comprar un bono venezolano supuestamente con alta probabilidad de impago. Así se cierra el circulo auto profético: “se cumple aquello que se preveía gracias a que realmente se hizo todo lo posible para que así sucediera”.

Lo paradójico es que después de dos meses de tal artículo apocalíptico el default venezolano sigue sin llegar. Tan inexistente es tal default que incluso el propio diario español El País detrás de un titular sensacionalista (“Venezuela paga la deuda externa pero mantiene la de los acreedores locales”) acaba admitiendo que: “la deuda con los particulares se origina en la imposibilidad de las compañías de repatriar ganancias a sus casas matrices debido al control de cambios vigente en este país desde 2003”

. ¿Qué quiere decir esto? Esta simple frase, camuflada en un bosque dialéctico propio de la economía del miedo, demuestra que realmente lo que llaman deuda no es deuda en el sentido estricto del término, sino que más bien es una disputa abierta entre un país soberano que fija tiempo y reglas para que los poderes económicos transnacionales puedan convertir su ganancia en bolívares en ganancia en dólares en pos de sacarlos afuera del país. Lo que llaman default o en su defecto deuda pendiente de pago a los acreedores locales son 21.200 millones de dólares que los grupos económicos están demandando al Estado venezolano para extraerlos afuera del país como remesas en dirección a su casa matriz en concepto de utilidades netas, y por tanto, que descansen improductivamente (y quizás especulativamente) en cuentas bancarias extranjeras.

He aquí el verdadero trasfondo de la disputa: permitir que las transnacionales dispongan de dólares para sacarlos afuera del país versus demandar que esos dólares se reinviertan en el país para el desarrollo nacional (aunque ello no impida que puedan seguir obteniendo beneficios empresariales).

Por el lado de la verdadera deuda, Venezuela sigue cancelado religiosamente sus obligaciones de pago. Por ejemplo recientemente se ha cumplido con el primer tramo de 1.561 millones correspondientes al bono soberano de 2014 conforme a la fecha prevista. Ha vuelto a demostrar que a pesar de la caída del precio del petróleo, Venezuela no ha entrado en default porque ha cancelado su deuda, y porque tiene suficiente capacidad de pago en el futuro. Seguramente la reducción del precio del barril de petróleo es una variable que presiona fuertemente a un país con gran dependencia presupuestaria de este recurso. No obstante, hay herramientas de política económica que pueden ser efectivas para combatir esta restricción externa. ven devaluacion1

Con soberanía, como aquella de la que goza Venezuela, es mucho más sencillo buscar las fórmulas para acometer los desafíos actuales de la economía venezolana en materia social, productiva, tecnológica, alimentaria; por ejemplo, una reforma tributaria socialmente eficiente podría permitir captar con justicia más riqueza interna sobre aquella que se genera y que todavía se concentra en pocas manos; una reforma financiera podría permitir que se democratice aún más el acceso al crédito y se oriente definitivamente a las nuevas prioridades planteadas en el sacudón económico necesario en el área productiva y tecnológica; la política cambiaria podría seguir afinándose para que haya justicia en la asignación de la divisa de tal forma que los bienes básicos sigan al tipo de cambio preferencial mientras que los dólares que quieran huir del país en forma de beneficios empresariales transnacionales sean más caros.

Esta última sería una forma virtuosa para reorientar el excedente económico obtenido por tantas transnacionales a favor del nuevo orden económico interno, desanclándolo del rentismo importador privado y del rentismo exportador público.

Cualquier proceso económico de transformación exige cambios constantes. En Venezuela, el objetivo está fijado y apoyado plenamente por la voluntad popular: la deuda social es innegociable, es cuestión económica absolutamente prioritaria. A partir de ello, se puede discutir en torno a las políticas económicas pero sin caer en falacias apocalípticas porque el default en Venezuela sigue sin aparecer, y lo que llaman deuda es una renta exigida por las transnacionales para sacar los dólares venezolanos afuera del país.

Es legítimo que ciertos expertos defiendan jerarquizar la salida de dólares afuera del país para que las transnacionales sigan sobrellenando sus bolsillos, pero lo honesto sería decirlo así, tal cual, y que abandonen su vicio de engañar con subterfugios irreales afirmando aquello que no es, default. Que le llamen a cada cosa por su nombre, y que en vez de deuda digan que se trata de dólares reivindicados por las transnacionales para sacarlos del país. Así el debate sí respondería fielmente a las visiones contrapuestas entre aquellos que siguen defendiendo el poder económico de las transnacionales y el gobierno venezolano que se ocupa de que nunca más haya deuda social. Usar lo de default para esconder esta posición es como mínimo poco riguroso.

*Doctor en Economía; director de la línea Análsis Economía Venezolana de Fundación GIS XXI; director CELAG. Publicado en Telesur