Podemos y sus crisis: la ambición del poder

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Marcos Roitman Rosenmann|

Han pasado cinco años desde la irrupción de Podemos en el escenario político de España. Su presencia generó diversos relatos acerca de sus orígenes. Sus fundadores anunciaron un nuevo proyecto emancipador. Se declararon herederos legítimos de los indignados del 15-M bajo el eslogan sí se puede. Contaron con la simpatía de un electorado roto, desorientado, cansado de promesas incumplidas, corrupción y escándalos públicos. Sus fundadores centraron sus ataques en la clase política, adjetivada como vieja y forjadora de una casta. Venían para regenerar, dar esperanzas a la “gente” en un proyecto inclusivo.

 

No sólo criticaban a la derecha, sino a la izquierda existente, tachada de nostálgica e ineficaz. Había que deshacerse de las banderas rojas. Su proyecto: tomar el cielo por asalto. Insultaron hasta la descalificación. No hicieron prisioneros. Conmigo o sin ti. Sectarios, verticalistas y autoritarios.

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias y el ex secretario general de Podemos en Madrid. (EFE)
Iglesias y el dimtente referengte de Madrid, Ramón Espinar

La derecha les tildó de populistas y un peligro para la democracia. La socialdemocracia como un adversario a doblegar y la izquierda política sufrió un shock del que no se recupera. El PCE e Izquierda Unida aceptaron ser comparsa. Así nació Unidos-Podemos en 2015. Una alianza transversal, se dirá. La Unidad Popular de las fuerzas del cambio. En el corto plazo, sumaron emociones. Podemos, aupado por los resultados electorales obtenidos en las elecciones europeas, impuso sus condiciones: encabezar las listas electorales y aceptar sus candidatos independientes.

No más izquierdas. La gente primero, esa fue su proclama. No hubo proyecto, las emociones cubrieron la carencia de principios, se improvisó. La amistad fue el cemento de Podemos en todo el Estado español. Camaradas, conocidos y activistas se unieron a Podemos. Era una gran oportunidad. Navegaban con viento en favor. Contaban con el apoyo de la izquierda social, un electorado socialdemócrata al pairo y sectores medios empobrecidos por la crisis.

Las propuestas eran fruto de la coyuntura. No a los desahucios, persecución a los corruptos, transparencia, regeneración política, más democracia, derechos para las minorías sexuales. Lo transversal se entendió como una renuncia a los principios socialistas. Eran un lastre. Nacen las confluencias. Gobernar ayuntamientos, ganar comunidades autónomas, formar gobierno, desbancar a la casta (PSOE-PP). Podemos se presenta como la alternativa, ejemplo de transparencia, promueven primarias internas, abrazan la participación horizontal, constituyen círculos y crean un consejo ciudadano. Ni células, ni comité central, ni militantes, en su lugar inscritos e inscritas.

Resultado de imagen para la crisis de pódemosEl partido muta en marca electoral. Nacido al interior de los medios de comunicación, al margen de la estructura social y de poder, se ofrece como mercancía regida por el “mercado electoral”. El marketing se impone, primando la fuerza de sus caudillos. Unas veces unos, otras veces otros. Así se presentó su congreso de Vistalegre II. Pablo Iglesias versus Íñigo Errejón. La obsesión por el poder les ha sumido en un proceso autodestructivo.

Bajo una gran mentira que les arropa: ser azote de la casta y el bipartidismo, permitieron gobernar al Partido Popular hasta la segunda moción de censura, y en ayuntamientos como Gijón a un ex ministro de Aznar. Igualmente, firmaron acuerdos con el PSOE en Castilla la Mancha. En Madrid bajo el paraguas de una jueza independiente, Manuela Carmena, anticomunista y monárquica, Podemos se hace con la alcaldía, gracias a los votos del PSOE. Pero en su ejercicio se aprueba la mayor operación urbanística, conocida como “operación Chamartín”. La alcaldesa ha gobernado a golpe de efectos, relevando a los concejales de Izquierda Unida y el PCE, déspota y autoritaria se deshace de todo aquel que la contradice.

La actual crisis de Podemos encuentra en Madrid parte de su origen. La proximidad de las elecciones municipales y autonómicas ha disparado las hostilidades. Carmena promueve su candidatura, al margen de la confluencia Ahora Madrid, dando al traste con los acuerdos entre las organizaciones. Impone sus candidatos. Es una estrategia fracasada. La alcaldía, seguramente quedará en manos de ciudadanos, el PP más VOX. Unidos-Podemos no podrá repetir.

En Barcelona, la alcaldesa, Ada Colau tiene su propia organización, Podemos es socio minoritario al igual que IU y PSUC y la coyuntura catalana le otorga una diferencia cualitativa.

Podemos envejece rápidamente. Corrupción, tráfico de influencias, fraude fiscal, ruptura del código ético, escándalos privados, afectan a destacados dirigentes. La derecha lo rentabiliza y el PSOE se deja llevar, recuperándose de su mayor crisis. Los resultados de las autonómicas en Andalucía muestran un nuevo mapa político. Desplazamiento a la derecha. Podemos quiere minimizar los daños pero llega tarde. No tiene capacidad de maniobra, no aglutina. Sólo les queda gestionar su derrota.

En un lustro han dilapidado su credibilidad dejando tras de sí un reguero de cadáveres políticos. En muchas ciudades, pueblos y comarcas, la alianza Unidos Podemos se ha roto. La arrogancia de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón son un hándicap para cualquier candidatura unitaria, Podemos no es opción. En este contexto, Izquierda Unida, tiene la oportunidad de recuperar espacio e identidad, y con ello avanzar en la reorganización de la izquierda anticapitalista secuestrada por la marca Podemos.