Parlamentarias 2020: por el reencuentro de las mayorías con la política

(Marcos Salgado)
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Reinaldo Iturriza | 

Las elecciones parlamentarias de este domingo 6 de diciembre en Venezuela significan tanto la derrota como la despedida formal de los que muy probablemente sean los diputados y diputadas más radicalmente antinacionales de nuestra historia republicana, lo que es mucho decir, dada la larga tradición de políticos serviles a intereses foráneos.

Desde que asumieron el control de la Asamblea Nacional, en enero de 2016, al hacer los primeros amagos de aprobación de nuevas leyes, mostraron sus fauces: actuaban como un tropel desordenado, ansioso de revancha, deseoso de desmontar, pieza por pieza, el armazón jurídico que da soporte legal a varias de las conquistas sociales más sentidas por el pueblo venezolano, alcanzadas en revolución bolivariana.

Muy pronto se hizo evidente que no les resultaba suficiente con atacar cualquier vestigio de democracia participativa y protagónica: estaban más que dispuestos a saltarse las formas a las que obliga la democracia liberal. Habiendo podido elegir intentar capitalizar la victoria electoral recién alcanzada, erigiéndose como una institución que actuara como contrapeso del Ejecutivo, optaron por convertir al Legislativo en el menos independiente de los poderes, haciendo el papel de aspirantes a procónsules del soberano imperial estadounidense.

Toda la trama destituyente del último quinquenio fue parcialmente urdida, pero sobre todo ejecutada de manera entusiasta, podría decirse que con ímpetu fanático, por el partido antichavista con control de la Asamblea Nacional: es pública su participación en actos de violencia, en tentativas de golpe de Estado, en actos terroristas, culminando con la insólita autoproclamación como “presidente interino” del diputado Guaidó, y la amenaza expresa de una agresión armada extranjera contra la nación.

Si todo lo anterior sería demasiado en cualquier país del mundo, es todavía poco frente a las nefastas consecuencias de las exitosas gestiones realizadas por diputados y diputadas antichavistas, para acelerar y profundizar el cerco económico contra el país entero.

Foto: Rome Arrieche. Caracas. domingo 6 de diciembre de 2020
II.-

Semejante cuadro permite explicar parcialmente el índice de participación del 30,5 por ciento, según se desprende del segundo boletín oficial del Consejo Nacional Electoral, ofrecido durante la tarde de este lunes 7 de diciembre, con el 98,63 por ciento de las actas escrutadas.

En esta ocasión, la participación del electorado ha sido significativamente más baja que los dos comicios parlamentarios previos (74,17 por ciento en 2015 y 66,45 por ciento en 2010), ubicándose muy cerca del piso histórico establecido en 2005 (25,26 por ciento), año en que la oposición en pleno decidió boicotear el evento electoral.

A diferencia de 2005, esta vez una parte del antichavismo partidista decidió participar, logrando reunir el 28,15 por ciento de la votación, siempre según boletín del Poder Electoral. El indiscutible triunfador de la jornada ha sido la coalición encabezada por el PSUV, con 68,43 por ciento de los votos, mientras que las candidaturas chavistas agrupadas en torno a la tarjeta del PCV han alcanzado el 2,7 por ciento. Resta saber cómo se expresan estos porcentajes en cantidad de diputados y diputadas, pero todo hace suponer que el PSUV logrará una cómoda mayoría.

Las reacciones iniciales apuntan, fundamentalmente, en dos direcciones: de un lado, la derecha más rancia, que por presión o convencimiento ha acatado la línea dictada por Washington, de no participación en los comicios, apelando al manido recurso retórico del fraude electoral y pretendiendo erigirse en portavoz de la mayoría abstencionista; del otro lado, la vocería oficial del chavismo desestimando la poca participación y, naturalmente, reafirmando la legitimidad de su categórica victoria, que no puede ponerse en duda.

Al respecto, considero necesario reivindicar lo que se hizo tradición en revolución bolivariana: si algo debe prevalecer en las coyunturas post-electorales es la posibilidad de realizar análisis rigurosos, honestos y nada autocomplacientes sobre los resultados.

Si un índice de participación electoral que no es equivalente siquiera a un tercio del electorado no es interpretado como un llamado de atención popular, es porque la clase política venezolana tiene un grave problema.

Tiene un grave problema la derecha cipaya y destituyente que, tras su importante triunfo en las parlamentarias de 2015, optó por renunciar a la vía electoral para abrazar la causa del “cambio de régimen”, como quien decide postergar la realización de sus propias aspiraciones porque la prioridad es servir de instrumento para realizaciones ajenas. El resultado es el contundente rechazo de su propia base social y, por si fuera poco, el repudio popular mayoritario de las “sanciones” que ha promovido con tanto empeño.

Pero también tiene un grave problema el chavismo oficial cuando pretende hacerse el desentendido respecto del hastío por la política que ya se manifestaba nítidamente en ocasión de las parlamentarias de 2010 (1), y a propósito de la cual el comandante Chávez habló de la necesidad de repolarizar, repolitizar y recuperar; o cuando pretende ignorar que en las elecciones parlamentarias de 2015 el antichavismo logró, por primera vez, movilizar a un porcentaje de la base social del chavismo (2).

Hay que volver sobre 2010 y 2015, y detenerse en las lecciones políticas que nos dejaron o han debido dejarnos aquellas contiendas.

Por supuesto que también podemos hacer el ejercicio de retrotraernos a las parlamentarias de 2005, y trazar algún paralelismo, establecer algún contraste, pero me parece que las claves principales las encontraremos en la última década.

Hay una línea que va desde el hastío de 2010, pasa por el fenómeno de desafiliación política que se expresa en 2015, y llega a este diciembre de 2020 convertida en un fenómeno todavía difícil de nombrar, pero que se asemeja mucho a la indiferencia popular.

Ya habrá tiempo y espacio para seguir profundizando en esta hipótesis. En este momento solo apuntaría que es virtualmente imposible determinar qué es lo predominante: si el hastío, la desafiliación o la indiferencia.

Sobre el hastío por la política, he defendido la idea de que, si bien se trata de un fenómeno inquietante, es sobre todo un signo de vitalidad política. Hastío es desencuentro, contrariedad, enfado, disputa, diferencia, conflicto, y no debe confundirse con desilusión, desesperanza, decepción o desencanto (3).

La desafiliación política, en cambio, es lo que ocurre cuando el liderazgo político no es capaz de procesar con eficacia el hastío popular, reincidiendo en aquellas prácticas que las mayorías rechazan.

Si el hastío puede ser inquietante, y si la desafiliación política puede ser un campanazo que anuncia la posibilidad de una fractura del bloque histórico que hizo posible la revolución bolivariana, la indiferencia puede ser mortal (4). Nada más peligroso que el desinterés de las mayorías populares por la política, y la masiva incredulidad respecto de la clase política.

Un cuadro en el que predomina la indiferencia popular, y por tanto el cinismo como patrón de sociabilidad, es el peor de los escenarios, y puede ser la antesala de los peores experimentos políticos.

De manera muy sumaria, plantearía que no hay nada más importante que propiciar el reencuentro de las mayorías con la política, lo que implica que entre la clase política y las mayorías no puede mediar un abismo.

En diciembre de 2015, tras las elecciones parlamentarias, resultaba casi una obviedad señalar que existía una relación de causalidad entre la guerra económica y la derrota del chavismo.

Entre 2014, primero de siete años consecutivos de crecimiento económico negativo, y este 2020, el chavismo ha resultado vencedor en seis de siete contiendas electorales de alcance nacional, incluida la elección de una Asamblea Nacional Constituyente. Durante el mismo período, la situación económica de las mayorías populares no ha dejado de empeorar progresivamente.

El punto es que no basta con repetir que, durante todos estos años, la economía nacional ha sido objeto de una brutal agresión, y tampoco sirve de consuelo reiterar que, pese a todas las adversidades, hemos logrado salir airosos en casi todos los comicios. No por tener un componente de verdad, este discurso resulta creíble para buena parte de la población: a la hora de los balances, concluye que es mucho más lo que hemos perdido, no por derrotista, sino porque le asiste una verdad del tamaño de un monumento.

Un discurso nada más que para entendidos no solo seguirá arrimando a la brasa del hastío y la desafiliación, sino que puede avivar la llama de la indiferencia.

Para que se produzca el reencuentro de las mayorías con la política habría que encarar con firmeza, audacia y valentía el tema de la economía. Reconocer el fracaso de políticas y medidas. Reorientar el rumbo. Hay que gobernar la economía, pero con y para las mayorías, no con las elites viejas y nuevas, insensibles al padecimiento popular.

Si la recién electa Asamblea Nacional no sirve para plantear estos asuntos, a nadie le extrañe que sean cada vez menos los oídos que escuchen lo que la clase política tiene que decir.

Caracas, 8 de diciembre de 2020

Referencias

(1) Reinaldo Iturriza López. Parlamentarias 26S: un análisis preliminar, en: El chavismo salvaje. Editorial El Colectivo. Buenos Aires, Argentina. 2017. Págs. 116-118.
(2) Reinaldo Iturriza López. Después del 6D: no hay chavismo vencido. 7 de diciembre de 2016.
(3) Reinaldo Iturriza López. El hastío por la política, en: El chavismo salvaje. Págs. 307-309.
(4) Reinaldo Iturriza López. La indiferencia por la política, en: El chavismo salvaje. Págs. 315-316.