¿Otra década perdida? La culpa es también de otro virus, el neoliberalismo

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¿Otra década perdida en América Latina y el Caribe? La región sigue en la trayectoria de una década sin crecimiento, sin lograr las metas trazadas y preestablecidas, y para peor,  la crisis derivada de la pandemia elevó la desigualdad y la pobreza, a lo que se suman las enormes asimetrías sobre la vacunación, porque en realidad sólo 13 por ciento de la población ha recibido las dosis.

El escenario político mundial transita profundos cambios, acelerados por la crisis sanitaria de Covid-19, a partir de la cual se acentuaron todas las polarizaciones: Quienes acumulaban mucho, acumularon más y los sectores más vulnerables, se vieron aún más perjudicados. en pocos meses un conjunto de procesos subyacentes -que desde la crisis económica de 2008 venían transcurriendo- lograron sintetizarse, transformando para siempre las relaciones económicas, políticas y culturales que organizaban todos los intercambios a nivel social. El mundo cambió para siempre.

Incluso, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena, advirtió la última semana que la devastación económica derivada de la pandemia de Covid-19 ha colocado a Latinoamérica en peligro de sufrir una nueva década perdida y resaltó como de suma urgencia que los gobiernos aceleren la inoculación masiva de sus poblaciones,

Sostuvo, asimismo, que la inflación se manifiesta con el aumento de precios de alimentos, más que en otros bienes.  Y el aumento de la pobreza y aumento del precio de los alimentos, acentúa la doble carga de mal nutrición, de obesidad y mal nutrición. “Una cara es la del hambre, la otra son la distintas formas de malnutrición, como sobrepeso y obesidad. Uno de cada cuatro adultos es obeso”, añadió.

Actualmente hay en la región 60 millones de personas en situación de hambre, 14 millones más que hace un año, la contracción económica fue de 6,8 por ciento, la peor en 120 años. En Centroamérica, la carencia nutricional ha colocado a millones de niñas, niños y adolescentes ante un escenario de privaciones, enfermedad, dolor y muerte precoz.

Asimismo, se verifica la desnutrición de la infancia en toda la región: retraso en el crecimiento, peso inferior al 60 por ciento del previsto para la edad, escasa o nula grasa subcutánea, extremidades delgadas, diarrea, infección respiratoria, tuberculosis y signos de otras carencias nutricionales.

Si bien para este año se pronostica un crecimiento económico de 5,2 por ciento como promedio para la región –el llamado efecto rebote tras la brutal caída del año pasado–, no alcanzará para el crecimiento sostenido necesario porque los impactos sociales, ambientales y estructurales se han agudizado. Para 2022 se prevé que (el crecimiento) será de 2,9, una desaceleración con respecto a 2021.

Pero no se le puede echar la culpa sólo a la pandemia. Nuestra región, rica en recursos naturales, vitales para la reproducción del sistema económico que organiza al mundo, está sometida a un sistema económico-político discriminatorio y deshumanizante,  estratégicamente concebido por los ejecutores de neoliberalismo bajo el supuesto de que a mayor pobreza, menor poder ciudadano y, por ende, más oportunidades de enriquecimiento y concentración del poder para el sector privilegiado.

Es ese sistema el causante del calentamiento global y la crisis climática, de las migraciones y de la hambruna.

El territorio latinoamericano dispone hoy del 51% de las reservas de litio del planeta, casi diez veces más de disponibilidad de agua dulce por habitante que Europa occidental, EU y China; Venezuela dispone del 18 % de las reservas mundiales de petróleo y las explotaciones de oro, que se encuentran distribuidas en esta latitud, son propiedad casi exclusivamente de transnacionales angloestadounidenses.

De ahí la relevancia geopolítica -por su ubicación, fronteras, recursos- y políticos, que hacen de la región latinoamericana un territorio de disputa, para diferentes actores tanto políticos como económicos-corporativos. Así, el control soberano de dichos recursos se presenta como un desafío estratégico para los pueblos y la defensa nacional.

Ante este panorama desolador, donde las grandes mayorías deben enfrentar ahora también a la Covid-19, la única manera de no perder la década, y no sufrir una regresión catastrófica en materia de combate al hambre, la pobreza y la desigualdad, es romper de manera drástica con las políticas que propiciaron la concentración de la riqueza, las terapias de choque para reducir el déficit fiscal, los subsidios a las grandes corporaciones en detrimento de las poblaciones y las estrategias antiinflacionarias de contención salarial.

Es imprescindible  retomar las medidas redistributivas, las políticas fiscales orientadas a gravar de manera primordial las utilidades y las fortunas, no el salario y el consumo, y emprender un rescate social en una escala sin precedente para salvar del hambre a decenas de millones de personas.

Es necesario priorizar las deudas con nuestros pueblos y no con los organismos internacionales de crédito. Pero para ello hay que desprenderse, primero de los dogmas neoliberales y de los cuentos de que la riqueza generada se derrama de la cúspide a la base de la pirámide social.

Estos cuentos sólo sirvieron para lograr que se hundieran en la miseria las grandes mayorías de nuestras poblaciones, mientras que generaron paralelamente pequeñas cúpulas de potentados que utilizaron su poderío económico para controlar las instituciones públicas, por las buenas (las urnas) o mediante golpes de estado.

No es un problema ideológico, sino más bien pragmático, acicalado por la necesidad de preservar la gobernabilidad. Los pueblos vienen diciendo basta y han copado las calles. Si desde el poder se permite un nuevo ciclo de expansión de la pobreza en América Latina y el Caribe, estallará la desesperación social y hará inviable cualquier institucionalidad democrática en los países de la región.

Por más que se hable de la necesidad de acciones conjuntas de nuestros países, los países más poderosos y sus operaciones injerencistas han hecho todo lo posible para sepultar todos los intentos de coordinación, colaboración e integración de nuestra región.

Con este cuadro y la falta de soluciones, resulta más evidente la necesidad de reflotar,  robustecer y revitalizar organismos regionales como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y la Alianza Bolivariana (ALBA-TCP), imprescindibles, por ejemplo,  para acordar programas multilaterales de producción, abastecimiento y aplicación de las vacunas.

*Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)