Occidente sufre su mayor ruptura desde la II Guerra Mundial tras la llegada de Trump
Juan Antonio Sanz – publico.es
Con Trump al frente de EEUU, Occidente sufre su mayor escisión desde la II Guerra Mundial y asiste al 80 aniversario de su final muy atenta a la creciente alianza sino-rusa.

Rusia celebra este viernes por todo lo alto el 80 aniversario de la derrota del III Reich con una gran parada militar en la Plaza Roja. La imagen que todo el mundo recordará de estos fastos será la de los líderes ruso, Vladímir Putin, y chino, Xi Jinping, compartiendo tribuna en un hito que marca un antes y un después en la alianza entre Moscú y Pekín. Justo cuando Occidente aparece más fragmentado ante el caos aportado a la escena mundial por el presidente estadounidense, Donald Trump, y su capacidad para torpedear el multilateralismo y promover la disputa aislacionista.
Como en otras ocasiones, desde que comenzó la invasión rusa, Ucrania ha querido aprovechar el recuerdo de la victoria sobre la Alemania nazi para cargar contra Rusia como el nuevo Reich al que derrotar. Sin mucho éxito este año, porque el golpe de timón de Trump al conflicto de Ucrania, su acercamiento a Moscú y el rejonazo asestado a la OTAN, desnortada desde que el nuevo presidente estadounidense juró su cargo el 20 de enero, han trastornado el sistema de seguridad en el viejo continente como no había ocurrido desde 1945.
Fue la URSS, no Ucrania, la que derrotó a los nazis y llegó a Berlín
Tampoco es que tenga Ucrania mucho que reivindicar de su papel durante la II Guerra Mundial, en la que los ucranianos no lucharon como una unidad estatal o militar independiente. Lo hicieron como combatientes bajo la bandera soviética o como colaboracionistas e integrantes de las unidades militares nazis invasoras.
Fue la Unión Soviética, de la que Rusia es heredera, el país que hizo el mayor esfuerzo bélico para derrotar a Alemania, por mucho que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y algunos líderes europeos quieran restarle a Moscú ese mérito.
La URSS sufrió 27 millones de muertos, entre civiles y soldados, en esa contienda, pero fueron sus tropas las primeras que entraron en Berlín y colgaron la bandera roja sobre las ruinas del Reichstag. Sin la decisiva intervención de la URSS en la lucha contra Alemania hace 80 años, Europa no habría sido liberada de la bota nazi ni el desembarco de Normandía habría significado demasiado.
Pero la propaganda ucraniana apoyada por Bruselas para cambiar esa realidad histórica no ceja. Este 9 de mayo, que Rusia celebra como el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi, acuden a Leópolis, en el oeste de Ucrania, un buen número de ministros de Exteriores europeos para intentar contrarrestar el aire festivo en Moscú.
En Europa la jornada del 8 de enero, cuando se conmemora en el viejo continente esa victoria, al igual que en Ucrania, ha pasado sin pena ni gloria. La ofensiva arancelaria de Trump, así como sus simpatías por Putin y el relegamiento de la Unión Europea en las negociaciones incipientes de paz en Ucrania han dejado en Bruselas y los Veintisiete pocas ganas de compartir festejos con sus antaño aliados estadounidenses en la guerra mundial.
La alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, aseveró este miércoles que «todos aquellos que luchan por la paz deberían estar en Ucrania en lugar de Moscú este 9 de mayo» para celebrar Europa «que es un proyecto de paz». Se refería a los líderes mundiales que han acudido a Moscú, encabezados por el chino Xi Jinping., y entre los que hay algún representante europeo, como el primer ministro eslovaco, Robert Fico.
Kallas, al señalar que Europa es un proyecto de paz, obvió, claro está, la actual y multimillonaria apuesta que lidera Bruselas por el rearme del continente.
En el Día de la Victoria, Rusia mira hacia China
Ante esta falta de fuelle europeo en la celebración del 80 aniversario de la derrota nazi, las miradas se han dirigido a Moscú, donde el Día de la Victoria en la llamada en Rusia Gran Guerra Patria, tienen este año un sabor especial. Esa reconfiguración del paradigma de seguridad europeo que ha conllevado la guerra de Ucrania ha repercutido en la nueva alianza sino-rusa, alimentada por la cruzada arancelaria estadounidense, cuyo principal objetivo es precisamente China.
Rusia, a pesar de la mano que le ha tendido EEUU, que no castigó a Moscú con ningún arancel, en ningún momento ha dejado de lado a China. La presencia estelar de Xi Jinping en Moscú estos días, no solo para celebrar el 9 de mayo, sino como parte de una visita de estado de máxima categoría, es también un aviso claro a Trump: Hay un nuevo orden mundial, vale, pero EEUU no será la potencia hegemónica. Washington, si quiere paz, tendrá que dialogar con Moscú y Pekín a un mismo nivel.
En el desfile de la Plaza Roja está previsto que participen unidades chinas (y de una docena de países), aunque Pekín niega que haya contribuido al esfuerzo militar ruso en Ucrania. El apoyo chino es más bien económico, absorbiendo buena parte del gas y el petróleo rusos que Moscú dejó de vender a Occidente al comienzo de la invasión por las sanciones europeas y estadounidense. Putin anunció este jueves la firma de un nuevo acuerdo con China para el fomento y defensa de las inversiones mutuas, con más de 200.000 millones de dólares en proyectos de inversión, según las estimaciones rusas.
Xi es el invitado principal de las celebraciones en Moscú. Putin ha querido marcar distancia con esas otras conmemoraciones descafeinadas por la confrontación económica con Estados Unidos que estos días celebran los que fueron en 1945 aliados contra los nazis y que hoy día solo muestran desunión y recelos.
La invasión de Ucrania condenó al ostracismo en Europa a la Rusia heredera de la Unión Soviética, pero en estos más de tres años de guerra, Moscú le ha dado la vuelta al discurso hostil occidental, se ha atraído el respaldo tácito o al menos el silencio de la mayor parte de países del Sur Global, ha reafirmado sus lazos con China y, tras la llegada de Trump, ha reducido la enorme brecha que el Kremlin tenía con su antecesor en la Casa Blanca, Joe Biden.
De aquel primer desfile victorioso del 24 de junio de 1945, al que este 9 de mayo acoge la Plaza Roja, el vaivén de la historia ha dado tremendas oscilaciones. A la confrontación de la Guerra Fría le siguió la confraternización en la década de los noventa, con Borís Yeltsin en el poder en Moscú, y en los primeros años de mandato de Putin. Hace veinte años incluso acudieron a Moscú los líderes de EEUU, Francia y Alemania para esta misma conmemoración.
Fueron años de calma hasta que la apuesta occidental en 2008 por llevar la OTAN hasta Ucrania y Georgia envenenó las relaciones y el recuerdo conjunto de la derrota del Nazismo.
Una conmemoración marcada por la guerra de Ucrania
Si en junio de 1945, cerca de 40.000 soldados soviéticos que habían combatido contra Alemania desfilaban en el corazón de Moscú, este viernes, el Día de la Victoria contempla la participación de algunos de los militares rusos que luchan en Ucrania, donde, si Rusia acaba imponiéndose en el frente y EEUU mantiene su actual presión sobre Kiev, de nuevo habrá cambiado el mapa de Europa, como sucedió en 1945.
Putin exige que se respeten las anexiones rusas en lo que va de guerra y que alcanzan a una quinta parte del territorio ucraniano, incluida Crimea anexionada en 2014. Además, está la mayor parte de las regiones de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón, ocupadas al comienzo de la invasión rusa, el 24 de febrero de 2022, y que Putin quisiera completar con nuevas ofensivas.
Esos territorios se habían caracterizado en el pasado por albergar una mayoría rusófona y en algunos de ellos, como Crimea y el Donbás (que agrupa Lugansk y Donetsk), abiertamente prorrusa. Moscú izó esa bandera rusófila para justificar su invasión.
También se esgrimió el hecho de que la península Crimea fuera entregada por el líder soviético Nikita Kruschov en 1954 a la República Socialista Soviética de Ucrania como regalo. Desde la independencia ucraniana en 1991, Moscú reclamó Crimea y finalmente se lo anexionó tras un referéndum de dudosa legalidad en 2014.
El pasado nazi del ultranacionalismo ucraniano
Otra de las consignas que llevaron a Rusia a invadir Ucrania fue la necesidad de “desnazificarla”. Las numerosas formaciones ultranacionalistas, muchas de ellas de inspiración neonazi, que pululaban en la vida política ucraniana, precisamente las más belicosas contra la población rusófona, estaban instaladas por doquier e incluso la Rada Suprema, el Parlamento, sentía su omnipresencia. No era el mayor problema de Ucrania, pero Rusia lo utilizó para justificar esa invasión.
En la memoria colectiva rusa estaba muy presente la II Guerra Mundial y la alianza del ultranacionalismo ucraniano con los nazis cuando éstos ocuparon el sur de la Unión Soviética en la operación Barbarroja, en 1941. En parte fue una reacción al comunismo soviético y a las atrocidades cometidas en los años treinta, con millones de muertos en las hambrunas orquestadas o permitidas por Stalin en Ucrania, el terrible Holodomor. El problema fue que a este terror se respondió con otro mayor, el de la barbarie nazi.
Muchos de los nacionalistas ucranianos recibieron al ejército invasor alemán como una fuerza de liberación del yugo soviético y miles de militares se unieron a las divisiones alemanas o conformaron sus propias legiones, que no solo combatían a los rusos. También participaron en el exterminio de las comunidades judías de Ucrania y en su deportación a los campos de concentración nazis.
Pese a este colaboracionismo, que implicó a decenas de miles de personas, fue siempre mayor el número de combatientes ucranianos que sirvieron en las filas del ejército soviético. Sin embargo, en el recuerdo ruso quedó candente la «traición» de los filonazis ucranianos y la veneración, décadas después, por personajes como Stepan Bandera, un político ultranacionalista ucraniano implicado de forma muy activa en el colaboracionismo con Alemania y el holocausto judío en Ucrania.
Hoy día, esta memoria sigue presente en la narrativa del Kremlin para justificar sus acciones. Pero la existencia de corrientes ultranacionalistas y filonazis en Ucrania, armadas y con perspectivas de seguir estándolo al terminar la guerra, y su ignorancia por parte de la UE, donde también hierven partidos fascistas de nuevo cuño y a la que quiere adherirse Kiev, solo sirven para agravar más un conflicto muy profundo que no se solucionará solo con la firma de un armisticio y que podría emponzoñar las bases de la propia convivencia europea.
*Periodista y analista para Público en temas internacionales. Es especialista universitario en Servicios de Inteligencia e Historia Militar.