Occidente aleja la paz en Ucrania a las puertas del primer aniversario de la invasión rusa
Juan Antonio Sanz – Público |
La intención de Estados Unidos de enviar misiles de mayor alcance a Ucrania añade una nueva gota de tensión entre Occidente y Rusia, y aleja más si cabe las posibilidades de una paz negociada entre Kiev y Moscú.
La guerra de Ucrania pronto cumplirá un año sin que ninguno de los contendientes logre imponerse sobre el campo de batalla y con todas las iniciativas de negociación dinamitadas por la abismal brecha que separa a las demandas de Moscú y Kiev para alcanzar un alto el fuego. Al fracaso del diálogo han contribuido también los intereses occidentales en que el conflicto continúe hasta agotar militar y económicamente a Rusia sin considerar el alto riesgo que tal apuesta supone para Europa.
Las nuevas promesas por parte de Washington de más armamento y dinero al Gobierno de Kiev auguran una guerra con un final cada vez más incierto, sin que ninguna de las partes considere seriamente sentarse a negociar. La postura de Occidente es simple: cuántas más armas reciba Ucrania, mejor podrá defender sus reclamaciones en una hipotética (y sin fecha) mesa de negociaciones.
Tanques, misiles de largo alcance, aviones, ¿y después?
Después de que Alemania se comprometiera a enviar sus modernos tanques Leopard 2 a Ucrania, así como permitir que sus aliados europeos hagan lo propio con las unidades que tienen de este carro de combate, Ucrania reclamó a Estados Unidos aviones de combate F-16. El apoyo aéreo es imprescindible para el avance de esos tanques, unos 140, de cara a la contraofensiva que prepara el ejército ucraniano contra las tropas rusas.
Aunque Washington ha desestimado por el momento dar ese paso, que llevaría a una escalada sin precedentes en la tensión entre Estados Unidos y Rusia, a cambio está considerando despachar a Ucrania misiles de mayor alcance que los actualmente utilizados en sistemas tierra-tierra por el ejército ucraniano.
Los nuevos proyectiles pueden alcanzar blancos a más de 150 kilómetros, casi el doble que los 80 kilómetros de rango que tienen los misiles disparados por los sistemas HIMARS. Los HIMARS proporcionados hace medio año por Estados Unidos a Ucrania han sido el mayor desafío armamentístico aportado por Occidente en la guerra contra Rusia.
Según especificaron dos altos funcionarios estadounidenses este miércoles, estos misiles forman parte de un nuevo paquete de ayuda armamentística de Washington para Ucrania estimada en 2.000 millones de dólares. La nueva partida incluiría también más equipamiento para los sistemas antiaéreos Patriot ya enviados a Ucrania, y más misiles antitanque Javelin, que en los primeros meses de la guerra mostraron su gran efectividad contra los carros de combate rusos.
La escalada bélica que se avecina
Este nuevo compromiso de entrega de armamento a Ucrania refuerza el mensaje de que Kiev, con asistencia de sus aliados occidentales, prepara una gran contraofensiva para los meses próximos a fin de atajar los avances que desde hace un par de meses están realizando las fuerzas armadas rusas en la zona de Donetsk.
Con los nuevos misiles que enviará Estados Unidos, cualquier objetivo ruso estacionado en los territorios ocupados en Ucrania quedará al alcance de las baterías de cohetes de Kiev. Esto obligará al ejército ruso a alejar su propia artillería, sus suministros y sus arsenales de la línea del frente, hasta la propia Federación Rusa, con el riesgo creciente de que los proyectiles ucranianos empiecen a caer dentro de sus fronteras. Ahora toda la estrategia rusa deberá ser reformulada.
En respuesta al anuncio estadounidense, tanto el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, como la portavoz rusa de Exteriores, Maria Zajarova, coincidieron en que será inevitable una escalada de la guerra. El suministro a Ucrania de armas de mayor rango “supondrá más esfuerzos por nuestra parte, pero no cambiará el curso de los acontecimientos. La operación militar especial continuará”, refirió al respecto Peskov.
Las armas no terminarán la guerra. La prolongarán
En unas declaraciones al diario The Guardian, el experto Christopher Chivvis, director del Programa de Política Estadounidense de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, explicó que los tanques pesados, los cazabombarderos, los misiles o cualquier otro tipo de armamento de última generación “no van a ayudar a terminar la guerra en un corto plazo”.
En palabras de Chivvis, las nuevas armas, “con suerte, reforzarán la posición para negociar de Kiev y podrían llevar a que el Kremlin repiense sus últimos objetivos en la guerra, reconduciendo el conflicto hacia un final negociado”.
Sin embargo, el investigador del Centro Cargenie pidió cautela. “Es probable que los ucranianos vean la decisión (del nuevo envío de armas más contundentes) como un espaldarazo occidental a su objetivo de vencer definitivamente a Rusia en el campo de batalla”. Y ello, agregó Chivvis, “dificultará a la diplomacia y prolongará la guerra”.
El problema es que ese, el alargamiento de la guerra, parece ser el objetivo de la creciente implicación occidental en un conflicto que nadie está en posición de ganar. Quienes ahora descartan en Europa una salida negociada al conflicto son los mismos que hace un año no quisieron evitar la guerra e incluso dieron al traste, después, con unas incipientes negociaciones.
Países europeos, como los Bálticos o Polonia, virulentamente antirrusos por una larga historia de agresividad de su vecino oriental, están marcando buena parte de la política exterior europea contra Moscú.
En cambio, países como Alemania, que tras la caída de la Unión Soviética apostaron por un acercamiento económico y político hacia Rusia, han visto reducida su capacidad de maniobra y su fuerza decisoria ante las políticas más agresivas defendidas por Estados Unidos y sus adláteres en Europa, como los estados antes mencionados y, especialmente, Reino Unido.
Alemania ha perdido el papel de mediador con Rusia
Una de las consecuencias ha sido el rearme de Alemania, dirigido contra una Rusia que había sido su aliada comercial e industrial, así como su proveedor energético, justo antes de la invasión de Ucrania y de la alineación europea con el Gobierno de Kiev. La guerra de Ucrania ha reconfigurado la compleja relación entre Berlín y Moscú, y de nuevo los puentes están cortados entre los dos países.
Con la aceptación del envío de los Leopard 2 a Ucrania, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha finiquitado el papel de intermediación que tenía Berlín con el Kremlin. Alemania es la principal perjudicada al perder su balcón hacia el este. Pero el resto de Europa lamentará también la perdida de Berlín como interlocutor privilegiado con Moscú.
El Gobierno alemán ha sido presionado por todas partes y no solo desde Bruselas o Washington. También por parte de una opinión pública mediatizada por expertos de última hora con conocimientos muy superficiales en seguridad estratégica, desconocedores de Rusia y de su intrincada estrategia diplomática, y que no analizan los auténticos riesgos que Alemania corre con su creciente participación en el conflicto.
Reino Unido y el sabotaje de las negociaciones de Estambul
Alemania apoyó al principio de la guerra las negociaciones que se celebraron en Estambul. Este proceso lanzado en marzo del año pasado llevó a un principio de acuerdo entre Rusia y Ucrania que, finalmente, se desvaneció ante la presión de otros países, especialmente Reino Unido y Estados Unidos.
El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, señaló hace unos días en Sudáfrica que por aquel entonces Moscú llegó a considerar una propuesta ucraniana y que a fines de marzo “las dos delegaciones habían acordado las bases para concluir el conflicto”.
Sin embargo, recordó Lavrov, “es conocido, y así se publicó de forma abierta, que nuestros colegas estadounidenses, británicos y de algunos países europeos, aconsejaron a Ucrania que era demasiado pronto para alcanzar un acuerdo, de forma que el arreglo diplomático, que estaba casi concluido, no fue después reconsiderado por el régimen de Kiev”.
En esas negociaciones, la parte ucraniana se mostró dispuesta a aceptar un estatus neutral para Ucrania, dejando atrás las reclamaciones de entrar en la OTAN que tanto habían enfurecido a Moscú. Kiev también renunciaría a estacionar en su territorio tropas y material militar extranjero.
A cambio, Rusia accedía a detener sus bombardeos de Kiev y otras ciudades. El siguiente paso sería retirar las tropas rusas hacia las posiciones anteriores a la invasión lanzada el 24 de febrero de 2022. Moscú también se comprometía a respetar la seguridad de Ucrania, que elegiría como garantes a los estados que considerara oportunos.
Finalmente, ni el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ni el ruso, Vladímir Putin, dieron su aprobación a la continuación del diálogo y se llegó a un callejón sin salida. En abril de 2022, Lavrov declaró a la prensa que diplomáticos estadounidenses y británicos habían pedido a los negociadores ucranianos que concluyeran las conversaciones. En concreto, la puntilla al proceso negociador la habría puesto el entonces primer ministro británico, Boris Johnson, durante una visita a Kiev en abril pasado.
Tras esa visita, Zelenski adoptó la postura de que no se podía negociar con Putin, al que calificó como un “criminal de guerra”. Esta posición la sigue manteniendo hoy día el presidente ucraniano y es uno de los obstáculos que impiden a las partes sentarse a la misma mesa para tratar de alcanzar un alto el fuego.
Posiciones irreconciliables que solo dan voz a los cañones
La anexión por parte de Rusia el pasado 30 de septiembre de los territorios ocupados de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón terminó de complicar la situación. Moscú subraya que no se retirará de estas regiones ni de Crimea (anexionada también ilegalmente en 2014) y Kiev reclama que para cualquier principio de diálogo Rusia retroceda de todos esos territorios.
Con los canales de diálogo cerrados, hablarán los cañones. Europa se siente con fuerzas para sostener una guerra en su patio trasero que la ha unido políticamente, al tiempo que hace cálculos sobre los pingües beneficios que supondrá la reconstrucción de Ucrania. Para ello defiende a bombo y platillo una victoria rotunda sobre Moscú que nadie se cree en estos momentos, salvo esos estrategas de salón que sueñan con una Rusia empobrecida y desangrada en una guerra sin final a la vista.